La Conquista del Jardín de las Hespérides
I. Un mito de Occidente
En la conferencia pronunciada el día 5 de Octubre
pasado con ocasión de las XXIV Jornadas de Historia del Instituto de Estudios
Ceutíes, mencionamos al “Jardín de las Hespérides” como parte constitutiva de
la geografía y la historia mítica del Estrecho de Gibraltar, y en consecuencia
de las dos “columnas” que llevan el nombre del más famoso héroe griego,
Heracles, o Hércules, que significa “Gloria de Hera”, y no hay que
olvidar en este sentido que dicho Jardín fue cantado por el dramaturgo
Eurípides con las siguientes palabras:
"Me gustaría alcanzar en mi camino la costa que
da entre sus frutos las manzanas de las Hespérides cantoras, donde el soberano
del purpúreo mar ya no concede ruta a los marineros y fija el venerable límite
del cielo que Atlas sostiene. Las fuentes destilan ambrosía en la alcoba
nupcial del palacio de Zeus, allí donde una tierra maravillosa, dispensadora de
vida, alimenta la felicidad de los dioses". (Hipólito, 741-751).
En este escrito queremos ampliar un poco más el
episodio central que rodea al simbolismo del Jardín de las Hespérides (de Vésper,
la tarde), episodio que no es otro que el robo de las manzanas de oro. Este mito, o sea
esta "historia verdadera", pues los mitos tradicionales lejos de ser cuentos o mentiras como se piensa un poco infantilmente nos hablan en realidad de lo que importa saber y conocer, este mito, decimos, recorre la cultura de Occidente de manera
ininterrumpida desde la Grecia arcaica, expresándose a través de las
distintas formas del arte plástico y literario, pero siempre su trasfondo es la
aventura espiritual, o sea la vivencia de la utopía de un mundo otro (“una
tierra maravillosa” como sinónimo de la Ciudad Celeste), inalcanzable para el
alma ordinaria, pero no para quien se deja seducir por el canto de las
Hespérides, las tres ninfas de nombre Egle ("esplendor"), Eritea
("tierra roja") y Hesperetusa ("atardecer"). Ellas son
hijas de la Noche según relata Hesíodo en su Teogonía, si
bien otras interpretaciones las hacen hijas de Atlas y de Hesperis, uno de los
nombres de Venus como estrella vespertina, o del poniente. Las Hespérides danzan
esparciendo la ambrosía en torno al Árbol axial (Eje del Mundo) del que penden
los frutos de la Creación, una forma simbólica de referirse a la “Armonía
Cósmica”.
Esas referencias al atardecer y al ocaso vinculan al Jardín de las Hespérides con el Oeste entre los puntos cardinales, o sea con Occidente, pero no solo con el Occidente histórico, sino con el supra-histórico, de ahí su dimensión mítica, iniciática y metafísica. El Jardín de las Hespérides es, en suma, el “Paraíso Occidental”, el “País de los Antepasados”, descrito por los antiguos egipcios como la cuna originaria de su civilización, y hacia el que se dirige Hércules en su onceavo trabajo. El dragón enroscado en torno al Árbol lo puso Hera para proteger sus frutos áureos, de ahí la denominación Draco Hesperidum. El simboliza al “genio del lugar” o “espíritu de la tierra”, pero, tras darle muerte Hércules, Hera lo eleva al cielo formando así la constelación boreal del Dragón, cuyo enorme cuerpo protege a la Polar, que, como se sabe, es la estrella alfa de la Osa Menor.
Existe aquí toda una simbólica relacionada con la idea de correspondencia entre el “centro de la Tierra” (el Jardín de las Hespérides) y el “centro del Cielo” (la Estrella Polar). En este onceavo trabajo, y tras enamorar a las ninfas, Hércules logra el acceso a ese “centro de la Tierra”, que es el del estado humano, previo a su “apoteosis” posterior, es decir a su divinización y ascenso al Olimpo supracósmico. Por otro lado, el hecho de “enamorar” a las Hespérides nos indica que el héroe griego estaba poseído por la poderosa energía de Eros emanada de Afrodita-Venus, la misma energía que le acompañó en su encuentro con la reina de las amazonas y con Deyanira, su tercera esposa.
