LA FUNCIÓN CÓSMICA DE LAS ‘TZITZIMIME’ AZTECAS

 

Tzitzitmitl

Queremos llamar la atención sobre esta deidad femenina azteca, Tzitzitmitl, por el parecido que el tocado de su cabeza cadavérica tiene con la forma del coronavirus. Pero profundizando un poco más hemos advertido que comparte otras características derivadas de las consecuencias que el coronavirus está provocando en el mundo actual. Tzitzitmitl (en plural Tzitzimime) quiere decir “flechas malas”, lo cual coincide también con la similitud señalada por algunos entre los efectos del coronavirus y las “flechas” disparadas por el primero de los cuatro jinetes del Apocalipsis con la intención de llegar lo más lejos y al mayor número de lugares posibles. Resulta revelador, en este sentido, que el pueblo Zapoteca identificara a las Tzitzimime con los murciélagos, en los que según todos los indicios está el origen del virus que ha provocado la actual pandemia. Ver nuestro estudio “¿Un Nuevo OrdenMundial? Las Consecuencias del Coronavirus según la Doctrina de los Ciclos”:

Las Tzitzimime tenían como deidad principal a Itzpapálotl, que significa “Mariposa de obsidiana”, piedra de vidrio volcánica relacionada con el inframundo, e instrumento utilizado en los sacrificios humanos. El nombre de Itzpapálotl también puede significar "mariposa con garras". Es posible entonces que la mariposa con garras se refiera precisamente al murciélago, y en algunos casos Itzpapálotl está representada con alas de este mamífero volador. Itzpapálotl es la diosa de la violencia y el sacrificio sangriento, que tiene en las Tzitzimime su brazo ejecutor, y en este sentido habría una analogía entre estas y el demonio hindú Kali (no confundir con la diosa Kali, una sakti o esposa de Shiva) al final de nuestro actual ciclo cósmico, llamado precisamente Kali-yuga. El demonio Kali, como indica su nombre, es de piel oscura y está emparentado con la ira, la violencia, la calumnia, el infortunio, el miedo y la muerte, o sea con todos aquellos atributos negativos que caracterizan la decadencia y la degradación de todo ciclo que termina.

Los numerosos ojos que cubren el cuerpo de Itzpapálotl y las Tzitzimime confirman esa facultad de “ver” y por tanto de “estar” simultáneamente en todas partes provocando el mal y la muerte. Esta peculiaridad permite entender por qué se les consideraba también estrellas que intentaban impedir que el Sol (dador de la vida) naciera atacándolo con sus flechas al amanecer y al anochecer, o sea en los dos crepúsculos del día, pero sobre todo durante los eclipses, cuando el “dragón lunar” parece devorar al Sol, y la oscuridad cae sobre el mundo. Es por ello que en la cosmovisión azteca las Tzitzimime no son propiamente deidades del inframundo, sino deidades que habitan en el Cielo, y que descienden al “mundo inferior” para realizar su labor exterminadora. En este sentido, conviene recordar que Itzpapálotl es patrona de la muerte pero también la diosa que habita en el Tamoanchan, el Paraíso del noveno Cielo azteca, y cuyo significado es “La Casa de quienes descienden”, que también puede interpretarse en el sentido que tiene la “caída” en el contexto bíblico, y más concretamente la de los “ángeles caídos” (que tiene varias interpretaciones, y no todas negativas), asimilándose así a los Asuras, o demonios de la tradición hindú, opuestos a los Devas, las deidades luminosas.

Ese carácter exterminador es el motivo por el cual a las Tzitzimime se les haya asimilado a los dioses del inframundo, el infierno azteca (Mictlán), si bien, al contrario de estos dioses como Mictlantecuhtli o Xólotl (gemelo inframundano de Quetzalcóatl, la deidad civilizadora mesoamericana), las Tzitzimime se distinguen por un carácter especialmente destructivo de toda vida, sobre todo humana. Por eso no sólo atacan al Sol sino a las mujeres embarazadas, buscando así impedir la propagación de la especie humana.  

