(Conferencia) El Sentido Iniciático de los Trabajos de Hércules
Esta instantánea recoge un momento de la conferencia sobre los Trabajos de Hércules que ayer día 4 de febrero tuvimos la oportunidad de dar en la Biblioteca Arús de Barcelona. Doy la gracias a todas las personas que asistieron y a todos los amigos de facebook que durante los últimos días han compartido, comentado o han puesto su "like" al evento. Próximamente pondremos en nuestro canal de youtube "La Memoria de Calíope" la grabación de la conferencia. Mientras tanto añado un extracto de lo allí dicho:
"(...) La
iniciación a los misterios de la vida y de la muerte, que es en definitiva de
lo que se trata, siempre ha sido una necesidad para todo ser humano que se haya
planteado en serio encontrar el sentido de su existencia y su lugar en el
concierto del Orden universal. Como se dice en los Evangelios: “Buscad primero
el reino de los Cielos, y todo se os dará por añadidura”.
En la
obra Introducción a la Ciencia Sagrada
Programa Agartha, de Federico González y colaboradores, hay un acápite que
se llama Heracles-Hércules, en el cual se señala de manera muy bella y sugerente
que esos trabajos, o combates,
“tienen el discurso de un poema continuado y se refieren a la purificación del espíritu gracias a la victoria sobre los oscuros impulsos ‘materiales’, es decir entre la oposición y la complementación de lo más sutil y lo más denso”.
Esos
trabajos siguen una secuencia de doce pruebas que constituyen la síntesis de una
búsqueda del Conocimiento, y de la Sabiduría como fruto de él, por parte de
quien como Hércules se descubre a sí mismo como hijo de Zeus-Júpiter, o sea que
pertenece a una genealogía espiritual directamente emanada del Padre de los
dioses, dos de cuyos atributos son el rayo y el trueno, es decir la luz y el
verbo. La aventura que esto supone comienza o se inicia cuando se dejan atrás esas “densidades” egóticas que suponen
para el alma deshacer los nudos que la tienen retenida en un estado que se vive
como resultado de una “caída”, o de un “olvido” de sus orígenes celestes. Podríamos
entonces decir que esos doce trabajos constituyen arquetipos de la iniciación,
como una condición necesaria para ingresar en otros estados del Ser Universal mucho
más sutiles e intangibles, y que bien podríamos llamar inmanifestados pues no
participan del movimiento de la Rueda del Mundo, es decir del samsara hablando en términos hindo-budistas,
signado por el perenne reciclaje de muertes y nacimientos. Una de las
acepciones del término samsara es
“vagabundeo”, en referencia al tránsito del alma de uno a otro estado
manifestado, como si efectivamente estuviera encadenada al movimiento de esa
rueda. Así, los trabajos de Hércules nos aportan ciertas claves para poder
“escapar” de ese movimiento reiterativo.
(...) Tenemos aquí el ejemplo de un destino ineludible para Hércules y para todo aquel que emprenda el camino hacia la conquista de la inmortalidad: someter su voluntad a la voluntad de los dioses, o de un poder espiritual más elevado. Las terribles
acciones que Hércules comete contra su primera mujer y sus hijos han de tener
un sentido oculto y leerse más bien en clave simbólica, entre otras razones
porque estamos en un contexto iniciático, es decir que no necesariamente tienen
que entenderse de forma literal (como que hubieran ocurrido tal y como nos cuenta
el mito), sino que constituyen una enseñanza que está queriendo transmitir otra
cosa, a saber: que quien vaya a someterse a las pruebas iniciáticas y recibir
los misterios sagrados debe renunciar a su vida anterior, o sea que su
perspectiva sobre sí mismo, sobre sus circunstancias personales y sobre el
mundo, ha de sufrir un cambio radical, un giro de 180 grados.
Heracles-Hércules
Cuando en la
alquimia se habla de “separar” lo espeso de lo sutil, o lo profano de lo
sagrado, se está refiriendo a esto y no a otra cosa. Recordemos que en los
textos alquímicos la “separación” de lo espeso y lo sutil se denomina un
“trabajo de Hércules”, indicando su dificultad y el esfuerzo de superación que
supone esa operación, señalando a continuación que todas las demás operaciones
de la Gran Obra son como “un juego de niños”. Resulta revelador a este
respecto, que cuando Hércules se recupera de la locura pasa diversos días en
una habitación a oscuras, separado efectivamente del mundo, y ese color oscuro
evoca la “nigredo” alquímica, un periodo de oscuridad imprescindible para
“nacer” a otro estado de la realidad. Es después que Hércules se dirige a
Delfos pasando antes a visitar al rey Tespias en la ciudad del mismo nombre,
situada a los pies del monte Helicón, donde habitan las Musas. Es en el entorno
de esa geografía sagrada que este rey le purifica y le prepara para ser recibido
por la Pitia en el ónfalos o centro sagrado de Grecia.