Pero a nosotros nos interesa ahora más particularmente
otra versión menos popular del mito, recogida en el siglo VI a.C. por el
filósofo Ferécides de Siros, maestro de Pitágoras, y que más tarde hizo suya el
historiador romano Diodoro Sículo, o Diodoro de Sicilia. En esta versión no es
Hércules sino el titán Atlas el que penetra en el Jardín, y tras robar las
manzanas se las entrega al héroe en un gesto que revela en Atlas la
impronta de una realeza que reconoce en Hércules a un igual. En ese
episodio descrito por Ferécides también interviene Atenea, que junto con Hermes
y Afrodita-Venus son las deidades que más acompañan al héroe en sus aventuras
civilizadoras e iniciáticas.
Recordemos que Atlas también recibe el nombre de
“Atlante”, pues encarna a la tradición del mismo nombre (la Atlántida) o en
cualquier caso a los herederos de la misma, parte de los cuales se situarán en
las tierras sur-occidentales del mundo conocido, ya fuese en Hispania (concretamente
en Tartesos como señala Estesícoro en su poema Gerioneida), o bien
en la región montañosa del Atlas norteafricano, e incluso en la zona atlántica
de la comarca de Tánger, llamada la Tingitania en tiempos de Roma.
Concretamente, en el relato de Ferécides (y de Diodoro
Sículo) se cuenta que Nereo, uno de los dioses del mar le indicó a Hércules el
camino hacia el Jardín de las Hespérides, pero remontando previamente el “río
Océano” (el Atlántico) subido en la “Copa del Sol”, o sea acompañando en su
recorrido al Astro Rey, lo cual es una forma de señalar la naturaleza solar que
el alma de Hércules había alcanzado al superar las numerosas pruebas que tuvo
que afrontar durante sus diez trabajos anteriores de los doce que debía
cumplir, número que está en relación con el simbolismo solar.
Transportado en la copa solar Hércules llega al
Cáucaso tras atravesar el Océano y sumergirse en las “Aguas de la muerte”. O
sea que el héroe realiza todo un viaje circular que lo conduce hasta la
cordillera del Cáucaso, un lugar mítico para el mundo helénico, pues allí
se encontraba la Cólquida, donde se desarrolla el ciclo de la
conquista del “Vellocino de Oro” llevada a cabo por otros héroes como Jasón y
los Argonautas. Tengamos en cuenta que para el mundo griego arcaico el Cáucaso
era el límite oriental del mundo, y lo que había "más allá" era
completamente desconocido, como lo era todo lo que había allende las columnas
de Hércules, su límite occidental.
La intención de Nereo, dotado del don de la
profecía, era conducir a Hércules al encuentro con otro titán, Prometeo
(hermano de Atlas), que se encontraba precisamente en el Cáucaso encadenado a
un pilar sufriendo el castigo que le impuso Zeus tras robar el fuego de los
dioses para infundir la vida a los hombres, [1] o sea al elemento humano
que pervivía como una posibilidad inferior en la “raza divina” y suprahumana
que dominó durante el ciclo de la Edad de Oro y en menor medida durante la Edad
de Plata.
En
relación con esto último, la doctrina de los ciclos señala que fue durante la
Edad de Plata cuando la civilización Atlante vive su período de mayor
esplendor, antes de decaer y desaparecer hacia la mitad de la siguiente Edad,
la de Bronce. Precisamente, en el Critias Platón
menciona que es el predominio del elemento humano dentro de la
tradición atlante la que provoca la decadencia de la "raza divina"
que la gobernaba, siendo Atlas uno de sus reyes, y esto ocurre en la Edad
de Bronce como decimos, durante la cual tiene lugar el Diluvio universal,
marcando así un antes y un después en la historia de la presente humanidad, de
ahí el término “antediluviano” para designar justamente esa
"barrera en el tiempo".
