OCHO COMENTARIOS SOBRE ESOTERISMO CRISTIANO

 

Cruz de la Camarga. Santas Marías de la Mar. La Provenza.

PRIMERO. Desde el origen mismo del Cristianismo se ha identificado la figura de Cristo con la de Melquisedeq, misterioso personaje que aparece en la historia sagrada vinculado con el aspecto más elevado de Dios, El Elyon, "Dios Altísimo".  Melquisedeq es "Rey de Justicia y de Paz", títulos que convienen perfectamente a Cristo, que es “Sol de Justicia” pero también “Príncipe de la Paz”. Acerca de Melquisedeq dijo San Pablo que es “sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene ni comienzo ni fin de su vida, sino que es hecho semejante al Hijo de Dios; este Melquisedeq permanece sacerdote a perpetuidad” (Hebreos 7: 1-28). El conocimiento del vínculo de Melquisedeq con Cristo seguramente le fue dado a conocer a San Pablo por transmisión oral a través de la tradición apostólica, que en sus inicios era totalmente esotérica e iniciática.

Por otro lado, nos recuerda René Guénon en su obra El Rey del Mundo, que Melquisedeq es idéntico al Manu hindú, que es una manera de denominar en esa tradición la Luz de la Inteligencia divina aplicada a la regencia de un gran ciclo cósmico, como es el Manvantara, la "era de una humanidad". Además, El-Elyon, el “Dios Altísimo”, es el equivalente de Emmanuel, que es uno de los nombres que recibe Cristo al nacer, y que significa “Dios en nosotros”, o “Dios con nosotros”. Desglosando la palabra Emmanuel vemos que en ella está presente Manu: Em-manu-el. Sin embargo, esta concordancia no significa que el Cristianismo haya extraído esta idea de la tradición hindú, sino que más bien nos habla de un origen que se remonta a la Tradición Primordial, de donde han derivado todas las formas tradicionales conocidas. 

SEGUNDO. ¿Cómo no ver en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que dan lugar a la Semana Santa, tres misterios de la iniciación que se encuentran también en diversas tradiciones, incluida la Masonería, en la que no por casualidad el Maestro Hiram vive su propia pasión, muerte y resurrección a través del nuevo Maestro?

TERCERO. Existe un paralelismo evidente entre el comienzo del Génesis y el comienzo del Evangelio de San Juan. Pero así como el relato del Génesis se refiere a la creación del Cosmos a partir del Fiat Lux proferido por el Espíritu de Dios (“y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”), el relato de San Juan se refiere a la creación del “hombre interior” a partir de la encarnación del Verbo, que es esa misma Luz, pues tanto una como otra emanan del Intelecto divino, o sea del Pensamiento de Dios.

CUARTO. La acción del Verbo insuflando su hálito en el vientre de María es un "misterio" iniciático que culmina con el nacimiento del "niño alquímico". La expresión: ¡“Hágase en mí según tu Palabra”! revela la íntima unión entre el espíritu y el alma que hace posible ese nacimiento. En algunos Evangelios apócrifos se dice que María fue fecundada por el Verbo a través de su silencio interior, silencio que aquí equivale al vacío de la copa, o sea del alma, que necesita estar vacía para ser llenada. “No supe que mi alma estaba vacía hasta que fue colmada” se dice en las leyendas del Grial. María es, por tanto, un arquetipo del alma humana purificada, que deviene pasiva y virginal con respecto al Espíritu, que así puede “reconocerse” y fundirse en ella. “Fundidos, pero no confundidos”, decía ya el Maestro Eckhart. Hay toda una simbólica que relaciona la copa con la matriz, el corazón y la caverna. 

QUINTO. La idea de Cristo como “Hombre Universal” puede verse en expresiones como “Cristo Pantocrátor” (“Todopoderoso”) y “Cristo Cosmócrator” (“Señor del Universo”). Bajo estos aspectos se le representa a veces como un Gran Arquitecto, que con su compás “traza un círculo sobre la faz del abismo”, ordenando el mundo de acuerdo al arquetipo creacional. Esta misma idea está presente en la Cábala a través del Adam Kadmón, y en el esoterismo islámico mediante El-Insânul-kâmil. Es el Wang o “Rey-pontífice” en el Taoísmo, y en la India el dios Prajapati (el “Señor de los seres producidos”). Fijémonos que uno de los símbolos del Hombre Universal es la Estrella de David o Sello de Salomón, cuyos dos triángulos entrelazados representan la unión del macrocosmos y del microcosmos, o sea de Dios y del hombre, y esa “doble naturaleza” (divina y humana) es la que está encarnada precisamente en Cristo, llamado “Hijo de Dios”, pero también “Hijo del Hombre”.

