La Conquista del Jardín de las Hespérides


El Jardín de las Hespérides. Edward Burne-Jones. 1869-1873

I. Un mito de Occidente

En la conferencia pronunciada el día 5 de Octubre pasado con ocasión de las XXIV Jornadas de Historia del Instituto de Estudios Ceutíes, mencionamos al “Jardín de las Hespérides” como parte constitutiva de la geografía y la historia mítica del Estrecho de Gibraltar, y en consecuencia de las dos “columnas” que llevan el nombre del más famoso héroe griego, Heracles, o Hércules, que significa “Gloria de Hera”, y no hay que olvidar en este sentido que dicho Jardín fue cantado por el dramaturgo Eurípides con las siguientes palabras:

"Me gustaría alcanzar en mi camino la costa que da entre sus frutos las manzanas de las Hespérides cantoras, donde el soberano del purpúreo mar ya no concede ruta a los marineros y fija el venerable límite del cielo que Atlas sostiene. Las fuentes destilan ambrosía en la alcoba nupcial del palacio de Zeus, allí donde una tierra maravillosa, dispensadora de vida, alimenta la felicidad de los dioses". (Hipólito, 741-751).

En este escrito queremos ampliar un poco más el episodio central que rodea al simbolismo del Jardín de las Hespérides (de Vésper, la tarde), episodio que no es otro que el robo de las manzanas de oro. Este mito, o sea esta "historia verdadera", pues los mitos tradicionales lejos de ser cuentos o mentiras como se piensa un poco infantilmente nos hablan en realidad de lo que importa saber y conocer, este mito, decimos, recorre la cultura de Occidente de manera ininterrumpida desde la Grecia arcaica, expresándose a través de las distintas formas del arte plástico y literario, pero siempre su trasfondo es la aventura espiritual, o sea la vivencia de la utopía de un mundo otro (“una tierra maravillosa” como sinónimo de la Ciudad Celeste), inalcanzable para el alma ordinaria, pero no para quien se deja seducir por el canto de las Hespérides, las tres ninfas de nombre Egle ("esplendor"), Eritea ("tierra roja") y Hesperetusa ("atardecer"). Ellas son hijas de la Noche según relata Hesíodo en su Teogonía, si bien otras interpretaciones las hacen hijas de Atlas y de Hesperis, uno de los nombres de Venus como estrella vespertina, o del poniente. Las Hespérides danzan esparciendo la ambrosía en torno al Árbol axial (Eje del Mundo) del que penden los frutos de la Creación, una forma simbólica de referirse a la “Armonía Cósmica”.

Esas referencias al atardecer y al ocaso vinculan al Jardín de las Hespérides con el Oeste entre los puntos cardinales, o sea con Occidente, pero no solo con el Occidente histórico, sino con el supra-histórico, de ahí su dimensión mítica, iniciática y metafísica. El Jardín de las Hespérides es, en suma, el “Paraíso Occidental”, el “País de los Antepasados”, descrito por los antiguos egipcios como la cuna originaria de su civilización, y hacia el que se dirige Hércules en su onceavo trabajo. El dragón enroscado en torno al Árbol lo puso Hera para proteger sus frutos áureos, de ahí la denominación Draco Hesperidum. El simboliza al “genio del lugar” o “espíritu de la tierra”, pero, tras darle muerte Hércules, Hera lo eleva al cielo formando así la constelación boreal del Dragón, cuyo enorme cuerpo protege a la Polar, que, como se sabe, es la estrella alfa de la Osa Menor.


El Dragón celeste protegiendo a la Osa Menor y a la Estrella PolarEncima de él podemos observar la constelación de Hércules. Urania's Mirror (El Espejo de Urania), de Sidney Hall, Londres, 1823.