Pero
Hércules, superando la prueba iniciática de las “Aguas de la muerte” (del
océano tenebroso), libera finalmente a Prometeo, cuyo pilar al que está atado
no es otro que el eje de la Tierra (de ahí el vínculo de Prometeo con lo
humano), mientras que la figura de su hermano Atlas sosteniendo la bóveda
celeste representa al eje del Cielo, encarnando así el elemento uránico
contenido en la Tradición Atlante, y que Atlas personifica.
Al liberar a Prometeo, Hércules lo “redime” en cierto
modo de su condición titánica, y como agradecimiento Prometeo le revela
al héroe algo fundamental: que no es él quien ha de penetrar en el Jardín de
las Hespérides sino su hermano Atlas, el "portador" del mundo, y como
ya recordamos padre de las tres Hespérides, llamadas también las “Atlántidas”,
nombre que recibían asimismo las Pléyades, las siete hermanas hijas igualmente
de Atlas y de la oceánida Pléyone. Nada más propio entonces que fuese Atlas, el
representante de la Tradición atlante, quien penetrara en el Paraíso occidental
y le ofreciera seguidamente a Hércules las manzanas de oro. Este episodio
señala claramente el vínculo entre la Atlántida y el Jardín de las Hespérides,
que en lo esencial es idéntico al mito de Avalón, el Paraíso occidental de
la tradición celta, y que no por casualidad significa “Isla de las Manzanas”. [2]
Como veremos a continuación el encuentro
entre Atlas y Hércules tiene todas las características de una
“transferencia” de conocimientos de una corriente heredera de la Atlántida a
otra en la que, como la Griega del ciclo heroico, prevalecía el
origen hiperbóreo y primordial caro a casi todos los pueblos indoeuropeos, que
en efecto eran portadores de símbolos, ritos y mitos que remitían a una
espiritualidad olímpica.
Esa transferencia también habría que verla en el
anterior encuentro de Hércules con Prometeo, siendo la liberación de
este por parte del héroe griego el reconocimiento de ese hecho, lo cual le
permitirá a Prometeo entroncar su estirpe con la del pueblo heleno. [3]
Esto es, a nuestro entender, la enseñanza, o mejor dicho una de las enseñanzas, que se derivan de este episodio, basándonos en este caso concreto en lo referido por René Guénon acerca de que la constitución de algunas de las tradiciones que iban a tener un papel relevante durante la cuarta y última edad del Manvantara, la Edad de Hierro, o Kali-yuga (la "Edad Oscura") se produjo gracias al encuentro de una corriente venida de la Atlántida y otra procedente de la Tradición Primordial.[4]
II. La Conquista del Jardín de las Hespérides
Esto último es lo que, a nuestro entender, está explicando la escena de la entrega de las manzanas de oro de Atlas a Hércules en la metopa del templo de Zeus en Olimpia, lo cual no niega obviamente las demás interpretaciones de este mito, de por sí riquísimo en significados que van desde lo iniciático a lo histórico.
En esa escena podemos
observar al héroe griego sosteniendo el Cielo, cumpliendo así lo encomendado
por Prometeo y Nereo, en tanto que Atlas, que ha penetrado en el Jardín y
robado las manzanas del Árbol del Mundo, se las ofrece a Hércules, quien lo
sustituye momentáneamente en el “sostenimiento” de la bóveda celeste. Lo
importante es ver en ese ofrecimiento de Atlas la "entrega" del
depósito de la Sabiduría que las manzanas áureas desde luego simbolizan. [5] A las espaldas de
Hércules aparece Atenea, la diosa que acompaña al héroe en muchos de sus
trabajos aconsejándole el espíritu de la moderación, la areté heroica
(contraria a la "desmesura" o hybris titánica), y en
este caso concreto la que le ayuda a sostener la bóveda celeste con un gesto
apenas perceptible.
