Sobre el Cristianismo Celta y el Santo Grial. El Viaje Iniciático de José de Arimatea y Nicodemo
En
los antiguos países celtas bañados por las aguas de la costa occidental de
Europa (fundamentalmente la Bretaña francesa, las Islas Británicas e Irlanda) tuvo
lugar al principio de nuestra era el “encuentro” de dos tradiciones, una de las
cuales, la celta, estaba agotando su ciclo de existencia, mientras que la otra,
la cristiana, comenzaba el suyo coincidiendo además con la entrada en la Era
zodiacal de Piscis, signo con el que se ha identificado siempre al Cristianismo.
Esto explica, o al menos es una de las explicaciones, de por qué la tradición
cristiana tuvo, y sigue teniendo a pesar de que esté ya próxima la entrada en
otra Era Zodiacal, un protagonismo tan acentuado en la Historia del mundo, pero
especialmente en la de Occidente, incluido lo que hasta el siglo XV se
consideraba el Extremo Occidente. Por esto no ha de extrañarnos que dos mil
años atrás encontráramos a dos cristianos, discípulos de Cristo, embarcarse en
la aventura de llevar a aquellos pueblos del Noroeste europeo la tradición de
la que ellos eran portadores. Nos estamos refiriendo naturalmente a José de
Arimatea y a Nicodemo, que no formaban parte de los doce apóstoles, lo cual no
significa que su “misión” fuera menos relevante, aunque no haya sido tan resaltada
como las que llevaron a cabo los apóstoles propiamente dichos.
El
interés despertado por el antiguo mundo celta en ciertas cortes europeas (como
la de Leonor de Aquitania y la de su hija María de Champaña), crearon el caldo
de cultivo para que surgiera una gran literatura que empezó a recoger las
leyendas en torno al rey Arturo y los caballeros de la “Tabla Redonda”,
depositaria del Santo Grial. Todas esa leyendas recibieron el nombre genérico
de la “Materia de Bretaña”, expresión
debida al trovador Jean Bodel (siglos XII-XIII), que con ella quiso reunir
todos los textos que surgieron del “Mito Artúrico”. Hablamos por ejemplo del
francés Chrétien de Troyes ("Lancelot, el Caballero de la Carreta", y "Perceval, el Cuento del Grial"), el caballero y trovador alemán
Wolfram von Eschenbach ("Parzival), el poeta inglés Robert de Boron (“José de
Arimatea”, “El Romance del Santo Grial” y “Merlín”) y ya en el Renacimiento
(siglo XV) Thomas Malory, autor
de "La Muerte de Arturo".
Añadiremos que este último influiría en el movimiento romántico del siglo XIX,
compuesto por poetas, escritores y pintores (sobre todo los llamados
pre-rafaelitas) que tomaron como tema principal de sus obras las leyendas del
Grial y todo cuanto estaba relacionado con el rey Arturo y los Caballeros de
la “Tabla Redonda”, incluyendo también a Dante y "Los Fieles de Amor", que desde luego no estaban muy lejos de estas ideas sino todo lo contrario. Tenemos así que una corriente de pensamiento en torno a
este tema no cesó de manifestarse a lo largo del tiempo, lo que muestra que
todos estos mitos, leyendas y expresiones artísticas, forman parte de la
memoria tradicional de Occidente y estamos convencidos de que todavía no se ha
apagado.
José
de Arimatea y Nicodemo viajaron en barca hasta las costas de la Provenza,
concretamente en la región de La Camarga. Con ellos iban también tres
discípulas de Jesús, María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás, que decidieron
quedarse en ese lugar fundando allí el santuario de “Santas Marías de la Mar”, en
referencia a las tres Marías. José de Arimatea y Nicodemo prosiguieron su viaje
hasta la Bretaña, ya en tierras celtas, y de allí embarcaron para las Islas
Británicas, donde con doce discípulos fundaron la primera Iglesia, llamada
significativamente la “Nueva Jerusalén”. Se trataba por tanto de establecer en
las Islas Británicas un centro espiritual a imagen de la ciudad santa de Jerusalén.
