APOLO Y LAS MUSAS. LA ARMONÍA DE LAS ESFERAS. Texto y Vídeo

Concierto de Apolo y las Musas en el Monte Helicón.  Maerten van Heemskerck, siglo XVI.

En el texto y vídeo anterior estuvimos tratando de las Musas como hijas de la diosa Memoria (Mnemosine) y su papel como patronas de las Artes. Ellas, como entidades que habitan en los planos más altos del Mundo Intermediario, comunican al hombre que las invoca ejerciendo su arte la “reminiscencia” o el “recuerdo” de su verdadera identidad. En su diálogo Menón, Platón habla en estos términos acerca de la reminiscencia, nombrando implícitamente la energía de la Musa:
"Y ocurre así que, siendo el alma inmortal, y habiendo nacido muchas veces y habiendo visto tanto lo de aquí como lo del Hades y todas las cosas, no hay nada que no tenga aprendido; con lo que no es de extrañar que también sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz ella de recordar lo que desde luego ya antes sabía. Pues siendo, en efecto, la naturaleza entera homogénea, y habiéndolo aprendido todo el alma, nada impide que quien recuerda una sola cosa (y a esto llaman aprendizaje los hombres), descubra él mismo todas las demás, si es hombre valeroso y no se cansa de investigar. Porque el investigar y el aprender, por consiguiente, no son en absoluto otra cosa que reminiscencia."
Hemos de tener en cuenta que para Platón conocer es recordar, por eso, cuando el alma conoce o comprende una Idea es porque la ha “recordado“. Si la idea de Justicia no estuviera en nosotros no podríamos recordarla ni reconocerla de ninguna manera: la reconocemos porque ya forma parte de nuestro ser. Pasa lo mismo con la idea de Igualdad, de Belleza, de Libertad, de Unidad, y en general con todos los principios que dan sentido al mundo y lo explican. No recordamos sino lo que en esencia ya somos.
Por eso, y como dice Platón, quien recuerda una sola cosa va descubriendo poco a poco todas las demás, como si el primer “descubrimiento” proporcionara ese “hilo de Ariadna” necesario que nos conduce por el laberinto de la mente y nos ayuda a no perdernos irremediablemente por él; pero añade algo importante y que conviene subrayar: que esto ocurre porque esa persona es “valerosa” “y no se cansa de investigar”, o sea que tiene la voluntad de ser aquello que va conociendo en su ascenso por la “Escala Filosófica”.
Como decimos, esa investigación está estimulada por las Musas a través de las artes y ciencias que ellas alientan, las cuales están vinculadas con los planetas y esferas celestes, como está indicando el siguiente grabado de Franchino Gaforius, o Gafori, perteneciente a su obra Practica Musicae, la Práctica de la Música. Gaforius nació a mediados del siglo XV, esa época brillante del primer Renacimiento, el Quattrocento, y por tanto contemporáneo de la Academia Platónica de Florencia. Fue además amigo de Leonardo da Vinci y de Luca Pacioli. Precisamente, fueron sobre todo las fuentes clásicas y las traducciones de Platón y del Corpus Hermeticum realizadas por Marsilio Ficino en la Academia florentina el soporte y el modelo doctrinal que Gaforius necesitaba, y que incluía la jerarquía de las esferas de Claudio Ptolomeo, análogas a las descritas posteriormente por Dionisio Areopagita en sus Jerarquías Celestes, basadas en las enseñanzas de Proclo, el cual desarrolló el concepto de la tríada platónica, recogida y transmitida posteriormente por el Hermetismo medieval y renacentista.
Gaforius trasladó a la estructura musical las mismas ideas –léase armonías- que nutrían la filosofía y el pensamiento de su época. Lo mismo sucedió con Botticelli en el orden pictórico, de tal manera que las mismas ideas platónico-pitagóricas y herméticas que nutren cuadros como La Primavera, y El Nacimiento de Venus, se ven plasmadas igualmente en el esquema de Gaforius, que es en sí mismo una síntesis del modelo cósmico o harmonia mundi. Gaforius no hace otra cosa que disponer cada Musa en la esfera planetaria con la que encuentra mayores similitudes o analogías, aunque el orden no es exactamente el que da Hesíodo y otros autores, sino que está en relación con los tonos y modos musicales dispuestos según la escala sonora en correspondencia con la escala planetaria y astral.

Franchino Gaforius: Tonos, Modos, Planetas y Musas. Practica Musicae, 1496.