Acerca de la naturaleza de Atenea y de su
relación con Hércules en este episodio traemos las siguientes palabras de
Walter Otto pertenecientes a su libro Los Dioses Griegos:
“Porque ella es mucho más que una
luchadora, expresado del modo más memorable en su solicitud afectuosa frente a
Heracles, cuya actitud muestra algo más que ardor bélico y deseo de entrar en
combate contra cualquier adversario. El grandioso rasgo que ennoblece las
hazañas de Heracles y las convierte en ejemplo de una carrera titánica, es la
expresión del espíritu de Atenea. (…) Lo acompaña en sus correrías, lo ayuda para
llevar a cabo lo sobrehumano y lo introduce finalmente en el cielo. (…) Una y
otra vez ella aparece oportunamente como consejera fiel y ayudante del
poderoso, que enfrentó a los monstruos para luchar gloriosamente y abrirse paso
hacia los dioses. La cercanía de lo divino, en el momento más difícil de la
prueba, tal vez no se mostró nunca de manera más emocionante que en la metopa
de Atlas del templo de Zeus en Olimpia.
La bóveda celeste pesa sobre la nuca
amenazando aplastarlo. Pero sin ser vista, la lúcida y noble figura de Atenea
se posa tras de él. Con la indescriptible distinción de su porte, que es una
característica de la deidad griega, toca suavemente la carga, y Heracles, quien
no puede verla, siente una fuerza gigante y es capaz de lo imposible”.
Y más adelante Walter Otto concluye:
“La presencia de la diosa que lo ilustra
con gesto real (…) no nos deja dudas de que la hazaña se consumó en sentido
elevado”.
En efecto, el "sostenimiento" de
la bóveda celeste por parte de Hércules, no ha de verse como un castigo,
sino como una elevada prueba iniciática consistente en asumir una función
"polar", superior a la solar dentro de la jerarquía iniciática,
sugiriendo aquí el símbolo que con ese acto Hércules se ha convertido en un eje
que conecta el polo terrestre con el polo celeste, integrando los estados
intermediarios que existen entre uno y otro. Esto es extensivo a su propia
tradición, la Griega, a la que él está representando siempre como héroe
civilizador que es. Lo mismo podemos decir de Atlas, heredero de una corriente
atlante que durante el ciclo heroico (anterior a la cronología histórica)
todavía pervivía en el Occidente del viejo continente, y por eso mismo, su
encuentro con Hércules debe inscribirse dentro de una perspectiva metafísica de
la Historia.
Hércules, al salir airoso de todas sus pruebas, se convierte en el eje del mundo. Atlas también es ese eje, y así ha sido representado siempre: sosteniendo la esfera celeste.
Por eso mismo, y pese
a las apariencias, tampoco hemos de ver un castigo divino en el
sostenimiento de la bóveda celeste por parte de Atlas. Dicho castigo sería una
lectura, pero una lectura que no contempla otros aspectos importantes, pues al
centrarse en lo punible se obvia que Atlas es en realidad la imagen misma del
iniciado (o del "hombre justo" de la Cábala) que sostiene sobre sus
hombros el mundo, o sea el que da sentido a ese mundo, del que él es el
eje, por eso la denominación de “hijo del Cielo y de la Tierra” dado en varias
tradiciones a quien ha llegado al centro del estado humano. Por
extensión ese “sostenimiento” es también una imagen de la propia
Tradición en su sentido originario, o sea de la “Tradición polar”, y eso
fue también la Atlántida antes de su decadencia, pues era la heredera de la
Tradición primordial, de origen hiperbóreo, mientras que la Tradición atlante
pertenecía a un ciclo posterior sustitutivo del ciclo
hiperbóreo. Hablamos del ciclo occidental, del que la
Atlántida era el Centro espiritual por antonomasia, y
cuya memoria como estamos viendo ha seguido perdurando en el tiempo.
