“EL NACIMIENTO DEL SOL INVICTO”

Niño alquímico. Catedral de Córdoba. Del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.

En su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, Federico González señala que Atmâ es el “Principio espiritual universal que se mantiene siempre idéntico a sí mismo en los grados indefinidos de la existencia universal. Principio de la identidad, más allá de cualquier determinación”.

Dicha identidad es la que da sentido a nuestra existencia y urge despertar a ella. Durante el viaje del Conocimiento, no es extraño sentirse muchas veces abrumado ante la majestad inconmensurable del Misterio de la divinidad. Pero ese “temor” es en realidad un respeto hacia lo sagrado, que es imprescindible para iniciar de verdad ese viaje. Sin embargo, siendo necesario al principio, él esconde una dualidad que conviene resolver, pues se considera que la Divinidad es todavía algo “exterior” a nosotros. Saber esto, o mejor interiorizarlo en nuestra conciencia, es comenzar a transmutar el temor en “amor”, entre otras cosas porque como se dice en el Zohar “la Sabiduría solo se revela a quien la ama”. Si no fuera así, el alma acabaría secándose como ese árbol al que le faltó la savia porque el “rocío del cielo” no descendió más sobre él. Por otro lado, el que está solo consigo mismo ha resuelto esa dualidad liberándose de ella como si de un encantamiento se hubiera tratado.

Ese rostro que se refleja en el espejo un día desaparecerá debido a su impermanencia, pero no la conciencia que lo contempla. En el hinduismo, la conciencia individual es inherente a jivatma (el “alma viviente”), así llamada porque en realidad ella no está separada de Atmâ (el Sí Mismo o Espíritu Universal). Pero lo que pasa es que la conciencia en su estado ordinario no lo sabe, pues está como dormida, o distraída, ante el maravilloso o espantoso espectáculo que le ofrece el movimiento de "la rueda de las existencias", o samsâra, que es un sortilegio de Mayâ, la potencia divina creadora de la “ilusión cósmica”.

Sucede que Atmâ, en ocasiones juega a perderse y a olvidarse de Sí Mismo, y en ese sueño, los seres nacen y mueren a perpetuidad. Pero si el Sí Mismo se pierde, también él se encontrará en el momento en que esa conciencia individual (jivatmâ), advierta que su existencia está unida al “hálito” de Atmâ, y en consecuencia que es el propio Atmâ.

En el ser humano ese “encuentro” se vive como una epifanía, como una manifestación fecunda del Misterio en su alma, pues aunque el Sí Mismo sea en verdad inefable y no manifestado, esto no significa que no pueda ser conocido, pues de lo contrario la vía del Conocimiento no tendría ningún sentido. De lo contrario, el Sí Mismo, que se entregó voluntariamente al juego de las existencias, no podrá despertar de su letargo, y el “alma viviente” seguirá estando bajo el sortilegio de Mayâ. Por otro lado ¿qué habría que conocer sino esa naturaleza inefable de Dios, esa “identidad de Atma en los grados indefinidos de la existencia universal”?

La posibilidad de que el Espíritu se reconozca en nuestra conciencia es verdadera, y en esa identidad reside el secreto de la renovación de nuestra mirada sobre el mundo. Lo contrario es permanecer en las tinieblas, en esa “noche oscura del alma” de que habla San Juan de la Cruz.

En la oscuridad más profunda de la noche solsticial, el Sol detiene su curso descendente y se dispone a crecer y vencer a las tinieblas. Dies Natalis Solis Invicti decían nuestros antepasados para designar el nacimiento en el hombre de Cristo, del Espíritu Universal, de Emmanuel, de “Dios en nosotros”. Francisco Ariza


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