LAS MUSAS, HIJAS DE LA MEMORIA Y PATRONAS DE LAS ARTES. Texto y Vídeo
Apolo y las Musas en el Parnaso. Rafael Sanzio
En
su libro Simbolismo y Arte, al final
del capítulo titulado “Arte Teúrgica”, Federico González señala que "una de las
prácticas teúrgicas de mayor importancia en Occidente, es la invocación a las
Musas por medio de incantaciones; así lo hacen al encarnarlas los magos,
chamanes, filósofos, sabios-sacerdotes, reyes auténticos, héroes, bardos y
juglares".
Con estas palabras
Federico pone de relieve la importancia de las Musas en la historia y la
cultura de Occidente, o sea su rol como intermediarias de una “inspiración” de
origen divino que ha mantenido viva esa cultura y los vínculos con sus orígenes
suprahistóricos y metafísicos. La influencia de las Musas ha estado activa
hasta nuestros días a través de las artes y las ciencias que ellas han
patrocinado desde siempre, todas relacionadas con el conocimiento de la
Cosmogonía, como fehacientemente lo demuestran aquellos que han recibido las
emanaciones de estas diosas, “reavivando” el interés por la Ciencia Sagrada.
Desde luego que la
lectura de la Historia sería otra muy distinta si la hiciéramos desde una
perspectiva que tuviera en cuenta el papel de las Musas en la generación de la
cultura y la civilización. No olvidemos que hay una Musa, Clío, que preside la
Historia, o sea que registra el rastro dejado por la Sabiduría y su hermana la Inteligencia en la
memoria de los hombres, perpetuándolas a lo largo del tiempo. Lo que se ha dado
en llamar la “cadena áurea” es esto precisamente. Herodoto, el “padre de la
Historia”, dedicó a cada una de las Musas los nueve libros que componían su
obra llamada precisamente Historia.
Los nombres de las
Musas son los siguientes, según el orden dado por Hesíodo en su Teogonía. Él recoge a su vez lo dicho
por Homero, que es el primero que habla de nueve Musas, en lugar de tres como
había sido hasta entonces. Incluso se hablaba de una sola Musa en los tiempos
más arcaicos. Esta “secuencia” numérica tiene su sentido, y está puesta en
relación con la presencia de un arquetipo expresado en determinados períodos
cíclicos de la historia de Grecia.
Primero habla Hesíodo de Clío, que es la Musa que
preside la Historia, matizando que sus atributos son la trompeta y la
clepsidra, esto es, el reloj de agua cuya virtud es medir el tiempo, aun cuando
el sol se oculta.
Luego se refiere a Euterpe, la Musa que tiene el don,
o la gracia, de saber agradar y cuyos atributos son la flauta y los
instrumentos de viento.
En tercer lugar nombra a Talía, la que “lleva
flores”; ella preside el arte de la Comedia.
Melpómene,
es la cuarta. Esta Musa canta lo que merece ser cantado, presidiendo la
Tragedia.
Terpsícore, la que “deleita en la danza”. Está relacionada con el
movimiento armónico en el espacio. Su atributo es la cítara.
Erato
representa la poesía lírica y los cantos sagrados. Esta Musa se acompaña de una
lira.
Polimnia,
la de “múltiples himnos”, a los que sin embargo unifica para entonar el canto
sagrado. Es la Musa que seduce y persuade mediante la palabra. Pero ella
preside el arte de la Mímica, es decir el lenguaje simbólico de los gestos y
las miradas y a veces se la representa con el dedo en los labios, evocando el silencio.
Calíope
es la de voz “más bella” o “verdadera”, pues la belleza es el ornamento de lo
verdadero. Calíope preside la poesía épica que canta las hazañas de los dioses
y los héroes inmortales.
A estas dos últimas,
Urania y Calíope, se refiere Platón en el Fedro
de la siguiente manera, después de enumerar las virtudes del resto:
Pero es a la mayor, Calíope, y a la que va detrás de ella,
Urania, a quienes anuncian los que pasan la vida en la filosofía y honran la
música. Precisamente éstas, por ser de entre las Musas las que tienen que ver
con el cielo y con los discursos divinos y humanos, son también las que dejan
oír la voz más bella. De mucho hay, pues, que hablar, en lugar de sestear, al
mediodía.