El hecho de que Atlas fuera llamado el
“portador” reafirma su relación con dicha
herencia, que no desapareció del todo puesto que la Ciencia Sagrada de la que
dicha tradición era depositaria pasaría a otras culturas, que la adaptarían a
las circunstancias de tiempo y lugar. Que en esta escena Hércules reciba de
manos de Atlas las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides nos está
indicando justamente que esa transmisión de conocimientos se produjo entre los
herederos de los atlantes (venidos del Occidente) y los griegos del ciclo
heroico, portadores en su gran mayoría de una espiritualidad olímpica que los
relacionaba con los dioses uránicos del ciclo hiperbóreo.
Como ya dijimos, Atlas es el heredero de
esa tradición antediluviana, y el hecho de que fuera llamado “el portador” se
relaciona también con dicha herencia, que no desapareció del todo puesto que la
Ciencia Sagrada de la que era depositaria la Atlántida pasaría a otras
culturas, que la adaptarían a las circunstancias de tiempo y lugar. No deja de
ser significativo que Atlas fuese considerado también como el primer
astrónomo, y por tanto astrólogo, pues tanto la astronomía como la astrología
eran una sola ciencia en la Antigüedad, ligadas respectivamente con la Precesión
de los Equinoccios y el Zodíaco, esos “relojes cósmicos” (polares y solares,
respectivamente) que regulan la existencia y el desarrollo de la vida cósmica y
humana.
Como señala a este respecto Robert Graves
en Los Mitos Griegos (T. II, 339, 3), el contacto de Atlas y
Hércules hace de este el "Señor del Zodíaco", si bien este autor
recoge otra leyenda (que seguramente procedía de Egipto) en la que se afirma
que Hércules recibió dicha enseñanza no de Atlas sino de Ceo, a quien se
identificaba con Thot-Hermes, y cuyo nombre era uno de los apelativos de
la palabra 'Polo' en griego, y también de 'Inteligencia', atributo propio de
este dios.
En verdad, estamos hablando de una misma
tradición, es decir de la Atlántida y de algunas de las tradiciones derivadas
más o menos directamente de ella, y de hecho se habla de un Hermes
antediluviano, del que descendería el Hermes babilonio y el Hermes egipcio, o
sea Thot-Hermes, personificado en su casta sacerdotal.[6] A este respecto, la
leyenda de que fueron sacerdotes egipcios quienes secuestraron a las
Hespérides, Diodoro Sículo la describe de la siguiente manera, dando a
entender, además, que lo que en realidad recibió Hércules fue como hemos
señalado antes las ciencias y artes propiamente cosmogónicas, que siglos más
tarde conformarán una de las formas tradicionales que tendrán un papel
determinante en la continuidad de la Ciencia Sagrada en Occidente. Nos estamos
refiriendo naturalmente a la Tradición Hermética, de origen greco-egipcio.[7] Dice Diodoro Sículo:
"Otra opinión era que Heracles
rescató a las hijas de Atlante [Atlas], que habían sido raptadas en el huerto
de su familia por sacerdotes egipcios, y Atlante, agradecido, no sólo le dio el
objeto de su trabajo, sino que además le enseñó la astronomía por añadidura.
Pues Atlante, el primer astrónomo, sabía tanto que llevaba el globo celestial
en los hombros, por decirlo así; y de aquí que se diga que Heracles le tomó el
globo. A cambio [del rescate de sus hijas por Hércules] Atlas, para agradecerle
el favor, no solamente le ayudó en el citado trabajo sino que le enseñó en
profundidad la astrología. Y como éste había ahondado en los secretos de la
astrología y había llegado a descubrir la disposición esférica de las
estrellas, se sostenía comúnmente la creencia que cargaba sobre sus espaldas
con el cosmos entero. De igual modo, como Heracles fue el primero en introducir
en Grecia la teoría de la esfera, alcanzó gran fama, como si hubiera cargado
sobre sí el cosmos de Atlas, realidad a la que los hombres aluden con palabras
oscuras”.
