LA INFLUENCIA DE MAIMÓNIDES EN ABRAHAM ABULAFIA


Moisés Maimónides. Ilustración de Guía de Perplejos, 1347.

Hemos querido añadir este escrito a nuestras reflexiones sobre la influencia de los filósofos y poetas hebreo-andaluces en los orígenes de la Cábala, tema que hemos desarrollado en tres entregas anteriores. Se trata en este caso de la influencia que la filosofía y el pensamiento de Moisés Maimónides (Córdoba 1135) ejercieron sobre algunos cabalistas de la España medieval, y concretamente sobre Abraham Abulafia, cuya obra tuvo además una enorme repercusión en los círculos más herméticos del esoterismo judío.[1] Abulafia, nació en Zaragoza en 1240 (o sea un siglo después de Maimónides), aunque se trasladó siendo todavía muy joven a una de las ciudades con más población judía del norte de España, hasta el punto que llegó a tener dos juderías en distintos momentos de su historia; nos referimos a Tudela (Navarra). Desde allí emprendería un periplo de años por Palestina, Grecia, el norte de África y distintas ciudades del Mediterráneo, Capua y Roma entre ellas, volviendo nuevamente a España, visitando el núcleo cabalista de Gerona y Barcelona, ciudad esta última donde se entregó al estudio del Sefer Yetsirah (uno de los tres libros fundamentales de la Cábala junto al Sefer ha Bair y el Sefer ha Zohar) bajo la guía de Baruch Togarmi.
Abraham Abulafia manifestó siempre una gran admiración hacia Maimónides, hasta el punto de llegar a decir que junto al Sefer Yetsirah, la obra que más le marcó fue la del filósofo cordobés. Para él, Maimónides no sólo consiguió conciliar la razón con la fe, sino que además su obra no entraba en contradicción con la doctrina cabalística; todo lo contrario: para Abulafia el estudio penetrante de esa obra conduce finalmente a recorrer los “senderos de la sabiduría” del Árbol de la Vida, constituyendo asimismo una “guía” para caminar por su geografía espiritual, pero siempre y cuando la lectura de su contenido se basara en una interpretación simbólica y no simplemente literal o alegórica. Para Abulafia la única diferencia entre la filosofía de Maimónides y la Cábala es que ésta representa un estadio más elevado que aquella debido a su carácter más profundamente metafísico, pero recalcando que esa filosofía y la Cábala participan del mismo conocimiento divino.[2]
Ciertamente, leyendo por ejemplo su obra principal, la Guía de Perplejos, o Guía de Descarriados como también se la conoce, nos damos cuenta que en ella se tratan los temas fundamentales que los cabalistas profundizarán efectivamente desde la perspectiva de la gnosis. Por ejemplo, en la introducción al tercer y último libro de la Guía de Perplejos, Maimónides dice expresamente que su:

primordial objeto consiste en explicar, hasta donde sea posible, el relato bíblico de la Creación (Maase Bereshit) y la descripción del Carro Divino (Maase Mercaba), de manera adecuada a la preparación de aquellos para quienes ha sido escrito este libro.


Moisés Maimónides

Así, y según sus propias palabras, la Guía de Perplejos tendría que ser visto entonces como una preparación teórica para aquellos que deseen conocer los aspectos cosmogónicos (la Cábala de Bereshit) y los aspectos más propiamente ontológicos de las tres sefiroth supremas (la Cábala de Mercaba), o sea del Árbol de la Vida en sus planos más elevados. Así queda testimoniado en las siguientes palabras de Maimónides cuando menciona las diferentes maneras de percibir la Mercaba:

