LOS "ESTADOS INFERIORES" EN LA PERSPECTIVA DE RENÉ GUÉNON. Francisco Ariza
Hoy, 15 de noviembre de 2020, se cumple el ciento treinta y cuatro aniversario del nacimiento del gran metafísico francés René Guénon (1886-1951). Con motivo de ello, queremos contribuir con esta nota hablando sobre uno de los aspectos directamente relacionados con el proceso iniciático, que él trató en numerosas ocasiones en toda su obra, especialmente en aquellos libros consagrados a la Iniciación, como son El Esoterismo de Dante, Apreciaciones sobre la Iniciación, e Iniciación y Realización Espiritual. Nos estamos refiriendo a la cuestión de los estados inferiores, que como su nombre indica pertenecen a la parte inferior del ser humano (infrahumana), los cuales tienen, como todas las cosas diversos niveles de lectura. Las líneas que siguen esbozan algunas de ellas.
En El Esoterismo de Dante (cap. VI), Guénon se pregunta por
qué, para el ser humano, el ascenso hacia los estados superiores ha de estar
precedido por un descenso a los infiernos, al mundo subterráneo, y como resulta
que los estados inferiores representan, en términos generales, todo aquello que
impide precisamente la realización de esos estados superiores, ellos han de ser
agotados antes de emprender definitivamente el “viaje celeste”. He aquí las
palabras exactas de Guénon, y la respuesta que él da a esta cuestión:
"Por una parte, este descenso es como una recapitulación de los estados que
preceden lógicamente al estado humano, que han determinado sus condiciones
particulares, y que deben participar también en la ‘transformación’ que va a
cumplirse; por otra, permite la manifestación, según ciertas modalidades, de
las posibilidades de orden inferior que el ser lleva todavía en él en el estado
no desarrollado, y que debe agotarlas antes de que le sea posible llegar a la
realización de los estados superiores. Por lo demás, es menester precisar bien
que no puede tratarse para el ser de retornar efectivamente a estados por los
que ya ha pasado; no puede explorar esos estados más que indirectamente,
tomando consciencia de las huellas que han dejado en las regiones más obscuras
del estado humano mismo; y por eso es por lo que los Infiernos son
representados simbólicamente como situados en el interior de la Tierra".
Guénon distingue en esta cita dos maneras diferentes de encarar los estados
inferiores, que como hemos sugerido anteriormente tienen diversas lecturas, y
por tanto no son negativos per se, sino que hay en ellos elementos
que pueden ser “recuperados” por el ser y que son los que han de participar
también en la “transformación” y “trasmutación” de su individualidad, pues
dichos estados han determinado en parte las condiciones particulares de la
misma.
Recordemos en primer lugar, que el inframundo es en muchas tradiciones el
“país de los difuntos”, es decir de los “muertos”, y esto nos hace recordar lo
que ya dijimos en una conferencia dedicada a los doce trabajos iniciáticos de
Hércules al referirnos precisamente al primero de esos trabajos, consistente en
la lucha contra el León de Nemea, un animal mitológico que simboliza en este
caso a la propia muerte. Al vencer al león, el héroe griego “mata a la muerte” (1), y al hacerlo “resucita” en él a sus antepasados (los difuntos), una
genealogía que es a la vez carnal y espiritual (2). Tras este episodio vendrán
el resto de trabajos, pero él ha cruzado ya un “umbral”, o sea un “pasaje” que
es un plano del mundo intermediario que le acercará cada vez más a su destino
celeste.
Pero, y refiriéndonos ahora a la segunda parte de la cita de Guénon, el
descenso a los infiernos tiene también una función purificadora. Siguiendo con
el ejemplo de Hércules (podríamos poner muchos otros) cuando nuevamente
desciende al Hades en su última prueba, él deja allí la sombra de su
individualidad, consagrada a luchar toda su vida contra lo que ahora se le
aparece como meras ilusiones ante la majestad de lo que ha descubierto o
intuido en sí mismo: los estados superiores y divinos de su ser. Esa “sombra”
es el pasado del “hombre viejo”, dicho en términos cristianos, al que abandona
definitivamente para poder así ascender al Olimpo, donde se casa con Hebe, la
hija de Zeus y Hera, cuyo nombre significa “juventud”, lo cual recuerda
evidentemente a la “fuente de la eterna juventud”, o “fuente de inmortalidad”,
como prerrogativa de los seres que han desarrollado plenamente todas las
cualidades inherentes a su ser.
