Una Acuarela de W. Turner, o de cómo el Símbolo del Cosmos se Revela en un Instante
Visitando recientemente una exposición sobre el famoso pintor inglés William Turner (1775-1851), nos llamó la atención la acuarela titulada “El Puente del Diablo y el desfiladero de Schöllenen”, en el Gran Gotardo de los Alpes suizos. Es un dibujo de ejecución muy sencilla, pero lo que nos hizo reparar en él fue que de pronto vimos en su composición una imagen del Cosmos, de lo cual probablemente el propio pintor no fue consciente pues al parecer fue movido a realizarlo por un hecho histórico allí acontecido y por la indudable fuerza estética del paisaje alpino. Sin embargo, a través de las distintas tonalidades e intensidades del color, así como de la cascada de agua y el puente, Turner acabaría por plasmar figurativamente los tres planos cósmicos: el cielo, el mundo intermediario y la tierra. Así como existe una geografía física también una geografía simbólica, o significativa. Nos explicamos.
En la parte superior, el cielo está sugerido por las tonalidades claras de las nubes, efecto sin duda de la luz solar, mientras que el mundo intermediario lo está por la parte mediana del dibujo (ya un poco más oscura) y sobre todo por el puente, quedando finalmente la tierra (o el inframundo en otras interpretaciones del modelo cósmico) en la parte más baja, en donde esa oscuridad es más intensa. El puente sirve para sortear las dos orillas de un río (la orilla conocida y la desconocida), o en este caso el vacío de un desfiladero, o sea dos “dificultades” que hay que superar, y por ello mismo siempre se ha tomado como un símbolo del mundo intermediario, aquel que separa pero también facilita la comunicación entre el cielo y la tierra, o lo que es lo mismo: entre las ideas arquetípicas y su concretización material, que son las formas que esas ideas adquieren al manifestarse en el mundo.
El símbolo se sustenta en el pensamiento analógico, que nos hace ver, y comprender, la relación y semejanza entre dos cosas o realidades que son distintas por naturaleza, pero no contrarias, haciendo posible su comunicación. Por tanto, el símbolo, al igual que el puente, juega un papel intermediario, pues permite que una realidad desconocida, por inaccesible a los sentidos, pueda ser conocida. En efecto, al “intermediar” entre ambas realidades el símbolo hace de nexo de unión entre una y otra, de ahí que pueda hablarse de él, y de la Simbólica en general, como un arte y una ciencia que facilita la comprensión del mundo en su totalidad, es decir en sus tres planos de existencia, los cuales están también en el ser humano a través de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo.
El símbolo no es arbitrario ni caprichoso porque su forma de expresión guarda una armonía interna con el arquetipo o idea-fuerza que se refleja en él, lo cual le permite comunicarla, pues eso es lo fundamental del símbolo: su poder transmisor, y también didáctico y educador, pues ordena nuestro pensamiento y nos hace “ver” y “oír” cosas hasta entonces imperceptibles a la conciencia. A veces la propia fuerza evocadora del símbolo nos hace reconocer de manera inmediata lo que su forma oculta, o sea que nos hace ser testigos de una “revelación”.
Pongamos el ejemplo tan conocido (pero siempre sorprendente) de la rueda, o del círculo producido a partir de un punto central que se irradia para dar lugar a la circunferencia, razón por la cual el círculo ha sido considerado siempre como una representación del Cosmos: el punto central se identifica con el Ser y la circunferencia con la manifestación de ese mismo Ser a través de las formas creadas, que sin él no existirían, como no existiría la circunferencia sin su centro y los radios que parten de él.
Esta descripción es un razonamiento de lo que ese símbolo representa, pero lo que él nos ha “dicho”, directamente a nuestra conciencia, es la realidad intangible de un “misterio” que, sin embargo, se hace tangible cuando nos percatamos de que nuestros sentidos también participan a su manera de esa realidad, pues todo en el universo manifestado está relacionado entre sí.
Hablamos de un símbolo geométrico, pero podríamos poner el ejemplo de los símbolos numéricos, o sonoros (como los mitos relatados a través del lenguaje poético), y por supuesto de los símbolos naturales, y hasta de la Naturaleza en su conjunto, que cuando se activa en nosotros la mentalidad analógica (despertada justamente por el propio símbolo), la observamos como una representación de lo “sobrenatural”, sin que este término tenga que ceñirse sólo a lo religioso, sino sobre todo al mundo de los principios universales, donde los seres creados encuentran el sentido y el origen de su existencia.
En el dibujo de Turner, esa cascada de agua que cae en vertical montaña abajo nos está sugiriendo el valor simbólico de la misma al hacernos “recordar” (pues el símbolo también “afina” nuestra memoria) que su origen está arriba, en la parte más elevada, y sus aguas descienden hacia abajo como una bendición al saciar la sed y devolver la esperanza de una “vida nueva” a los que languidecen en el valle de sombras y la oscuridad del inframundo. Francisco Ariza
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