También es digno de notar que la semejanza del hombre que está por encima del trono se divide en dos partes, siendo la superior como el color del hachmal o zafiro, y la parte inferior como de fuego. Respecto de la palabra hachmal, ha sido explicado que se compone de dos: hach y mal, que significan respectivamente “rapidez” y “pausa”. Se han juntado los dos términos para explicar figuradamente la naturaleza de las dos partes, la superior y la inferior. Una segunda explicación se nos ocurre, que hachmal encierra las dos ideas de silencio y palabra, conforme al dicho de los sabios: “A veces callan, y a veces hablan”, derivando de tal manera la palabra hach de la misma raíz que hehechethi, “yo he estado silencioso” (Isaías XLII, 14); de donde hachmal indica “palabra sin sonido”. No hay duda de que la expresión: “a veces callan y a veces hablan” se refiere a los objetos creados. Considera ahora cuán claramente te dan a entender esas palabras que la apariencia del hombre que había sobre el trono no representa a Dios, el cual estaba por encima del conjunto del Mercaba, sino a una parte de la Creación. Habla asimismo el Profeta [Isaías] de que “aquello es la semblanza de la gloria del Señor”; pero la gloria del Señor, no es el Señor mismo, como se ha mostrado en varias ocasiones. Todas las imágenes de esta visión aluden a la gloria del Señor, al Mercaba, y no a Él, que cabalga sobre el carro divino; porque Dios no puede ser comparado con cosa alguna. Adviértelo bien.

Añadiremos que en este contexto la "gloria del Señor" alude a la Sekhinah, la "Esposa del Rey" y "presencia real de la Divinidad" en el corazón del hombre. Ante estas palabras de Maimónides, ¿cómo ha de extrañarnos que Abulafia considerara a este una voz autorizada dentro de la sabiduría rabínica, y además como su maestro humano? En realidad, Abulafia realiza de alguna manera lo que podríamos llamar una transposición cabalística (o si se prefiere una transmutación, en el sentido alquímico del término) de las ideas motrices expuestas por Maimónides, como es el caso de las que hemos citado, a las que habría que añadir la idea del “Intelecto Agente”, o “Intelecto Activo”, expresión puramente escolástica propia de los filósofos árabes (como Averroes), judíos (como Maimónides) y cristianos (como Santo Tomás), y que se corresponde con el Intelecto Superior, o Buddi en la tradición hindú. Para Abulafia constituye la presencia de la “Luz” del Intelecto divino (el Noûs hermético y neoplatónico) en el alma humana como la posibilidad más alta de esta, pues a modo de “rayo divino” es el que la pone en comunicación directa, y no mediatizada, con su Ser arquetípico, donde se conjugan el Verbo (que es al mismo tiempo Pensamiento y Palabra) y el Silencio, como la posibilidad metafísica de lo No manifestado.  


Abraham Abulafia, en una página iluminada de su obra
 Luz del Intelecto, 1285.

Precisamente Luz del Intelecto (Or ha Sekhel) es el título de uno de los libros fundamentales de Abraham Abulafia, como lo es igualmente Las Siete Vías de la Torá, donde precisamente menciona el “Intelecto Agente” recurriendo a las enseñanzas de la Guía de Perplejos. Hablando precisamente de la “séptima vía” de su sistema iniciático, y en relación con todo esto, Abulafia señala lo siguiente:

