"MUSURGIA UNIVERSALIS" DE ATHANASIUS KIRCHER. LA MÚSICA DEL LOGOS
En este grabado perteneciente a la obra Musurgia Universalis (la Música Universal), su autor, el hermetista cristiano Athanasius Kircher (1602-1680), ha querido plasmar el origen celeste de la música y su repercusión en el alma humana, considerada como un instrumento musical que necesita ser afinado -perfeccionado- de acuerdo a las vibraciones armónicas emanadas del diapasón divino. En la cosmovisión de Kircher, y en conformidad con otros maestros herméticos de su tiempo (Robert Fludd, Johann Daniel Mylius, etc.), la articulación armónica de la Música Universal se expresa mediante el canto de los nueve coros angélicos (Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades, Virtudes, Arcángeles y Ángeles) situados en torno al Delta Luminoso, símbolo de la Triunidad ontológica y coronación de toda la obra creacional, al mismo tiempo que “pasaje” a los estados metafísicos y supracósmicos.
La misma idea la podemos observar en esta otra imagen más esquemática de Johann D. Mylius, donde aparece el Mundo Intermediario (con las inteligencias angélicas divididas en dos grandes planos) y el Mundo Arquetípico cercando la Tri-unidad de los principios ontológicos donde mora el Nombre inefable.
Como en otras partes de su obra, Kircher está formulando aquí la idea de la Armonía de las Esferas como era concebida en la Edad Media y el Renacimiento, es decir como una síntesis entre la filosofía pitagórico-platónica y la tradición judeo-cristiana, nutrida esta última del pensamiento que Dionisio Areopagita vierte en Las Jerarquías Celestes, un tratado que en realidad versa sobre los estados superiores del ser desde la perspectiva cristiana, influida, en el caso de Dionisio, por su contemporáneo Proclo, el gran intérprete de Platón. Un ejemplo de esa síntesis lo vemos precisamente en el número de esas jerarquías celestes, o angélicas, que son 9 al igual que las Musas, presentes en el grabado a través de Polimnia. Recordemos que la palabra "música" proviene de Musa. Polimnia aparece a la derecha de la parte inferior del grabado rodeada de instrumentos de cuerda y de viento, formando “pareja” con Pitágoras, situado a la izquierda.
Podemos observar que en la banderola sostenida por lo que parecen ser dos querubines está escrita una leyenda que alude a cuatro cánones distribuidos en esos nueve coros de ángeles, lo que da un total de 36 voces (9 x 4 = 36), conformando así el modelo polifónico por excelencia de la música occidental hasta el final del Renacimiento. Dicho modelo interpreta la melodía del Verbo o Logos original en cuatro compases o intervalos diferentes que cristalizan en la Armonía de las Esferas, simbolizada por el globo celeste rodeado por la banda del Zodíaco.
En el siglo XV Johannes Ockeghem compuso un canon a 36 voces que es un canto de gracias a la Unidad titulado Deo Gratias. Se trata de un perfecto ejemplo de lo que Kircher entendía por la música angélica y que está en el origen de la llamada “música mundana”, que no es otra que la Harmonia Mundi.
Cada uno de los 4 coros, de 9 ángeles por coro, entonan un canto que vuelve a repetirse indefinidamente, o sea que es circular. Cada coro se incorpora al siguiente según la pauta “de los unos a los otros”. Hay que resaltar que entre coro y coro se produce un brevísimo y revelador silencio, que es el que permite el “pasaje” de un canon a otro, dando así continuidad al discurso musical, como los espacios que hay entre las palabras facilita la articulación del discurso hablado y escrito. Pero en realidad todos los coros angélicos cantan simultáneamente y en torno a la Tri-unidad divina. Es en el tiempo y en el espacio donde esa simultaneidad se vive y experimenta de forma sucesiva y encadenada, es decir donde se desarrollan todas las posibilidades sonoras contenidas en el Silencio arquetípico. Esta es precisamente la gracia del Arte Musical, capaz, como dice Federico González en el capítulo VII de Simbolismo y Arte, de manifestar ayer, hoy y mañana, lo no manifestado, la perpetua posibilidad.