Cuando las Musas se
apoderan de un alma inspirada por su influjo la raptan y la conducen a sus
moradas celestes, es decir la lleva a conocer otros estados más elevados del
Ser universal, y que por ello mismo no están sujetos a los condicionamientos
propios del estado individual, donde el alma se encuentra “encadenada”. El
canto de la Musa hace nacer en ella la necesidad imperiosa de liberarse de esas
cadenas y emprender el camino de retorno a las fuentes de la Memoria y del
verdadero saber, que nada tiene que ver con la erudición.
Todos hemos sentido en
algún momento esa necesidad, esa carencia, de donde nace la "querencia" o el amor
al Conocimiento, una energía que va reuniendo los fragmentos dispersos de
nuestra identidad olvidada. Todos hemos sentido también ese “rapto” de la Musa,
ese “furor poético” experimentado ciertamente como una atracción irresistible
hacia la Belleza como parte constitutiva del ser del mundo, y por tanto también
de uno mismo, de nuestro ser, y de todo lo que participa de la creación y del
acto de crear, que es lo que quiere decir la palabra poesis. El Arte poética es la voz inteligible
de las Musas que rememoran constantemente en el alma humana la naturaleza de su
origen divino.
El propio Platón
menciona numerosas veces el arte y la sabiduría que estas diosas reparten entre
los hombres inspirados. Él mismo lo era, indudablemente, y dejó constancia en
su extensa obra de esa bendita “hierogamia” que tanto él, como Sócrates y
anteriormente Pitágoras, y todos los magos y teúrgos han mantenido con las
Musas, engendradas en nueve noches por Zeus y Mnemosine, la diosa de la Memoria.
Este es un hecho
mítico, arquetípico, y por tanto verdadero, pues eso ocurre también con el
alma, una de cuyas potencias es precisamente la memoria, junto al entendimiento
y la voluntad.
El alma tiene que
entregarse a la causa más alta y elevada para ser amada por el padre de los
dioses. De lo contrario podría pasar lo que en una de sus Odas el poeta griego
Píndaro ya advirtió: “Todos los espíritus, empero,
a los que Zeus no ama, se espantan cuando escuchan la voz de las Musas”. O sea
que esa voz no “resuena” en el espacio de su alma, sino que esta la rechaza,
sumida como está en el caos y la ignorancia.
En efecto, privado de
esa “audición” que permite armonizar con el ritmo del mundo, el pensamiento
será tosco e incapaz de penetrar más allá de lo aparente. No podrá captar, en
fin, la “cadencia y el ritmo secreto del cosmos”, que es una de las
definiciones que Federico González da de la poesía, “una entidad del mundo
intermediario”, o sea una diosa al igual que las Musas, cuyos dones ellas
reparten entre los hombres.
Tomemos el ejemplo de Safo, la gran poetisa griega inspirada
por las Musas, la cual fundaría su escuela de poetisas en honor a Afrodita en
base a las artes y ciencias patrocinadas por estas entidades. Safo afirmó que
ella recibió sus dones de las Musas, y su misma escuela fue un modelo para toda
la Antigüedad, e incluso para la Academia creada dos siglos más tarde por
Platón, quien llamó a Safo la “décima Musa”. Safo encarna el espíritu de los
misterios Órficos, absorbidos por la Filosofía de Platón, que es quien descubre
en ellos una forma de penetrar en el reino del tono, que es el reino de las
Musas, el reino de la Música, de la Armonía de las Esferas.
No es entonces por casualidad que Orfeo nazca de una Musa,
Calíope, que preside la poesía que evoca el silencio sonoro del mito y lo hace
perceptible al hombre. Orfeo pone su Arte poético al servicio de la Sabiduría,
perpetuando la tradición mistérica griega sustentada en la enseñanza de los
mitos sagrados como arquetipos y modelos de la iniciación al Conocimiento.
En la Academia Platónica de la Florencia renacentista,
dirigida por Marsilio Ficino, se rendía culto a la “cadencia secreta del
cosmos”. Hasta allí llegaron los ecos de la sabiduría órfica y sus misterios, y
allí, en los jardines de la Academia, se restituyó la costumbre de celebrar
cada año el aniversario de Platón, siendo nueve, en honor a las Musas, los
invitados y participantes del banquete ritual.
El mismo Dante invoca
a las Musas al comienzo de cada una de las tres partes de su Divina Comedia, ese inmenso poema que es
un modelo del viaje iniciático. Las invoca antes de bajar a los Infiernos
acompañado por su maestro Virgilio:
Oh musas, oh altos genios, ayudadme! / ¡Oh memoria que apunta lo
que vi, / ahora se verá tu auténtica nobleza!