En cuanto a la séptima vía, ella es única en su género. En ella están comprendidas todas las demás. Ella es el lugar de lo Sagrado por excelencia. Esta esfera engloba a todas las otras. Aquel que la penetra percibe el Logos divino que, partiendo del Intelecto Agente viene a afectar a la facultad racional del hombre; este Logos es, en efecto, una emanación del Nombre (bendito sea), que pasando por el intermediario del Intelecto Agente, llega a la facultad racional. Así lo ha explicado el Maestro (su memoria sea bendita) en el capítulo XXXVI de la segunda parte de la Guía.[3] Esta vía conduce a la esencia misma de la profecía auténtica; ella ofrece los medios que acerquen a la esencia del Nombre Único a este ser único que es el profeta entre los hombres”.
La facultad de la profecía es uno de los temas recurrentes en la obra de Abulafia, hasta el punto de llegar a decir que todo su sistema de enseñanza, sustentado en la “Ciencia de la combinación de las Letras”, Hokhmah ha Tseruf, conduce a ese estado de perfección que encarna el profeta, cuyo “modelo” no es otro que Moisés. Gracias a la “inspiración profética” otorgada por el “rayo divino” del Intelecto Superior, Moisés fue el único entre los israelitas que pudo articular en palabras el “poderoso sonido” del Verbo divino, oído por todos, pero que sólo él pudo interpretar y “traducir”, y por tanto transmitir a la “cadena de tradición esotérica”, pues lo que él “oyó” y “entendió” fue el verdadero Nombre de Dios, es decir la esencia misma y el misterio de la Unidad metafísica.
II
El Verbo divino, como pensamiento y palabra, se sitúa en el plano de Atsiluth (o mundo de las emanaciones) el nivel más elevado del Árbol de la Vida. En referencia a este mundo queremos prestar atención a la forma simbólica de la letra Iod, o Yod, , que representa a Kether y a Hokhmah, las dos primeras sefiroth del Árbol de la Vida, y asimismo la primera letra de las cuatro que componen el Nombre Divino, o Tetragramaton . En efecto, la Cábala nos enseña que la Iod simboliza a Hokhmah, la Sabiduría, identificada con el Verbo divino, en tanto que Kether es el Pensamiento, el cual solo está representado por la punta superior apenas perceptible de la Iod, como sugiriendo que esta, siendo la “raíz del Ser” penetra en el seno del No Ser, es decir de lo Inmanifestado (Ain), que es todo aquello que, como señala Federico González: “no es nada de lo que pudiera ser algo, tal la Majestad Inmensurable de esta doctrina cabalística”.[4]
No menos profundo es lo que expone Maimónides en el primer libro de los tres que componen la Guía de Perplejos. En él, Maimónides, además del Nombre supremo YHVH (que “sin duda contiene ciertos principios metafísicos (…) que forman parte de los misterios de la Torá, y que aun compuesto de cuatro letras no tiene atributo alguno “ni encierra otra idea que la de Su existencia”), menciona los nombres de 12 y de 42 letras, todo lo cual debió atraer la atención de Abulafia, y es muy probable que ahí esté el germen que le permitiría desarrollar parte de su obra centrada en el significado de los Nombres divinos y de las letras de que están compuestos, y que él, con ayuda del Sefer Yetsirah expondrá justamente en su “Ciencia de la combinación de las Letras”, donde utiliza el método de la gematría, el notarikón y la temurah, ciencias que ya mencionamos en las entregas anteriores. He aquí, resumido, lo que nos dice Abulafia en Las siete Vías de la Torá acerca de las letras del alfabeto sagrado, inspirándose en la Guía de Maimónides:

Las letras, en efecto, son triples para el hombre, y constituyen elementos aptos para ayudar más fácilmente al alma a pasar [de la potencia] al acto.

Las vías de aprendizaje que ofrecen las letras son tres. Nos centraremos en las dos primeras:

La primera comporta el estudio de las permutaciones, de las combinaciones y de todo aquello de que se informa en la ciencia Cabalística.
La segunda comprende el estudio de los Nombres y de las letras que los constituyen en función de su valor numérico y de los diversos cálculos que se desprende de ello. Cada letra tiene, en efecto, una significación propia. Conviene observar aquello que pueden tener de común, y en qué la forma de la una difiere de la forma de la otra. Los Nombres y sus letras nos enseñan sobre las realidades ocultas. Así es con el Nombre de cuatro letras y sus interpretaciones, del Nombre de doce letras y sus interpretaciones, así como del Nombre de cuarenta y dos letras y sus interpretaciones. Es a esto a lo que el Rav [Maimónides] hace alusión en el capítulo LXII de la Primera parte de su Guía; según él, este conocimiento permite alcanzar al Intelecto Agente (…) Y si él no ha mencionado el Nombre de setenta y dos letras, podemos acudir a lo que dice el hombre de Dios, también llamado Moisés, servidor del eterno y soldado del Señor, hablo de: Nachmanide, condiscípulo de Maimónides, pues ambos son discípulos del Amramida [el Moisés bíblico, hijo de Amram]. Estos tres son los Príncipes de este mundo. Nachmanide escribe efectivamente al comienzo de su Comentario de la Torá: ‘Sabemos, por tradición verídica, que la Torá entera está únicamente compuesta del Nombres del Santo bendito sea’.