Como vemos en la imagen, esa escala es atravesada de arriba a abajo por la serpiente cósmica, que aparece aquí con una triple cabeza que penetra hasta el interior de la tierra, residencia de la musa Talía, mientras su cola enroscada permanece en el nivel más alto, donde está Apolo en su trono presidiendo toda la Creación, que se despliega a sus pies articulándose en torno al eje vertical que conforma el cuerpo de la serpiente.
En un principio esta serpiente estaba enroscada sobre sí misma, a modo de la serpiente Uroboros, que es un símbolo del tiempo cíclico como ya sabemos. Precisamente, la cola enroscada en el nivel más alto está recordando el origen supraceleste, o supracósmico del tiempo, indicando que en realidad este constituye el despliegue o movimiento de lo inmutable, del no-tiempo y del eterno presente. En el grabado se ve claramente que los pies de Apolo descansan sobre la cola enroscada, que está por encima del cielo estrellado, dominio de Urania, la musa que cuenta entre sus atributos un compás con el que mide dicho cielo, revelando así la geometría sagrada recibida de Apolo.
La triple cabeza recuerda al perro Cancerbero, el que guarda las puertas del infierno –el mundo inferior, infernus-, si bien en este caso representaría el ritmo triádico del canto que reproduce la lucha de Apolo con la serpiente Pitón en Delfos, y cuyo arquetipo se encuentra en la danza igualmente triádica de las Tres Gracias que aparecen junto a Apolo. Estamos ante la manifestación, a través del sonido o verbo articulado, de una energía espiritual que penetra en la “substancia caótica” del mundo, determinando de esta manera el orden cósmico. Ordo ab Chaos, “el orden surgido del caos”, es una conocida divisa masónica que está expresando esa realidad.
El ritmo triádico también revela una enseñanza fundamental: que la armonía producida por la unión de los contrarios solo es posible a través del número tres, o del ternario, que es el resultado de su conciliación.
Gaforius nos sugiere que ese “descenso” de la energía del dios que preside la Música o Armonía de las Esferas se realiza a través de las Musas, que han sido fecundadas previamente por el espíritu de Apolo, por su Intelecto, como reza la inscripción en latín que aparece en la parte superior del grabado, y que constituye la idea principal de este esquema simbólico: “La potencia de la mente de Apolo mueve a las Musas”.
Estas palabras emanan de aquellos versos del libro VI de la Eneida de Virgilio:
Ante todo sustenta cielo y tierra y los líquidos llanos / y el luminoso globo de la Luna y los titánicos astros / un espíritu interno y un alma que penetra cada parte / y que pone su mole en movimiento / y se infunde en su obra (o fábrica) imponente”.
A este respecto la serpiente axial del grabado de Gaforius sería equivalente al monocordio divino tal cual lo representó Robert Fludd en este otro grabado, en donde también aparece el mundo terrestre y elemental junto con los planetas, el cielo estrellado, o zodíaco, y las regiones supracelestes. El monocordio “atraviesa” todos los planos del universo desplegando en cada uno de ellos la vibración original que actualizará sus propias potencialidades sonoras, “ajustándolas” al tono del diapasón divino.


Monocordio divino y su reflejo en el microscosmos. Robert Fludd, Utriusque Cosmi, 1617.

