La Pregunta de Parsifal

 

El Santo Cáliz en el Hipogeo de via Dino Compagni, Roma.

A la bendita memoria de Daniel Alejandro Ariza Díaz (26 de Julio 1980 – 15 de Junio 2023), cuya alma descansa en la paz del Señor.

“Las almas de los hombres virtuosos fallecidos se metamorfosean en mariposas en vuelo hacia su morada celeste.” (Versión libre de un canto azteca).

Todo mito responde a las cuestiones esenciales de la vida humana, las que atañen al núcleo de la misma, a su misterio inefable. Por eso no hay mito superficial, ni tampoco ninguno que tenga un origen en el tiempo. El mito es atemporal, y tan actual hoy como lo fue “in illo tempore”, pues básicamente la naturaleza humana no ha cambiado nada en lo que respecta a sus fundamentos espirituales primordiales. Por otro lado, los mitos relatan una “historia verdadera” al vehicular -como los símbolos sagrados- los arquetipos y modelos ejemplares imprescindibles que nos guían precisamente en la búsqueda de esos fundamentos, que han sido sepultados en el olvido debido a la desacralización sistemática que el mundo moderno ha sometido al ser humano a lo largo de los últimos siglos. Pero los mitos pueden ser recuperados por la memoria, que como bien sabemos es una de las tres potencias del alma junto a la voluntad y al entendimiento. Este es el motivo de que los mitos formen parte de la enseñanza de todo proceso espiritual y de autoconocimiento.

El ejemplo del rey Arturo y los caballeros del Grial ilustra perfectamente lo que intentamos decir. Con el Santo Grial estamos ante uno de los mitos, y símbolos, más importantes surgidos en la cultura de Occidente, aunque su alcance es universal. Este mito es uno de los que mejor explican el desarrollo de la búsqueda del centro interior, es decir de la conquista espiritual, vivida con una gran carga psicodramática alternada con profundas revelaciones acerca de la naturaleza del Grial que van jalonando el arduo camino hacia el Ser. Con la saga del Grial estamos ante una de esas “historias verdaderas” porque todas las acciones y hechos que en ella tienen lugar pivotan en torno al sentido de lo sagrado de sus protagonistas principales. No en vano, los caballeros del Grial formaban parte del ejército secreto de Dios, y tenían la misión de conservar viva la Tradición manteniendo activos los canales sutiles que conectan la Tierra con el Cielo, permitiendo así que la Sabiduría continuara difundiéndose en el mundo.

Pero el rey Arturo entró en un sueño semejante a la muerte provocado por una potencia femenina inversa, que aprovechó ciertas debilidades del rey para medrar contra él y la organización iniciática, afectando no solo al resto de los caballeros, sino al reino en su conjunto, pues Arturo, como símbolo del centro espiritual, era quien sostenía toda esa estructura, la cual habría desaparecido, junto con la Tradición que protegían, si no hubiera sido porque uno de sus caballeros, Parsifal, planteó de forma perentoria la siguiente pregunta: “¿Dónde está el Grial?”, es decir dónde está el Conocimiento, la Verdad, la Realidad de toda existencia. Bastó esta sola pregunta para que Arturo despertara de su sueño paralizante, emprendiendo junto a sus caballeros la lucha definitiva contra las potencias de las tinieblas, íntimamente convencidos de su victoria, pues nada hay más poderoso en el mundo que una idea comprendida cuando esta se pone en acción.

En diversas tradiciones y vías iniciáticas se habla de la desaparición de un objeto, un alimento, una bebida, o una palabra (la Palabra Perdida de la Masonería) que concedía el Conocimiento, la Gnosis, pues esto es lo que se ha perdido hoy en día para la gran mayoría de la humanidad: el acceso al Conocimiento, o sea a la identidad del ser humano con aquello que constituye su esencia, donde somos uno con el Señor. El Grial representa precisamente eso, y resulta interesante advertir que la respuesta a esa pregunta, “¿Dónde está el Grial?”, es la obtención de aquello que se había perdido, u olvidado, que era justamente la unión con el Principio, sin intermediarios. Por eso, el rey Arturo, y con él sus caballeros, “resucitan” de su letargo al comprobar que esa pregunta encontró eco en sus almas vacías, que, como la Copa del Grial, fue colmada por el Espíritu, siempre presente.

Parsifal nos interpela a todos. Él encarna el alma inocente, simple, cándida, y por tanto sin culpa ni presunción alguna que pudiera haberlo condicionado para no realizar la única pregunta realmente necesaria en toda vía espiritual. En la leyenda se relata que al toparse por primera vez con tres caballeros del Grial, Parsifal cree ver en ellos ángeles luminosos, y esto no es una “figura literaria”, sino la evidencia de que su mirada no estaba empañada por una descripción o representación del estado angélico, sino que esos caballeros eran para él verdaderamente los “mensajeros” (ángeles) del Dios vivo, pues gracias a ese encuentro él emprendió la búsqueda del Grial, su aventura espiritual.

La palabra “cándido” está hoy en día muy infravalorada pero conviene no olvidar que su etimología, del latín candeo, la pone en relación con candor, y por tanto con inocencia, nobleza, lealtad. También candeo es quemar, de donde “candela”, el blanco brillante del fuego que alcanza una intensidad incandescente superior al rojo vivo. Por otro lado, candidus (del que deriva candidato) es el blanco (albus) que anuncia la luz del día tras el negro intenso de la noche. Es la luz que “vence a las tinieblas”, la que ilumina el alma humana purificándola de toda maldad, preparándola para recibir al Espíritu.

“En el corazón de todas las cosas, sea lo que fuere que exista en el universo, mora el Señor. Él solo es la realidad. Por tanto, renunciando a las apariencias vanas, regocíjate en Él” (Isha Upanishad). 
Francisco Ariza

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