Recomendamos escuchar esta polifonía de Johannes Ockeghem de seis minutos de duración (https://www.youtube.com/watch?v=oSIpIAVq8n0), señalando que las voces son naturalmente humanas imitando el canto angélico. Pero esa imitación nos revela que en verdad no hay instrumento más afinado que la voz humana para reproducir justamente el verbo sonoro de la Armonía Universal.
Volviendo nuevamente al grabado de Kircher, podemos observar cómo una figura femenina coronada de laurel aparece encima del orbe celeste. Ella representa a la Música sosteniendo en sus manos la lira de Apolo –o de Orfeo- y la flauta de Pan, los dos instrumentos de cuerda y de viento que acompañan las voces del canto celeste en la gestación de la Armonía Universal, concebida como la “arquitectura del Logos” (es decir del Verbo), en palabras de Federico González, quien añade que:
“la música es la
manifestación de un gesto primigenio que se resuelve en canto y danza; es la
irrupción del tiempo en un espacio arquetípico y la necesaria incorporación del
movimiento que dinamiza la totalidad del ámbito vital” (Simbolismo y Arte,
cap. VII).
En
efecto, los coros angélicos del grabado de Kircher están graficando estas palabras
de Federico, pues, al tiempo que cantan, ellos danzan en torno al centro
arquetípico, que lo llena todo con el esplendor de su luz intangible, pero que
se hace tangible a través del espacio (que “es la sutilísima luz” al decir de
Proclo), que en su combinación con el tiempo permite el movimiento y la danza como expresión de la cadencia rítmica y el encadenamiento armónico de la Música del Mundo.
Aquí podemos ver cómo Pitágoras,
a la izquierda de la imagen, señala con la mano derecha su famoso Teorema,
donde se halla precisamente la “clave” numérica para determinar las distintas
proporciones e intervalos de la cadencia musical, que el propio Pitágoras
estableció utilizando el monocordio (literalmente “una cuerda”), cuya vibración
dentro del diapasón divino hace posible vincular las cosas del Cielo con las de
la Tierra. Esa clave numérico-musical en realidad se le revela a Pitágoras en
los distintos sonidos producidos por los martillos en el yunque de una
herrería, que aquí está ubicada en el interior de la tierra, representada como
un útero o matriz donde cristalizan las energías más altas en forma de metales
y piedras preciosas. (A propósito de los martillos y el yunque, recordemos que
en el interior del oído humano existen dos huesecillos llamados precisamente “yunque
y martillo”, que tienen la función de transmitir y amplificar las vibraciones
sonoras del tímpano al oído interno).
Sin
embargo, Kircher dibuja no una cueva, sino más bien la forma de una oreja,
indicando así que la Tierra (que tiene su ángel o espíritu como el resto de planetas) es un ser vivo que posee en su interior oídos
capaces de captar las vibraciones armónicas de la Música del Cosmos, y de
reproducirlas, exactamente igual que el ser humano, o sea que el Microcosmos.
Recordemos que Kircher empleó la palabra Geocosmos para referirse precisamente
a la Tierra como un orden incrustado dentro del Orden Universal, que no es otro
que el Macrocosmos.
La Magia Natural y la Teúrgia se basan en estas correspondencias entre los planos sutiles y corpóreos de la arquitectura cósmica. Es lo que está indicando el mismo Pitágoras cuando con su mano izquierda señala el interior de la tierra, estableciendo con ello una relación entre los tres mundos: el celeste, el terrestre y el subterráneo, es decir entre “lo de arriba y lo de abajo”. A nuestro entender la Musurgia Universalis de Kircher se fundamenta en esa inteligente y reveladora combinación entre la ciencia de Pitágoras y el arte de las Musas, representadas aquí por Polimnia, la bella de “la danza y los cantos sagrados”. Francisco Ariza
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