Armenia, un "Pilar del Mundo"
El pueblo armenio ha sabido conservar la memoria de todas
sus herencias tradicionales, que son muchas y muy ricas en sus expresiones
culturales. Aunque su origen se pierde en la noche de los tiempos, la historia
armenia propiamente dicha comienza a contarse desde que allá por el siglo V
a.C. los persas mazdeos o zoroastrianos conquistan casi todo el Oriente Próximo
y establecen unas dinastías (los partos, los sasánidas, los arsácidas, etc.)
que poco a poco se verán influenciadas por el helenismo alejandrino y
ptolemaico, o sea por la cultura y la filosofía clásicas, y posteriormente por
Roma, culminando con la llegada del Cristianismo.
Como decimos, las raíces de Armenia son muy antiguas,
incluso míticas, de lo que participa también su geografía, integrada en la
cordillera del Cáucaso, tierra de reminiscencias y evocaciones de hazañas
llevadas a cabo por los grandes héroes y dioses del mundo helénico. Allí está
también el monte Ararat, indisolublemente unido al pueblo armenio desde los
tiempos más remotos, y en cuya cima el Arca de Noé encontró morada tras el
Diluvio.
Convergen así en la identidad armenia la tradición arcaica griega y la tradición bíblica, e incluso antediluviana, a la que se une el componente mesopotámico, pues el nombre de Armenia también deriva del rey Arame, vinculado con los pueblos que descendían de los antiguos sumerios y acadios. La tierra de Arame dio nombre a Ermenen, armenios. De esta tierra decía el faraón Tutmosis III que en ella: "el cielo descansa sobre sus cuatro pilares".
Anteriormente mencionamos a Gregorio el Iluminador como un
ejemplo de los arquitectos y constructores armenios, herederos también de los
arquitectos persas y orientales que concebían el arte de construir inseparable
de una transmisión espiritual. Como en tantas otras cosas los arquitectos
armenios de la Edad Media también fueron en esto los intermediarios a través de
los cuales una cierta concepción del Arte Real sustentada en una “metafísica de
la luz” pasó a Occidente a través de las Órdenes de caballería vinculadas con
las corporaciones y guildas de masones de toda Europa, los cuales trabajaban
junto a los alquimistas, magos y hermetistas.
Esta “peculiaridad” histórica, no desligada de su situación
geográfica, hizo posible que Armenia, que en aquellos primeros siglos abarcaba
un territorio mucho más amplio que el actual, cumpliera una función de “puente”
entre ambos mundos, el Oriente persa y el Occidente romano. Esto explicaría,
por ejemplo, que fuera en uno de los territorios armenios, concretamente en
Cilicia, donde los romanos entraron por primera vez en contacto con los
misterios de Mitra, de origen persa precisamente, y que tan importantes serían
para el desarrollo de la civilización romana en la época del Imperio.
El Cristianismo se consolidó en Armenia gracias a ese
pontífice constructor que fue Gregorio el Iluminador, apelativo muy significativo
pues nos habla del papel teúrgico de este sabio, descendiente de la nobleza
armenia, y del que se dice recorría el país con una escuadra en su mano,
ligando su apostolado al arte de la arquitectura y la construcción. Durante su
martirio, el Iluminador invocaba a Dios bajo el nombre de Gran Arquitecto del
Cielo y de la Tierra.
Estamos a principios del siglo IV d.C. que es cuando Armenia
se convierte en el primer país en adoptar el Cristianismo como religión del
Estado. Conviene recordar además que Armenia tuvo también vinculaciones con los
judíos ashkenazi, cuyo nombre procede de Ashkena, la esposa del rey armenio
Tiridates III, que precisamente vivieron en tiempos de Gregorio el Iluminador.
En definitiva, todas esas civilizaciones y corrientes culturales se fueron
integrando en perfecta armonía en torno al tronco milenario de raíz indoeuropea
del pueblo armenio, conformando finalmente su identidad y su ser, como lo
indica el escudo heráldico de la nación y del que más adelante hablaremos.
Cuando el Cristianismo penetró en Armenia hace 2000 años,
este fue aceptándose como una conquista que ocurría silenciosamente en el
ámbito privado de la conciencia, algo que era propio del Cristianismo de los
orígenes, que fue penetrando poco a poco pero de forma constante por todas
partes debido sobre todo a la profunda huella dejada por los discípulos de
Cristo, dos de los cuales, Judas Tadeo y Bartolomé, fueron los fundadores de la
Iglesia Apostólica de Armenia, integrada dentro de la doctrina del monofisismo (dos
naturaleza de Cristo en una, la divina absorbiendo a la humana), y
existente hasta hoy. Esa evangelización no supuso, sin embargo, ruptura alguna
con el legado cultural anterior, sino que la esencia de ese legado fue
absorbida y asimilada por el Cristianismo, que como decimos todavía conservaba
su carácter iniciático y esotérico. Sin duda fue la pervivencia del esoterismo
cristiano directamente emanado de la enseñanza de Cristo, del Rey del Mundo, y
las interpretaciones de sus discípulos, lo que permitió que dicha ruptura no se
produjera.
Convergen así en la identidad armenia la tradición arcaica griega y la tradición bíblica, e incluso antediluviana, a la que se une el componente mesopotámico, pues el nombre de Armenia también deriva del rey Arame, vinculado con los pueblos que descendían de los antiguos sumerios y acadios. La tierra de Arame dio nombre a Ermenen, armenios. De esta tierra decía el faraón Tutmosis III que en ella: "el cielo descansa sobre sus cuatro pilares".