Pero
antes de continuar queremos decir una palabras a propósito de las “leyendas”
que, como sucede con los “mitos”, tienden a ser “despreciadas” porque no se
ajustan a la “verdad histórica”, una expresión que es producto del racionalismo
aplicado a la Historia, exactamente igual que lo es la “verdad científica”
aplicada a la Ciencia, y así a todo tipo de “verdades” empíricas que hoy pueden
ser una cosa y mañana otra distinta. La Historia, como la Ciencia, el Arte,
incluso la Filosofía, y en general todo aquello que concierne al conocimiento
del mundo y del hombre, no pueden aislarse de los principios universales, de
los que emanan. Es en esos principios (que son por naturaleza inmutables), y no
en los efectos que estos producen en el mundo fenoménico, donde reside la
esencia, es decir la verdad o la realidad de las cosas y los seres manifestados.
Las antiguas culturas tradicionales se regían por esos principios (que Platón llamaba
el Mundo Inteligible), y observaban los acontecimientos importantes de la vida
como revelaciones que permitían conectar con ellos. También a través de los símbolos
y los mitos sagrados, especialmente diseñados y creados para tal fin. Esa relación
con el Mundo Inteligible, donde habitan los dioses, era lo realmente significativo.
Las
leyendas se revisten de formas poéticas porque ellas estimulan
la “imaginación creadora”, que poco tiene que ver con las “ensoñaciones” y
otras vaguedades insustanciales, sino con la capacidad de dar forma a las ideas
que son percibidas en nuestro espíritu, que las experimenta como una certeza insoslayable. Como los mitos y los símbolos, las leyendas se sustentan en las leyes de las
analogías y las correspondencias entre los distintos planos de la realidad, el
físico, el psicológico y el espiritual, que conforman la totalidad de lo que es
un ser humano. Por eso las leyendas no siguen una lógica racional, sino que al
estímulo producido por la audición o la lectura de una idea-fuerza revelada en
ellas, todo el relato cristaliza y encuentra eco en nuestra alma, que percibe intensamente su coherencia
interna, su “verdad”, independientemente de nuestros
“gustos” y “creencias”, siempre cambiantes, pero que al mismo tiempo nos involucra
al sentirnos protagonistas y receptores de lo que sin duda constituye una
historia ejemplar.
En
el caso de las leyendas y mitos del Grial, tan abundantes, la imaginación
creadora se hace imprescindible para que interactuemos con los distintos protagonistas
pues constituyen aspectos o estados de nosotros mismos, o sea que no somos
ajenos a nada de lo que acontece en esas historias, que al fin y al cabo no son
otra cosa que el relato mismo del viaje iniciático, o sea que son prototípicas,
por lo que necesariamente revelan una enseñanza precisa, para nada aleatoria o contingente,
aunque en ocasiones las contingencias y fatalidades que les suceden a los
héroes adquieren un significado que conviene tener en cuenta pues forma parte
de su trama y de la enseñanza que se quiere transmitir. Esta es la magia del
mito: que hace verosímil lo que a nuestra mentalidad profana le parece
inverosímil, o sea que la realidad de lo sagrado existe de verdad y además es
perteneciendo enteramente a ella desde donde podemos resolver el problema de
nuestra identidad individual, al advertir que esta no es tal, y que en todo
caso forma parte de un proceso de transmutación que ha de conducirnos ante el
umbral del Misterio, traspasado el cual, y como les sucede a las aguas del río,
nos fundiremos con el “Océano de la Mar Divina”.
Debemos
entonces admitir como verosímil aquella leyenda, relatada por San Agustín, de que
antes que José de Arimatea y Nicodemo viajaran a las Islas Británicas ya habían
estado allí con el mismo Jesús, que les había revelado ciertos secretos en
relación con su viaje postrero. A este respecto, no hemos de olvidar que José
de Arimatea y Nicodemo son considerados como discípulos “secretos” de Cristo, pero
no simplemente porque se ocultaban a las autoridades exotéricas o religiosas del
judaísmo (al que pertenecían ya que eran miembros del sanedrín), sino sobre
todo porque habían recibido de Cristo una enseñanza ligada con los misterios de
la muerte y la resurrección espiritual, que son en definitiva los misterios de
la iniciación.