Además,
como señala Apolodoro, es esta Pitia, sacerdotisa de Apolo, quien le cambia su
nombre originario, que era Alcides, por el de Heracles, o Hércules. Alcides
significa “valor”, y también disciplina, sinceridad, amor y fuerza, o sea toda
una serie de cualidades de las que Alcides “se olvida” cuando la diosa Hera lo
“enloquece”, como consecuencia de lo cual comete las terribles y desmesuradas
acciones contra su mujer y sus hijos, a los que quería con verdadera devoción.
Por consiguiente, estamos ante un rito de expiación y de purificación al que se
sometieron muchos otros héroes, y que están relacionados con el comienzo de un
proceso de profunda transformación de la naturaleza humana. En efecto, ese
“cambio de nombre”, adjudicado además por una sacerdotisa de Apolo, confirma que
nos encontramos en un contexto iniciático, en donde todo cambio de estado
implica un nuevo nacimiento, o la posibilidad de un nuevo nacimiento, que va
signado con un nuevo nombre acorde con el estado que se pretende alcanzar.
Hércules y la Cierva de Cerinia
No es
esto cosa baladí, pues si como dice el poeta “el nombre de la cosa hace a la
cosa”, la palabra Hércules, o Heracles, va a determinar el destino del héroe,
que no es otro que alcanzar la “gloria a causa de Hera”, que es lo que quiere
decir justamente Heracles. La “gloria” entre los griegos y los romanos, y
también entre los antiguos persas y en muchas otras tradiciones, era sinónimo
de inmortalidad, o sea: la victoria sobre la muerte mediante la superación de
“la corriente de las formas”, simbolizada precisamente por la rueda del samsara.
Todos
los trabajos de Hércules son un intento de escapar de esa rueda y alcanzar la
inmutabilidad del “eterno presente”, de “un ahora siempre reiterado”, como dice
Federico González en algún lugar de su obra. Por eso dichos trabajos adquieren
una dimensión sagrada, porque forman parte de un rito dentro del cual adquieren
su estatus de liberadores. Hay una “dignificación” y una nobleza en los
trabajos de Hércules, y esto nos ha hecho recordar una expresión masónica que
se refiere directamente a la “glorificación del trabajo”, entendiéndolo en
efecto como un instrumento de liberación de todas las “ataduras” que nos
encadenan al mundo sometido al cambio permanente (de ahí las “corrientes de las
formas”), cambio provocado por Maya, ese aspecto del Dios creador que juega con
nosotros a despistarnos, creando la “ilusión”, o el “espejismo”, de que puede haber
una existencia separada del Principio divino.
Hércules y los Toros de Gerión
Dicho
en términos coloquiales: el héroe, o quien se inicia en los Misterios, ha de “ganarse
la inmortalidad”. Se trata de una
“conquista”, como lo es toda obra del espíritu. Se invierte así la
significación profana del trabajo, que pasa de ser una penalización para
ganarte la vida mortal (el bíblico “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”),
a una “bendición” para liberarte no sólo del trabajo como castigo, sino de la
muerte. Desde un punto de vista exterior podría decirse que Zeus considera a
Hércules su hijo más querido al haberlo tenido con la más noble de las mujeres,
y esto ya sería más que suficiente para que obtuviera un lugar en el Olimpo.
Sin embargo, y desde un punto de vista más profundo, Hércules se ganó la
condición de ascender al Olimpo en cuanto se hizo “sirviente” de Hera, la reina
de los dioses y diosa del matrimonio, “detalle” este que no debemos obviar por
su importancia, ya que en el fondo la iniciación consiste en la celebración de
las “bodas” del alma con el espíritu. Como decimos, esa “servidumbre” permite
entender por qué Hércules acepta obedecer las órdenes de Euristeo, cuyo nombre
quiere decir “el ampliamente poderoso”. Para el hijo de un dios, nada menos que
de Zeus, obedecer a alguien que considera “inferior” a su condición (pese a que
Euristeo descendía al igual que Hércules de Perseo) debía ser tomado también
como una prueba iniciática directamente relacionada con la superación del
“orgullo”, lo cual no ha de tomarse en el sentido moral o religioso, cosa que
no entraba dentro del marco mental de los antiguos habitantes de la Hélade,
sino que cumpliendo las órdenes de Euristeo Hércules estaba obedeciendo en
realidad a Hera, y más aún a Zeus (...).
Hércules navegando en el cuenco o copa de Helios
(...) Hércules
ha de tomar conciencia de su ser en el mundo como emisario de un poder superior
que ya nació con él, y sólo así iniciará el verdadero camino hacia el despertar
de sus estados superiores. Esto exige desde luego un “trabajo” y un esfuerzo
heroico pues la empresa es nada menos que “invertir” el sentido de la “caída” de
la condición humana en la densidad de lo infrahumano (...)
Pero
volviendo de nuevo al tema de la locura de Hércules, hemos de decir que esta,
en el mundo antiguo y tradicional, tenía un carácter eminentemente sagrado: el
ser era poseído por una fuerza divina y sobrenatural; no era un simple
desequilibrio psíquico, como no lo era el frenesí que poseía a las bacantes del
coro de Dionisos. Bajo esta perspectiva, la locura sería un estado de
intermediación entre lo sobrehumano y lo humano. A través de ella el dios, o el
numen, se comunica con quien es poseído por esa fuerza, que tiene muchas formas
de expresarse, y que no siempre se manifiesta de manera violenta, pero sí
supone una escisión profunda del ser en relación al medio en que vive, y esto
evoca nuevamente la “separación” alquímica entre lo grosero y lo sutil.
