El Claustro Cristiano. Simbolismo y Cosmogonía
Los
claustros son construcciones anexas a las catedrales y monasterios y
como su nombre indica están “cerrados” al mundo exterior. El único lugar por el
que están abiertos es por “por arriba”, es decir por el cielo, lo cual ya no
sería tanto el “exterior”, pues esa apertura por la vertical nos indica que
dicha salida es hacia los estados superiores, pues el cielo, o los cielos, en
todas las cosmogonías, representan justamente a esos estados, entre los cuales
hemos de distinguir los que pertenecen todavía al cosmos (los estados
supraindividuales no-formales, o sea sin una forma individualizada), y los estados supraindividuales que están “más
allá” del cosmos, de naturaleza ontológica y aun metafísica.
El
mundo “exterior” al claustro sería entonces una figuración de los estados
terrestres, individuales, simbolizados por la horizontal. Así pues, hay aquí
una enseñanza derivada de la geometría sagrada, cuyos principios se aplicaban
constantemente en la construcción.
El
claustro mismo evoca al hortus conclusus, al “jardín cerrado”, que
era una de las denominaciones del Paraíso, o Jardín del Edén, idea que viene
reforzada por el hecho de que en todos los claustros predomina el elemento
vegetal, y siempre hay una fuente o bien un árbol, símbolos ambos del centro y
del eje que conecta la Tierra con el Cielo, y de los cuales parten cuatro
rectas o caminos (equivalentes a los cuatro ríos del Paraíso), trazando así una
cruz. A veces, como en el caso del claustro de la catedral de Gerona, ese
centro está representado por un pozo (o sea con el agua), pero la idea es la
misma, con el añadido de que entonces esa “conexión” lo es también con el
“mundo subterráneo”, o inframundo, haciéndose evidente así los tres planos
cósmicos: Inframundo, Tierra y Cielo.
Se
nos podrá objetar que el Jardín edénico era circular y no cuadrado como los
claustros, pero esto lo que significa es que estos últimos prefiguran a la
Jerusalén Celeste, la Ciudad Divina descrita como cuadrada (o cúbica en la
tridimensión) en el Apocalipsis de San Juan, en donde también figura un Árbol
plantado en medio de ella, como en el Paraíso: el Árbol de la Vida y de la
Sabiduría.
“Y me
mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brotaba del
trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, a un lado y otro del
río, hay un árbol de vida que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del
árbol sirven para la curación de las naciones.” (Apocalipsis 22: 1-2).
Hablamos
entonces de un espacio sagrado, enmarcado por una galería porticada
con arquerías que descansan en columnas, generalmente dobles, en
cuyos capiteles están representadas escenas bíblicas tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento, intercaladas muchas veces con motivos florales y animales
reales o fabulosos que forman parte del “bestiario de Cristo”, de los que se
conocieron varios durante la Edad Media.[1]
Los bestiarios fueron importantes para comprender toda la complejidad de esta cosmogonía, a la que añadían una enseñanza relativa a destacar las cualidades de Cristo expresadas a través de las cualidades de los animales. No están representados todos los animales, pero sí los que pertenecen a los cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego, cuyo prototipo cristiano está simbolizado por el Tetramorfos, o sea por los cuatro evangelistas, que son las piedras de fundamento, o “piedras de esquina” (corner stones) del templo cristiano, siendo Cristo su “piedra angular”. Ese vínculo de los cuatro evangelistas con las cuatro piedras tiene su correspondencia a su vez con los cuatro signos “fijos” del Zodíaco: el Toro (tierra, San Mateo), el León (fuego, San Marcos), Escorpión (agua, San Juan Evangelista) y Acuario (aire, San Lucas).
Toda esta simbólica era perfectamente conocida por los maestros y oficiales que dirigían los trabajos de las cofradías de constructores y artesanos de distintos oficios que intervenían en la construcción del claustro, que aunque forma parte de un conjunto más amplio (la catedral o el monasterio) es en sí mismo un modelo del cosmos. Además, en muchos de esos claustros se nota la presencia activa de los hermetistas, que trabajaron con esas cofradías porque pertenecía a una misma tradición, la Hermética, portadora de un saber en el que confluían distintas corrientes sapienciales venidas tanto del Oriente como del Occidente cristiano. Antes hablamos de la geometría sagrada, y esta era tributaria tanto del Pitagorismo como de los constructores del Templo de Salomón, que es, en esencia, el modelo del Templo Cristiano.
