EL VERBO METAFÍSICO DE FEDERICO GONZÁLEZ FRÍAS
Francisco Ariza
En la navegación hacia el Origen el ancestro siempre está junto a ti, y tú junto a él. La memoria que ha sido fecundada por la energía del Símbolo y su enseñanza, es decir por las Ideas, jamás puede ser pasto del olvido, sobre todo cuando en ella arde secretamente la llama del Amor a la Sabiduría, que Federico encendió en nuestra alma con la potencia de su verbo luminoso, grabado también en su obra escrita, inagotable en las posibilidades intelectuales-espirituales que nos despierta.
Esa memoria se acrecienta con el tiempo, que es su aliado, y
está hecha de su misma substancia, que no es otra que la Memoria del Ser. Por
eso mismo, y citando a Platón, Federico dejó dicho en su Diccionario de
Símbolos y Temas Misteriosos que la memoria es esa “disposición del alma capaz
de conservar la verdad que hay en ella”. La memoria que recobramos al contacto
con la enseñanza del Símbolo es entonces como un recipiente que conserva
aquello que nos libera de cualquier atadura a "este mundo", protegiéndonos de las
oscuras aguas del río del olvido.
“Haced esto en conmemoración mía”, señaló el Maestro Jesús a
sus discípulos en la Última Cena, queriendo decir que su remembranza es como el
hálito divino que nos da la vida, la verdadera, la inmortal. Y esa
conmemoración está íntimamente unida a estas otras palabras suyas: “Cuando dos
o tres se reúnen en mi Nombre, allí estaré yo en medio de ellos”. Recordar e
invocar vienen a ser lo mismo en el contexto de la realización metafísica.
Pues Federico nos signó con
el Nombre inevitable al transmitirnos la Ciencia Sagrada y Primordial,
verificada por todos los sabios que nos han precedido y que señalan el camino
vertical por donde la identidad de lo humano con lo no-humano, es decir con los
estados superiores del ser, se vive por etapas (la Cosmogonía), que desembocan
en la Ontología (el conocimiento del Ser por Sí mismo mediante la unión de su
Inteligencia y su Sabiduría) como paso necesario hacia la identidad metafísica:
la comunión del Ser con el No Ser. La No-Dualidad. La Suprema Identidad.
Hemos sido tocados con ese Magno Misterio, y una vez
aceptado que eso es así, aunque no sepamos con certeza por qué eso es así, ya
no podemos escapar de los lazos a los que nos ata su Amor hacia Él. “Porque lo
ignoro lo amo”, dijo en cierta ocasión Nicolás de Cusa refiriéndose al Dios
Desconocido.
Ésa es entonces la gracia que hemos recibido, la posibilidad de alcanzar la “docta ignorancia”. A ella conduce la vía iniciática, o metafísica, que se distingue absolutamente de la vía religiosa, o “mística”, distinción que Federico ha realizado en diversas ocasiones a lo largo de su obra sabiendo la importancia que tiene no confundir ambas vías, donde la primera es infinitamente superior y se obtiene por la “gracia del Señor”, según sus propias palabras.
Ésa es entonces la gracia que hemos recibido, la posibilidad de alcanzar la “docta ignorancia”. A ella conduce la vía iniciática, o metafísica, que se distingue absolutamente de la vía religiosa, o “mística”, distinción que Federico ha realizado en diversas ocasiones a lo largo de su obra sabiendo la importancia que tiene no confundir ambas vías, donde la primera es infinitamente superior y se obtiene por la “gracia del Señor”, según sus propias palabras.
Federico, el “siempre joven” por su perenne beber de la
“fuente de inmortalidad”. Federico, quien nos hizo partícipes de la alegría que
supone tener la certeza íntima de que eso es así, de que la Realidad del
Conocimiento y su encarnación son consubstanciales al ser manifestado.
Por tanto, ¿quién es Federico?
