La Perspectiva Metafísica de la Historia


El Concilio de los Dioses, de Rafael Sanzio

La palabra Historia quiere decir “investigación”, y en la antigua Grecia el historiador era el hístor, el “testigo” de los hechos, y considerado por ello el “hombre-memoria”. No es por casualidad entonces que la Historia esté presidida por la musa Clío, hija de Mnemosine (la Memoria), que mantiene vivos en el recuerdo los actos más elevados y generosos de los hombres, y muy cercana a ella están sus hermanas Calíope y Urania. La primera preside la poesía épica y heroica, y la segunda la astronomía, la ciencia del Cielo (y con ella la geometría y el número), y cuyos mayores “testigos” fueron Homero y Hesíodo, que no eran historiadores propiamente dichos pues esta ciencia comienza con Heródoto (al que Cicerón llamó “padre de la Historia”), sino poetas que transmitieron la memoria del tiempo mítico, las hazañas de los héroes y el linaje de los dioses. Virgilio, el “príncipe de los poetas latinos”, nacido siete siglos después de Homero y Hesíodo (la distancia temporal que hay entre nosotros y Dante), es sin embargo el heredero directo de ambos, y su genio poético manifestado en la descripción de los mitos fundacionales de su cultura (en la epopeya de la Eneida), es inseparable de sus conocimientos acerca de las leyes cíclicas, y por tanto astronómicas, ocultas también tras el velo poético en las Geórgicas y en las Églogas (o Bucólicas).

En realidad, y si vamos al fondo de la cuestión, todas las Musas presiden la Historia, porque quizás no haya materia más importante que el estudio de la misma. El propio Cicerón dijo de ella que era “Maestra de la vida”, e incluso Cervantes puso en boca de su alter ego don Quijote: “...la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.” O sea, la Historia como la memoria del Ser del Tiempo. Esto lo entendió perfectamente Heródoto, que puso a cada uno de los nueve libros de su Historia el nombre de una Musa. ¿Acaso la Historia no alterna en su discurrir la comedia (presidida por Talía) y la tragedia (presidida por Melpómene)? ¿No es la Historia, en definitiva, la mejor representación del Gran Teatro del Mundo?

En todas las culturas tradicionales era fundamental conocer los relatos que acontecieron in illo tempore, en el “comienzo de los tiempos”, y el Génesis bíblico es un buen ejemplo de ello, pues no deja de ser también un relato mítico entreverado con el acontecer de sus protagonistas. Todos los pueblos tienen su “Génesis”, y por poner solo dos ejemplos citaremos el Popol Vuh entre los mayas quichés de Guatemala y las Eddas o narraciones poéticas de los mitos nórdicos transmitidas de forma oral por los bardos, videntes y trovadores desde tiempo inmemorial, las cuales fueron recogidas en plena Edad Media por los historiadores y escritores islandeses, como Snorri Sturluson, sin el cual toda la mitología nórdica y germánica hubiera desaparecido.

Aquí, el papel del historiador es fundamental pues él es “testigo” de la importancia que para su cultura constituye la realidad de los mitos sagrados de la misma, o sea que para que su ciencia tuviera un sentido más allá de la simple consignación de los hechos, no podía obviar esa función de “receptor” de los mitos y modelos ejemplares transmitidos a través de ellos, estableciendo así un vínculo permanente con los orígenes atemporales. No deberíamos olvidar en este sentido que la revelación del mito, o del tiempo sacralizado, siempre es coetánea con el tiempo cíclico e histórico. Si no fuera así, la posibilidad de conectar con las ideas-fuerza que fundamentan y cohesionan el mundo dándole un significado más allá del flujo de su discurrir, sería una quimera, y la existencia humana como tal caería en la más completa irrealidad. El caos en todos los órdenes de la vida al que estamos asistiendo hoy en día no es sino una consecuencia de haber perdido ese contacto con los principios, que todas las tradiciones son conformes en denominar como los atributos de un Ser único, que se manifiesta a través de ellos, y que lejos de ser abstracciones vacías, son como semillas que al encontrar terreno fértil en nuestra alma pueden hacerla “crecer en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y sus semejantes”. (Lucas 2: 52).