Apolo, el “espíritu interno” del que habla Virgilio, desciende sobre todas las musas y estas devienen las voces que cantan la belleza y la inteligencia con que fue hecha la Creación, que como sabemos está inacabada pues constantemente se recicla desplegando así todas la posibilidades contenidas en la Unidad, en el Ser universal. Por eso ellas son hijas de Zeus, es decir del Padre celeste, y al mismo tiempo compañeras de Apolo, colaborando con este no solo en la generación sino también en el mantenimiento de la Armonía Universal, o Música de las Esferas. Esta puede ser percibida por el hombre que ha cultivado su intelecto gracias a la didáctica de una vía tradicional, en este caso la hermética. La percepción de esa Armonía, señala el propio Gaforius, es sin embargo inaudible para el hombre que no ha sido educado en la “virtud y la comprensión verdadera del conocimiento”.
En esto como en tantas otras cosas Gaforius sigue a Platón y a la escuela pitagórica. La música percibida a través de los sentidos es superada por la música percibida a través del intelecto. Esta “audición sutil” viene dada por el reconocimiento de las proporciones numéricas y geométricas surgidas de las distintas relaciones y correspondencias dentro de la escala sonora.
Es más, y como señala Federico González en su estudio llamado precisamente “Arte Musical” (que constituye el cap. VII de Simbolismo y Arte) esas proporciones o módulos musicales también están presentes en:
las normas de la arquitectura y las artes visuales, el plano de la ciudad, el metro poético, y se reflejan en todos los aspectos culturales e institucionales, como ha sucedido no sólo con los pueblos de ascendencia greco-romana o hebreo-cristiana (en la Edad Media, por ejemplo), sino con otros muchos – así sean arcaicos o civilizados–, pues estos módulos conforman la estructura de base de la cultura de las sociedades que no están en decadencia, las que toman los ritmos y proporciones como leyes que todo el universo refleja a su manera, las cuales fijan y limitan, y por lo tanto hacen posible permanentemente la ejecución del concierto cósmico. (…) A una circunferencia la conforman multitud de rectas indefinidas, reflejos de innumerables radios que, como el sonido, nacen, mueren y renacen a perpetuidad.
En el caso de la música, arquitectura del logos, el ritmo subraya la alteridad de un continuo evidente y las proporciones numéricas estructuran el espacio sonoro con la revelación de unas pautas que se organizan y corresponden entre sí.
Señala finalmente Federico González que:
La manifestación de este hecho asombroso es el arte musical y la audición el medio de que se vale el tiempo para perpetuar el eterno presente.”
Es por eso precisamente que el Arte Musical es una vía de Conocimiento, como ha sido y es expuesto unánimemente por los filósofos y sabios que han tratado de estas cuestiones a lo largo de la historia. El arte musical está sustentado en el Número-Idea y toma forma a través de la Geometría, es decir mediante las dos ciencias que nutren todas las artes, ya sean sonoras o visuales. De hecho en la escala de las siete Artes Liberales, vinculadas cada una de ellas con un planeta, la Aritmética ocupa el cuarto puesto, que es el centro de todas ellas, como el Sol es el centro de los planetas. Por eso la Aritmética está asociada con él, al igual que con Apolo.
Como decíamos, Gaforius dispone cada Musa en la esfera planetaria o celeste con la que encuentra mayores afinidades y también con el tono, la cuerda y el modo musical determinado. Estas son sus palabras:
Pensamos, como creen muchos, que las musas se corresponden con las estrellas, los tonos y las cuerdas, de manera que las asociamos respectivamente con las diversas cuerdas a las que se atribuyen los principios de los tonos.
Gaforius habla primero de Talía, ubicada en el mundo subterráneo, donde reina un absoluto silencio, reflejando así en lo más profundo de la tierra el silencio metafísico previo a la manifestación del discurso musical que da nacimiento al Cosmos. Esa analogía entre el mundo subterráneo y el mundo supraceleste y metafísico está expresado por Gaforius de la siguiente manera: “en el principio, el silencio nocturno germina con cantos y Talía yace silenciosa en el fondo de la tierra”. Así pues, Talía estaría representando el “intervalo” o el “silencio” entre los tonos y sonidos musicales. Sin esos intervalos no existiría la cadencia del ritmo que, en efecto, hace posible la articulación de los sonidos y notas musicales.
“A la cuerda añadida más grave, continúa Gaforius,  se le asigna (…) la Luna, la casa de Cáncer, puesto que es el planeta más bajo, y Clío, como en este verso: ‘Perséfone y Clío respiran (…) y este es el origen del canto’. A la segunda cuerda (…) se le asigna (…) Mercurio, casa de Géminis y Virgo, y también Calíope (…). La tercera cuerda (…) se le asigna a Terpsícore (…) y Venus, Libra y Tauro (…) La cuarta cuerda tiene al Sol, casa de Leo, y Melpómene (…)
En la quinta cuerda (…) están Erato, Marte, Aries, Escorpión (…) La sexta cuerda (…) tiene a Júpiter, casa de Piscis y Sagitario, también a Euterpe (…) que contiene la música de Júpiter; sonando dulcemente, la sexta cuerda rige porque una diosa está presente. En la séptima cuerda (…) está Saturno con Acuario y Capricornio, también Polimnia (…) como en el verso: ‘Saturno y también Polimnia rigen la séptima cuerda’; la octava cuerda (…) se le atribuye a Urania (…) y la órbita estelar, como en este poema: ‘Cuando (…) ve la octava cuerda de Urania como un amigo, hace girar los cielos con destreza’. Francisco Ariza


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