EL VELLOCINO DE ORO. Mitos de la Grecia Arcaica (Cuarto Episodio)




Fragmento de una crátera de mediados del siglo IV a. C. pintada por el llamado Pintor de Licurgo, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

La imagen representa la escena de la conquista del vellocino, la piel áurea del carnero alado identificado con Aries, el signo astrológico regido por Ares, o Marte. Es en este signo donde el Sol se “exalta”, palabra que en el contexto cosmogónico se relaciona con el pleno desarrollo de las cualidades innatas del planeta en cuestión, en este caso las del astro rey, que dota a Aries, signado por el fuego, de toda la potencia demiúrgica necesaria para poner en movimiento el Zodíaco, la “Rueda de la Vida”.

Esta referencia astronómica no es por casualidad, pues en este mito también se alude a la entrada en la era zodiacal del mismo nombre, la Era de Aries, o la Era del Carnero, que sucede a la de Tauro, de la que tendremos ocasión de hablar en otros episodios del ciclo heroico. Durante dicha Era será la energía de Marte la que, en efecto, predominará en el conjunto de las civilizaciones, en este caso la griega, y esto se reflejará naturalmente en los mitos, como este de Jasón y los Argonautas, que trata de la conquista de un animal sagrado que fue en su momento un regalo de Hermes a Néfele, la diosa de las nubes, es decir de las “aguas superiores”. En el vellocino se concentran las virtudes de la pureza y lo incorruptible, simbolizadas precisamente en la naturaleza áurea que lo caracteriza, lo cual explicaría por qué formó parte de la enseñanza de la Alquimia, e incluso dio nombre al final de la Edad Media a una importante orden hermético-caballeresca: el Toisón de Oro.

Todo esto nos hace entender mejor el hecho de que el árbol del cual colgaba el vellocino estuviera en el templo de Ares, en la Cólquida, país identificado con Eos, que es la Tierra de la Mañana, o el país de la Aurora, es decir el Oriente, donde nace el Sol, luz “solidificada” en el oro. Y precisamente en la Cólquida reinaba Eetes, el hijo de Helios, el Sol.

Ese árbol era una encina, o roble, al igual que el mástil de la nave Argo, como dijimos en la entrega anterior. Numerosas culturas lo tuvieron por un árbol sagrado, como la celta y especialmente entre los sacerdotes druidas, cuyo nombre contiene en su raíz etimológica la palabra “roble”, sinónimo de fuerza y de estabilidad ligadas con la Sabiduría. Es claramente un símbolo del Eje del Mundo, en torno al cual, como vemos en la imagen, se enrosca la serpiente guardiana del vellocino de oro, considerado una prenda de inmortalidad para quien llegue a poseerla.

Ahora bien, y como el símbolo siempre tiene diversos niveles de lectura, el hecho de que, como nos dice este mito, en la noche los rayos del sol reposaran en el palacio de Eetes y que la Cólquida donde este se hallaba fuera también el lugar del nacimiento del Sol, nos indica que ese Oriente no designa simplemente un espacio geográfico determinado o un sector del cielo astronómico, sino sobre todo el Oriente metafísico, es decir el “Centro del Mundo”, “lugar” donde efectivamente la luz del Sol espiritual siempre está presente y jamás nace ni se oculta pues no está sometida al vaivén del movimiento cíclico y cósmico. 

Jasón regurgitado por el dragón, guardián del vellocino (480 a. C.). Copa pintada por Douris. De Cerveteri (Etruria). Museos Vaticanos.

La conquista del vellocino de oro es la recuperación de un estado “central” que ha requerido el sacrificio de muchas cosas para los héroes que se adentraron en los claroscuros de su alma y tuvieron que enfrentarse con la serpiente o dragón interno que “protege” el tesoro escondido. Ese enfrentamiento se salda muchas veces con la “muerte” del héroe, necesaria para su “renacimiento” posterior materializado en la conquista del vellocino áureo, que es lo que representa la imagen de arriba, donde aparece Jasón vomitado por el dragón después de haber sido “tragado” por él, lo cual recuerda a otros mitos, como el del bíblico Jonás, que también fue vomitado del vientre de la ballena tras permanecer tres días en su interior. Y lo mismo podríamos decir de Cristo, que resucita de la tumba al día tercero de su muerte en la cruz. 

Junto a Jasón podemos ver a la diosa Atenea, que asiste a ese “alumbramiento” sosteniendo en su mano derecha la lanza guerrera y en su izquierda a la lechuza, símbolo de su Sabiduría. Francisco Ariza

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