Abraham Abulafia. Pergamino del libro Hayyei ha-Olam ha-Ba (La Vida del Mundo Futuro). Italia, finales del siglo XIV principios del siglo XV. Colección Braginsky 251, de Folio 5v. Zurich. 

Precisamente, algunos de los capítulos del primer libro de la Guía de Perplejos tratan de la esencia del Nombre YHVH y de su Misterio insondable. Maimónides despliega un pensamiento que evoca constantemente la “doctrina de la Unidad”, idea a la que antes nos hemos referido cuando hablamos de Moisés como el único que supo entender e interpretar el sonido atronador del Verbo divino. De esto trata precisamente Maimónides en el capítulo LXIII del primer libro de su Guía, refiriéndose sin nombrarlo al episodio  de la “zarza ardiente”, que relata el momento en que Moisés pregunta a Dios cuál es su Nombre, o qué es su Nombre, y la respuesta es: Eheieh asher Eheieh, «el Ser es el Ser», o “Yo soy El que soy”, expresión, dice el filósofo cordobés:

de la idea de la existencia de Dios, no en el sentido vulgar de la palabra, sino significando que Él es el Ser que existe con existencia absoluta. La prueba que Moisés había de dar consistencia en demostrar que hay un Ser de existencia absoluta, que nunca ha carecido ni carecerá de existencia.

Y más adelante habla de Yah, o Iah (nombre divino por excelencia que forma parte de la palabra Eheieh, el Ser), compuesto de la primera letra del Tetragramatón (Iod), y la segunda (He), la cual se corresponde con Binah (la Inteligencia, o la Madre Suprema) la tercera sefirah del Árbol de la Vida. Tenemos así que en este Nombre de Dios, Iah, están contenidas las tres primeras sefiroth: Kether, Hokhmah y Binah (las que conforman el mundo de Atsiluth), o sea el nivel propiamente ontológico del Árbol de la Vida, que es precisamente al que se refiere la expresión “el Ser es el Ser”.[5] Tal vez por esto Maimónides señala en ese mismo capítulo LXIII que Yah significa “existencia eterna”, expresión que es un contrasentido metafísicamente hablando, pero que desde otra perspectiva se entiende como una reafirmación de la “Unicidad absoluta del Ser”. Asimismo, y como estamos en el dominio ontológico, Maimónides con dicha expresión de algún modo está intuyendo una de las grandes ideas de la Cábala que años más tarde será desarrollada por los cabalistas franceses y españoles, y especialmente en el Zohar de Moisés de León: estamos hablando de la idea del No Ser (Ain) y del En Sof, el Infinito metafísico.
En otros capítulos de la Guía de Perplejos Maimónides se centra en la necesidad de conocer la naturaleza “negativa” de los atributos divinos, cuyo eco lo encontramos en el Maestro Eckhart y a través de este en Nicolás de Cusa, pues en el fondo de esta doctrina subyace la “docta ignorancia”, que es el más alto grado de conocimiento, valga la paradoja. Veamos un ejemplo que extraemos del capítulo LIX, con el cual finalizamos estas reflexiones:

