Reseña de "Tartesos, la Ciudad de Ulía, el Señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías. Linajes Históricos y Mitos Fundadores" (Mª Victoria Espín)



Un libro dedicado a los Ancestros1, tal como señala la dedicatoria del mismo. Y efectivamente en él se trata de unos hechos que, con sus más y sus menos, son la concreción de las ideas que sustentan aquellos que en un momento dado ostentan el poder para cuidar, educar, dirigir, proteger, defender, guiar, etc. un  territorio y su población.
Aún tratando el libro específicamente de una zona geográfica (habitada sucesivamente -a veces simultáneamente- por Tartesos, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, etc. y de unas familias y linajes concretos), podemos abstraer una enseñanza totalmente válida para cualquier otro lugar. Al respecto dice F. Ariza citando Introducción a la Ciencia Sagrada2:
El rico y complejo simbolismo heráldico sería más bien una antigualla si realmente no encerrara un sentido (…) fundamentalmente sagrado que precisamente es el que le da todo su relieve e importancia, y sobre todo el que lo convierte en plenamente actual y vivo. Sin duda la pieza central y más importante de la heráldica es el blasón o escudo. Etimológicamente el término blasón deriva del verbo alemán blasen que significa "soplo", revelando con ello la presencia de una inspiración espiritual y divina en la elaboración del mismo. ( … )
En realidad el arte del blasón, su técnica espiritual, consistía en establecer un sistema de correspondencias y analogías entre el plano visible y el invisible, el natural y el sobrenatural, tratándose pues de una ciencia y un arte verdaderamente herméticos, y vinculada por lo tanto a la idea de "lo que está arriba es como lo que está abajo". No debe olvidarse que para la mentalidad del hombre tradicional y arcaico la naturaleza entera es una hierofanía, es decir una manifestación de lo sagrado. (…)
En todo caso la adquisición de un blasón en sus orígenes estaba en relación directa con la evolución espiritual de aquel que lo pretendía, lo que sin duda eximía de cualquier privilegio ficticio y oportunista. Igualmente el significado […] de los símbolos, figuras y colores revelaba el grado espiritual que había alcanzado su poseedor; y esto mismo se hacía extensivo al escudo heráldico de una corporación, ciudad, reino o nación. En este sentido, para conocer la verdadera esencia y personalidad espiritual de una ciudad o región nada mejor que investigar en los símbolos presentes en sus blasones. Se comprende entonces la importancia de éstos por cuanto eran receptores y transmisores de ideas-fuerza y auténticas imágenes-mandalas, conteniendo algunos de ellos conocimientos de orden metafísico muy elevados.
Destacable es la apertura que hace el autor a la civilización de los Tartesos (el primero de sus reyes fue Gerión y el último Argantonios quien vivió a caballo entre los siglos VII y VI a.C.), la cual nos retrotrae a un mundo significativo que nos reconcilia con el hombre. Y enlazando los distintos pueblos y culturas que han poblado el sur de la Península, nos dice:
En el imaginario de los primeros cristianos de la Bética (y esto lo podríamos extender a muchas partes del Imperio) la figura del emperador romano estaba fuertemente arraigada, y ya hemos visto que esto tiene, en el caso de la Bética, raíces muy profundas que nos llevan a la mítica Tartesos y sus legendarios reyes de origen divino. En ese imaginario, Cristo sustituiría al emperador romano como el símbolo central de un nuevo imperio, el Cristiano, y por eso mismo la transición de uno a otro se hizo a través de una lenta ósmosis, teniendo en cuenta además que los propios Padres de la Iglesia que suministraron los fundamentos filosóficos y teológicos al Cristianismo surgieron prácticamente todos  del mundo clásico greco-romano, y algunos de ellos fuertemente influenciados por Platón, Proclo y el neoplatonismo en general. (pág. 61).
Hay temas que no por conocidos resultan de menor interés, máxime cuando en un momento dado cobran fuerza y vigencia porque las circunstancias los traen al presente para vivificarlo.
Leyendo este libro se ha avivado nuestro interés por Santiago, el apóstol que evangelizó España y cuyos restos están enterrados en Galicia donde acuden peregrinos de todo el orbe cristiano. Y lo que nos ha interesado al respecto en esta obra es la claridad meridiana con que se expone la función de este apóstol de Cristo en nuestro territorio, cuya presencia e influencia espiritual ayudó a liberar la península del dominio musulmán durante el periodo que conocemos como la Reconquista. Junto a Santiago se destaca a San Millán de la Cogolla, ambos presentes en algunas batallas notables como la de Simancas.
Todas esas leyendas en torno a la ayuda a los ejércitos cristianos por parte del apóstol Santiago, o de la Virgen, durante la Reconquista forman parte del imaginario mítico y legendario presente en todas las sociedades antiguas: La protección y la intervención de las entidades divinas en las épicas guerreras. ( … ).
Y lo que para un mundo como el que vivimos es inconcebible para casi la totalidad de sus habitantes, en la Edad Media era reconocido y compartido por la mayoría.