Existe aquí toda una simbólica relacionada con la idea de correspondencia entre el “centro de la Tierra” (el Jardín de las Hespérides) y el “centro del Cielo” (la Estrella Polar). En este onceavo trabajo, y tras enamorar a las ninfas, Hércules logra el acceso a ese “centro de la Tierra”, que es el del estado humano, previo a su “apoteosis” posterior, es decir a su divinización y ascenso al Olimpo supracósmico. Por otro lado, el hecho de “enamorar” a las Hespérides nos indica que el héroe griego estaba poseído por la poderosa energía de Eros emanada de Afrodita-Venus, la misma energía que le acompañó en su encuentro con la reina de las amazonas y con Deyanira, su tercera esposa. 

Pero a nosotros nos interesa ahora más particularmente otra versión menos popular del mito, recogida en el siglo VI a.C. por el filósofo Ferécides de Siros, maestro de Pitágoras, y que más tarde hizo suya el historiador romano Diodoro Sículo, o Diodoro de Sicilia. En esta versión no es Hércules sino el titán Atlas el que penetra en el Jardín, y tras robar las manzanas se las entrega al héroe en un gesto que revela en Atlas la impronta de una realeza que reconoce en Hércules a un igual. En ese episodio descrito por Ferécides también interviene Atenea, que junto con Hermes y Afrodita-Venus son las deidades que más acompañan al héroe en sus aventuras civilizadoras e iniciáticas. 

Recordemos que Atlas también recibe el nombre de “Atlante”, pues encarna a la tradición del mismo nombre (la Atlántida) o en cualquier caso a los herederos de la misma, parte de los cuales se situarán en las tierras sur-occidentales del mundo conocido, ya fuese en Hispania (concretamente en Tartesos como señala Estesícoro en su poema Gerioneida), o bien en la región montañosa del Atlas norteafricano, e incluso en la zona atlántica de la comarca de Tánger, llamada la Tingitania en tiempos de Roma.

Concretamente, en el relato de Ferécides (y de Diodoro Sículo) se cuenta que Nereo, uno de los dioses del mar le indicó a Hércules el camino hacia el Jardín de las Hespérides, pero remontando previamente el “río Océano” (el Atlántico) subido en la “Copa del Sol”, o sea acompañando en su recorrido al Astro Rey, lo cual es una forma de señalar la naturaleza solar que el alma de Hércules había alcanzado al superar las numerosas pruebas que tuvo que afrontar durante sus diez trabajos anteriores de los doce que debía cumplir, número que está en relación con el simbolismo solar. 

 

Hércules en la Copa del Sol

Transportado en la copa solar Hércules llega al Cáucaso tras atravesar el Océano y sumergirse en las “Aguas de la muerte”. O sea que el héroe realiza todo un viaje circular que lo conduce hasta la cordillera del Cáucaso, un lugar mítico para el mundo helénico, pues allí se encontraba la Cólquida, donde se desarrolla el ciclo de la conquista del “Vellocino de Oro” llevada a cabo por otros héroes como Jasón y los Argonautas. Tengamos en cuenta que para el mundo griego arcaico el Cáucaso era el límite oriental del mundo, y lo que había "más allá" era completamente desconocido, como lo era todo lo que había allende las columnas de Hércules, su límite occidental. 

La intención de Nereo, dotado del don de la profecía, era conducir a Hércules al encuentro con otro titán, Prometeo (hermano de Atlas), que se encontraba precisamente en el Cáucaso encadenado a un pilar sufriendo el castigo que le impuso Zeus tras robar el fuego de los dioses para infundir la vida a los hombres, [1] o sea al elemento humano que pervivía como una posibilidad inferior en la “raza divina” y suprahumana que dominó durante el ciclo de la Edad de Oro y en menor medida durante la Edad de Plata. 

En relación con esto último, la doctrina de los ciclos señala que fue durante la Edad de Plata cuando la civilización Atlante vive su período de mayor esplendor, antes de decaer y desaparecer hacia la mitad de la siguiente Edad, la de Bronce. Precisamente, en el Critias Platón menciona que es el predominio del elemento humano dentro de la tradición atlante la que provoca la decadencia de la "raza divina" que la gobernaba, siendo Atlas uno de sus reyes, y esto ocurre en la Edad de Bronce como decimos, durante la cual tiene lugar el Diluvio universal, marcando así un antes y un después en la historia de la presente humanidad, de ahí el término “antediluviano” para designar justamente esa "barrera en el tiempo". 