Recordemos que Nicodemo se reunía con Cristo “de noche”, simbolizando así el carácter reservado y “oculto” de esa enseñanza, lo cual nos lleva a la conclusión de que la verdadera naturaleza del viaje de José de Arimatea y Nicodemo no era simplemente llevar la “Buena Nueva” (eso estaba incluido) a esos pueblos en una especie de labor de apostolado exotérico, sino que su “misión”, si se nos permite tal expresión, consistía en transmitir el contenido mismo de esos misterios, que están en el núcleo de la doctrina cristiana, una rama directa de la Tradición Primordial, como lo indica el tributo que los Tres Reyes Magos (encarnación de la Tradición primigenia) rindieron en Belén al Mesías recién nacido. En este sentido, es relevante el hecho de que las únicas referencias a Nicodemo estén en el Evangelio de Juan, considerado como el más esotérico e iniciático de los cuatro evangelios canónicos.
Cristo enseña a Nicodemo. Obra de Crijn Hendricksz Volmarijn (siglo XVII) inspirada en el capítulo 3 del Evangelio de Juan.
Este
es el caso, por ejemplo, del episodio en el que Jesús le hace ver a Nicodemo la necesidad de "nacer de arriba”, de “nacer de nuevo”, pues es la única manera
de poder “entrar en el Reino de los Cielos”, en clara referencia al nacimiento
en el Espíritu,
“que sopla de donde
quiere, y oyes su voz; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo
aquel que es nacido del Espíritu” (Juan, 3: 2-21).
Por otro lado existe un
Evangelio apócrifo de Nicodemo en donde se menciona el descenso a los infiernos
de Jesús y su resurrección posterior después de “revivir a los muertos”, lo
cual es recogido también por Mateo (27:52-53) con las siguientes palabras:
“y
los sepulcros se abrieron; y hasta muchas personas santas, que habían muerto,
volvieron a la vida. Entonces salieron de sus tumbas, después de la
resurrección de Jesús, y entraron en la santa ciudad de Jerusalén, donde mucha
gente los vio”.
Al contrario de
Nicodemo, referencias a José de Arimatea las encontramos en todos los
evangelistas, pero siempre en relación con la idea de morir a este mundo para
poder renacer en el Reino Celeste. José de Arimatea y Nicodemo dieron sepultura
a Jesús después de bajarlo de la cruz y recoger la sangre y el agua que manaban
de su costado en la Copa o el Vaso que sirvió para la Última Cena, donde se
instituyó la Eucaristía, el rito central del cristianismo y cuyo carácter
mistérico e iniciático es indiscutible: la transubstanciación del pan y del
vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, siendo esta última el precioso líquido
vivificador del Espíritu, o sea el “brebaje de inmortalidad”. Y como el
simbolismo es el lenguaje de la Ciencia Sagrada y todo en él tiene un sentido
referido a las realidades iniciáticas, la palabra “Arimat” (de Arimatea)
resulta ser el anagrama de Amrita,
que es el sôma védico, o sea “la
bebida de inmortalidad”, o la “ambrosía” de los griegos, símbolos todos ellos
del Conocimiento.
¿Qué demuestra esto
último sino que en todas las tradiciones existe un núcleo central que las une más allá de sus diferencias formales, además de demostrar que el
simbolismo es un lenguaje universal y el propio del verdadero esoterismo? Por
eso la Copa del Grial es idéntica al Corazón de Cristo, que a su vez no solo
representa la esencia de la doctrina cristiana sino que es en sí mismo el
“Corazón del Mundo”, o sea su Centro, donde se concilian todas las oposiciones,
y los seres son reintegrados en la “Gran Paz”.
