Sobre el "Arte Alquímico"

 


En el capítulo IV de Simbolismo y Arte titulado "Arte Alquímica" Federico González nos habla de la universalidad de la Alquimia: ella ha estado y está presente en todas las tradiciones y culturas (la hindú, la china, la árabe, etc.), y aunque en muchas de ellas no reciba el nombre de Alquimia (palabra que como sabemos es de origen egipcio, y por tanto ceñida al ámbito de Occidente), sin embargo el fin a conseguir siempre es el mismo: la transmutación o transformación del estado humano, o sea de un "cambio de estado" que permita ir "más allá de la forma" individual concibiendo y viviendo la realidad de lo universal. Por eso es un cambio de estado en sentido vertical, o sea que este se produce gracias a que toda nuestra individualidad es atraída por la Voluntad del Cielo, pues como se dice en los Evangelios busca primero el Reino de Dios y todo te será dado por añadidura, que es lo mismo que dice Federico González cuando afirma que:

“en cualquier vía que se escoja se ha de tender siempre al nivel más alto, ligado a lo metafísico: tal el Jñana Yoga de la Tradición Hindú”.

Por eso mismo, cualquier cambio en el sentido horizontal ya está incluido -y se da “por añadidura”- en esa transmutación, pues es todo nuestro ser, en cuerpo, alma y espíritu, el que participa de ello. Además, esa atracción hacia lo más alto es por igual obra de la Gracia y de un tomarse en serio por parte nuestra la Enseñanza Tradicional que recibimos por medio de los símbolos; o sea de que en un momento dado en nuestra búsqueda del Conocimiento “descubrimos” (y no sólo de forma mental sino con plena conciencia de lo que esto significa) que “conocer es ser”, que “somos aquello que conocemos”, y también lo que “recordamos” de nuestra naturaleza esencial, pues la memoria tiene un papel decisivo en todo este proceso, que tiene mucho de reminiscencia, de anamnesis como decía Platón, al que Federico cita en la nota 5 evocando un pasaje del Fedro (249):

“Por esta razón es justo que el pensamiento del filósofo tenga sólo alas, pensamiento que se liga siempre cuanto es posible por el recuerdo de las esencias a que Dios mismo debe su divinidad. El hombre que sabe servirse de estas reminiscencias está iniciado constantemente en los misterios de la infinita perfección y solo se hace él mismo, verdaderamente, perfecto. Desprendido de los cuidados que agitan a los hombres y curándose sólo de las cosas divinas, el vulgo pretende sanarle en su locura y no ve que es un hombre inspirado”.

Una vez se ha intuido qué es verdaderamente la Sabiduría, su búsqueda no cesa hasta que su energía vivificante se hace en nosotros; así sea en esta vida o en cualquier otro estado más allá de ella. Como dice Federico en el último capítulo de este libro sumamente didáctico que es Simbolismo y Arte:

“La diosa te aguarda, la esencia de su nombre sonoro es Sophia. Encántala con tu arte y espósala para siempre”.

Los métodos, formas y medios para lograr los conocimientos que propone el Arte Alquímico son innumerables. Nos recuerda Federico la importancia de la oración y la invocación, del arte de la memoria, de la medicina espagírica y la Magia Natural, del juego de relaciones y analogías entre los símbolos, ritos y mitos, de las exégesis, hermenéuticas, filosofías y escritos que tratan de la Alquimia y de la Ciencia Sagrada, sin olvidarnos por supuesto de las técnicas respiratorias, en donde a través de los ciclos de la inspiración y la expiración (análogos a ciclos más grandes) se verifica de modo sencillo la dialéctica de la coagulación y la disolución, es decir del nacimiento y la muerte, que el operario vive de modo constante a través de los cambios de estado que va experimentando en su conciencia,

“reconociendo las tenues y sutiles señales de una transformación, que por leve y difuminada que parezca se hace de pronto transparente y se arraiga profundamente en el corazón del athanor, o lo que es lo mismo, del alma humana, permitiéndole así al operario seguir desarrollándose para enfrentar nuevos trabajos de su ciencia evolutiva, gracias a la intuición intelectual, directa, que no admite dudas ni demostraciones, pues de cara a la certeza resultan completamente innecesarias”.

Dentro del mismo simbolismo sustentado en los tres reinos de la naturaleza: metálico-mineral, vegetal y animal también existen indefinidas maneras de experimentarlos y vivirlos, asumiendo su sacralidad: por ejemplo la ingestión de plantas alucinógenas utilizadas desde tiempo inmemorial por todos los pueblos, incluidos no sólo los arcaicos sino también las más altas y refinadas civilizaciones. También la ingestión de las bebidas alcohólicas, entre las cuales está el vino, esencial en muchas ceremonias y ritos, caso de los dionisíacos y sin ir más lejos de los ritos cristianos como la Eucaristía, en donde también se “bebe” la sangre y se “come” la carne de Cristo, es decir la carne y la sangre de la Deidad. ¿Acaso no es la “transubstanciación del pan y el vino” una auténtica transmutación y transformación alquímica de alimentos terrestres en alimentos celestes? Que vengan los literales de distinto signo y pelaje a decirnos que la Eucaristía cristiana no es un auténtico rito alquímico...

Se dice que el secreto de la transmutación es el fuego, pero el fuego inmaterial, el que solo quema lo superfluo, lo innecesario y anecdótico, el fuego que junto con la diosa Inteligencia, de la que es un emisario, nos ayuda a separar y distinguir lo grosero de lo sutil, lo profano de lo sagrado; el que produce las combustiones y sublimaciones en el interior del athanor, el que en definitiva “afina” nuestra percepción de las cosas y de nosotros mismos y hace que nuestro interés se centre no en la multiplicidad y lo cuantitativo (es decir en la suma de información y en la erudición por la erudición) sino en lo más pequeño, en la síntesis y en la concentración de posibilidades, ya que, como dice finalmente Federico, es en la esencia o en el “elixir”, o en la “piedra filosofal”, donde

“radican tanto el misterio del Ser Universal, como sus virtualidades, fuente de su poder, que podrá ser entonces desarrollado en cualquier dirección y en todo momento. Se trata pues de una “conversión”, de una vuelta a los orígenes, o a la fuente primordial de donde todo ha emanado, o el viaje de regreso a casa, semejante al que se realiza de la multiplicidad a la unidad”.

Francisco Ariza (trabajo escrito para la “Logia de Estudios Setiyah”).

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