Su pensamiento metafísico está ligado en su manifestación verbal y escrita a una prosa poética que constituye la impronta de su enseñanza de la Cosmogonía Perenne a través de los vehículos Herméticos y de la Vía Simbólica, dentro de la cual está presente la Historia, es decir la Memoria Viva del Ser.
Su pensamiento metafísico está ligado en su manifestación verbal y escrita a una prosa poética que constituye la impronta de su enseñanza de la Cosmogonía Perenne a través de los vehículos Herméticos y de la Vía Simbólica, dentro de la cual está presente la Historia, es decir la Memoria Viva del Ser.
Si nos fijamos bien, todos los textos sapienciales que nos ha legado la Tradición Unánime (los Vedas, el Antiguo Testamento, los Evangelios, el Tao-te-King, las Epopeyas y los Mitos de todos los pueblos -como el Popul Vuh, el Mahabharata hindú, los Eddas nórdicos o la Teogonía de Hesíodo-, la obra de Platón, de Proclo, de Marsilio Ficino, del Zohar o Libro del Esplendor, La Divina Comedia de Dante, o del propio René Guénon para nuestro tiempo, etc.), están tejidos por la lengua poética, por ese “lenguaje de los pájaros" que diversas tradiciones asimilan al habla de los primeros hombres en el Paraíso, en comunicación directa con los estados superiores.
En la Antigüedad no había distinción entre los sabios, los
poetas, los vates o los bardos. Todos ellos formaban parte de la “cadena
áurea”. En la India por ejemplo los rishi eran los sabios míticos que han
existido en todas las épocas y considerados también como poetas que recibían
por inspiración o revelación directa la Ciencia Sagrada contenida en el Veda
Eterno, transmitiéndola de un ciclo a otro a fin de que esta no se perdiera
para los seres humanos. Ellos “oían” el Verbo resonar en su interior, como un
ritmo o cadencia musical que encuentra en la palabra y la escritura su vehículo
trasmisor, conformando así los textos sagrados, y los símbolos cosmogónicos y
metafísicos con que se revisten las ideas manifestadas en ellos y a través de
ellos como vehículos intermediarios que son.
A esa inspiración se la denomina shruti, que significa “lo
oído”, o “audición”, pero no la que se escucha por el oído externo (lo que
procede de “fuera” de nosotros mismos), sino la que se “oye” a través del “oído
interno”, que es el órgano de percepción de la Intuición Intelectual, si así
pudiera decirse. Por su parte la smriti, que quiere decir “lo recordado”, es el
resultado de la reflexión que se hace de esos mismos textos, es decir su
interpretación o hermenéutica.
Hay por tanto una ligazón sutil, pero jerarquizada, entre lo “oído internamente”, o sea lo que se comprende de manera inmediata y directa, y lo que resulta de la reflexión de esa comprensión, y que puede ser expresado igualmente por el habla o por la escritura que, como memoria que también es, se queda fijada en el alma, como si ésta fuese una tablilla de cera donde el soplo del Espíritu traza su indeleble grafía. (1)
Hay por tanto una ligazón sutil, pero jerarquizada, entre lo “oído internamente”, o sea lo que se comprende de manera inmediata y directa, y lo que resulta de la reflexión de esa comprensión, y que puede ser expresado igualmente por el habla o por la escritura que, como memoria que también es, se queda fijada en el alma, como si ésta fuese una tablilla de cera donde el soplo del Espíritu traza su indeleble grafía. (1)
Sabemos que la obra de Federico reúne estas dos facetas (la
inspirada y la hermenéutica), y ella está cincelada por la comprensión y
vivencia de las Ideas, que sólo emana de quien habita en el Mundo Inteligible,
pero que al mismo tiempo posee el arte de la mayéutica para hacer que el
contenido de ese Mundo se haga comprensible a los hombres y mujeres con el fin
de que puedan nacer a él. Federico es muy práctico en estas lides por alcanzar
el Conocimiento, y sabía por experiencia que este necesita de una intensidad y
concentración en la entrega por parte del interesado, y no despistarse ni
dormirse en los laureles, pues el hilo que nos ofrece Ariadna para llegar al
centro del laberinto y poder salir de él, puede acabar convirtiéndose por ese
despiste nuestro en una tela de araña en la que acabemos atrapados sin posibilidad de escapar. (2)
La obra de Federico está inspirada por Hermes, por las Musas y otros “furores divinos”, de los que brota la verdadera Filosofía como una vía o escala que estas deidades sólo entregan generosamente al alma de quien, como dice Platón,
La obra de Federico está inspirada por Hermes, por las Musas y otros “furores divinos”, de los que brota la verdadera Filosofía como una vía o escala que estas deidades sólo entregan generosamente al alma de quien, como dice Platón,
“ha visto, lo mejor posible, las esencias y la verdad”.