Pero Hércules, superando la prueba iniciática de las “Aguas de la muerte” (del océano tenebroso), libera finalmente a Prometeo, cuyo pilar al que está atado no es otro que el eje de la Tierra (de ahí el vínculo de Prometeo con lo humano), mientras que la figura de su hermano Atlas sosteniendo la bóveda celeste representa al eje del Cielo, encarnando así el elemento uránico contenido en la Tradición Atlante, y que Atlas personifica. 

Atlas y Prometeo como los pilares del Cielo y de la Tierra. Copa laconia, Etruria, siglo VI. a.C.

Al liberar a Prometeo, Hércules lo “redime” en cierto modo de su condición titánica, y  como agradecimiento Prometeo le revela al héroe algo fundamental: que no es él quien ha de penetrar en el Jardín de las Hespérides sino su hermano Atlas, el "portador" del mundo, y como ya recordamos padre de las tres Hespérides, llamadas también las “Atlántidas”, nombre que recibían asimismo las Pléyades, las siete hermanas hijas igualmente de Atlas y de la oceánida Pléyone. Nada más propio entonces que fuese Atlas, el representante de la Tradición atlante, quien penetrara en el Paraíso occidental y le ofreciera seguidamente a Hércules las manzanas de oro. Este episodio señala claramente el vínculo entre la Atlántida y el Jardín de las Hespérides, que en lo esencial es idéntico al mito de Avalón, el Paraíso occidental de la tradición celta, y que no por casualidad significa “Isla de las Manzanas”. [2] 

Como veremos a continuación el encuentro entre Atlas y Hércules tiene todas las características de una “transferencia” de conocimientos de una corriente heredera de la Atlántida a otra en la que, como la Griega del ciclo heroico, prevalecía el origen hiperbóreo y primordial caro a casi todos los pueblos indoeuropeos, que en efecto eran portadores de símbolos, ritos y mitos que remitían a una espiritualidad olímpica.

Esa transferencia también habría que verla en el anterior encuentro de Hércules con Prometeo, siendo la liberación de este por parte del héroe griego el reconocimiento de ese hecho, lo cual le permitirá a Prometeo entroncar su estirpe con la del pueblo heleno. [3] 

Esto es, a nuestro entender, la enseñanza, o mejor dicho una de las enseñanzas, que se derivan de este episodio, basándonos en este caso concreto en lo referido por René Guénon acerca de que la constitución de algunas de las tradiciones que iban a tener un papel relevante durante la cuarta y última edad del Manvantara, la Edad de Hierro, o Kali-yuga (la "Edad Oscura") se produjo gracias al encuentro de una corriente venida de la Atlántida y otra procedente de la Tradición Primordial.[4]


II. La Conquista del Jardín de las Hespérides

Esto último es lo que, a nuestro entender, está explicando la escena de la entrega de las manzanas de oro de Atlas a Hércules en la metopa del templo de Zeus en Olimpia, lo cual no niega obviamente las demás interpretaciones de este mito, de por sí riquísimo en significados que van desde lo iniciático a lo histórico. 

Metopa del Templo de Zeus en Olimpia. Altas le entrega las manzanas de oro a Hércules, que sostiene la bóveda del Cielo con la ayuda de Atenea

En esa escena podemos observar al héroe griego sosteniendo el Cielo, cumpliendo así lo encomendado por Prometeo y Nereo, en tanto que Atlas, que ha penetrado en el Jardín y robado las manzanas del Árbol del Mundo, se las ofrece a Hércules, quien lo sustituye momentáneamente en el “sostenimiento” de la bóveda celeste. Lo importante es ver en ese ofrecimiento de Atlas la "entrega" del depósito de la Sabiduría que las manzanas áureas desde luego simbolizan. [5] A las espaldas de Hércules aparece Atenea, la diosa que acompaña al héroe en muchos de sus trabajos aconsejándole el espíritu de la moderación, la areté heroica (contraria a la "desmesura" o hybris titánica), y en este caso concreto la que le ayuda a sostener la bóveda celeste con un gesto apenas perceptible.  