Como
podemos observar en esta imagen, el Corazón de Cristo como Centro del Mundo
está representado con cierta frecuencia en las “cruces celtas”, concretamente
en el centro de intersección de los brazos de la cruz, la cual es justamente un
símbolo del Mundo, como la Rueda, que era una de las imágenes simbólicas más
propagadas entre los celtas. A propósito de esto, hemos de decir que la palabra
Rueda (Rota en latín) está relacionada con “Rosa”, y también con “Rocío”, y
hemos de recordar que en algunas representaciones de la Copa del Grial, esta
recoge las gotas de sangre que descienden como un “rocío” del Corazón de Cristo,
tratándose en definitiva de un “rocío celeste” que vivifica al mundo y a los
hombres, es decir a la totalidad de la Creación. En el ámbito iniciático, el
“rocío celeste” está relacionado evidentemente con las ideas de regeneración y
resurrección, y ni qué decir que todo esto desempeña un importante papel en el simbolismo
alquímico y rosacruz.
Esto último nos lleva a una reflexión que concierne
directamente al esoterismo de la Historia, pues el “encuentro” entre el
celtismo y el cristianismo propiciaría también un terreno fértil para que ciertas
ideas surgidas en el ámbito de las leyendas del Grial, germinaran en la
tradición hermético-alquímica, que se desarrolló considerablemente durante la
Edad Media al mismo tiempo que dichas leyendas se divulgaban literariamente y
oralmente, esto último gracias a los trovadores, herederos de los bardos celtas.
Uno
de esos trovadores, el inglés Robert de Boron escribió varios poemas como “José
de Arimatea”, “El Romance del Santo Grial” y “Merlín”, el druida celta (o sea
el representante de su tradición esotérica), poema este último del cual apenas si
se conservan unos fragmentos. En el dedicado a José de Arimatea leemos las
siguientes palabras de Jesús resucitado dirigidas al propio José, aludiendo veladamente
a la enseñanza del Grial y a la necesidad de transmitirla a quien
verdaderamente esté cualificado para recibirla:
“En tu poder tendrás el
signo / de mi muerte y lo guardarás, / y lo deberán guardar / aquellos a
quienes tú quieras confiarlo”.
La expresión “En tu
poder tendrás el signo… y los guardarás” permite ver en José de Arimatea un
“guardián” que custodiará y protegerá la Copa del Grial, protección que es justamente
la función del “poder temporal”, y quienes lo detentan son los verdaderos
“guardianes de Tierra Santa”, que es todo “centro espiritual” donde está
depositado el Conocimiento. El caballero del Grial protege al “centro” que lo
contiene, protección que se extiende a la autoridad espiritual o sapiencial que
es la encargada de transmitir el Conocimiento.[1] De
más está decir que esos dos aspectos, el guerrero y el sapiencial, son también
dos estados jerarquizados que habitan en cada uno de nosotros, y encontrar la armonía
y el equilibrio entre ambos es haber alcanzado una “meta” importante en el
camino del Conocimiento. Si José de Arimatea representa al guerrero que tiene
el “arrojo” de recuperar el cuerpo de Jesús y darle sepultura, en esa labor lo
acompaña Nicodemo, quien a su vez representa a la autoridad espiritual, y todo cuanto
dijimos anteriormente sobre él lo confirma.[2] Vemos
así que las figuras de José de Arimatea y Nicodemo tenían entre sí la misma
relación que mantenían el rey Arturo y el sacerdote-druida Merlín.