Pero centrándonos en la línea genealógica del ancestro
legendario de los armenios encontramos a un descendiente de Noé, Haik, o Hai,
por eso Armenia fue llamada durante un tiempo Haiastán, la “Tierra de Hai”.
Este era hijo de Torgam, hijo de Gomer, a su vez hijo de Jafet, y este
finalmente de Noé, el patriarca que es un puente entre dos ciclos de la
humanidad. Significativamente, en el centro del escudo heráldico de Armenia
figura el monte Ararat coronado por el Arca noaquita.
Escudo de Armas de Armenia. En el centro el monte Ararat y el arca de Noé
Rodeando la parte central del escudo aparecen los símbolos
de las cuatro principales dinastías armenias que reinaron desde el siglo II
a.C. hasta la Edad Media: la Artáxida, la Arshakuni, la Bagrátida y la
Rubénida. Los animales con que están representadas son el águila y el león,
símbolos eminentemente solares, de la realeza y del poder espiritual, reunidos
ambos en la naturaleza de Cristo.
El águila también está representada dos veces, como águila
bicéfala, y como dos águilas que se miran frente a frente, teniendo en medio de
ellas la estrella que simboliza al Sol espiritual. Estas dos águilas aparecen
en el estandarte de la dinastía Artáxida, cuando Armenia toma contacto con la
cultura helenística.
Estandarte de la dinastía Artáxides
El león que porta la cruz cristiana aparece en una actitud
que recuerda al León de Judá, un símbolo del “Rey de Reyes”, descendiente de la
Casa de David, y por tanto de Cristo. Es sabido que en el esoterismo cristiano
el León de Judá, como Sol de Justicia, cumplirá un papel importante en el fin
de ciclo.
"Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores,
porque el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el
libro y desatar sus siete sellos." (Apocalipsis 5, 5).
Dinastía Bagrátida o Bagratoni
II
La relación de Armenia con el cristianismo se remonta a los
tiempos mismos de Jesús, como indican ciertas leyendas, algunas de ellas
recogidas por el historiador Eusebio de Cesárea. Estas hablan del rey Abgaro de
Edesa y su correspondencia epistolar con Cristo, hecho singular que hay que
leer en clave simbólica, pues esto nos demuestra la existencia en ese tiempo de
comunidades cristianas que conservaban todavía su vertiente esotérica e
iniciática, o sea el mensaje más interno y metafísico de la doctrina cristiana.
El rey armenio recalca en su epístola el poder sanador de la palabra del
Salvador, capaz de hacer ver a los ciegos, de oír a los sordos y revivir a los
muertos, a aquellos que están en las tinieblas y desprecian el Conocimiento en
su ignorancia. Asimismo el rey le solicita que vaya a vivir con él a su ciudad,
o sea que se haga presente en su reino terrestre la influencia de la doctrina
celeste, simbólicamente representada por el corazón de Cristo. Entre otras
cosas, este último le contesta al rey Abgaro:
“Y vuestra ciudad será bendecida por siempre, y el
enemigo nunca prevalecerá sobre ella”.
Estas palabras predicen sin duda la permanencia de la
Armenia cristiana en el tiempo, pero en ellas también subyace algo más sutil:
que el grado máximo de identificación de Armenia con esta tradición es lo que
ha impedido que sobre ella “prevalezca el enemigo”, el Adversario, el que
quiere borrar de la memoria de la humanidad su linaje espiritual. Armenia es un
“Pilar del mundo”, un eje, que está por todas partes presente gracias a una
arquitectura donde predomina la verticalidad y las formas esféricas y triangulares,
que se asientan sobre estructuras cuadradas perfectamente delineadas para dar
la impronta de firmeza y solidez a todo el conjunto.
Iglesia armenia
Khachkar. Cruz de piedra armenia
Las relaciones no simplemente comerciales o guerreras, sino
en el orden de las ideas metafísicas y cosmogónicas entre el Occidente y el
Oriente medieval es un tema muy interesante para el conocimiento de la Historia
arquetípica, y que quizá algún día abordemos en estas Notas, que pretenden
rescatar esa memoria como una forma de la realización interior.
En la geografía sutil del Cristianismo, Armenia fue y sigue
siendo un centro espiritual que mantiene vivo su mensaje original, prístino en
su pureza, e insobornable a las tentaciones disolventes de este tiempo que nos
ha tocado vivir. El hecho de que Armenia adoptara el Cristianismo como religión
oficial antes de que lo hiciera el emperador romano Constantino, es un
“detalle” que no ha de pasar inadvertido. Hay en esto un aspecto fundacional,
en el sentido de que Armenia es la “primera piedra” donde comenzó a tomar forma
una civilización que, como la cristiana, o mejor judeo-cristiana, recogería la
herencia de Roma y de la Antigüedad Clásica para acabar generando a Europa, una
entidad que en definitiva fue concebida para perpetuar dicha herencia, que no
es otra que la memoria y el espíritu tradicional de Occidente.
La figura del Arca de Noé en el centro del escudo armenio
cobra así otra dimensión relacionada precisamente con la conservación de ese
espíritu, si bien el carácter universal del simbolismo del Arca hace de ella el
receptáculo no de unas formas tradicionales determinadas, ya sean estas
occidentales u orientales, sino de la Sabiduría que nutre a todas ellas, y que
en los momentos de transición cíclica se “oculta” en el Arca, es decir en el
Corazón del mundo, donde una nueva y “original” humanidad será alumbrada. Francisco
Ariza
Comentarios
Publicar un comentario