Y esa alma
“deberá constituir un hombre, que se consagrará a la sabiduría, a la belleza, a las musas y al amor”.
La obra de Federico nos pone en relación con
las Ideas más altas, e hizo de esa relación el signo de su identidad como ser
humano. Y lo que él intuyó, meditó, reflexionó, maduró o conoció directamente
de los Mundos superiores lo quiso transmitir a sus semejantes, a todos aquellos
que acudieron a su llamado y se reunieron con él en el centro de la plaza
pública, como un Sócrates de nuestros días. Y lo hizo no por obligación alguna, sino porque para él no había diferencia entre la vida y la obra. Federico pertenece a la
estirpe de los grandes transmisores de la Filosofía Perenne.
Y no hay transmisión, o al menos ésta no es completa, si no
lleva en sí misma la fuerza evocadora de un tiempo y una realidad “otra”,
reminiscente, que sólo se puede expresar mediante el lenguaje nutrido de la
contemplación de la Belleza, que no olvidemos es un nombre divino, Tifereth en
la Cábala, el corazón del Árbol de la Vida. Portadora de una luz inmaterial,
sutil, al mismo tiempo que ilumina el caos de las tinieblas inferiores por
participar del Intelecto divino, la Belleza es también una energía que nos
arrebata hacia arriba, alimentando el ardor y la pasión del alma en la búsqueda
del Conocimiento. La belleza como un presentimiento, o mejor como como una
intuición directa del cielo, lo que para Dante es Beatriz. Acerca de la Belleza dice Federico en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
“Intuir la belleza y ser uno con ella es una forma de
Conocer, una síntesis perfecta de la unicidad que se expresa por su intermedio.
El éxtasis arrebatador del amor, la manifestación como música de las esferas y
la serenidad que nos llega por estos motivos no son sólo maneras de expresar
este hecho que conjuga al sujeto que conoce y al objeto que despierta, la
Intuición Intelectual, hermanados en la misma Inteligencia y llevados por ella
en presencia de la Sabiduría”.
Estas palabras de Federico resuenan también en estas de
Platón:
“¿Qué debemos imaginar, pues –dijo–, si le fuera posible a
alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes
humanas, ni de colores ni, en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y
pudiera contemplar la divina belleza en sí, específicamente única?
¿Acaso crees –dijo– que es vana la vida de un hombre que
mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario
contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees –dijo– que sólo entonces,
cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya
imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes
verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y
criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los
dioses y llegar a ser, si alguno otro hombre puede serlo, inmortal también él?”
(El Banquete, o del Amor, 211d-212b).
