La Historia incluye al Mito y la Epopeya
La
palabra Historia cobra nueva luz y se completa cuando descubrimos que deriva
de histor, «testigo», que a su vez está relacionado con idein,
«ver», y con oida, «saber». El historiador es aquel que «sabe por
haber visto o indagado», o «investigado», convirtiéndose en un «intérprete» de
la realidad, en su hermeneuta, a la que «ve» (sinónimo de «comprender») como el
resultado de un maridaje entre la realidad mítica, simultánea y vertical
(siempre presente en la memoria de los integrantes de una cultura tradicional),
y la que acontece en el hecho propiamente temporal, sucesivo y horizontal. El
proceso histórico puede ser comparado entonces con la urdimbre (hilo vertical)
y la trama (hilo horizontal) de un tejido. Naturalmente nos estamos refiriendo
sobre todo a los historiadores clásicos, y de entre ellos a los que
desempeñaban el papel de transmisores de un conocimiento que incluía los
elementos nucleares de su civilización, es decir de sus valores y principios
intemporales.
Decimos historiadores, pero en verdad lo que
hacemos es acuñar un concepto cuyo sentido actual no se corresponde con el que
tenía antiguamente, donde esas distinciones entre las diferentes ciencias y
artes de la cosmogonía (y la Historia es una de ellas) no estaban tan separadas
ni «especializadas» como lo están en la actualidad. Esa especialización no
existía desde luego en Heródoto (el "padre de la Historia", según
Cicerón), pero tampoco en Homero y Hesíodo, que no eran propiamente
historiadores, sino aedos y poetas, y a los que habría que añadir el Mahabharata,
el gran poema épico hindú, dentro del cual se encuentra la Bhagavat
Gita, uno de los grandes textos sapienciales de esa tradición milenaria. Se
ha atribuido esa epopeya a Viasa, el cual al parecer no era un personaje en
concreto sino más bien una «entidad espiritual» que conformó una «escuela de
sabiduría», al estilo de muchas otras que existieron en diversas civilizaciones
de la antigüedad, no sólo en Oriente sino también en Occidente. Pensemos en
Pitágoras, o en Platón. Siguiendo con la tradición hindú, lo mismo podemos
decir de esa otra epopeya descrita en el Ramayana, cuya autoría se
debe al sabio Valmiki. En la misma tradición encontramos los Puranas,
atribuidos también a la escuela de Viasa, y que se traduce tanto por
"Antiguo" como por "Historia". En los Puranas las
genealogías históricas tienen un importante componente legendario y mítico, sin
olvidarnos de que también existen referencias a los tiempos crepusculares y a
la naturaleza de las relaciones y condiciones de los hombres y mujeres que
habitarán el fin del ciclo humano actual, en el que estamos inmersos ahora
mismo los habitantes del siglo XXI.
Recordemos asimismo al romano Virgilio (el «príncipe
de los poetas latinos») el cual, no siendo propiamente un historiador, sin
embargo en su obra más emblemática, la Eneida, nos encontramos ante
un relato donde lo mítico y lo temporal se funden para conformar una historia
sagrada, con una dimensión iniciática indiscutible, y esta es una de las
razones de porqué otro gran poeta y amante de la Sabiduría como Dante lo tomó
como uno de sus guías espirituales durante el recorrido de la Divina
Comedia. La Eneida constituye un relato en el que
partiendo de un hecho histórico (la destrucción de la ciudad de Troya),
describe en realidad las aventuras del héroe troyano Eneas a la búsqueda de una
nueva patria, recorriendo durante su periplo una geografía significativa (que
recuerda en parte las aventuras de Ulises en la Odisea de
Homero), y que le conducirá finalmente a la región italiana del Lacio.
Allí se establecerá y fundará una estirpe de la que
surgirán los más grandes estadistas romanos, aquellos que contribuyeron a la
creación de una civilización que conocerá su apogeo máximo en la época
imperial, realización plena de lo que significó para la Antigüedad clásica la
idea de la ecumene como la más bella de las realizaciones y
síntesis de todos los estados e imperios anteriores en la Historia, al decir
del historiador Polibio, quien en su obra Historias desarrolló
la teoría de la Anaciclosis, consistente en la descripción cíclica de los
regímenes políticos, sujetos, como todo lo cíclico, a un proceso de nacimiento,
desarrollo y decadencia.
Mencionemos asimismo, entre tantos otros historiadores
clásicos (y también geógrafos algunos de ellos), al judeo-romano Flavio Josefo,
autor de Guerra de los Judíos y sobre todo de Antigüedades
Judaicas, donde hace una glosa de los eventos más significativos del
Antiguo Testamento. También Diodoro de Sicilia y su Biblioteca
Histórica, o el griego Pausanias, que nos legó una Descripción
de Grecia.
En el canto VI de la Eneida al héroe
troyano, hijo del humano Anquises y de la diosa Venus, le son revelados las
glorias de Roma y los ilustres nombres de esa estirpe que él engendrará, viendo
por fin claro su Destino, lo que le empuja definitivamente hacia su
cumplimiento. La Eneida es un verdadero paradigma del relato
mítico como memoria que se actualiza en la historia y el tiempo de una cultura,
en este caso la romana, con raíces troyanas y helénicas.
Lo que Virgilio cuenta del héroe Eneas se puede
trasladar en lo esencial a los mitos fundadores de todos los pueblos y
sociedades antiguas, mitos que constituyen la irrupción de lo auténticamente
suprahistórico en el tiempo, y que tienen como protagonistas principales a los
dioses, héroes y sabios (los que conforman las genealogías míticas), cuyas
acciones se convierten en los modelos ejemplares que han cumplido siempre una
función de centros o ejes articuladores de la vida de esos pueblos, dándoles la
plenitud de su sentido y significado, y
permitiéndoles además desarrollarse de acuerdo a los principios y
leyes de una Cosmogonía Arquetípica. Lo que decimos de los hechos históricos
también podríamos afirmarlo de determinados personajes, pues en verdad las
biografías son parte constitutiva de la historia sagrada. En este sentido, las
vidas de personas, seres o entidades que a lo largo de la historia han
encarnado estados espirituales son importantes precisamente por ser simbólicas,
“es decir como reveladoras
de determinadas pautas esotéricas, perfectamente asimilables –en cuanto son
ejemplares– al hombre en general, por ser universales y no sujetas por eso al
espacio y al tiempo sino de modo secundario. Tienen también otra función: la de
ir preparando el camino para el conocimiento y comprensión de otra historia,
secreta para los que no son capaces de profundizar y establecer relaciones
entre símbolos y se sienten satisfechos con las inverosímiles historias
oficiales. La verdadera historia es otra cosa. Y los occidentales podemos leer
en la nuestra como en una simbólica de ritmos y ciclos, una danza de cadencias
y entrelazamientos, no casuales por cierto, y donde todos y cada uno de los
hechos adquieren un significado en la armonía del conjunto, que se contempla
bajo una lectura diferente, bañada por una nueva luz.” (Introducción a
la Ciencia Sagrada. Programa Agartha -acápite «Biografías»-, de
Federico González y colaboradores).
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