La Salida del Laberinto
El infierno siempre son “los otros”, pero esos “otros” son los fantasmas de nuestra mente, cuyo número es legión. No se pueden contar de innumerables que son. Más valdría entonces dedicarnos a lo que de verdad importa, sobre todo cuando has cumplido cierta edad y te das cuenta realmente de que ya no puedes perder más el tiempo, que es demasiado valioso, como advierte lúcidamente el personaje principal de “Muerte en Venecia” (de Thomas Mann) observando cómo se van agotando a gran velocidad los últimos granos de arena por la parte más estrecha del reloj del mismo nombre.
Pero la esperanza es lo último que se pierde, y en un momento dado te das cuenta de que a pesar de todos los errores que hayas podido cometer estos palidecen frente al hecho de haber advertido, gracias a una Enseñanza que viene de un in illo tempore primordial, que las relaciones, analogías y correspondencias entre los distintos elementos particulares conforman el conjunto armonioso del Cosmos, creado a partir de los poderosos atributos divinos emanados del misterio de la Unidad metafísica. Y no menos importante es haber comprendido también que esos mismos poderes y energías están en ti mismo, pues formas parte del entramado vivo y significativo de esta Harmonía Mundi. Portamos en nuestro interior esas mismas potencias del universo, pero a veces hay velos muy espesos que nos impiden tomar contacto con ellas, aun siendo, paradójicamente, las más cercanas a nuestra verdadera esencia.
O sea, que nuestra identidad pasa necesariamente por
participar activamente de esa Inteligencia que constantemente se revela a sí
misma a través de sus obras, que en un primer nivel son ideas (como audiciones
percibidas por el espíritu que mora en nosotros); en un segundo nivel esas
ideas pasan a ser formas sutiles y mentales, conformando la substancia de
nuestro pensamiento; y por último aparecen como algo concreto y tangible, el
mundo físico, “materializado” por así decir, aunque la palabra “materia” tiene
otras acepciones distintas a las habituales de acuerdo a su etimología, que
incluye el término “medir”, relacionado directamente con “los tres pasos” con
los que Visnú mide esos tres niveles
o mundos manifestando así todas las posibilidades existenciales de cada uno de ellos. También con la
Geometría, que es precisamente “la ciencia de la medida”, y de la cual Platón
dejó dicho que formaba parte esencial de su Filosofía. Suya es justamente esta
frase: “que nadie entre aquí [en el Templo de la Sabiduría] si no es geómetra”.
El Intelecto divino, que es Verbo y Luz, es el verdadero
guía o “maestro interno” que alumbra nuestro camino, a veces tortuoso como un
laberinto que parece no tener salida porque nos empeñamos en ese “vuelo raso” y
“gallináceo” que nos impide ver que esa salida siempre es vertical, conclusión
a la que llegamos inevitablemente tras habernos equivocado numerosas veces
creyendo que dicha salida estaba a la altura de nuestras mediocres
posibilidades individuales, ignorando aquellas otras que son infinitamente más
universales. Pero primero hemos de llegar al centro del laberinto, como Teseo,
y matar al Minotauro, ese espejo en el que nos vemos invertidos, o sea con la
parte animal arriba y la humana abajo. Matar al Minotauro es en realidad poner
“orden en el caos” (el acto cosmogónico por excelencia) y transmutar nuestras
pasiones groseras en sutilísima luz.
Tal vez entonces se nos revele nuestra verdadera naturaleza
y con ella un destino a cumplir, aunque sigamos cargando con nuestra cruz, o
sea con “nuestras circunstancias”, pues no hay modo de desprenderse de ellas
mientras sigamos en este “valle de lágrimas”. De alguna manera continúas en el
laberinto, pero sabes dónde está la salida, y la única manera de encontrar un
equilibrio en este litigio constante es hacer las “paces” contigo mismo, o sea
“conciliar los opuestos” en el centro de tu corazón.
No hay culpa, solo ignorancia, y por lo tanto el conocimiento
es la única medicina que puede curarte. De ahí la necesidad de nutrirse de la
doctrina metafísica en simultaneidad con el aprendizaje de una Cosmogonía que
ordena tu mente y te ayuda a encontrar tu “lugar en el mundo”, que no es poca
cosa si te paras a pensarlo bien. Jacob encontró el suyo: una escala o eje por
donde podía ascender y descender de la tierra al cielo, y del cielo a la
tierra.
De pronto te das cuenta que la promesa que recibiste y que a
veces olvidas sumergido en la vorágine de esta “selva oscura” de la que habla
Dante, es la de ser "compañero del Sol arquetípico", como ese jabalí de oro
de la mitología nórdica llamado Gullinbursti que acompañaba siempre al dios
Freyr (el “Señor”) tirando de su carro e iluminando la noche con el resplandor
de su piel. Es difícil no comparar a este dios con Mitra, o con el propio
Cristo, y tantos otros dioses solares. ¿Acaso no posee nuestra alma esa misma luz
como la herencia más preciosa del in illo tempore primordial?
Para lo cual hemos de ser capaces de percibir y establecer
otro tipo de relaciones, correspondencias y analogías, donde los elementos
constitutivos sean esta vez ideas puras y no contaminadas por el contacto
diario con el mundo sub-lunar. Ideas y principios que encarnan en las
luminarias celestes, cuyos movimientos por el finísimo éter trazan la
arquitectura sonora de la “Música de las
Esferas", una manera de denominar a la Filosofía Perenne. El “oído” y la
“vista”, como el resto de los sentidos corporales, son también “sentidos
internos”, y reparas que la transmutación alquímica consiste en realidad en
despojarlos de sus elementos groseros para regresar al principio de donde todos
ellos provienen, al que la tradición hindú denomina Buddhi, concebido como un
rayo luminoso directamente emanado del Gran Espíritu.
Son esas Ideas las que moldearán y regenerarán absolutamente
el pensamiento, la mente y todo lo que eres hasta el último átomo de tu cuerpo,
accediendo a un mundo realmente nuevo, sin referencias individuales de ningún
tipo pues han sido absorbidas (que no destruidas) en lo supraindividual, y con
todas las posibilidades de realización metafísica que el Ser porta en Sí Mismo.
Como dice el Maestro Eckhart: “Dios está vacío de todas las cosas, y Él es todas
las cosas”. Francisco Ariza
https://www.franciscoariza.com/
Gracias por tan valiosa enseñanza
ResponderEliminarMuchas gracias a Ud.
EliminarImpresionante
ResponderEliminarAunque sea con retraso, muchas gracias.
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