La Salida del Laberinto

 

El dios Freyr con su espada y el jabalí luminoso Gullinbursti. Obra de Johannes Gehrts (1901)

El infierno siempre son “los otros”, pero esos “otros” son los fantasmas de nuestra mente, cuyo número es legión. No se pueden contar de innumerables que son. Más valdría entonces dedicarnos a lo que de verdad importa, sobre todo cuando has cumplido cierta edad y te das cuenta realmente de que ya no puedes perder más el tiempo, que es demasiado valioso, como advierte lúcidamente el personaje principal de “Muerte en Venecia” (de Thomas Mann) observando cómo se van agotando a gran velocidad los últimos granos de arena por la parte más estrecha del reloj del mismo nombre.

Pero la esperanza es lo último que se pierde, y en un momento dado te das cuenta de que a pesar de todos los errores que hayas podido cometer estos palidecen frente al hecho de haber advertido, gracias a una Enseñanza que viene de un in illo tempore primordial, que las relaciones, analogías y correspondencias entre los distintos elementos particulares conforman el conjunto armonioso del Cosmos, creado a partir de los poderosos atributos divinos emanados del misterio de la Unidad metafísica. Y no menos importante es haber comprendido también que esos mismos poderes y energías están en ti mismo, pues formas parte del entramado vivo y significativo de esta Harmonía Mundi. Portamos en nuestro interior esas mismas potencias del universo, pero a veces hay velos muy espesos que nos impiden tomar contacto con ellas, aun siendo, paradójicamente, las más cercanas a nuestra verdadera esencia.

O sea, que nuestra identidad pasa necesariamente por participar activamente de esa Inteligencia que constantemente se revela a sí misma a través de sus obras, que en un primer nivel son ideas (como audiciones percibidas por el espíritu que mora en nosotros); en un segundo nivel esas ideas pasan a ser formas sutiles y mentales, conformando la substancia de nuestro pensamiento; y por último aparecen como algo concreto y tangible, el mundo físico, “materializado” por así decir, aunque la palabra “materia” tiene otras acepciones distintas a las habituales de acuerdo a su etimología, que incluye el término “medir”, relacionado directamente con “los tres pasos” con los que Visnú mide esos tres niveles o mundos manifestando así todas las posibilidades existenciales de cada uno de ellos. También con la Geometría, que es precisamente “la ciencia de la medida”, y de la cual Platón dejó dicho que formaba parte esencial de su Filosofía. Suya es justamente esta frase: “que nadie entre aquí [en el Templo de la Sabiduría] si no es geómetra”.

El Intelecto divino, que es Verbo y Luz, es el verdadero guía o “maestro interno” que alumbra nuestro camino, a veces tortuoso como un laberinto que parece no tener salida porque nos empeñamos en ese “vuelo raso” y “gallináceo” que nos impide ver que esa salida siempre es vertical, conclusión a la que llegamos inevitablemente tras habernos equivocado numerosas veces creyendo que dicha salida estaba a la altura de nuestras mediocres posibilidades individuales, ignorando aquellas otras que son infinitamente más universales. Pero primero hemos de llegar al centro del laberinto, como Teseo, y matar al Minotauro, ese espejo en el que nos vemos invertidos, o sea con la parte animal arriba y la humana abajo. Matar al Minotauro es en realidad poner “orden en el caos” (el acto cosmogónico por excelencia) y transmutar nuestras pasiones groseras en sutilísima luz.

Tal vez entonces se nos revele nuestra verdadera naturaleza y con ella un destino a cumplir, aunque sigamos cargando con nuestra cruz, o sea con “nuestras circunstancias”, pues no hay modo de desprenderse de ellas mientras sigamos en este “valle de lágrimas”. De alguna manera continúas en el laberinto, pero sabes dónde está la salida, y la única manera de encontrar un equilibrio en este litigio constante es hacer las “paces” contigo mismo, o sea “conciliar los opuestos” en el centro de tu corazón.

No hay culpa, solo ignorancia, y por lo tanto el conocimiento es la única medicina que puede curarte. De ahí la necesidad de nutrirse de la doctrina metafísica en simultaneidad con el aprendizaje de una Cosmogonía que ordena tu mente y te ayuda a encontrar tu “lugar en el mundo”, que no es poca cosa si te paras a pensarlo bien. Jacob encontró el suyo: una escala o eje por donde podía ascender y descender de la tierra al cielo, y del cielo a la tierra.

De pronto te das cuenta que la promesa que recibiste y que a veces olvidas sumergido en la vorágine de esta “selva oscura” de la que habla Dante, es la de ser "compañero del Sol arquetípico", como ese jabalí de oro de la mitología nórdica llamado Gullinbursti que acompañaba siempre al dios Freyr (el “Señor”) tirando de su carro e iluminando la noche con el resplandor de su piel. Es difícil no comparar a este dios con Mitra, o con el propio Cristo, y tantos otros dioses solares. ¿Acaso no posee nuestra alma esa misma luz como la herencia más preciosa del in illo tempore primordial?

Para lo cual hemos de ser capaces de percibir y establecer otro tipo de relaciones, correspondencias y analogías, donde los elementos constitutivos sean esta vez ideas puras y no contaminadas por el contacto diario con el mundo sub-lunar. Ideas y principios que encarnan en las luminarias celestes, cuyos movimientos por el finísimo éter trazan la arquitectura sonora de la  “Música de las Esferas", una manera de denominar a la Filosofía Perenne. El “oído” y la “vista”, como el resto de los sentidos corporales, son también “sentidos internos”, y reparas que la transmutación alquímica consiste en realidad en despojarlos de sus elementos groseros para regresar al principio de donde todos ellos provienen, al que la tradición hindú denomina Buddhi, concebido como un rayo luminoso directamente emanado del Gran Espíritu.

Son esas Ideas las que moldearán y regenerarán absolutamente el pensamiento, la mente y todo lo que eres hasta el último átomo de tu cuerpo, accediendo a un mundo realmente nuevo, sin referencias individuales de ningún tipo pues han sido absorbidas (que no destruidas) en lo supraindividual, y con todas las posibilidades de realización metafísica que el Ser porta en Sí Mismo. Como dice el Maestro Eckhart: “Dios está vacío de todas las cosas, y Él es todas las cosas”. Francisco Ariza

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