"Sin Memoria Nada Somos"
Se debe tener siempre
presente a las leyes cíclicas y el “marco teórico” que ellas nos brindan para
entender mejor la naturaleza del tiempo que vivimos, que no es el mismo de
nuestros antepasados, si bien el tiempo conserva la memoria de lo pretérito
pese a mudar de “piel” periódicamente, razón por la cual se le ha representado
a menudo como una serpiente que cambia la suya varias veces a lo largo de su vida. La
memoria está incrustada en el ADN del tiempo y forma parte de su identidad.
También la Tierra tiene su “memoria” y esto es lo que estudia, o debería
estudiar, la moderna Geología, que tanta relación tiene con la antigua
Geomancia, el arte del conocimiento de la Tierra, la cual no está aislada del
conjunto cósmico al que pertenece, como tampoco lo estamos nosotros.
Si nos fijamos bien,
entre el tiempo y la geología no hay tanta diferencia en realidad. Ambos están
formados por “capas” que se van superponiendo unas sobre otras. En el caso del
“tiempo geológico”, la que vemos es el suelo sobre el que caminamos, aunque
debajo continúan existiendo todas las demás capas, y el hecho de no verlas no
significa que no existan. Lo mismo pasa con las huellas de los ciclos pasados;
ellas están ahí, cobijadas en una memoria que “sostiene” el tiempo presente. En
este sentido, no es por casualidad que una tradición tan venerable como la
hindú tenga entre sus sabios intemporales y legendarios a los rishis,
“luces”, que tienen entre sus funciones principales la conservación y
transmisión del Conocimiento a lo largo de la perpetuidad cíclica.
Se ha dicho que en cada
ser humano están todos los seres humanos, los del pasado, e incluso los del
porvenir, y lo mismo sucede con el tiempo: todos los tiempos coexisten en la
actualidad del presente, por eso siempre estamos situados en “la mitad de los
tiempos”, como afirma Dante de sí mismo en la Divina Comedia. Si
trasladamos esta idea al espacio indefinido del universo, también cada uno de
nosotros está situado en el “centro” del mismo.
Sin perder de vista la
naturaleza “ontológica” del tiempo, y situándonos en la perspectiva de su
devenir, el tiempo de un fin de ciclo como el nuestro trae consigo sus propias
contingencias, es decir sus luces y sus sombras, aunque sean más estas últimas,
por eso la denominación de Edad Oscura –Kali-yuga- dada a nuestra Era,
dominada efectivamente por fuerzas muy sombrías, que son cada vez más evidente
y más “aceleradas”, y solo hay que recordar lo acontecido en estos dos años de
pandemia y de lo que ahora mismo está sucediendo en el Este de Europa para
darnos cuenta de que los hechos de un futuro no muy lejano ya están proyectando
su sombra sobre nuestro mundo. Aunque también hay que “hacer memoria” de que
existen todavía luces muy poderosas que nos permiten encontrar lo que la
tradición árabe denomina los “pensamientos secretos del destino”.
Por tanto, es a
nosotros, a los hijos de este tiempo, a quienes corresponde encontrar y
escrutar en esos pensamientos para dar así testimonio de la memoria que hemos
recibido de nuestros antepasados a través de una cadena de Sabiduría
ininterrumpida y concretada en todas las culturas y civilizaciones
tradicionales, en cuyo núcleo más íntimo se han conservado los códigos
simbólicos por medio de los cuales se revelan los Arquetipos universales. El
primer código simbólico es el lenguaje humano, que es antes de la escritura y
de cualquier otro tipo de figuración. Por eso mismo la transmisión de ese Saber
se articuló durante mucho tiempo por medio del lenguaje oral, que es el
vehículo natural del mito, palabra que no olvidemos deriva de “misterio”. La
potencia taumatúrgica del lenguaje humano revela en él un origen celeste, y su
cadencia musical expresada en el canto evoca la “lengua de los ángeles”.
En este sentido, y como
señala Federico González en su obra teatral En el Útero del Cosmos,
el lenguaje es:
“la memoria de lo
inteligible y sin memoria nada somos, es decir, nos vemos reducidos a la nada,
a la pérdida del sentido, a la imposibilidad de la sabiduría”.
No se trata por tanto
de conservar solo la “memoria” de lo histórico, sino sobre todo “la memoria del
Sí Mismo”, que como dice nuevamente Federico González en otra de sus obras:
“deja un rastro
invisible en aquellos que han tenido la gracia de presentirla, lo que los
incita, en el tiempo, a hallarla nuevamente”.
Añadiendo a
continuación que a esa memoria (que no es otra que la diosa Mnemosyne) se refiere Platón cuando la define de la siguiente manera:
“Disposición del alma
capaz de conservar la verdad que hay en ella”.[1]
Al leer estas palabras, y situándolas en el contexto de un fin de ciclo, lo primero que nos viene a la mente es la imagen del alma humana como un arca atravesando las “aguas del olvido” entre dos períodos cíclicos, el que se está agotando y el que se avizora ya en el horizonte,[2] el cual se hará realidad en el momento en que menos lo esperemos, cuando el tiempo se haya detenido definitivamente y vivamos en un presente simultáneo. La verdad que la memoria conserva es la presencia vivificante del Espíritu en el corazón del alma humana, donde se cobija la esencia de nuestro ser. Francisco Ariza
Gracias Francisco por traernos a la memoria esa Sabiduría Perenne. Nosotros, tus lectores jóvenes (por ejemplo yo no llego ni a los 29), te lo agradecemos profundamente. Las nuevas generaciones estamos siendo cada vez más (de)formadas para usar un lenguaje paupérrimo, superficial; un lenguaje simple de chat de WhatsApp, limitado a palabras que no evocan nunca ideas o cosas relacionadas con lo interior, lo cualitativo, lo simbólico, lo metafísico. Y las pocas de éstas que aún circulan (amor, verdad, belleza, sexo, valor, etc.) están hasta tal punto manoseadas y falseadas que en la mentalidad común ya no significan nada o significan lo contrario. Como sabemos esta labor de desviación no es reciente, pero es ahora que podemos palpar día a día sus consecuencias. Lenguaje unidimensional, pensamiento único, mundo "globalizado". Sumergidos en esta vorágine tecnológica, de espaldas a lo sagrado, olvidado el Lenguaje, destruida la Memoria, en breve no seremos capaces de distinguir un ser humano de su parodia maquinal.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Siempre es de agradecer las opiniones sobre lo que uno escribe, y en este caso opiniones expuestas con tanta claridad. Estoy plenamente de acuerdo con lo que dices acerca de la deriva de nuestro mundo, y se nota que has estudiado los temas fundamentales que explican los motivos profundos de esa deriva, Y me alegra que yo haya, modestamente, contribuido a ello, según me dices. Un cordial abrazo.
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