Todo
esto nos indica que de alguna manera la tradición celta y la cristiana estaban
destinadas a encontrarse, y no es por casualidad que ellas tuvieran entre sus
símbolos más importantes aquellos que siempre se han considerado como
recipientes que conservan el Conocimiento y la Sabiduría. El Vaso o Copa del
Grial traída desde Jerusalén por José de Arimatea y Nicodemo se asimiló inmediatamente
al “caldero” celta, atributo de Dagda, uno de los dioses civilizadores que
llegaron a Irlanda con los Tuatha de Dannan,
los seres míticos de la Edad de Oro. El caldero celta y la Copa del Grial
tendrían pues la misma función. Además, “caldero” tiene la misma raíz que
“caldes”, o “kaldes”, es decir “celtas”, existiendo aquí una identificación
entre el recipiente sagrado y la propia cultura celta.[3] Grial
alude tanto a vaso (grasale) como a libro (gradale o
graduale), que no es otro en
definitiva que el Libro de la Vida. La leyenda según la cual la Copa del Grial
es una piedra esmeralda caída del Cielo y grabada con signos que remiten al
lenguaje de los pájaros (o de los ángeles, que es la lengua que se hablaba en
el Paraíso) hace de ella en efecto un símbolo del Verbo encarnado y su descenso
en el mundo, o sea un símbolo de la propia Tradición Primordial.[4]
La
referencia a los Tuatha de Dannan y
su vinculación con el carácter oracular y sagrado de la piedra, nos mete de
lleno en las herencias espirituales que los druidas reciben de esa civilización
anterior a ellos establecida principalmente en Irlanda, la “Isla Verde”, que en
tiempos remotos era uno de los centros sagrados de donde partieron los
constructores que hicieron de las Islas Británicas un verdadero “Templo
Estelar”, o sea una imagen del Cielo en la Tierra. El crómlech (“círculo de
piedras”) de Stonehenge es un ejemplo de esas construcciones, de las muchas que
se levantaron y que revelan un conocimiento sorprendente de la geometría sagrada,
una geometría que “traduce” las medidas y dimensiones del cosmos y de la tierra
reproduciéndolas en la arquitectura de los santuarios y otras edificaciones que
han de verse también como “recipientes” donde se deposita el Saber universal. Sin
duda los celtas, y más concretamente los druidas, recogieron ese saber
inmemorial, y respetaron el legado transmitido a través de sus construcciones,
un legado que también está impreso en ciertos lugares naturales al aplicar en
ellos el “arte de la geomancia”, ligado con la geometría sagrada. Todo esto
debería llevarnos a reconsiderar nuevamente la concepción que tenemos de
nuestros lejanos antepasados, mucho más desarrollados en las cuestiones esenciales
de la vida que nuestra engreída y espiritualmente empobrecida civilización
moderna.
Como decíamos, la posibilidad real de esa herencia por parte de la casta sacerdotal celta puede apreciarse en las propias leyendas artúricas en las que se menciona al mago Merlín como un consumado arquitecto, lo cual hace de la construcción un “arte sacerdotal” además de un “arte real”. Merlín llevó a cabo numerosas construcciones, entre ellas la famosa “Tabla Redonda”, realizada de acuerdo a ese mismo modelo celeste. Todo esto, unido al hecho de que en torno a la Tabla Redonda se sentaran los doce caballeros más cualificados del rey Arturo, nos permite asegurar que además de reproducir una imagen de propio Zodíaco, o quizás precisamente por ello, la “Tabla Redonda” simbolizaba la constitución de un “centro espiritual”, que acogerá al Santo Grial traído de Jerusalén por José de Arimatea y Nicodemo.[5]
Aquí
es donde se ve con toda claridad esa “unión” del celtismo y el cristianismo, y
de ahí que haya llegado a hablarse de un cristianismo celta, que en realidad es
otra manera de denominar a la Iglesia Culdea, fundada por los primeros
cristianos llegados con los dos discípulos “secretos de Cristo. Allí se
construyó la primera iglesia, consagrada a San José, y a la que, como dijimos
al principio, pusieron el significativo nombre de “La Nueva Jerusalén”. Su estructura
era más bien sencilla pues consistía en un recinto circular con una capilla en
el centro (consagrada a Santa María) rodeada de 12 pequeñas construcciones
redondas al modo celta. La analogía con el Zodíaco y la “Tabla Redonda” es
total.
Siglos
más tarde, en plena Edad Media, en ese mismo lugar se levantó la Abadía de Glastonbury,
lindando con Gales, y no muy lejos de Stonehenge. Precisamente hay estudios que
aseguran que la Abadía integró dentro de su propia estructura la antigua En esta geografía mágica se desarrollan gran
parte de las historias cuyos protagonistas son el rey Arturo y sus doce
caballeros de la “Tabla Redonda” a la búsqueda del Santo Grial. La Abadía de
Glastonbury se construyó en el mismo lugar que la iglesia primitiva consagrada
a Santa María, de la que hablamos al principio, que fue en realidad la primera
edificación de la Iglesia Culdea. No lejos de allí está Glastonbury Tor (el
Otero de Glastonbury), con los restos de la iglesia de San Miguel en su cima.