Por eso mismo, hístor está relacionado con idein (‘ver’, de ahí testigo) y oida (saber). A este respecto recordemos que existe una relación entre la vista y el saber, como claramente lo expresa la palabra Veda, cuya raíz vid significa tanto “ver” como “saber” (vidya). La vista siempre se ha tomado como un símbolo del Conocimiento, y esto lo entendió perfectamente Platón cuando dejó dicho que la Filosofía nació de la visión y contemplación del movimiento de los astros en el firmamento:

“Ciertamente, la vista, según mi entender, es causa de nuestro provecho más importante, porque ninguno de los discursos actuales acerca del universo hubiera sido hecho nunca si no viéramos los cuerpos celestes ni el sol ni el cielo. En realidad, la visión del día, la noche, los meses, los períodos anuales, los equinoccios y los giros astrales no sólo dan lugar al número, sino que éstos nos dieron también la noción del tiempo y la investigación de la naturaleza del universo, de lo que nos procuramos la filosofía.” (Platón, Timeo 47).[1]

Los Vedas constituyen el conjunto de enseñanzas que, en la tradición hindú, conforman la Ciencia Sagrada. Desde esta perspectiva, y según llevamos dicho, los historiadores antiguos están integrados en una Tradición cultural que está en permanente relación con sus dioses y el mundo de las ideas, que son los atributos de esos mismos dioses, como hemos visto cuando hablamos de la relación de la Historia con las Musas, diosas de las artes y las ciencias de la Cosmogonía. El historiador, como el geógrafo, el matemático, el astrónomo-astrólogo (que muchas veces coincidían en una misma persona, pues son temas que tratan de la ciencia del tiempo y del espacio, y por tanto la doctrina de los ciclos forma parte de su labor)[2] es aquel que sabe por haber “visto” e “investigado”. Es un intérprete de la realidad, un hermeneuta. No sólo consigna los “hechos” que “ve” u “oye”, sino que éstos son seleccionados de acuerdo a unos valores y unos principios que él lleva ya incorporados en su ser pues pertenece a una Tradición que le provee de una imagen del mundo, un modelo del cosmos, una filosofía (en su verdadero sentido de “amor a la Sabiduría”), que él recrea acudiendo a su propia experiencia y a aquello que le es transmitido y revelado, y aquí incluimos tanto la transmisión oral como escrita. Es decir hay un criterio, una “perspectiva”, un “punto de vista” (darshana) del propio conocimiento de la realidad de las cosas,  en suma una orientación que viene dada por la pertenencia a esa Tradición. No describía simplemente lo que veía u oía, sino aquello que realmente era significativo para comprender el hecho descrito en el contexto de su propia realidad cultural y sapiencial, dentro de la cual precisamente había surgido.

El ya citado Heródoto es un caso paradigmático a este respecto, pues en sus relatos emplea constantemente el “yo vi” y el “yo oí”. Esto indica también que el historiador es un viajero, y podríamos decir que un “noble viajero”, según la acepción que esta expresión tenía en la Antigüedad: el viaje como forma de conocimiento y de iniciación en los misterios de la vida, o sea como una mayéutica que permite el renacimiento espiritual. El viaje, que es movimiento, relaciona el tiempo y el espacio, o sea la memoria y la geografía. Los lugares conservan la huella de la cultura y la civilización y están “cargados” con su influencia benéfica, y al mismo tiempo que se viaja por el espacio geográfico el hombre lo hace por su alma, que se recuerda a sí misma en el cielo de los arquetipos (la anamnesis o reminiscencia platónica), de ahí la indiscutible dimensión simbólica del viaje, y como afirma Federico González en el cap. X de Las Utopías Renacentistas la aventura interior es un tesoro más grande que cualquier Eldorado.