El simbolismo es meridianamente claro: Hércules desciende varias veces al
Hades, y esos descensos están relacionados con el despojamiento de los estados
más densos de su ser, lo que en la Masonería y en la Alquimia se denomina
justamente el “despojamiento de los metales”, siendo los metales en este caso
la encarnación misma de esos estados inferiores que se oponen, en este caso, a
la realización espiritual, y a este respecto habría una relación muy evidente
con lo que simboliza el “mundo profano” para quien se inicia en la búsqueda del
Conocimiento mediante el “despertar de su conciencia”.
En la Cábala existe un término equivalente al de los metales: la
“disolución de las cortezas” (quiploph), palabra esta, corteza, bastante
ilustrativa a este respecto, pues nos ofrece la imagen de las diferentes capas
groseras que esconden el núcleo o esencia de un fruto, en este caso el núcleo
espiritual del ser. Aquellos estados por los que este no debe pasar son
precisamente los estados más alejados de cualquier espiritualidad que encarnó
en su vida profana y que han dejado su huella en las regiones más oscuras de su
alma, y que ahí deben seguir, pues esos estados inferiores son verdaderamente
los “residuos psíquicos”, lo que en la Alquimia se denomina "caput
mortuum", o sea los desechos generados durante el proceso de “sublimación”
del ser, y por tanto ya no pueden participar de esa transformación o
transmutación que va a operarse en él. Son los estados “larvarios”, aquellos
que, de manera poético-simbólica, Federico González define En el Vientre
de la Ballena. Textos Alquímicos (verso 38) de la siguiente manera:
"Unos abominables espíritus amorfos han venido a perturbarme con sus
protoplasmáticas excrecencias, residuos psíquicos que encarnan en un mundo
contaminado, aguardando el momento señalado con odiosas caras centrífugas. Esa
basura manifiesta que está asimismo en nosotros no tiene poder, sino sobre el
mundo que las teme como a un amo imposible; esas formas son demasiado
semejantes a los intestinos para que les prestemos dedicación exclusiva.
Constituyen comunidades cerradas dentro del sistema sanguíneo. Hay que llegar a
ellas y despedirse de acuerdo al ritmo del líquido vital que va ascendiendo
hacia el corazón, su centro. No recordarlas demasiado, ni prestarles mucha
atención, pues ya llegará el momento de retornar a verlas, posiblemente a
actuarlas, actualizarlas. Ahora es urgente seguir adelante pues cuentan con una
condición particular: cuando se las visualiza literalmente, materializan. Y
entonces todo se vuelve pequeño, comenzando por nuestra visión".
Esos estados “larvarios” solo pueden ser explorados de manera indirecta, o
sea sin implicarse emocional y mentalmente en ellos, so pena de no poder
sortear tres peligros no menores, la caída en el “cenagal”, la tentación de
“mirar hacia atrás” y la “petrificación”, expresiones utilizadas por el propio
Dante en su descenso a varios círculos infernales para advertir justamente de
esos peligros que acechan al iniciado en determinados momentos de su proceso interior
(3).
Y no debemos olvidarnos de Virgilio, que en todo este “psicodrama” que representan las “pruebas” iniciáticas (o una parte de ellas) desempeña en cierto modo el papel de psicopompo, el guía que acompaña al iniciado por los laberintos más sombríos del mundo sutil inferior, papel asignado muchas veces a los dioses intermediarios y curadores del alma humana, como es el caso del dios Hermes. Francisco Ariza
https://www.franciscoariza.com/
Imagen del frontispicio: Priamo della Quercia (siglo XIV). Dante y Virgilio observando como Judas, Casio y Bruto son devorados por los demonios en el círculo de los traidores. La Divina Comedia, Infierno, canto XXXIV.
Notas:
(1) “Mato a la muerte que me mata” es una famosa sentencia alquímica.
(2) En este sentido hemos de recordar el canto VI de "La Eneida",
en donde Virgilio también hace descender al héroe Eneas al “reino de los
muertos” acompañado por la Sibila de Cumas, que cumple en este caso el papel de
Virgilio respecto a Dante. Allí se reencuentra con su padre Anquises, quien le
revela su destino como progenitor de la estirpe carnal y espiritual más
gloriosa de la futura Roma. Este, como tantos otros en diferentes tradiciones
(y no solo de Occidente), es un episodio de la Historia sagrada, que se guía
con otros parámetros distintos a los de la historiografía, por muy valiosos que
estos resulten desde otro punto de vista.
(3) Ver a este respecto La Divina Comedia, cantos IX, X y XI
del Infierno.
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