Como transmisora de la Ciencia Sagrada, en la obra de
Federico está ausente la exposición sistemática del Conocimiento, lo que desde
luego no quiere decir que dicha transmisión no se efectúe con rigor
intelectual, pues la exposición de las Ideas Universales y Eternas debe estar
cribada de cualquier interferencia psicológica que no se ajuste a las verdades
contenidas en ellas. Hay en todo esto una maestría en la manera de comunicar el
Conocimiento, un arte de la palabra y la escritura que siempre tiene como
soporte la sacralidad de los símbolos y los mitos universales. De nuevo Platón
nos viene al encuentro:
“Mucho más excelente es ocuparse con seriedad de esas cosas, cuando alguien haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las planta, y que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que, en otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal, que da felicidad al que la posee, en el grado más alto posible para el hombre”. (Fedro, o de la Belleza, 276e-277a).
Platón habla aquí claramente de la transmisión del
Conocimiento a través de la palabra y de la escritura (a la que él llama “otros
caracteres”), por las que se difunde la semilla inmortal. La obra de Federico,
su verbo hablado y escrito comunica esas “semillas”, que la Cábala denomina
“chispas de luz”. Se trata al fin y al cabo de la transmisión de una influencia
intelectual-espiritual porque ella es el fruto de una relación íntima con la
Diosa Inteligencia, que es una con el Verbo divino.
La Palabra, el Logos, es como un viento que no puede
contenerse. Ella es un sonido, una vibración, un estremecimiento del Ser que
sale de su ensimismamiento para crear la Manifestación universal. “¡Hágase la
Luz!, y la Luz se hizo”, que es como decir ¡Hágase el alma del hombre! Y el
alma del hombre se hizo”.
Sí, qué mayor Misterio que el lenguaje, que la palabra, como poiesis, como energía creadora y fecundante, capaz de revelarnos la luz esencial que hay en las cosas y los seres, estableciendo as así la síntesis entre el Misterio y su manifestación encarnada, es decir en cuerpo y alma.
La lengua poética es la ciencia y el arte del “ritmo secreto
del cosmos”, leemos nuevamente en el Diccionario de Símbolos, sin duda una obra
muy inspirada y acompasada en su escritura con ese ritmo secreto que está en
perfecta sintonía con sus principios, es decir con todo aquello que está “más
allá” de ese mismo cosmos, un “más allá” metafísico (el No Ser) que sin embargo
está presente en él de manera misteriosa. Sólo el arrebato del “furor poético”,
altamente intelectual-espiritual, puede conjugar en un “cuerpo de luz” esa
extraordinaria paradoja, inalcanzable para nuestra mente desde luego, pero
también para la memoria, que llegada a esas altas cumbres del Intelecto ya se
ha “olvidado de sí misma”, pues lo que había que recordar, la presencia del Sí
mismo en “un ahora siempre reiterado”, ya ha sido.
Y leemos en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
“La palabra es inmortal, está siempre viva y por ello es que
perpetuamente es actuante. Si se comprende, es curativa, porque nos lleva de
continuo a la resurrección. Pero no es sólo ella su sentido, sino que su sonido
es capaz de dar cuenta de un estado que se produce en nosotros”. (Palabra).
En el origen del Símbolo está el misterio que reside en la
Palabra. Antes de devenir una forma, antes de ser manifestado, el símbolo es un
espíritu, un soplo inaudible (“Aliento de vida” lo llamaba el Maestro Eckhart)
que sin embargo es recibido por el “oído interno”, y en él se deposita como una
“semilla” o “chispa de luz”. Podríamos decir que, antes que su forma, lo
primero que percibimos del símbolo es ese espíritu misterioso y vivificador no
interpuesto por barrera psicológica o mental alguna. El espíritu se comunica
con el espíritu que anida en el fondo de todo ser humano, pues de no ser así no
habría transmisión de la influencia espiritual-intelectual. La expresión alquímica
de que lo “semejante atrae a lo semejante” se da en todos los niveles.