En los textos náhuatl se habla de que cuando se “atara” la cuenta de los años, es decir cuando un ciclo de tiempo esté terminando, aparecerán las Tzitzimime:

“… ya saben lo que decían nuestros abuelos, que cuando se atara la cuenta de los años, se iba a oscurecer del todo y bajarían las tzitzimime a comernos y entonces habría una transformación de la gente”. (Anales de Juan Bautista, testimonios en lengua náhuatl compilados alrededor de 1582).

Así pues, las Tzitzimime están especialmente activas al final de un período de tiempo, ya sea de un ciclo menor (como el período de 52 años, el siglo azteca) u otro mayor (como las Eras del Sol), pues entre todos ellos hay analogías y correspondencias, como bien sabemos. Tienen, pues, la función cósmica de precipitar el fin de un ciclo ya agotado, y por eso, como dice el texto náhuatl, ellas “bajarían”, o “descenderían” para exterminarnos, tras lo cual habrá una “transformación de la gente”, dando comienzo así un ciclo nuevo, y una nueva humanidad, o una Era de las cinco que se manifestarán en correspondencia con los cuatro elementos y los cuatro puntos cardinales. El Quinto Sol estaría en el centro, y sería como una síntesis de los cuatro anteriores.


Los Cinco Soles en el Calendario Azteca. En el centro el Quinto Sol actual que con sus dos garras coge sendos corazones para fijarse al universo. (Fuente: https://pueblosoriginarios.com/meso/valle/azteca/piedra/5soles.htm)

Según esta cosmogonía ahora estamos asistiendo al final de la Era del Quinto Sol (al que intentan apagar las “malas flechas” de las Tzitzimime), que inauguró Quetzalcóatl, el mismo dios que al inicio de la Era actual creó al hombre con los huesos (o los gérmenes sutiles en otras tradiciones) de la humanidad del ciclo anterior depositados en el inframundo, contando para esa labor con la ayuda de su hermano gemelo Xólotl. Posteriormente esos huesos, llevados por Quetzalcóatl a Tamoanchan, la patria celeste, son regados con su sangre para darles nueva vida.

Se da la “coincidencia” que este Quinto Sol se corresponde con la última de las “Cinco Grandes Eras” del ciclo del Manvantara, que como sabemos así se denomina en el hinduismo la Edad del ciclo completo de una humanidad. Cada una de esas Grandes Eras tiene una duración de 13.000 años, los cuales multiplicados por cinco dan 65.000 años, que es justamente la Edad completa del Manvantara.

O sea que hay una identidad entre el fin del Manvantara hindú y la Era del Quinto Sol azteca, y esto confirma, una vez más, que en todas las tradiciones existe una identidad común en lo que respecta, en este caso, a la doctrina tradicional de los Ciclos. También la idea presente en muchas tradiciones de un “retorno” del dios al “final de los tiempos” para traer la paz y la justicia al mundo está presente también en las antiguas profecías indígenas de América, en las que se habla de la llegada de un segundo Quetzalcóatl para inaugurar una nueva Era cósmica, coincidiendo así con el Cristianismo ("Segunda Venida de Cristo"), el Judaísmo (el Mesías), el Islam (el Mahdi), el Hinduismo (Kalki Avatara) y el Budismo (Buda Maitreya), por no hablar de lo que en la Biblia se dice acerca de los profetas Henoch, Elías y su discípulo Eliseo, que no murieron físicamente

“… sino que han sido arrebatados al cielo, están vivos, y se afirma que han de volver al final de los tiempos, es decir de este ciclo humano”. (Federico González: Hermetismo y Masonería, Introducción).

Pero antes de que acontezca esa especie de “Parusía” universal el mundo atravesará una época muy oscura parecida a un eclipse que impedirá que los seres humanos recibamos la luz del Sol espiritual. Durante ese periodo de oscuridad las Tzitzimime particulares de cada región de la Tierra camparán a sus anchas. Es su tiempo, y nada podemos hacer por evitarlo, salvo invocar el Nombre del Señor. Francisco Ariza

https://www.franciscoariza.com/

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