La "Caída de los Dioses"
La “caída de los dioses” puede ser vista también
como la consecuencia del olvido del hombre de sus estados superiores. Si lo
superior no está incluido en nuestra conciencia el resultado inmediato es caer
bajo la influencia de los estados inferiores, donde el símbolo y la realidad
que él revela se leen “al revés”, o en el mejor de los casos de forma parcial y
literal. Pero tanto en uno como en otro caso se está negando el poder
regenerador del símbolo, y esto naturalmente nos impide reconocer la idea-fuerza a la que él se vincula en tanto que intermediario entre esta y nosotros, creando un vacío en nuestra consciencia al excluir de ella esa posibilidad. Así, la “caída de los dioses” es también
la “caída del símbolo” en la irrelevancia, pues como señala Federico González:
"la cohesión que garantizan los símbolos, su
función mediadora, no es reconocida, ha sido olvidada, o peor aún, es
tergiversada por nuestra comprensión actual, que nos hace ver la realidad del
mundo como exterior y hostil, tan extraña como indiferente". (El
Simbolismo Precolombino).
La civilización moderna, en general, está
sustentada sobre esa indiferencia y hostilidad, y si no véase lo ocurrido con
el planeta y la propia evolución de la sociedad humana desde el comienzo de la
“revolución industrial” hasta hoy mismo, y nos percataremos de que la génesis
de la modernidad está inspirada por un pensamiento que, al prescindir de la
“mediación” del símbolo como lenguaje sagrado, negó la realidad trascendente de
la Creación, otorgando al hombre una “patente de corso” para sencillamente
apropiarse de ella, y en su delirio creerse semejante a Dios.
De ahí los intentos, ya logrados por otro lado, de
crear una “inteligencia artificial” superior a la humana, lo que solo sería
válido en términos cuantitativos (el big
data), pero no cualitativos, pues lo “artificioso” es por definición una
“contrahechura”, o sea una imitación fraudulenta, y jamás la "inteligencia artificial" podrá concebir
una cosmovisión ordenada de acuerdo a los principios ontológicos, y ya no digamos
metafísicos, sobre los cuales se han construido todas las civilizaciones a lo
largo de la Historia, excepto la nuestra, una auténtica anomalía. Es como si en
su génesis el mundo moderno padeciera ya de un “pecado original” que le impidió
recibir las influencias de los dioses celestes y luminosos, pero no de los
dioses del inframundo, evidenciando una impotencia que recuerda aquella frase
de Virgilio en la Eneida: “Si no
logro mover a los dioses del cielo, moveré a mi favor al Aqueronte”.
La elección de la esvástica (uno de los símbolos
más primordiales y sagrados de la humanidad) como emblema del nazismo es un
ejemplo de cómo un símbolo, en este caso nada menos que un símbolo de la acción
del Principio en el mundo, puede ser profanado hasta convertirlo en la
representación de todo lo contrario, es decir en su reverso más negativo: en la
acción de las potencias más tenebrosas del inframundo, que solo traen consigo
la destrucción y el mal en estado puro.
Ante semejante manipulación, René Guénon hablaría de una de las tantas “sugestiones” promovidas por la “contra-tradición”, esa entidad que no solo está en contra de lo humano sino que niega al Ser y sus atributos en tanto que intermediarios entre Él y nosotros. Cuando toda una sociedad ha sido sugestionada para negar al Espíritu y suplantarlo por una pseudoespiritualidad que de facto lo niega, ¿cómo debemos denominarla sino como el “reino del Adversario”? Francisco Ariza
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