Recordemos en este sentido que hay un arcano del Tarot que se llama “El Loco”,
un enajenado del mundo por la locura de amor al Conocimiento y a la Vida.
Hera
pone a Hércules constantemente a prueba. El mito reviste su relación con
Hércules en términos de enemistad y de enemiga declarada, la que constantemente
desea su muerte por ser el fruto de la relación adúltera de su esposo Zeus con su
madre Alcmena; pero Hera no lo mata, como hizo con tantos otros, sino que lo
lleva a un extremo o exceso de su naturaleza humana, y tal vez aquí cobra todo
su sentido esa expresión netamente iniciática y hermética que dice que: “cuando
todo parece perdido, es cuando será salvado”. El héroe todo lo deja en manos de
la divinidad, o de la gracia divina dicho en términos cristianos. Quizá uno de
los secretos que se le revelan a Hércules es que sus “esfuerzos” le han hecho
comprender el “gesto gratuito” implícito en la gracia de los dioses. Pondremos
un ejemplo.
Hércules niño entre las dos serpientes
En su
obra Heracles, Eurípides hace entrar
en escena a Atenea en el momento en que el héroe, en su locura desenfrenada,
está a punto de matar incluso a su padre Anfitrión. La diosa le lanza al pecho
la “piedra de la moderación”, es decir la sofrosine,
lo opuesto a la hybris, a la
desmesura. Hércules ha necesitado llegar hasta el límite que separa lo humano
de lo infrahumano para advertir esa energía que infunde en el héroe el
imprescindible equilibrio interior. Esto es lo que Atenea le aconseja: la
búsqueda de la moderación y del equilibrio.
Visto
desde otra perspectiva simbólica, solo cuando se llega al límite más extremo de
la densidad de tamas (término hindú
que en uno de sus significados alude a la oscuridad y la ignorancia concebidas
como energías que arrastran hacia “abajo”), es cuando nace en nosotros la
necesidad (que no olvidemos es una diosa) de encontrar una salida para poder ascender
hacia sattwa, que simboliza la
luminosidad del Conocimiento y de los estados superiores, los que al contrario
de los estados tamásicos, atraen hacia “arriba”. En medio de esos dos polos del
Eje del Mundo, el inferior y el superior, se encuentra rajas, la tendencia expansiva en el sentido horizontal, donde se desplegarán
la mayoría de los trabajos de Hércules, es decir de sus pruebas iniciáticas, y
con ellas el desarrollo de todas sus posibilidades humanas, que serán
consumadas con la llegada al Jardín de las Hespérides como paso previo a su
ascenso al Olimpo.
Hércules en el Jardín de las Hespérides
Hércules
ha de enfrentarse con animales fabulosos en tanto que expresiones de las
potencias divinas y también de sus propias potencias interiores, ya que como
todos sabemos existe una rigurosa correspondencia entre el macrocosmos y el
microcosmos. A unos debe matar (como el León de Nemea, la Hidra de Lerna o las
Aves de Estinfalo), a otros domarlos o capturarlos (como la Cierva de Cerinia,
el Jabalí de Erimanto, los toros de Gerión, el Toro de Creta, las yeguas de
Diomedes), con otros entablar alianzas, como sucedió con algunos centauros
(signo de Sagitario), pero de todos ha de extraer el poder mágico de que está
tejida la vida cósmica en sus distintos planos de manifestación: el mundo
inferior, el mundo terrestre o intermediario, y el mundo celeste, es decir dentro
de ese orden jerárquico al que nos referimos anteriormente. Todo ello conforma el Cosmos en su totalidad,
y el Zodíaco lo simboliza perfectamente, como lo indica su etimología: Zodíaco
= Rueda de la Vida, o Rueda de los Animales, o sea la Rueda del Ánima, del
Alma.
Hércules
es del linaje humano engendrado por Zeus, como existen otros héroes que tienen
como progenitores a otros dioses, o diosas. El reconocimiento de este hecho y la
toma de conciencia de lo que significa tener ese elevado origen divino, es la
energía interior que le otorgará la fuerza para superar los obstáculos o
pruebas que se le van presentando. Pero ese reconocimiento también supuso
romper con todos los esquemas mentales para quedarse completamente “desnudo”,
sin nada. El héroe se encuentra ante a una radical contradicción que lo
desgarra interiormente, una contradicción que es también generadora de maya, de
ilusión, pues en realidad ella es tan sólo aparente, ya que ambas naturalezas,
la divina y la humana, acabarán conciliándose, o reconciliándose, en el centro
mismo de su ser. Volviendo de nuevo a la tradición hindú jivâtma (el alma viviente humana) no es otra en realidad que Atma, el Espíritu". (...) Francisco Ariza
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