Vista desde arriba, la colina tiene el aspecto de una barca (o arca), un símbolo que como decimos se asocia con la copa en la medida en que también representa la idea de conservación, y cuyo prototipo para la cultura judeo-cristiana es el arca de Noé. Esa idea de conservación del Conocimiento se ratifica cuando comprobamos que en las leyendas la colina de Glastonbury aparece identificada con la mítica Ávalon, la isla sagrada de la tradición celta, en cuyo interior está el “Palacio de Cristal”, donde habita el Rey del Mundo. Según la misma leyenda, el cuerpo de Arturo[6] fue llevado en barca a dicha isla y en ella descansa como “en un sueño”, esperando renacer al “final de los tiempos”, es decir cuando los tiempos estén “consumados”, lo que ha de ser visto como un renacer de la propia Tradición primordial. La Tradición, y la Sabiduría que vehicula, es inmutable, solo cambian las “condiciones exteriores” del mundo, de las que el ser humano que aspira a encontrar el misterio del Grial en sí mismo, deberá sustraerse, habiendo comprendido que su “Reino no es de este mundo”. El Santo Grial, es una “promesa” que nos interpela, que reclama de nosotros una “fe intrépida” (fides intrepida), o sea una “fidelidad” para con Arturo, el Rey Pescador, hijo de Uther Pendragón (el Dragón Polar). Es la misma fidelidad que brota del corazón de Perceval cuando le dirige a Arturo en su lecho de muerte la pregunta fundamental, la única necesaria, y que con solo oírla su alma será nuevamente colmada con los dones del Espíritu: “¿Dónde está el Grial?” Francisco Ariza
Leer acerca del mismo tema: Masonería Escocesa, William Sinclair y la Capilla de Rosslyn. Historia y Simbolismo
https://www.franciscoariza.com/
Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha
[1] En su poema,
Robert de Boron, recogiendo seguramente lo que se dice en el evangelio
apócrifo de Nicodemo, señala que José de Arimatea era el hermano menor de
Joaquín, el padre de la Virgen, siendo por tanto el tío abuelo de Jesús. A la
muerte de José el carpintero, padre de Jesús, José de Arimatea pasaría a ser su
tutor, es decir su “protector” hasta la edad adulta.
[2] Ver también el
cap. V de El Rey del Mundo, de René
Guénon.
[3] La misma raíz
etimológica de caldera y celta la podemos ver en “caldeo”, los antiguos
sacerdotes astrónomos de Mesopotamia. De hecho, esto también nos indica que la
palabra celta no era antiguamente la designación de un pueblo, sino de una
casta sacerdotal, igual que caldeo.
[4] René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada,
caps. XI y XLIV. En este último, titulado “Lapsit Exillis”, Guénon habla de las “piedras parlantes”, o
“piedras oraculares”, caídas del Cielo. Señala asimismo que la copa ha sido un
símbolo frecuente en la Biblia, y además de José de Arimatea, recuerda el caso
de otro José, uno de los doce hijo de Jacob, que era portador igualmente de una
“copa oracular” que podría considerarse como una de las formas del mismo Grial.
Y Guénon concluye que es sorprendente que no se haya prestado nunca atención a
estas “coincidencias”, muy significativas sin embargo. Nosotros añadiríamos
aquí a José, el padre de Jesús y esposo de María, cuyo nombre como veremos a
continuación fue puesto a la primera iglesia construida en Inglaterra,
precisamente en Glastonbury.
[5] Hablando de “templo
estelar” hay que mencionar al famoso Zodíaco natural situado también en la
comarca de Glastonbury, al cual se ha querido asimilar a la “Tabla redonda” del
Grial, o viceversa. Ver cap. XII de Símbolos
Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
[6] Podemos
encontrar otro vínculo entre el celtismo y el cristianismo en el hecho de que
al igual que el cuerpo de Arturo es depositado en una barca para dirigirse a
Ávalon, otra barca conteniendo el cuerpo del apóstol Santiago el Mayor arribará
a las costas de Galicia, una tierra que como indica su nombre estaba dentro del
área de influencia de la cultura celta, como toda la Britania, Irlanda, Bretaña
y la Galia.
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