En nuestro estudio sobre su obra (3) concretamente en el
capítulo VI, dedicado a Simbolismo y Arte, decíamos lo siguiente refiriéndonos
a la “audición metafísica”:
“¿Cuál sería entonces esa luz inteligible y ese sonido
inaudible sino la propia percepción de las ideas en su origen mismo? De hecho,
el trabajo con los símbolos también consiste en ‘aprende a oír’ las voces que
nacen en nuestro interior conforme vamos comprendiendo las ideas que ellos
revelan y evocan en la memoria como reminiscencias de nuestra verdadera
identidad, expresándose como un fondo de sonidos e imágenes significativas que
se articulan y estructuran conformando nuestra propia armonía o música interna,
en conformidad con la armonía universal. Prestemos atención a nuestro autor [a
Federico]:
"La percepción del discurso musical es antes inaudible que sonora, y por lo tanto la verdadera potencia mágica de la música radica en su percepción original, donde el ser humano que escucha es un instrumento preciso y afinado en la sinfonía del conjunto, capaz también de crear y transmitir lo inaudible en expresiones armónicas –aunque ellas a veces desentonen en la uniformidad del fraseo corriente– por el hecho evidente de que aquél que ‘escucha’, regenera la permanente actualidad del arte musical siendo a la vez el sujeto y el objeto del mismo; el sonido, como la materia, como el cosmos, es uno solo".
Es desde la certeza de pertenecer, o mejor de ser un
instrumento constitutivo de esa sinfonía y receptor de ella, que el hombre
puede transmitir, o emitir, lo que ha ‘oído’ en el espacio sonoro de su alma
(en el éter de su corazón), y lo hace inevitablemente a través de esas
‘expresiones armónicas’ de que habla nuestro autor, que constituyen el cuerpo
mismo de la belleza de la Idea (origen de la armonía musical y de todas las
artes), y son estas armonías las que, a su vez, serán ‘recibidas’ por quien
tenga, como dice la máxima evangélica, ‘oídos para oír’ [de nuevo Federico]:
"La verdadera audición se refiere a la identidad con la
vibración sonora del plano sutil, increado, pero tan real que constituye el
origen de lo audible, lo cual es sólo un símbolo o imagen de la auténtica
percepción intelectual, equiparable a la audición metafísica, originada por esa
entidad o diosa llamada Inteligencia, capaz de seleccionar valores por nuestro
intermedio y presentarse ante la Sophia universal. Saber es escuchar la música
cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente en cada quien a fin de
acceder a la audición metafísica”.
Notas
Notas
1 Entre los símbolos asociados con el Verbo se encuentra la concha o la caracola marina en tanto que recipientes que “conservan” el
Sonido primordial que brota del Silencio inmanifestado. La "Ciencia del Veda", que es la Ciencia Sagrada, es el desarrollo de las esencias contenidas en el "Verbo", ben llamado "espermático" por los neoplatónicos y hermetistas alejandrinos. Y así podemos ver cómo
estos símbolos, cuya característica es la "espiral" -o sea el desarrollo evolutivo del círculo, imagen del "todo y del uno"- estaban vinculado y era uno de los atributos principales del dios
Quetzalcóatl, que aparece muchas veces con un caracol en su pecho, y que se encarnó en reyes y sabios civilizadores, al igual que el Thot egipcio y el
Hermes griego, y también el Hermes Trismegisto, del que nace la
Tradición Hermética llegada hasta nosotros, y que la obra de Federico ha actualizado para nuestro tiempo. Todas estas deidades representan a la misma
entidad, la que donó a los hombres la palabra, pero también la escritura, como
instrumentos de cultura y civilización. Precisamente estas deidades se
representan muchas veces con la pluma en su mano en actitud de escribir, o grabar.
2 Recordemos que hay una identidad etimológica entre Ariadna
y araña.
3 La Obra de Federico González. Simbolismo, Literatura,
Metafísica. En Facebook: https://www.facebook.com/La-Obra-de-Federico-Gonz%C3%A1lez-Simbolismo-Literatura-Metaf%C3%ADsica-F-Ariza-465767686946325/?fref=ts
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