SEXTO. "Palabra" en hebreo se dice Dabar, que también se traduce como “cosa”, con lo cual la palabra y la cosa, o el ser, por ella designada, son exactamente lo mismo. Los cabalistas ven aquí, señalada por la lengua sagrada, la identidad esencial entre la Palabra divina y la Creación, considerada como un todo y con cada una de sus partes constitutivas, y a la que ella da lugar en cuanto se expresa. También nos advierten que la criatura (el efecto manifestado) no está separada de su Ser Arquetípico (de su causa misteriosa y oculta), pues es de él de donde extrae toda su realidad. En consecuencia, el Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra, o sea que la Palabra vehicula el Pensamiento, como el símbolo vehicula la idea-fuerza que porta en su interior. No hay separación entre la expresión, o sea el símbolo, y lo expresado por él. El Pensamiento es el Intelecto divino, el Noûs-Dios de que hablaban los neoplatónicos y hermetistas alejandrinos. En este sentido, señala lo siguiente René Guénon en otro capítulo de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada ("El Verbo y el Símbolo"): 

"con relación a nosotros ese Intelecto se manifiesta y se expresa por la Creación, que es obra del Verbo, y por eso el mundo es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo".

Como se dice en los Salmos (XIX, 2): “Los Cielos narran la Gloria de Dios”. Recordar asimismo la identidad entre Dabar y Debir, que era el nombre que recibía el “Santo de los Santos”, el lugar más sagrado del Templo de Jerusalén y relacionado precisamente con la “Gloria de la Shekinah” y el “rocío de luz” de las influencias espirituales.

SÉPTIMO. Puede ser que la Iglesia exterior, o exotérica, se encuentre ya en un avanzado estado de “petrificación”, sobre todo en lo que se refiere a su jerarquía dirigente, pues otra cosa distinta es el efecto “vivificador” que los ritos y los símbolos religiosos generan todavía entre muchos de sus fieles. Pero el espíritu que viene de la tradición apostólica (tanto canónica como apócrifa) y de la Patrística ha pasado a un estado de latencia que únicamente puede ser despertado por quien en su fuero interno se “desapegue” de la influencia de un mundo que en pleno siglo XXI ha encarnado definitivamente esas “tinieblas exteriores” de que habla el propio Cristo en varios lugares del Evangelio. Desde hace varios siglos la Iglesia exterior se ha expuesto demasiado a un mundo donde el “príncipe de la Mentira” campa libremente a sus anchas. Cristo lavó los pies de sus discípulos antes de la Última Cena pues era lo único que tenían sucio por su contacto con lo más inferior. El “lavamiento de pies” no deja de ser en el fondo una parábola más que nos advierte del peligro del contacto continuado con esas “serpientes y raza de víboras" (Mateo 23:33), expresión con la que Jesús quiso referirse a la generación de su tiempo, y por extensión a las generaciones de los "últimos tiempos", que son los nuestros.

OCTAVO. Sin embargo, continúa existiendo la Iglesia interior, o “Iglesia secreta”, como también se conoce al esoterismo cristiano, nutrido por esa misma tradición apostólica y patrística, y que, desde su origen mismo se abrió a otras fuentes que se reconocieron herederas de una Cosmogonía Perenne y de una Tradición metafísica o primordial que supera todas las formas tradicionales particulares. El ejemplo de la pleitesía mostrada por los Tres Reyes Magos (representantes de la Tradición Primordial) ante Emmanuel recién nacido es un testimonio de lo que decimos. Y entre los evangelistas quien representa más directamente ese esoterismo no es otro que San Juan Evangelista, llamado “hijo del trueno” junto a su hermano Santiago el Mayor, pero también el “discípulo bien amado”, que reposó su cabeza en el corazón de Cristo durante la Última Cena, siendo el corazón el símbolo más prístino de la doctrina emanada del Verbo eterno e intemporal. En este contexto cobra un sentido nuevo el diálogo entre Jesús y Pedro en el que ambos hablan de Juan, y en el fondo de la permanencia cíclica de esa doctrina, de esencia esotérica y metafísica, hasta los tiempos de la Segunda Venida, o Parusía. He aquí el diálogo entre Cristo y Pedro, recogido justamente por Juan (21: 20-22):  

“Entonces Pedro, al verlo [a Juan], dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme. Por eso el dicho se propagó entre los hermanos que aquel discípulo no moriría; pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué?”

Por eso no es de extrañar que sea precisamente Juan, llamado el Águila de Patmos, el que cierre el Nuevo Testamento (y la Biblia en su conjunto) con su relato sobre el Apocalipsis, que no olvidemos significa “Revelación”, anunciando así, tras el “fin de los tiempos”, el descenso de la Jerusalén Celeste en la tierra y en el corazón de los hombres y mujeres de una “nueva humanidad”, lo que ha de verse también, por analogía, como una verdadera resurrección experimentada a nivel personal a través de la iniciación. Dice Juan:

“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”. Entonces dijo el que está sentado en el trono: “¡Mira que hago un mundo nuevo. Y añadió: “Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.” (Apocalipsis 21: 1-5).

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