EL CICLO DE LOS AMORES DE JÚPITER. SÍMBOLOS Y MITOS DEL MOSAICO ROMANO DE FERNÁN-NÚÑEZ (CÓRDOBA)

A la memoria de Catalina Rodríguez Fernández
(Fernán-Núñez 29-XI-1933 - Barcelona 27-XI-2013)



El Rapto de Europa. Mosaico romano de Fernán-Núñez. Actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Un ejemplo del arte romano inspirado en las divinidades griegas nos lo ofrecen distintos hallazgos arqueológicos que se han ido produciendo a lo largo del tiempo en el municipio de Fernán-Núñez (Córdoba), un territorio que estuvo integrado, o formó parte, del ager o entorno rural de Ulia, o incluso de la propia ciudad ibero-romana, como señalamos en su momento. Precisamente la zona donde se ubica hoy Fernán-Núñez, se denominaba Agri Uliensis.
Los restos arqueológicos, tanto íberos como romanos, localizados en Fernán-Núñez y su término municipal han sido bastantes y constantes a lo largo del tiempo, al igual que en toda la zona de la Campiña. De entre ellos merece nombrarse la estatua del dios Atti (actualmente en el Museo Arqueológico de Córdoba) y sobre todo el mosaico encontrado en el siglo XIX en el yacimiento de Valdeconejos, y del que da testimonio el escritor, arqueólogo, bibliotecario y archivero D. Narciso J. de Liñán y Heredia en su artículo “Los Mosaicos de Fernán-Núñez” (1907), donde cita los trabajos del párroco y arqueólogo de la nombrada villa D. Antonio Jurado Moreno en pos de la conservación del patrimonio arqueológico descubierto por él mismo en lo que fue una mansión romana, mosaico que data del siglo III d.C. y hoy en día desaparecido (excepto la parte del mismo correspondiente al Rapto de Europa), siendo uno de los más grandes de la Hispania romana.[1]

Fig. 1. Esquema del Mosaico

Fig. 2. Fragmentos del Mosaico

Se refiere particularmente a los restos de lo que fue un pavimento mosaico de 8,23 x 7,46 m. (60 metros cuadrados) dividido en nueve compartimentos (figs. 1-2), y en cuyas esquinas se representaban escenas de las cuatro estaciones (lo cual es muy común en los mosaicos romanos, sobre todo en la parte oriental del Imperio), pero de las que sólo quedaban dos cuando fue descubierto, las correspondientes al Otoño y al Invierno (fig. 3).

Fig. 3. El Otoño y el Invierno

En las diferentes secciones del mosaico todavía visibles aparecían distintas escenas mitológicas referidas, o en relación, con diferentes episodios mitológicos protagonizados por Zeus-Júpiter: el Rapto de Europa, Asopo, el dios fluvial, y su hija Egina, raptada también por Júpiter metamorfoseado en águila, o en fuego según otros autores como Ovidio. Por lo visto, y aunque no figura en las fotografías hechas tras su descubrimiento, también podía apreciarse una representación del rapto de Antíope (hija de Nicteo, rey de Tebas) por Júpiter, metamorfoseado en sátiro.
De hecho, el de Fernán-Núñez es uno de los ocho mosaicos con representación de dioses-río, en el que además de Asopo, aparecen Aqueloo, Nilo, Éufrates, Orontes y Píramo. Si nos fijamos bien son todos ríos que provienen de Grecia, Egipto, Asia Menor y Cercano Oriente, es decir que las historias representadas son episodios que suceden en esas regiones orientales del mundo greco-romano.
El mosaico de Fernán-Núñez se inscribe dentro del llamado “Ciclo de los Amores de Júpiter”, es decir de las relaciones que, como otros dioses olímpicos, el Padre del Cielo mantuvo con los diferentes aspectos de la Diosa madre personificada en multitud de entidades femeninas humanas (p.ej. con la madre de Hércules, la reina Alcmena), del mundo intermediario (las ninfas y todos sus nombres, náyades, nereidas, oceánidas) y distintas diosas, como Mnemosine (la Memoria, de la que nacen la Musas inspiradoras), dando lugar a una descendencia y genealogía mítico-espiritual que comprendida en clave simbólica desvela al hombre su propio universo interior y todo cuanto él es en tanto que microcosmos que refleja enteramente al macrocosmos. O sea toda la secuencia o proceso de la fecundación del alma por el espíritu.
Hay también una Historia arquetípica en esa mitología, que es inseparable de una Geografía igualmente significativa que coexiste con el mito en ese mismo plano intermediario, donde se desarrollan las aventuras y gestas de los dioses y los héroes civilizadores. Los amores de Júpiter hacia las hijas de los reyes (o de los dioses-río, símbolos de la fecundación, como es el caso precisamente de Asopo y su hija Egina), o hacia las ninfas (seres asociados con las aguas y los bosques, y asimismo con la iniciación a lo sagrado a través de la comprensión del orden sutil del Cosmos, según enseña Porfirio en El Antro de las Ninfas), tienen evidentemente un trasfondo civilizador, como el ciclo de “los amores de Mercurio y Herse” descritos entre otros por Ovidio, el cual se hace eco también de la leyenda griega en torno al primer rey ateniense, Cécrope, padre de Herse.[2]

