La Gran Parodia de la Civilización Artificial (1ª Parte). Entre Escila y Caribdis

 

Grabado alemán donde se ve la nave de Ulises atravesando el estrecho marítimo 
entre el monstruo Escila y el remolino de Caribdis.

Esta es la primera de tres entregas sobre un tema que ya hemos tratado en alguna ocasión.[1] Nos referimos a las consecuencias negativas que la tecnología de la Inteligencia Artificial (IA) está provocando en la sociedad del siglo XXI, consecuencias que suponen un cambio radical de paradigma con respecto a la concepción misma del ser humano. Sabemos que esta iniciativa se enmarca dentro de un proceso de degeneración cíclica que afecta a la humanidad entera y que ha permitido la manifestación de esa posibilidad, impensable en otros momentos de la historia. 

El objetivo que se persigue, y que ya se está consiguiendo, es sustituir a lo humano por un ente artificial que “imite” nuestros procesos cognoscitivos con el fin de suplantar nuestra identidad como seres que, al contrario de esa artificialidad, estamos dotados no solo de un cuerpo (cuyos “mecanismos” y procesos neurológicos son los que imitan la IA), sino de un alma (o sea de una conciencia), y de un espíritu, que es al fin y al cabo el que nos permite ser y conocer lo que en esencia somos y que jamás podrá ser reproducido por esos engendros por muy sofisticados que se pretendan, como por ejemplo los que están derivando de la llamada “IA generativa”. Una de las empresas que la están propiciando, la OpenAI (creadora del famoso ChatGPT), está impulsada por la idea de que es posible reproducir el cerebro humano, aunque más "perfeccionado" evitando incluir sus "defectos". 

El alma y el espíritu están fuera del alcance de la IA, programada por quienes no conocen límite alguno en los procesos de la experimentación científica, convirtiéndose de facto en aciagos demiurgos y hacedores de apariencias de realidad que, para que tomara forma definitiva la sociedad que ellos han creado, fue necesario haberlos sugestionado previamente, infundiéndoles ideas derivadas de una filosofía en decadencia y de un imaginario cientificista que tiene en el racionalismo cartesiano su modelo, y que es, en definitiva, donde habría que buscar los principios ideológicos que han llevado a esa absurda y siniestra creencia de identificar al hombre (y más concretamente nuestro cerebro) con la máquina. En la segunda parte de este trabajo hablaremos de algunos de los pensadores e ingenieros precursores de la IA, que ideológicamente hace ya tiempo que se incubó, y que, como todas las cosas que implican profundos cambios sociales, ha tenido su proceso en el tiempo, así como las individualidades que lo han propiciado, pues todo contexto histórico genera necesariamente un relato cuyas causas hay que conocer para hacerlo inteligible.

Una de las consecuencias que han llevado a la irrupción de la IA en nuestras vidas ha sido fundamentalmente el haber puesto la inteligencia humana al servicio del cálculo experimental y la mera gestión de datos que se deriva de ello, lo cual, en su desarrollo desorbitado, ha llevado de manera inevitable a la aparición de los big data (macrodatos o datos masivos) y sus procesamientos, lo cual define perfectamente la “sociedad de la información”, en donde el ser humano ha perdido su “singularidad” como elemento necesario para el conocimiento cualitativo del mundo, otorgándosela a la “singularidad tecnológica”, esencialmente cuantitativa y “caótica” precisamente por la indefinidad que la caracteriza.

II

Entre las varias opciones para calificar la civilización que ha sustituido definitivamente a la civilización tecnológica que ha dirigido nuestro mundo desde el siglo XVII hasta el siglo XX, la de “cibernética” nos había parecido en un principio la más adecuada y la que sintetizaba mejor que ninguna otra los parámetros por los que está regida. La cibernética relaciona entre sí el estudio de la física, el del cerebro y el de las computadoras, todo lo cual constituye la base de la IA. Sin embargo, siendo ese título perfectamente adecuado para definirla, finalmente, y por el hecho de que está sustentada totalmente en la IA, ¿qué mejor, entonces, llamarla simplemente "civilización artificial", siendo, como dice René Guénon, lo "artificioso" y lo "mecánico" lo que caracteriza a todas las producciones nacidas de la mentalidad moderna? La cibernética es, de facto, lo artificial por excelencia, pues conduce inexorablemente al simulacro y la caricatura de lo verdaderamente humano, y no deja de ser en el fondo sino la parodia y la negación de la idea misma de civilización.