También
las invoca antes de subir por la montaña del Purgatorio:
La barca de mi
ingenio, por mejores / aguas surcar, sus velas iza ahora / y deja tras de sí
mar de dolores; / y cantaré a la tierra purgadora del alma humana, que hacia el
cielo es vía / de la que se hace de él merecedora. / Renazca aquí la muerta
poesía, / oh santas Musas, a quienes me he entregado, / y aquí Calíope surja en
este día…
Y antes de ascender a
los Cielos:
Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve Musas me
enseñan las Osas.
Dante establece en
este último versículo un claro vínculo de las Musas con las constelaciones
boreales de la Osa Mayor y la Menor, aludiendo así no solo al origen celeste de
las mismas, sino también a su origen “polar”. En efecto, el movimiento conjunto
de ambas constelaciones traza una doble hélice que gira en torno al Polo celeste,
el símbolo de la Unidad metafísica.
Precisamente es en el
monte Helicón, el monte de la Hélice, donde las Musas tienen su morada, aunque
también habitan en el monte Parnaso y sobre todo en el Olimpo, donde
constantemente entonan cantos de alabanza a los dioses inmortales.
Por toda la geografía
mediterránea se levantaron en la Antigüedad innumerables altares y templos
dedicados a las Musas y a Mnemosine, cercanos todos ellos a fuentes y
manantiales. Las aguas siempre se han asociado con la memoria, incluso con su
pérdida, la que sobreviene cuando se bebe de las aguas del Leteo, que es el río
del olvido. Pero las Musas, como las Ninfas, que habitan en las grutas y en
lugares donde abundan las fuentes y manantiales y con las ellas están
emparentadas, dan de beber las aguas del río de la memoria, cuyas fuentes manan
del monte Helicón, especialmente la fuente Hipocrene, o “Fuente del Caballo”, pues
sus aguas brotaron de los cascos de Pegaso al golpear en la roca, lo cual tiene
en sí mismo una simbólica muy interesante relacionada con la “fuente de vida” o
“fuente de inmortalidad”. Pegaso, que significa precisamente “manantial”, es el
caballo alado que conduce el alma hasta los estados superiores después de que esta
haya bebido en las fuentes de la Memoria. También la fuente Castalia, a los
pies del Parnaso, era visitada por estas deidades.
Las Musas son las
diosas del canto y del ritmo, los que pueden ser reproducidos por la voz humana
en las indefinidas combinaciones de sus “cuerdas vocales”, análogas a las
cuerdas de la lira que portan varias de las Musas, y también Apolo, el dios de
la Belleza y la Armonía, y de quien ellas son compañeras. El canto de las Musas
“resuena” en la voz humana, que entonada con la lira de Apolo, es capaz de
reproducir, al igual que ellas la Armonía Universal.
De esa lira, regalo de
Hermes a Apolo, emanan perennemente las “armonías secretas” que reverberan en
el universo entero y que el hombre inspirado puede “oír”, y transmitir, a
través de su actividad creadora, cualquiera que esta fuese, pues las Musas
atienden a todos aquellos que las invocan reclamando la claridad de
entendimiento en la realización de su arte. Los propios
guerreros también las invocaban para les insuflaran el valor y les ayudaran a
mantener despierto su espíritu en el fragor de la batalla. Las Musas son “despertadoras
de la Inteligencia”, como menciona Proclo en el Himno consagrado a estas doncellas, de “deleitoso canto”. En este sentido nos
recuerda nuevamente Platón que:
por lo que a las Musas y la música en general se refiere, parece
que el nombre haya sido derivado del desear (mószai) la investigación y la
filosofía.
Para Platón la
Filosofía es el arte más elevado que procuran las Musas, pues no hay mayor
presente hecho al hombre por los dioses que el “amor a la Sabiduría”. Llega
incluso a decir que las Musas derivan su nombre de mószai, del “desear” la
investigación y la filosofía. (Cratilo
405).
Por eso la memoria que ellas despiertan, no es
la que almacena los “recuerdos” y anécdotas más superficiales –aunque bien es
cierto que esos recuerdos bajo la inspiración de estas diosas adquieren otros
relieves y matices- sino la memoria como un don cuya
virtud otorga esa “lucidez” de la mente y del intelecto que nos acerca al conocimiento de la esencia de las cosas.