Pero en los claustros se plasmaba también otro modelo simbólico, complementario con el Templo de Salomón, pues ambos se basan en modelos celestes. Nos referimos al Zodíaco, que los antiguos astrólogos trazaban no de forma circular sino cuadrada, según el modelo de la Jerusalén Celeste, con sus doce puertas, tres en cada costado.[2]
II
En
efecto la estructura zodiacal está presente en varios claustros catalanes, como
el de Gerona y el de Sant Cugat, que datan de los siglos XI y XII,
respectivamente. Este es un tema que ha sido estudiado ampliamente por el
simbolista y musicólogo franco-alemán Marius Schneider, que conoció muy bien el
arte tradicional en sus distintas manifestaciones simbólicas desarrolladas en
la España antigua, y que han quedado recogidas en el rico folklore hispano.[3]
En
la Introducción a su obra El Origen musical de los Animales-Símbolos en la
Mitología y la Escultura Antiguas, Marius Schneider revela que quedó
muy sorprendido cuando visitó el monasterio de Nuestra Señora de Ripoll
(en el Pirineo catalán), y añade:
“Al ver
a los anímales esculpidos en los capiteles del claustro de esta ciudad y las
huellas de influencia iránica y bizantina de la fachada de la catedral, mi
atención y mis recuerdos se dirigieron una vez más hacia el Oriente. El ritmo
de sucesión tan extraño que formaban estos animales me hizo recordar una teoría
hindú del siglo XIII, que identificaba ciertos animales con determinados
sonidos musicales”.
Se
ratificó en esta idea fundamental cuando posteriormente conoció los claustros
de Sant Cugat del Vallés (provincia de Barcelona) y el de la catedral de Gerona.
Claustro
de Sant Cugat.- Centrándonos en la estructura zodiacal de
los claustros de Gerona y Sant Cugat, en este último se
hace evidente dicha estructura porque su forma cuadrangular permite que pueda
haber un número de pilares y capiteles repartidos regularmente por cada uno de
los cuatro lados, que multiplicados entre sí dan 12 (3x4=12), al igual que los
signos del Zodíaco, mientras que el número de pilares son 72, que es además un
módulo de la Precesión de los Equinoccios ligado con la rueda zodiacal, pero
que también alude a los 72 nombres divinos emanados del Nombre Único de Dios,
tal cual se enseña en la tradición cabalístico-cristiana. Asimismo, y como
podemos observar en la imagen de abajo, cada lado está dividido en 3 partes de
6 columnas cada uno, lo que multiplicado entre sí da 18 columnas, que multiplicadas
a su vez por cuatro lados da como resultado 72 (4x18=72).
Asimismo,
si dividimos los 365 días del año por 72 el resultado es 5 días por columna
(365:72=5), pero nos sobran 5 días para que encaje todo en los 360 grados de la
circunferencia o en la suma de los cuatro ángulos del cuadrado (4x90=360). Esos
cinco días “sobrantes” es lo que en algunas tradiciones (por ejemplo la azteca)
se denominaban “nemontemi”, los “días baldíos”, o “llenos de vacío”, mientras
que otras, como la egipcia, los consideraban como "del nacimiento de los
dioses", mesut necheru.[4]
Todos
los números de que estamos hablando están vinculados con la división geométrica
del círculo (signado por el 9), y por tanto se reafirma así ese carácter
cíclico y zodiacal al que antes nos referíamos. Pero además, si consideramos
cada columna como doble (como de hecho es) el número de las mismas sería de 144
(2x72=144), cifra igualmente cíclica por reducirse finalmente al 9
(1+4+4=9).
A
esto habría que añadir que el número 12, que como hemos dicho surge de
multiplicar el número de pilares por los cuatro lados del cuadrado, es también
un submúltiplo de 12.000, que eran los estadios del ancho, el largo y la
altura de la Jerusalén Celeste, saliendo así un cubo o hexaedro (o sea la
cristalización de la esfera original que era la forma del Paraíso Terrestre al
comienzo del actual Manvantara o ciclo de la presente
humanidad). Asimismo la altura de sus muros era 144 codos de altura, y
su muralla de 70 metros de espesor aproximadamente.