Acerca de la naturaleza de Atenea y de su relación con Hércules en este episodio traemos las siguientes palabras de Walter Otto pertenecientes a su libro Los Dioses Griegos:

Porque ella es mucho más que una luchadora, expresado del modo más memorable en su solicitud afectuosa frente a Heracles, cuya actitud muestra algo más que ardor bélico y deseo de entrar en combate contra cualquier adversario. El grandioso rasgo que ennoblece las hazañas de Heracles y las convierte en ejemplo de una carrera titánica, es la expresión del espíritu de Atenea. (…) Lo acompaña en sus correrías, lo ayuda para llevar a cabo lo sobrehumano y lo introduce finalmente en el cielo. (…) Una y otra vez ella aparece oportunamente como consejera fiel y ayudante del poderoso, que enfrentó a los monstruos para luchar gloriosamente y abrirse paso hacia los dioses. La cercanía de lo divino, en el momento más difícil de la prueba, tal vez no se mostró nunca de manera más emocionante que en la metopa de Atlas del templo de Zeus en Olimpia.

La bóveda celeste pesa sobre la nuca amenazando aplastarlo. Pero sin ser vista, la lúcida y noble figura de Atenea se posa tras de él. Con la indescriptible distinción de su porte, que es una característica de la deidad griega, toca suavemente la carga, y Heracles, quien no puede verla, siente una fuerza gigante y es capaz de lo imposible”.

Y más adelante Walter Otto concluye:

La presencia de la diosa que lo ilustra con gesto real (…) no nos deja dudas de que la hazaña se consumó en sentido elevado”.

En efecto, el "sostenimiento" de la bóveda celeste por parte de Hércules, no ha de verse como un castigo, sino como una elevada prueba iniciática consistente en asumir una función "polar", superior a la solar dentro de la jerarquía iniciática, sugiriendo aquí el símbolo que con ese acto Hércules se ha convertido en un eje que conecta el polo terrestre con el polo celeste, integrando los estados intermediarios que existen entre uno y otro. Esto es extensivo a su propia tradición, la Griega, a la que él está representando siempre como héroe civilizador que es. Lo mismo podemos decir de Atlas, heredero de una corriente atlante que durante el ciclo heroico (anterior a la cronología histórica) todavía pervivía en el Occidente del viejo continente, y por eso mismo, su encuentro con Hércules debe inscribirse dentro de una perspectiva metafísica de la Historia.

Hércules, al salir airoso de todas sus pruebas, se convierte en el eje del mundo. Atlas también es ese eje, y así ha sido representado siempre: sosteniendo la esfera celeste.


Atlas sosteniendo la esfera celeste. 1531

 Por eso mismo, y pese a las apariencias, tampoco hemos de ver un castigo divino en el sostenimiento de la bóveda celeste por parte de Atlas. Dicho castigo sería una lectura, pero una lectura que no contempla otros aspectos importantes, pues al centrarse en lo punible se obvia que Atlas es en realidad la imagen misma del iniciado (o del "hombre justo" de la Cábala) que sostiene sobre sus hombros el mundo, o sea el que da sentido a ese mundo, del que él es el eje, por eso la denominación de “hijo del Cielo y de la Tierra” dado en varias tradiciones a quien ha llegado al centro del estado humano. Por extensión ese “sostenimiento” es también una imagen de la propia Tradición en su sentido originario, o sea de la “Tradición polar”, y eso fue también la Atlántida antes de su decadencia, pues era la heredera de la Tradición primordial, de origen hiperbóreo, mientras que la Tradición atlante pertenecía a un ciclo posterior sustitutivo del ciclo hiperbóreo. Hablamos del ciclo occidental, del que la Atlántida era el Centro espiritual por antonomasia, y cuya memoria como estamos viendo ha seguido perdurando en el tiempo. 