Por 'palabras oscuras' Diodoro se está
refiriendo obviamente a la naturaleza muchas veces impenetrables y enigmáticas
del lenguaje mítico. O sea “oscuras” como sinónimo de “ocultas”, de “misterio”
en suma, que es precisamente una de las acepciones de la palabra “mito”. El
mito es la experiencia directa de un misterio, vivido en diferentes planos de
la conciencia humana, pero extensivo también a la historia, es decir al tiempo
como cuerpo vivo del Ser Universal. Por eso mismo, además de los diferentes
sentidos iniciáticos y de reconquista del estado primordial, lo que está
representado en la metopa del templo de Zeus es la "adaptación" a las
circunstancias cíclicas de Kali Yuga de diversas corrientes tradicionales que
convergieron entre sí para restaurar la espiritualidad de los orígenes, que es
lo que define, por encima de otras consideraciones, la "Edad de los
Héroes". Francisco Ariza
[1] Como sabemos el castigo
consistía en que un águila le devoraba el hígado durante el día, mientras que
por la noche se regeneraba de nuevo, y volvía a ser comido por la misma águila,
y así de manera recurrente hasta que Hércules la ensarta con su flecha, y
libera a Prometeo de su castigo. Hay que destacar que el hígado es considerado
en varias tradiciones (caso de la etrusca) como un órgano con propiedades
adivinatorias, y es el único del cuerpo humano que si es recortado se regenera
en su tamaño original.
[2] Palpita aquí otra leyenda
de elevado rango iniciático como es la del Grial, en donde igualmente se relata
la "convergencia" entre la tradición celta y la cristiana, producida
en otras islas de la zona occidental de Europa: Irlanda e Inglaterra.
[3] En efecto, esa
“redención” hizo posible que Prometeo engendrara a Deucalión, padre a su vez de
Hélen, del que nacerían los helenos, quienes dieron nombre a la Hélade.
[4] Dice exactamente René
Guénon: "Parece particularmente difícil determinar cómo se hizo la unión
de la corriente venida de Occidente, después de la desaparición de la
Atlántida, con otra corriente descendida del Norte y que procedía directamente
de la Tradición primordial, unión de la que había de resultar la constitución
de las diferentes formas tradicionales propias de la última parte del
Manvantara. En todo caso, no se trata de una reabsorción pura y simple, en la
Tradición primordial, de lo que había salido de ella en una época anterior; se
trata de una especie de fusión entre formas previamente diferenciadas, para dar
origen a otras formas adaptadas a nuevas circunstancias de tiempos y lugares".
Esto
mismo es lo que está señalando el encuentro de Melquisedeq (la Tradición
primordial) con Abraham, o sea la tradición hebrea, vinculada con esa corriente
procedente de la “isla perdida de Occidente”, o sea la Atlántida. A este
respecto ver del propio René Guénon el capítulo titulado “Lugar de la Tradición
Atlante en el Manvantara”, perteneciente a Formas Tradicionales y
Ciclos Cósmicos.
[5] En diversas tradiciones se relata también
el hecho de la entrada del héroe en el Paraíso para recuperar la sabiduría
perdida, u oculta. Tal es el caso del Gilgamesh caldeo, e incluso del Seth
bíblico, que en la leyendas del Grial penetra de nuevo en el Jardín Edénico
para recuperar la copa que contiene el brebaje de inmortalidad, o sea el
Conocimiento.
[6] Ibid., capítulo
“La tumba de Hermes”.
[7] En efecto, la Tradición
Hermética, tal y como la conocemos, nace en la Alejandría de los siglos
anteriores y posteriores a nuestra era bajo la influencia de lo que aún quedaba
de la sabiduría sacerdotal egipcia (que incluía la alquimia espiritual) y la
filosofía griega, especialmente la pitagórico-platónica, que viviría un período
de esplendor bajo la dinastía helenística de los Ptolomeos.
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