El
número 144 es también un submúltiplo de 144.000, que es la cifra de justos que
portaran en su frente el sello del Señor durante los postreros días del actual
ciclo humano, al que el Apocalipsis denomina el “gran Día de su Ira”, en
referencia a la aparición del “Sol de Justicia” que pondrá fin efectivamente a
este ciclo, dando lugar al siguiente, en el que todas las cosas serán
renovadas:
“Y vi
un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa
que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos
serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios». Y
enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni
dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está
sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas”. (Apocalipsis 21: 1-5)
Claustro
de Gerona.- En el caso del claustro de Gerona la
estructura zodiacal no es tan evidente debido a la forma trapezoidal del mismo,
lo que hace imposible que exista un número de columnas y de capiteles
repartidos regularmente en cada uno de los cuatro lados del mismo.
Además,
en este último claustro, al contrario de Sant Cugat, el número de pilares son
11, no 12, y de capiteles 59, no 72. Esto tampoco permite hacer una repartición
regular de los pilares y los capiteles. Pero existe una clave que
nos ayuda a entender esta aparente “anomalía”, y es el hecho de que, debido a
esa forma trapezoidal, los signos zodiacales tampoco están repartidos regularmente,
de tal manera que hay 4 signos zodiacales en el lado Oeste (Otoño), 3 en el
lado Norte (Invierno), 3 más en el lado Este (Primavera) y 2 en el lado Sur
(Verano), completando así los 12 signos zodiacales. La conclusión es que
el claustro fue pensado para dar una preponderancia a la estación cuyos días
son cada vez más oscuros, con sus correspondientes signos zodiacales, o sea que
está signado para representar una victoria (momentánea) de la oscuridad sobre
la luz.
La
explicación que da Marius Schneider en su obra ya citada Le Chant des
Pierres (El Canto de las Piedras) es que el trapecio del claustro de
Gerona:
“Está
esencialmente inspirado por el tema del buey o del toro nocturno. El
sonido fa (capitel 6, signo de Leo) tan solo se presenta una
sola vez como león victorioso. En los otros casos encontramos al toro
(capiteles 3, 10), el gallo y el pájaro psicopompo (capiteles 11, 16). El león
[animal diurno y luminoso] aparece más bien como animal vencido (capiteles 39,
45, 52, 57). Por otro lado, el toro no aparece solo de noche (capitel 9), sino
que se muestra también en las horas avanzadas de la tarde.”[5]
Evidentemente
la tarde se corresponde con el Otoño y la noche con el Invierno. En este
sentido, Schneider señala que el claustro de Gerona está dedicado a la Mater
Dolorosa, y la forma trapezoidal del mismo está representando al símbolo
milenario de la cabeza del toro (o del buey), animal sacrificial, es decir del
dolor, la devoción y la fidelidad.
Pero
más adelante Schneider amplia este simbolismo de la forma trapezoidal y señala
que las 59 columnas que lo forman están divididas en cuatro grupos de una
inhabitual irregularidad. La hilera de 18 columnas de la base del
trapecio de cuatro pilares (lado sud-oeste), que comprende los signos
de Libra, Escorpio, Sagitario y Capricornio, forman cada uno de ellos un muro,
articulando 3 grupos de 6 columnas cada uno. El lado opuesto (nord-este), que corresponden
a los signos de Tauro, Géminis y Cáncer, comprende a su vez 2 veces 6 columnas.
El ala nord-oeste (signos de Acuario, Piscis y Aries) comprende 3 unidades de
cinco columnas cada una, mientras que el lado sur-este (Leo y Virgo) está
formado por 2 veces 7 columnas. La suma, continúa Schneider, de los
multiplicadores 2, 2 , 3 y 3 suman 10, el número de la
perfección. El número 6 simboliza la unión de los contrarios y el ritmo del
dualismo de las fuerzas cósmicas, y en la tradición cristiana está puesto en
relación sobre todo con los seis días de la Creación y con las seis jarras de
las bodas de Caná, cuando el agua se convierte en vino anunciando así la
trasmutación alquímica del alma, pues el vino es el símbolo del Espíritu. En
conformidad con esto, anuncia también la llegada inminente de la misión
evangelizadora de Cristo.
Hablando
de las medidas del portal del Templo de Jerusalén anunciadas por el profeta
Ezequiel (40: 5 y 40: 49), y basándose en San Jerónimo, Schneider señala que el
portal del Templo de Jerusalén es un símbolo de la Virgen, por donde entró
Cristo en el mundo. Dicho portal, cuyo dintel mide 60 codos de largo, forma el
patio del nuevo templo. Y en este sentido el simbolista y musicólogo se
pregunta ¿no será la base del trapecio del claustro de Gerona el patio o portal
de ese templo?