El hecho de que Atlas fuera llamado el “portador” reafirma su relación con dicha herencia, que no desapareció del todo puesto que la Ciencia Sagrada de la que dicha tradición era depositaria pasaría a otras culturas, que la adaptarían a las circunstancias de tiempo y lugar. Que en esta escena Hércules reciba de manos de Atlas las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides nos está indicando justamente que esa transmisión de conocimientos se produjo entre los herederos de los atlantes (venidos del Occidente) y los griegos del ciclo heroico, portadores en su gran mayoría de una espiritualidad olímpica que los relacionaba con los dioses uránicos del ciclo hiperbóreo. 

Como ya dijimos, Atlas es el heredero de esa tradición antediluviana, y el hecho de que fuera llamado “el portador” se relaciona también con dicha herencia, que no desapareció del todo puesto que la Ciencia Sagrada de la que era depositaria la Atlántida pasaría a otras culturas, que la adaptarían a las circunstancias de tiempo y lugar. No deja de ser significativo que Atlas fuese considerado también como el primer astrónomo, y por tanto astrólogo, pues tanto la astronomía como la astrología eran una sola ciencia en la Antigüedad, ligadas respectivamente con la Precesión de los Equinoccios y el Zodíaco, esos “relojes cósmicos” (polares y solares, respectivamente) que regulan la existencia y el desarrollo de la vida cósmica y humana. 

Como señala a este respecto Robert Graves en Los Mitos Griegos (T. II, 339, 3), el contacto de Atlas y Hércules hace de este el "Señor del Zodíaco", si bien este autor recoge otra leyenda (que seguramente procedía de Egipto) en la que se afirma que Hércules recibió dicha enseñanza no de Atlas sino de Ceo, a quien se identificaba con Thot-Hermes, y cuyo nombre era uno de los apelativos de la palabra 'Polo' en griego, y también de 'Inteligencia', atributo propio de este dios.

En verdad, estamos hablando de una misma tradición, es decir de la Atlántida y de algunas de las tradiciones derivadas más o menos directamente de ella, y de hecho se habla de un Hermes antediluviano, del que descendería el Hermes babilonio y el Hermes egipcio, o sea Thot-Hermes, personificado en su casta sacerdotal.[6] A este respecto, la leyenda de que fueron sacerdotes egipcios quienes secuestraron a las Hespérides, Diodoro Sículo la describe de la siguiente manera, dando a entender, además, que lo que en realidad recibió Hércules fue como hemos señalado antes las ciencias y artes propiamente cosmogónicas, que siglos más tarde conformarán una de las formas tradicionales que tendrán un papel determinante en la continuidad de la Ciencia Sagrada en Occidente. Nos estamos refiriendo naturalmente a la Tradición Hermética, de origen greco-egipcio.[7] Dice Diodoro Sículo:

"Otra opinión era que Heracles rescató a las hijas de Atlante [Atlas], que habían sido raptadas en el huerto de su familia por sacerdotes egipcios, y Atlante, agradecido, no sólo le dio el objeto de su trabajo, sino que además le enseñó la astronomía por añadidura. Pues Atlante, el primer astrónomo, sabía tanto que llevaba el globo celestial en los hombros, por decirlo así; y de aquí que se diga que Heracles le tomó el globo. A cambio [del rescate de sus hijas por Hércules] Atlas, para agradecerle el favor, no solamente le ayudó en el citado trabajo sino que le enseñó en profundidad la astrología. Y como éste había ahondado en los secretos de la astrología y había llegado a descubrir la disposición esférica de las estrellas, se sostenía comúnmente la creencia que cargaba sobre sus espaldas con el cosmos entero. De igual modo, como Heracles fue el primero en introducir en Grecia la teoría de la esfera, alcanzó gran fama, como si hubiera cargado sobre sí el cosmos de Atlas, realidad a la que los hombres aluden con palabras oscuras”.