Este fue el caso precisamente del rey Alfonso XI, un rey ilustrado y culto (llamado “el Justo”), digno sucesor de su bisabuelo Alfonso X el Sabio. En su ceremonia de coronación se escenificó su vinculación con el apóstol Santiago el Mayor, directamente, por influjo espiritual, sin necesidad de intermediación humana, incluida la eclesial. Este es un dato a tener en cuenta en la medida que expresa una idea cardinal en el pensamiento de Alfonso XI: la de que la potestad de su cargo (y por extensión de los monarcas españoles) procedía directamente del patrón de España, el apóstol que junto a San Juan Evangelista era llamado “hijo del Trueno”. (pág 84).
Añadimos este otro párrafo que cierra el libro:
Así pues, en su sentido más profundo y elevado, supra-histórico podríamos decir, el Camino de Santiago (reflejo de la Vía Láctea) es un símbolo de las etapas de la realización interior. Es por ello que Compostela es también el “compost” alquímico, es decir el “abono” de la putrefacción de donde surgirán las energías y potencias que regeneraran al ser en su proceso de Conocimiento. El simbolismo alquímico es aquí transparente: el finis terrae, el lugar donde se oculta y “muere” el sol, es el comienzo de otro viaje, esta vez no ya horizontal sino vertical, pues se ha llegado a un “lugar” (a un centro donde mora el Espíritu del Dios Vivo) en el proceso del viaje interior donde todo lo realmente nuevo está por encima de las expectativas que puedan generar lo humano, que no queda abolido ni disuelto en una especie de “ensoñación cósmica” como cree y postula la falsa espiritualidad de hoy en día, sino “transmutado”  o “sublimado” en sus posibilidades más universales. De la patria terrestre a la patria celeste. Siguiendo las pautas de una Historia y Geografía sagradas, y por tanto simbólicas, míticas y significativas.
No podemos acabar esta reseña sin mencionar a uno de los personajes que destaca el libro (pág. 108): el XIV duque de Frías, que con el embajador de la Gran Colombia Francisco Antonio Zeaen, cuando ambos lo eran en Londres, compartió  uno de esos proyectos que pueden cambiar el rumbo de la historia: una Confederación Hispánica que se constituiría:
sobre un principio identico al que fue constituido el Universo para conservarse inalterable [ … ] todos mis conatos se han dirigido a fixar en la Metropoli [es decir en la Madre Patria] un centro de atraccion a cuyo alrededor giren como los planetas alrededor del Sol. Entre nosotros se verificara la bella hypotesis de la separacion de los planetas de la masa solar  y su fuerza centrifuga que los hubiere dispersado en los cielos a la meced de los Cometas, si el sabio y provido Autor del Universo no hubiere dotado al Sol de la fuerza de atracción que los retiene, haciendolos girar  tan acordes y magestuosamente al rededor del Padre de la luz.
Y continúa F. Ariza:
Por eso mismo es importante interiorizar en las conciencias de las personas la idea de la unidad a todos los niveles, y buscar siempre aquello que nos une y no lo que nos separa. Queremos traer aquí las palabras reveladoras de Federico González, que están en sintonía con lo que llevamos dicho sobre este tema (pág. 108):
A los hispanoamericanos no nos separa el Atlántico, sino que este nos une. Para algunos, nuestra madre común, la Atlántida (presente en la raíz TL de los nombres de las ciudades-centros de Tula y Toledo) selló este pacto en el siglo XV con la sangre generosa de los vencedores y vencidos e hizo que sus hijos conciliaran los opuestos de dos tradiciones, de dos mundos aparentemente excluyentes, el cristiano y el indígena, el europeo y el americano que, sin embargo, se han influido mutuamente al punto de complementarse, tan identificados se encuentran el uno con el otro, aún más allá de la inmensa importancia de una lengua, una historia y en muchos casos una sangre común.3 
Muy recomendable este libro cuyo título puede hacernos pensar que está destinado exclusivamente a una minoría interesada por la heráldica, o por el territorio tratado donde se suceden distintas civilizaciones. Al contrario, el autor no pierde en ningún momento el punto de vista universal, por lo que nos lleva a la reflexión y comprensión de un conocimiento que en sí mismo no es de ningún tiempo ni ningún lugar.

Mª V. Espín
12 de Noviembre, festividad de San Millán.

Notas
1 Dice F. González en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos: “De más está decir que la ciudad celeste es un lugar real y tangible, aunque la frase se utilice en un tiempo otro y en un espacio de dimensión imposible geométricamente. Es decir, que no es computable ni visible sino al ojo del corazón, y en donde viven los ancestros. (…)”.
2 Federico González y Col., http://introduccionalsimbolismo.com/
3 Federico González Frías, “Carta desde Guatemala”.

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Tartesos, la ciudad de Ulia, el señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías. Linajes históricos y mitos fundadores. Francisco Ariza. Ed. Diputación de Córdoba, Montemayor 2016.

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