Finalmente, y pensando en la polivalencia de los símbolos, Schneider señala que si la base del trapecio corresponde al Otoño, a la tarde, al dolor y al buey, el lado opuesto representa la Primavera, la mañana y la esperanza. A la sombra del lado nord-este se encuentra el pavo cuyas alas sembradas de ojos pasan por ser el símbolo de la fe. Por el contrario, el calor del sud-oeste, donde se rencuentran el león y el buey, podría aludir al amor, pues el león y el buey es como el día y la noche, el hombre y la mujer, lo activo y lo pasivo, y por tanto representaría también esa unión de los contrarios que solo la atracción del amor provoca. De esta manera el trapecio entero se nos aparece como un patio o portal. La tristeza y el sufrimiento forman el umbral del mismo; la esperanza es la piedra del dintel, y los pilares sobre los cuales se apoya la esperanza son el amor y la fe de la Virgen, que de Mater Dolorosa ha mutado en Mater Jubilosa.
III
Como
modelos de la cosmogonía, en el caso concreto de estos dos claustros románicos
(y nos atreveríamos a decir que en la gran mayoría de ellos), está presente la
composición musical, esto es, el elemento sonoro, que reproduce, conforme a pautas
numéricas, la cadencia del ritmo cósmico y la armonía o Música de las Esferas,
de la que nos han hablado los pitagóricos y los maestros herméticos y
cabalistas cristianos de todos los tiempos.
Por
otro lado, y gracias a las leyes de las correspondencias y las analogías que
posibilitan la comunicación y la identidad entre "lo de arriba y lo de
abajo", el canto humano también responde a esa misma realidad, pues la voz
del hombre, su palabra o verbo, se descubre a sí misma formando parte integrante
de la sinfonía cósmica, de la que ciertamente participan igualmente el canto de
los animales y el conjunto entero de la naturaleza. No olvidemos tampoco
que las notas musicales son siete, estando en correspondencia directa con
los siete planetas, así como con los siete días de la semana, análogos a los de
la Creación descrita en el Génesis bíblico, de tal manera que constituye un
módulo numérico en manos del Gran Arquitecto del Universo.
En
efecto, y como hemos podido ver anteriormente, los animales representados en
los capiteles de los claustros de Sant Cugat y Gerona (al que habría que añadir
el del monasterio de Ripoll) eran símbolos de notas musicales que mantenían
además una correspondencia rítmica con los signos zodiacales, los planetas, los
números y determinados pasajes de las Escrituras. Es decir que mostraban una
didáctica directamente relacionada con la estructura cósmica, de ahí todo una
imaginería simbólica entreverada que enriqueció ese período
deslumbrante del románico europeo.
“En
el principio era el Verbo”, dice San Juan al comienzo de su Evangelio. Ese
Principio es ahora, y en el contexto iniciático “recuperar la palabra” es una
forma de indicar que el ser ha regresado a la raíz de sí mismo, a la fuente
inagotable del ritmo universal. Ha sido regenerado, nacido por el Verbo solo
audible en su espíritu, pero que su voz puede articular y expresar de manera
libre pues bebe de las fuentes de la eterna juventud. La recreación permanente
del mundo y del hombre por la palabra, el canto o la música es común a todas
las cosmogonías tradicionales, ejemplificados perfectamente en los relatos de
sus mitos creacionales, pues el sonido, como nos dice de nuevo Schneider:
"representa
el elemento primero común a todos los acontecimientos cósmicos (...) Las
fuerzas divinas son sonidos puros. Otros seres vivos manifiestan
espontáneamente su voz hasta los objetos que no dan su sonido hasta que se los
golpea, pues no existen cosas totalmente mudas. La piedra sonora participa de
una manera especial de la substancia primordial, y especialmente el fonolito volcánico,
considerado como la materia más antigua. Las rocas, que presentan fisonomías
más o menos humanas o animales, son también tomadas por divinidades o himnos
petrificados. La idea de que los astros, los hombres y los animales podrían ser
igualmente nacidos de la piedra emana de la misma concepción de la naturaleza
de la materia (...)”.