Por 'palabras oscuras' Diodoro se está refiriendo obviamente a la naturaleza muchas veces impenetrables y enigmáticas del lenguaje mítico. O sea “oscuras” como sinónimo de “ocultas”, de “misterio” en suma, que es precisamente una de las acepciones de la palabra “mito”. El mito es la experiencia directa de un misterio, vivido en diferentes planos de la conciencia humana, pero extensivo también a la historia, es decir al tiempo como cuerpo vivo del Ser Universal. Por eso mismo, además de los diferentes sentidos iniciáticos y de reconquista del estado primordial, lo que está representado en la metopa del templo de Zeus es la "adaptación" a las circunstancias cíclicas de Kali Yuga de diversas corrientes tradicionales que convergieron entre sí para restaurar la espiritualidad de los orígenes, que es lo que define, por encima de otras consideraciones, la "Edad de los Héroes". Francisco Ariza

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[1] Como sabemos el castigo consistía en que un águila le devoraba el hígado durante el día, mientras que por la noche se regeneraba de nuevo, y volvía a ser comido por la misma águila, y así de manera recurrente hasta que Hércules la ensarta con su flecha, y libera a Prometeo de su castigo. Hay que destacar que el hígado es considerado en varias tradiciones (caso de la etrusca) como un órgano con propiedades adivinatorias, y es el único del cuerpo humano que si es recortado se regenera en su tamaño original.

[2] Palpita aquí otra leyenda de elevado rango iniciático como es la del Grial, en donde igualmente se relata la "convergencia" entre la tradición celta y la cristiana, producida en otras islas de la zona occidental de Europa: Irlanda e Inglaterra.

[3] En efecto, esa “redención” hizo posible que Prometeo engendrara a Deucalión, padre a su vez de Hélen, del que nacerían los helenos, quienes dieron nombre a la Hélade.

[4] Dice exactamente René Guénon: "Parece particularmente difícil determinar cómo se hizo la unión de la corriente venida de Occidente, después de la desaparición de la Atlántida, con otra corriente descendida del Norte y que procedía directamente de la Tradición primordial, unión de la que había de resultar la constitución de las diferentes formas tradicionales propias de la última parte del Manvantara. En todo caso, no se trata de una reabsorción pura y simple, en la Tradición primordial, de lo que había salido de ella en una época anterior; se trata de una especie de fusión entre formas previamente diferenciadas, para dar origen a otras formas adaptadas a nuevas circunstancias de tiempos y lugares". 

Esto mismo es lo que está señalando el encuentro de Melquisedeq (la Tradición primordial) con Abraham, o sea la tradición hebrea, vinculada con esa corriente procedente de la “isla perdida de Occidente”, o sea la Atlántida. A este respecto ver del propio René Guénon el capítulo titulado “Lugar de la Tradición Atlante en el Manvantara”, perteneciente a Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos.

[5] En diversas tradiciones se relata también el hecho de la entrada del héroe en el Paraíso para recuperar la sabiduría perdida, u oculta. Tal es el caso del Gilgamesh caldeo, e incluso del Seth bíblico, que en la leyendas del Grial penetra de nuevo en el Jardín Edénico para recuperar la copa que contiene el brebaje de inmortalidad, o sea el Conocimiento.

[6] Ibid., capítulo “La tumba de Hermes”.

[7] En efecto, la Tradición Hermética, tal y como la conocemos, nace en la Alejandría de los siglos anteriores y posteriores a nuestra era bajo la influencia de lo que aún quedaba de la sabiduría sacerdotal egipcia (que incluía la alquimia espiritual) y la filosofía griega, especialmente la pitagórico-platónica, que viviría un período de esplendor bajo la dinastía helenística de los Ptolomeos.

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