Alguien podrá preguntar: puesto que no es posible obtener conocimiento de la verdadera esencia de Dios, y se ha demostrado que el hombre sólo puede aprehender de Él el hecho de que existe, siendo inadmisibles todos los atributos positivos, ¿qué diferencia hay entre los que han logrado algún conocimiento de Dios? ¿Es acaso el conocimiento que de Él tenían Moisés y Salomón, comparable al de algunos menguados filósofos? Has de saber que es asaz distinto el conocimiento de Dios de unos y otros; porque, así como cada nuevo atributo especifica más y mejor al objeto conocido y nos lleva a una más cabal aprehensión del mismo, así también cada nuevo atributo negativo te hace adelantar en el conocimiento de dios. Tú estás más cerca de Él que quien no ha denegado respecto de Dios aquellas cualidades que deben ser excluidas de Su esencia.[6]
Claramente comprenderás ahora que cada vez que de manera probada estableces la necesidad de excluir algo, con referencia a Dios, tu conocimiento de Él se perfecciona. En cambio, cada vez que afirmas una característica positiva, te lanzas en pos de tu imaginación y te alejas del verdadero conocimiento de Dios.
Toma nota de que, cuando afirmas algo de Dios, te apartes de Él en dos aspectos: primero, porque cualquier cosa que afirmes será perfección sólo con relación a nosotros, y segundo, porque Él no posee nada sobreañadido a Su esencia, ya que Su esencia encierra todas las perfecciones.
Y como es bien sabido que el conocimiento divino asequible al hombre no puede ser alcanzado sino por negaciones, y que las negaciones no dan cabal idea del ser a quien se refieren, todos en las pasadas y en la presente generación, han proclamado que Dios no puede ser objeto de comprensión humana, que nadie sino Él mismo comprende lo que Él es, y que nuestro conocimiento se reduce a saber que somos incapaces de comprenderle  [el subrayado es nuestro]. Dicen todos los filósofos: “Nos ha abrumado con Su gracia, y nos ha ofuscado con el resplandor de Su luz”. Como el sol, que nuestros ojos no pueden ver porque son demasiado débiles para soportar sus rayos. El libro de los Salmos expresa mejor la misma idea: “Para Ti el silencio es alabanza” (Salmos LXV, 2). Francisco Ariza

Notas


[1] También los escolásticos Alberto Magno y Tomás de Aquino, así como el gran místico y metafísico Maestro Eckhart recibieron la influencia de Maimónides.

[2] El propio José Chiquitilla, siguiendo a su maestro Abraham Abulafia, afirma que la filosofía es uno de los fundamentos de la Cábala.

[3] En ese capítulo de la Guía de Perplejos, Maimónides dice lo siguiente: “La profecía es una emanación de Dios que se expande por el intermediario del Intelecto Agente sobre la facultad racional en primer lugar, y posteriormente sobre la facultad imaginativa”.

[4] Federico González y colaboradores: Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Módulo II acápite “En Sof”.

[5]  En referencia a esto, René Guénon señala en el cap. XVII de El Simbolismo de la Cruz: “También se puede decir que [la expresión “el Ser es el Ser”] trata de la relación entre el Ser como sujeto (Lo que es) y el Ser como atributo (Lo que Él es), y que, por otra parte, la relación entre el Ser sujeto -el Conocedor-, y el Ser atributo (u objeto) -lo Conocido-, es el Conocimiento mismo; pero es al mismo tiempo una relación de identidad. El Conocimiento absoluto es, pues, la misma identidad, y todo conocimiento verdadero, al ser una participación, implica identidad en la medida en que es efectivo. Añadamos que, siendo sólo real la relación por los dos términos que relaciona y siendo estos términos uno, los tres elementos (Conocedor, Conocido y Conocimiento) en realidad no son más que uno; esto se puede expresar diciendo: ‘el Ser Se conoce a Sí mismo por Sí mismo’ ”.

[6] Estas palabras de Maimónides nos hacen recordar aquello que dice la tradición hindú acerca de la diferencia entre Brahma saguna (Brahma cualificado, o creador), y Brahma nirguna (Brahma no cualificado, o increado). Este último metafísicamente es superior al primero al no poseer ningún atributo o cualidad que lo esté condicionando de alguna manera. A esto se refiere también la conocida expresión neti, neti (“no es esto, no es esto”) que alude precisamente a la naturaleza absolutamente incondicionada e inefable de Brahma nirguna.

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