Y
a continuación describe la fuerza creadora del canto sonoro:
“Puesto
que el sonido representa la substancia primera común a todos los seres y a
todas las cosas, y que, desarrollado en canto, él es la fuerza que mueve el
cosmos, así pues, el canto representa el único medio que permite entrar en una
relación de intercambio directo y substancial con las potencias más lejanas. El
cantar o el hablar ritmado es, en su significación profunda, una participación
directa con la substancia primordial del universo y un llamado actuante, una
acción fecunda, un intercambio en el estrato originario acústico del mundo. Él
es una imitación del orden sonoro que, antaño, llama al mundo a la vida y, al
mismo tiempo, constituye un puente entre el cielo y la tierra, fundada sobre la
substancia sonora común a los dos mundos. Es por ello que las divinidades, que
son puros cantos, son también literalmente nutridas por los cánticos de las
alabanzas (...)”.
Y
finalmente establece ciertas analogías con otras tradiciones:
“Al
igual que el tambor de Shiva, el martillo de Thor parece indicar la fuerza y el
eco del divino canto del trueno. La 'pluma que canta' y se arremolina sobre las
aguas primordiales, con la cual los dioses indios californianos crean el mundo,
representa seguramente el primer grado del murmullo creador del ala del
pájaro-trueno".[6]
Como
podemos ver se trata de un simbolismo universal, recogido de una u otra manera
por todas las civilizaciones, en la certeza absoluta que todas ellas tenían de
las correspondencias y analogías entre los distintos órdenes de la Creación,
incluyendo los tres reinos de la naturaleza: el mineral, el vegetal y el
animal. Según los estudios de Schneider, los capiteles historiados de los
claustros de Gerona, Sant Cugat y Ripoll entran dentro de esta concepción del
mundo, pues las figuras humanas y animales (reales y fabulosas) esculpidas en
la piedra, están cada una de ellas en relación con una nota musical, de tal manera
que conforman una melodía, una alabanza, una letanía a la Virgen (símbolo de la
pureza y la fecundidad de la Substancia primordial) cantada en torno al
claustro por los antiguos monjes, y por todo aquel que hoy día sigue el “hilo
dorado” de una tradición en cuyo ámbito más interior, oculto a las miradas
indiscretas de los literales exotéricos y profanos, continúa palpitando el
Corazón de Cristo, que no es otro que el Hombre Universal. Esto constituye
verdaderamente la participación activa en el rito (o ritmo) cósmico y la
comunicación con las energías reveladoras de la realidad de lo sagrado.
https://www.franciscoariza.com/
[1] Recomendamos la obra de
Louis Charbonneau-Lassay Le Bestiaire du Christ (Arché-Milano,
1980), profusamente ilustrado por el autor.
[2] Ver a este respecto
René Guénon: “El triple recinto druídico”, cap. X de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
[3] Por ejemplo su estudio
titulado La Danza de Espadas y la
Tarantela.
[4] Ver a este respecto
nuestros dos artículos publicados a finales de 2019 y al principio de 2020 en
mi blog “El Cosmopolita Hermético”: https://cosmopolitahermetico.blogspot.com/2019/12/los-dias-nemontemi-o-llenos-de-vacio.html
https://www.blogger.com/blog/post/edit/2070962618015388854/1981179876047709192
[5] Sobre el simbolismo musical ver: Simbolismo y Arte, cap. VII, de Federico González. También nuestro estudio “Metafísica de la Música. El Arte Musical de Federico González”: https://www.franciscoariza.com/pdfs/Metafisica%20de%20la%20Musica.pdf
[6] El Origen Musical de
los Animales-Símbolos en la Mitología y la Escultura Antiguas. Ed. Siruela,
2010.
FA: Gallo, León, Mañana, Primavera, Este, planeta Sol, signo Leo.
DO: Águila, Mediodía, Verano, Sur, planeta Marte, signos Aries, Cáncer y Géminis.
SOL: Grulla, la serpiente, planeta Júpiter, signo Escorpión.
RE: Pavo Real, Mediodía pasado, planeta Mercurio, signo Libra.
LA: Pájaro cantor, planetas Venus y Saturno, signo Virgo.
MI: Toro sacrificial, León domado, Tarde, Otoño, Oeste, planeta Saturno, signo Tauro.
SI: Pez, Rana, Caracola, Noche, Invierno, Norte, planeta Luna, signo Piscis.
Fantástico artículo.... recibe mi agradecimiento... Un cálido abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Antoni. Un abrazo también para ti.
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