Coronavirus, el “Virus Global” como síntoma del Fin de Ciclo
Desde que la humanidad
entró en el siglo XXI (“inaugurado” con la destrucción de las torres gemelas de
Nueva York), los acontecimientos se han ido desarrollando de manera
vertiginosa. Las crisis sociales y económicas se han encadenando sin solución
de continuidad. No hay tregua. Estamos instalados en una
crisis permanente, y la aparición del llamado “coronavirus” es un elemento más
que contribuye a esa aceleración. Los virus comienzan a infectar a los humanos
cuando estos se sedentarizan, pero sobre todo cuando empiezan a crear
importantes núcleos de población que facilitan su propagación, más o menos
lenta dependiendo de las características y tipología del virus. O sea que esa
propagación está directamente relacionada con la cantidad de personas que conviven en un mismo espacio.
Antes eran ciudades o aldeas,
aisladas entre sí y con poco contacto entre sus habitantes, que además eran muy
pocos en número, no como ahora, que somos ya 7000 millones en todo el planeta,
y aumentando exponencialmente. Estamos no ya en la “aldea global” -expresión
que cuando fue acuñada en los años sesenta del pasado siglo aún tenía algo de
bucólico y campestre – sino en la “megalópolis global”, mecanizada y
tecnificada hasta en sus últimos detalles, robándonos cada vez más espacio
vital y mental. La velocidad de nuestro
tiempo constriñe el espacio, a todos los niveles: el espacio “exterior” y el
espacio “interior”. De ahí la necesidad imperiosa, para los que están en una
vía de Conocimiento pero que al mismo tiempo viven en este mundo, de desconectar de tanto en tanto del “reino de la
cantidad” para preservar ese espacio interior, cualitativo, gracias al cual se reconocen a sí mismos formando
parte de una Tradición Unánime, y por tanto Universal.
Ese “espacio
cualitativo” es la única conexión que tenemos con el “mundo real”, o sea con la
realidad del mundo, que no es desde luego esa invención creada por la voluntad
de poder de los modernos Prometeos, de esos “aprendices de brujo” que se
quemarán en la hoguera de sus vanidades. Parafraseando a San Pablo (Efesios 3:
17-19) el mundo real está arraigado y cimentado en la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor y del
conocimiento del Ser, y todo lo que no sea eso es irreal. Esas “dimensiones”
simbólicas abarcan la totalidad del Cosmos en cuyo centro está el
Espíritu que le insufla la vida. El mundo corporal, o psicosomático “es real”,
o mejor dicho adquiere la realidad que “él tiene”, en la medida en que reconocemos
que el Espíritu está inmanente en él; sin esta premisa nuestra visión del mundo
y de las cosas siempre estará distorsionada. Es el Espíritu el que hace que
cualquier existencia sea real, y no una ilusión. El Espíritu es la “piedra
angular”, o la “clave de bóveda”, sin la cual todo el edificio se viene abajo
como un castillo de naipes.
Faltos de ese arraigo y
dejados de la mano de Dios en este “mar de las pasiones” que es el plano de
existencia sub-lunar, el coronavirus nos pone frente al espejo de nuestra
propia fragilidad, como sociedad y como individuos: hace “evidente” esa
fragilidad revelando la inconsistencia sobre la que nos asentamos. Una
“sociedad líquida” como ha sido definida la nuestra es el medio ideal para que
las potencias del inframundo tengan su “caldo de cultivo” y puedan propagarse sin
grandes obstáculos. La “Gran Muralla” que nos protegía de esas potencias
(definidas como las “hordas de Gog y Magog”) ha sido derribada definitivamente,
y resulta muy significativo que la “sensación” que todos tenemos ante este
“virus global” es la de haber sido invadidos por un enemigo “invisible” y
desconocido. Además, los virus no son organismos vivos, no pertenecen a ninguno
de los reinos entre los que se distribuye la vida, pero sí la destruyen al
introducirse en la célula (la base de la vida podríamos decir), y reproducirse
gracias a ella.
En este sentido
podríamos establecer una analogía entre los virus (palabra que no olvidemos
significa “tóxico” o “venenoso”) y los “residuos psíquicos”, expresión que ya
lo dice todo al respecto, y que actúan al nivel del alma humana como actúan los
virus al nivel del cuerpo, si no se para la “infección” y se exterminan. En
efecto, esta sensación de estar ante un enemigo invisible es quizá la que mejor
define la naturaleza de las energías psíquicas del inframundo, que al fin y al
cabo son la manifestación de lo más inferior que está en nosotros mismos, ya
que no hemos llegado a esta “sociedad líquida” y caótica por casualidad, sino
por haber hecho dejación de nuestro función de intermediarios entre el Cielo y
la Tierra (pues somos hijos de ambos), papel que nos fue asignado ya en el
origen, como muy bien lo han expresado todas las cosmogonías, incluido el
Génesis bíblico.