II

Uno de los filósofos de la Historia que formuló la “perspectiva” histórica fue Giambatista Vico, que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, siendo además uno de los pocos pensadores de ese tiempo que se oponían a la visión cartesiana de la realidad, proponiendo una “renovación” de los postulados tradicionales no su destrucción. Él divide la Historia de las civilizaciones en tres grandes periodos o edades que recuerdan la teoría de la Anaciclosis vertida por Platón y recogida por el historiador Polibio: la Edad de los Dioses (período de las monarquías divinas), la Edad de los Héroes (periodo de la nobleza aristocrática) y la Edad de los Hombres (período popular o democrático).[3] De ahí que se haya dicho muy acertadamente que Vico:

“se propone indagar y plasmar su concepción de la Historia Ideal Eterna, que se basa en una meditación sobre la Providencia Divina ordenadora y garantizadora de los procesos civilizatorios vinculados estrechamente con el desarrollo del derecho de las gentes”.[4]

Veamos brevemente como se ilustra ese papel ordenador y organizador de la Providencia (o Inteligencia divina) en los procesos históricos, recordando que esto mismo está presente en la noción del Dharma en las tradiciones orientales. Para ello hemos escogido dos de los grabados pertenecientes a la obra principal de Vico, Ciencia Nueva. En torno a la naturaleza común de la naciones, de 1744.

Ignota Latebat (“Ella yacía escondida”)

En primer lugar tenemos este grabado en el que aparece una mujer con alas en su cabeza, indicando su carácter aéreo y eminentemente vehicular. Vico da el nombre de Metafísica a esta mujer, pero nosotros preferimos ver en ella más bien una representación de la “perspectiva metafísica”, que presupone el conocimiento de los principios universales, así llamados porque de ellos deriva todo lo creado en sus diferentes niveles de manifestación, desde los más altos y sutiles hasta los más inferiores y solidificados. La mujer alada es así el vínculo que permite la comunicación entre esos distintos niveles. En lenguaje hermético diríamos entre el macrocosmos y el microcosmos, entre el mundo superior y el mundo inferior, su reflejo invertido.

Esa es también la función del símbolo, e igualmente de la Historia, que como estamos viendo integra a todas las artes y ciencias de la Cosmogonía, y no ha de extrañarnos que ella fuera considerada en los círculos más cultos de la Edad Media como la más importante materia a estudiar y conocer. No son extrañas a la Historia la geometría y el número, tampoco la música y mucho menos la astronomía, y desde luego, por su relación con la épica, tienen en ella un lugar prominente las artes de la palabra y el discurso bien tramado para explicar todos los matices que al fin y al cabo entraña el acontecer de la vida humana entreverada con la Vida Universal. La Historia tiene una morfología, una estructura idéntica a la de todos los seres vivos, y como tal ha de ser estudiada. En el hinduismo la Historia, como ciencia de la Cosmogonía, forma parte de los Vedangas, o sea de las ciencias auxiliares del Veda, que en efecto constituye la parte más elevada de la doctrina metafísica. [5]

Centrándonos pues en la imagen de Vico, observaremos que la mujer sostiene con su mano derecha un triángulo rectángulo mientras que con su izquierda sostiene un espejo donde aquel se refleja. La mujer está sentada sobre una esfera (el Cielo) pero se apoya en un estable cubo de piedra (la Tierra), donde aparece inscrita la frase Ignota Latebat (“Ella yacía escondida”).

Esta frase se refiere precisamente a que la verdad, para el ser humano, está escondida, o velada, tras la representación simbólica de la realidad, pero también puede mostrarse y revelarse mediante esa misma representación, en este caso a través del cubo y la esfera, o el cuadrado y el círculo, las dos figuras que para Platón son las formas geométricas que mejor expresan la “belleza absoluta”, siendo la belleza, según el mismo Platón, el ornamento de la Verdad. Esta alusión a la belleza no la dice Platón por casualidad, sino que está estrechamente vinculada con la idea de Armonía y con la de Justicia, y por eso a la de orden y “organización”, que es lo que define la estructura sutil del Cosmos y sus leyes, que vistas desde la perspectiva metafísica son cauces que permiten ordenar y articular el discurrir de la vida humana y de las civilizaciones creadas a partir de esa misma estructura. Por consiguiente, ese “derecho de las gentes” al que se refería la cita anterior, es una forma de expresar la armonía cósmica manifestada en nuestro mundo. Todas las legislaciones tradicionales que regulan los aspectos más sociales de una civilización descansan en esta premisa.