Platón experimentó esa
presencia a través de su actividad filosófica y teúrgica, más cercana al “arte
poético” otorgado por las Musas que a una formulación puramente racional del
pensamiento, las raíces del cual hay que buscarlas también en la Musa y la
diosa Memoria.
Las Musas son la
propia Tradición que se reinventa a sí misma y que toma las formas adecuadas en
cada momento histórico para seguir transmitiendo el Conocimiento. Esto ocurrió
en tiempos de Orfeo, y también en tiempos de Homero, Hesíodo y Safo, y lo mismo
sucedió en tiempos de Pitágoras y de Platón, cuando surge la “Sagrada
Filosofía”, al decir de Marsilio Ficino.
Si se tiene todo esto
en cuenta, veremos que la Filosofía de que estamos hablando es más bien una
“Teología Poética” al modo en que ha sido expresada por los filósofos herméticos
y neoplatónicos de todas las épocas. La fuerza evocadora del lenguaje poético
está ligada al pensamiento a través de los silencios que dicho lenguaje es
capaz de generar en él por el “espíritu” contenido en la palabra, o en la letra.
El pensamiento humano, reflejo del Pensamiento divino, necesita de espacios
vacíos para que la sonoridad sutil de las ideas se expanda libremente por él y
lo iluminen.
El encantamiento de la
Musa es la del Intelecto, que se revela a sí mismo en el pensamiento humano. Él
nos envuelve enteramente, y lejos de ser ese encantamiento una forma “del velo
de Maya”, por el contrario nos libera de los condicionamientos psicológicos y
mentales que impiden que su canto fecunde nuestro “oído interno”, preparándolo así
para la “audición metafísica”, que es hacia donde apuntan las “iniciaciones
venidas de las Musas”.
Hay una música
“increada” que solo percibe el intelecto, no los sentidos. Esa música es la
obra del Sonido primordial en su fuente increada, y por tanto como señala
Federico González en su “Arte Musical”, capaz de llevar al hombre ante la
presencia de la Sophia universal.
Las Musas, conducidas
por Apolo, transportan el alma al “cielo del no olvido”, el que habitan los
dioses, en los cuales no hay ausencia de conocimiento pues ellos son las Ideas
universales, o sea la totalidad del Mundo Inteligible, el Mundo del Ser.
Por el contrario, el
hombre, al haber caído en la “tierra del olvido”, que es el mundo sublunar,
todo lo tiene que aprender y conocer de nuevo. Y esa es la “aventura” del
Conocimiento. Se trata en realidad de un “recordar”, o de un “reconocer”, lo
que el alma humana ya sabía cuando habitaba en el Mundo Inteligible, en el
“cielo del no olvido”.
No deja de ser
significativo que la palabra “reconocer” puede leerse en los dos sentidos: de
izquierda a derecha y de derecha a izquierda; es, podríamos decir, una palabra
“circular”.
Fijémonos
que “reconocer” y “recordar”, o sea el acto de “hacer memoria”, son palabras
cuyos significados se relacionan íntimamente. La segunda, recordar, lleva al
“corazón” incorporado en su etimología (recordar, del latín recordari = “volver
a pasar por el corazón”), y reconocer es en el fondo volver a conocer con el
corazón, pues es en él donde reside la verdadera inteligencia. Todo arte verdadero,
patrocinado por las Musas, hijas de la Memoria, es sagrado y nos “despierta” a
esa Inteligencia, que también es una diosa.
Las nueve Musas moran
en la cima del Mundo pero sus danzas circulares en torno al Eje Universal les
permiten viajar por todos los niveles del Cosmos, y “oír” los llamados del alma
humana que yerra “por el fondo de los pozos de la vida”, como exclama Proclo en su “Himno a las Musas”, señalando
a continuación:
Pues bien, diosas, calmad mi agitado ímpetu / e iniciadme
en las palabras intelectivas de los sabios; / y que el linaje de hombres impíos
no me desvíe / del sendero muy divino, muy brillante, de bello fruto / mas,
desde el tumulto de una generación siempre errante / atraed sin cesar hacia una
luz pura mi alma, errante por doquier, / que está cargada del fruto de vuestros
enjambres que acrecientan el intelecto / y que mantiene siempre la fama de
una elocuencia que fascina el espíritu. Francisco Ariza
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