En lo cibernético ese ingrediente “técnico” (del griego tekné, relativo al arte y al oficio) ha dejado de existir como un elemento que, a pesar de todo, todavía ligaba de alguna manera a la civilización tecnológica con las civilizaciones anteriores al siglo XVII, que para nosotros es donde comienza el mundo moderno al fijarse en él las ideas-fuerza que lo harán protagonista de la historia humana a lo largo de los últimos cuatrocientos años, hasta que irrumpe el siglo XXI, que es el momento en que se produce la definitiva mutación cibernética.

Es evidente que lo cibernético concuerda perfectamente con el carácter mismo de la sociedad que acaba de nacer, pues si nos atenemos a su etimología, del griego kybernetes, ella hace referencia al “timonel que gobierna la nave”, que en este caso es nuestro mundo, donde todos somos ya “internautas”, es decir navegantes por un mar cuya nave sin embargo va sin rumbo, y además demasiado rápida de acuerdo con la velocidad del tiempo que vivimos, que no solo va comprimiendo cada vez más el espacio físico, sino también el mental. Por otro lado, el océano por el que se navega también está lleno de peligros, ya que se trata de las “Aguas inferiores” del psiquismo cósmico y humano, las únicas por las que puede navegar nuestra embarcación al desconocer por completo su timonel (¿qué nombre darle a este sino el de Adversario?) la existencia de las “Aguas superiores”, de naturaleza celeste, aquellas que determinadas civilizaciones simbolizaban a través del “Arco Iris”, esa semiesfera de luz que cubre la Tierra y se une con ella.

Pero en algún momento de su periplo la nave deberá pasar por un estrecho semejante al que tuvo que cruzar la embarcación de Ulises en la Odisea, a un lado del cual se encontraba la devoradora ninfa Escila (de doce patas y seis cabezas) y al otro un remolino de nombre Caribdis, de tal manera que los marineros que querían evitar caer bajo las fauces de Escila tenían que acercase a Caribdis, con el peligro de ser tragados por él, y viceversa. 

No traemos esta referencia mitológica por casualidad, pues con ella señalamos los graves peligros que amenazan a la humanidad debido al rumbo que ha tomado, empujada sin duda alguna por una inexorable determinación cíclica. En este sentido, los estrechos geográficos siempre han tenido un simbolismo relacionado con el “paso a otro mundo”, y era una de las “pruebas” que algunos héroes debían superar, pues suponía en muchos casos la “prueba definitiva”, la que podía otorgar, o no, la inmortalidad. Las simplégades, o "rocas entrechocantes" forma parte también de la misma simbólica, y tenemos aquí el ejemplo de Jasón y los Argonautas pasando por entre ellas para lograr el acceso a la región de la Cólquida haciéndose con el "vellocino de oro", prenda de inmortalidad como la palma en el cristianismo, la rama de oro en los misterios de Eleusis, o la acacia en la Masonería. 


Los Argonautas pasan las Simplégades. Grabado de 1733, obra de Bernad Picart.

La superación de dicha prueba implicaba la “salida” del mundo intermediario, pues la navegación en realidad se realizaba por ese mundo que “media” entre la Tierra y el Cielo, es decir entre las “Aguas Inferiores” y las “Aguas Superiores”, entre el mundo conocido y el mundo desconocido, que el alma intuye como el verdadero, de ahí la voluntad férrea del héroe por superar todas las dificultades que se le van presentando en su camino. Pero no es este el caso evidentemente, pues aquí no estamos en el mundo heroico, sino dentro de una humanidad que, salvo raras excepciones, se ha abandonado a las fuerzas ciegas del inframundo, y sin saberlo está siendo engullida o sirviendo de alimento a los monstruos que ella misma ha engendrado en su seno. Francisco Ariza

 

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