II
Algunos animales son
muy representativos del ámbito sutil inferior, especialmente aquellos que están
vinculados con la noche como cierto tipo de roedores, caso de las ratas (causantes
de la terrible “peste negra” en Europa en el siglo XIV) y los murciélagos, si bien estos no son roedores, aunque sí son los únicos mamíferos que vuelan. No
es extraño entonces que su hábitat esté en el mundo subterráneo o en las húmedas
oscuridades de las cuevas y cavernas, lo cual, unido al hecho de que son aéreos,
los han convertido en el imaginario simbólico de muchas culturas en seres pertenecientes
también a los niveles más inferiores del psiquismo cósmico (salvo curiosamente en
China –foco de la presente pandemia- donde el murciélago tiene buena
consideración al ser un símbolo de felicidad y provecho). De ahí esas imágenes
donde aparecen los ángeles luminosos luchando en el aire contra los demonios, cuyos
rostros y alas recuerdan a los de los murciélagos-vampiros. En este sentido nos
deja de ser “curioso” que esta clase de virus desaparezcan con el aumento de la
“radiación” solar, o sea con la acción del astro rey.
Philippe
Thomassin, 1618
En
consonancia con su origen alado y con la naturaleza hipercomunicativa de
nuestra época, este virus es especialmente veloz, como una flecha que se
dispara simultáneamente en todas direcciones (fijémonos en su forma redonda con esos tentáculos en
forma de rayos que lo rodean por completo), y podríamos decir medio en
broma y medio en serio que se trata del virus propio de la era de internet,
caracterizada por la velocidad de la comunicación.
Dos imágenes del coronavirus
Es
“nuestro” virus (que se ha hecho “viral”), nombre que también se emplea para un
archivo informático que puede “infectar” nuestro ordenador o computadora. Gracias
a ese “mimetismo” verbal la palabra “virus” está constantemente en boca de
todos nosotros. Las cosas son como son, y hemos de tener cuidado con el uso de
las palabras, que poseen en sí misma una potencia creadora, pero también destructora,
como ya sabían nuestros venerables antepasados, que conocían ese poder y de ahí
el cuidado que empleaban en la utilización de ciertas palabras.
Bombas-minas
El
nombre de “coronavirus” procede de la forma de corona que este tiene, aunque
también se parece a aquellas bombas-minas empleadas en otro tiempo para hundir
a los barcos enemigos. No debemos tomarnos estas cosas como meras
“casualidades”; pueden serlo evidentemente, pero la imagen que ese parecido
proyecta es de que tanto el coronavirus como la bomba-mina ha sido “ideada” por
la misma mente diabólica, destinada a hacer naufragar la nave en la que todos
estamos embarcados. Esta nave es el ciclo (llamado Manvantara) que ha conducido a la presente humanidad desde sus
orígenes primordiales hasta hoy mismo.
Lo que sí está claro es que la
pandemia del “coronavirus” marcará un antes y un después en nuestras vidas en
lo que quede del ciclo actual (cuya fecha terminal, recordémoslo, solo
la conoce el Padre), pues es evidente que todos estos fenómenos, que además
coinciden en lo fundamental con las Escrituras y textos sagrados de todas las
tradiciones, nos aconsejan en el fondo a no desfallecer y “persistir hasta el
fin”. Quienes escribieron dichos
textos sapienciales sabían ya de las enormes dificultades que vivirá la
humanidad del final de ciclo, entre la cual se encuentran aquellos que serán destinados por la Providencia a servir
de gérmenes sutiles para el próximo ciclo.
Algunos
atribuyen esta pandemia del coronavirus a la manifestación del primer jinete
del Apocalipsis (6: 1-2) tras la ruptura del primero de los "siete sellos", un jinete coronado y montado
en un caballo blanco armado de arco y disparando sus flechas para llevar la
plaga con la que está asociado lo más veloz posible y a todos los lugares de la
tierra, como puede verse en la imagen del frontispicio. En todo caso, estamos ante una señal más
del momento cíclico en que vivimos, y que debe hacernos meditar.
Si
hay un Demiurgo que elabora la obra creacional siguiendo los planos diseñados por
el Gran Arquitecto Universal, hay otro demiurgo (que es en realidad la cara
oscura de aquel) que hace su trabajo según los planos del Adversario, lo cual no
quiere decir que situemos a ambos al mismo nivel como otros hacen en su
desconocimiento, pero sí que el segundo demiurgo cumple una función en el
entramado de la vida cósmica y humana en los momentos en que un ciclo de
existencia toca a su fin. Contribuye a acelerar ese fin, lo cual entra dentro
de los propios planes del Gran Arquitecto, pues todo lo que nace en y con el
tiempo está sometido a la ley cíclica de nacimiento y muerte.
Pero,
como señala Federico González en la conclusión de la primera parte de su libro Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon:
“El misterio de todo
esto que para algunos es la culminación y el sentido de su vida, a otros no
debe quitarles la Esperanza y la auténtica Fe en un mundo futuro, virginal y
nuevo, con la frescura de otro amanecer, al que debemos arribar por medio del
sacrificio, y aun del sufrimiento que caracteriza a cualquier re-generación,
después del cual ya el dolor, la enfermedad, la ignorancia y la muerte han sido
de una vez por todas abolidos, contemporáneamente con la entrada al Paraíso de
una Nueva Edad de Oro, tanto para nosotros como para nuestros semejantes”.
Muy buen artículo, pero los murciélagos no son roedores. Sí son los únicos mamíferos que vuelan.
ResponderEliminarPerdone el retraso en contestarle. Muchas gracias por su comentario. Tiene razón, no son roedores, me dejé llevar por su etimología y su aspecto. Voy a rectificarlo.
EliminarMuy interesante todo lo que estoy leyendo en sus aportes. Gracias.
ResponderEliminarMuy interesante todo lo que estoy leyendo en sus aportes. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras.
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