La “perspectiva metafísica”, como todo, tiene su origen en el mundo divino, simbolizado por el triángulo, que representa a su vez el mundo de los arquetipos creacionales. Dicho triángulo se refleja en el “espejo”, o sea se “reflexiona” en el mundo humano, adquiriendo en él la “forma” del cuadrado, que en la tridimensionalidad es la “caja-cubo” cósmica sobre la que se apoya la mujer que sostiene el triángulo y el espejo. Es el “paso” de la tríada –en este caso triunidad- de los principios ontológicos (del Ser) al cuaternario (dominio del Demiurgo creador), o sea al mundo de la manifestación regido por las mismas leyes que organizan a las civilizaciones, como podremos ver en el siguiente frontispicio de la misma edición de 1744:

Portada de Ciencia Nueva, 1744

Aquí la “perspectiva” o “punto de vista metafísico” viene dado por el rayo luminoso que parte del “ojo” de la Providencia divina proyectándose en la “joya” que la mujer porta en su pecho, joya que también puede ser su corazón, el cual “recibe” ese rayo luminoso, que mediante el “ángulo de reflexión” desciende al mundo humano (representado aquí por Homero), donde aparecen diversos símbolos y emblemas, entre ellos el casco y el caduceo de Hermes-Mercurio, el dios civilizador, pero también la balanza, la tablilla con el alfabeto latino, el arado, el timón, la urna cineraria... o sea instrumentos y símbolos alusivos a las distintas artes y ciencias de la cosmogonía. Esto es algo que a muchos historiadores actuales se les escapa en su apreciación sobre la Antigüedad en general, pues emiten su juicio sobre ella con unos patrones mentales nacidos al albur de las ciencias racionalistas y una epistemología de aliento corto que no ven en la Historia un modelo del Cosmos con diferentes planos o niveles de manifestación, lo que implica un desconocimiento del lenguaje simbólico y de sus códigos y patrones de pensamiento, basados en las analogías y las correspondencias entre esos distintos planos o niveles, que si bien, desde la “perspectiva metafísica” constituyen una unidad, o un todo cuyas partes son inseparables, sin embargo, se presenta como múltiple cuando se refleja en el espejo de la Creación y proyecta sobre el mundo todas las posibilidades de manifestación, incluidas las que portan en sí mismas el germen del caos y de la destrucción.

Nada falta en el escenario de la Historia, y ya sabemos por experiencia que la cizaña nace junto al trigo y crecen juntos, y nos compete a todos reconocer cual es una y cual es otro en nuestro interior, para no caer en la confusión, y exteriorizarla, llevándola a todas partes con nosotros. Por eso mismo la Historia es maestra de la vida pues puede ayudarnos en los momentos clave en que hemos de escoger, como Hércules, entre esa vía que conduce al río del olvido (cuyas aguas están “ahítas de muerte y maldad” como dice Platón en el Fedro, y ese es el “lado oscuro” de la Historia), o bien esa otra vía que es el camino de los que recobran la memoria al haber bebido de las fuentes originarias de su cultura, cualquiera que esta fuese, pues en realidad todas las culturas tradicionales que han dado forma a la Historia coinciden en reconocer que ese origen siempre es sagrado. Francisco Ariza



[1] Recogido de “El Ser del Tiempo. Simbolismo de los Calendarios”, cap. III de Simbolismo y Arte, de Federico González.

[2] Recordemos, por ejemplo, que el astrónomo y geógrafo Hiparco de Nicea (s. III a.C.) descubrió para Occidente la Precesión de los Equinoccios, fundamental en la doctrina de los ciclos.

[3] Acerca de todo esto ver nuestro estudio El Gobierno de la Muchedumbre contra el Pueblo de la Civitas (Cuadernos de la Tradición Unánime Nº 22).

[4] “Ideas centrales de la Ciencia Nueva de Vico”, de Javier Eduardo Domínguez. Cuadernos sobre Vico 27 (2013).

[5] Ver René Guénon: Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes, cap. "Los puntos de vista de la doctrina".

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