Fig. 4. El dios-río Asopo, Egina y la ninfa Metope.

En esa parte del mosaico donde aparece Asopo, su hija Egina y la madre de ésta la ninfa Metope (fig. 4), el primero se muestra de espaldas, apoyado en un cántaro del que emana agua, y tiene junto a él a su hija Egina. De los amores de Zeus con Egina nace Éaco, quien fue rey de la isla del mismo nombre de su madre, Egina. A la derecha aparece la ninfa Metope, madre de Egina, reclinada sobre el cuerno de la abundancia que escancia su contenido sobre un río, fertilizándolo, y con una rama toca una roca de la que emerge un árbol. Esta escena, relatada por Apolodoro y Diodoro de Sicilia, estaría indicando el momento de hacer brotar la fuente Pirene, situada en la ciudad de Corinto, a cambio de lo cual su rey Sísifo le revelaría a Asopo el paradero de Júpiter, el raptor de su hija.[3]
De entre estos mitos civilizadores es precisamente el rapto de Europa por Zeus-Júpiter (ver frontispicio) uno de los más conocidos y representados en la musivaria romana, y en él se van intercalando la Historia y la Geografía puesto que trata nada más y nada menos que del nacimiento de Europa como un continente que recibe una luz intelectual de su Oriente Cercano, y aquí incluimos no sólo a Grecia y Fenicia, sino a Egipto y Mesopotamia fundamentalmente. ¡Ex Oriente Lux! (“del Oriente la Luz”), exclamaban los romanos a la salida del sol. Recordemos que la palabra Europa tiene un parentesco etimológico con euroeis, “sombrío”, es decir el lugar del ocaso del sol, Occidente. El Padre de los dioses rapta a Europa en Oriente y la conduce hacia Occidente, y esto tiene también una explicación de carácter cíclico que estaría relacionado con el “desplazamiento histórico de las civilizaciones”, que no es el caso desarrollar aquí sino tan sólo señalarlo.
En su viaje por el mar Zeus y la princesa fenicia recalan en Creta, y allí, fruto de su amor, tienen varios hijos, entre ellos a Radamantis y Minos, ambos legendarios reyes de Creta y fundadores por tanto de la civilización minoico-cretense, una de las raíces culturales de Europa. Precisamente, un hermano de Europa, Cadmo (rey de Canaán), se dirige a la región griega de Beocia y allí funda la ciudad de Tebas, otro caso más de que en sus historias míticas el mundo griego y heleno en general, el de tierra firme y el de las islas del Egeo, reconoce que una parte de su civilización procede del Cercano Oriente.
Esos amores y sus frutos carnales entre los dioses y las hijas de los hombres, tan presentes en los mitos de muchos pueblos de la tierra (hasta en la Biblia, Génesis 6-2), generan una estirpe de reyes y héroes que serán los encargados de llevar la civilización y la cultura allí donde éstas no existían o bien habían entrado en franco proceso de decadencia. Este es, a nuestro entender, el mensaje que subyace en estos mitos, y en el mito en general, palabra que no olvidemos está relacionada, paradójicamente, con el “misterio” y el “silencio”, y que nos explica la esencia de los acontecimientos, su sentido profundo, es decir el vínculo de éstos con las ideas arquetípicas de las que emanan, mientras que el relato histórico se encarga de describirlos simbólicamente en el devenir del tiempo. A este respecto, y junto al relato histórico y geográfico, y entretejido con él, siempre está presente la idea de que con ese mito, el rapto de Europa, se está representado simbólicamente el viaje interior del alma (ejemplificado por la princesa fenicia, identificada también con la diosa Astarté) a través de la hierogamia, o casamiento, con el Espíritu, es decir con Zeus-Júpiter.
En su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos Federico González habla precisamente de los diversos sentidos del “rapto”, y en relación con lo que estamos diciendo entresacamos los siguientes fragmentos:

"Las preguntas del aprendiz al Conocimiento son múltiples, indefinidas y nos ayudan a ir descorriendo cortinas, desentrañar cosas, observar el poder de lo pequeño e ir conociendo temas que nos amplían el horizonte, que nos van despertando y aclarando nuestro camino mediante chispas, o iluminaciones en el viaje del alma. (…)

Incluso la voz rapto es usada como sinónimo de enamoramiento o pasión amorosa, por lo que puede advertirse que estos ejemplos recuerdan estados de la conciencia donde se perciben cosas que no son ordinarias y alteran el ritmo, la dinámica, el tedio de nuestros días. Y eso se debe a la ruptura de nivel que prodigan estos símbolos acerca del más allá cualquiera que sea el grado o la condición que suponen estos acercamientos a una realidad otra inscrita dentro de la vida que llevamos, o mejor padecemos. (…)

La mitología grecorromana es pródiga en raptos diversos, así el de Europa, Ganimedes y nada menos que Perséfone, e igualmente Ereshkigal en la mitología sumeria."

En las distintas epopeyas, en los mitos transmitidos por la poética evocadora de Homero (que recoge antiquísima memoria), en los Himnos Órficos, en los textos de Hesíodo, en la obra de Platón, en la de los romanos Cicerón, Virgilio, Ovidio, Horacio y Séneca o bien en las crónicas de los historiadores, mitógrafos y geógrafos como Heródoto, Pausanias, Diodoro Sículo, Apolonio de Rodas, Estrabón, Apolodoro, Plutarco, Macrobio, etc., etc., todos ellos, entre muchos otros, alimentan una tradición filosófica, literaria e iconográfica que en un principio se extiende por todo el Mediterráneo y Cercano Oriente, pero que con el tiempo llega hasta el Renacimiento, propagándose por toda Europa y a partir de un momento dado por la América Latina, o sea por todo lo que se llama Occidente.
El tema representado en los mosaicos de Fernán-Núñez forma parte de una iconografía simbólica que se plasma también en lucernas, pinturas, bronces, terracotas, cerámicas y monedas no sólo de la Bética (Itálica, Córdoba, Écija, Cástulo, Andújar…) y del resto de Hispania (Mérida, Menorca, Ibiza, Cartago Nova, Bilbilis, Caesaraugusta, la portuguesa Coimbra, etc.) sino de otros lugares del Imperio, y que tienen a Zeus-Júpiter como deidad olímpica principal, pero no única, pues en el caso concreto de Fernán Núñez (al menos en lo que todavía se conservaba en el momento de su descubrimiento) también aparece en el cuadrado central quien posiblemente sea Helios/Zeus, o Helios/Dionisos (fig. 5) según algunos investigadores.

Fig. 5. En la parte superior Helios-Zeus, o Helios-Dionisos

En el cuadrado central aparece un joven nimbado, que según D. Fernández-Galiano podría ser representación de Helios/Zeus, reflejando la teología estoica de época helenística que consideraba a Helios como el equivalente de Zeus, acompañado de dos figuras alegóricas identificadas por inscripciones en griego como el Otoño y el Invierno. La comparación con el mosaico de Palermo lleva asimismo a una identificación de Helios/Dionisos, tal como se le llama en la doctrina órfica (Macrobio, Saturnales, I 18, 18), donde ambos dioses se asimilan: 
“... Oh luminoso Zeus Dionysos, padre del mar, padre de la tierra, Sol creador de todas las cosas...” (Macrobio. Ibíd., I, 23).[4]
A este contexto pertenecería también el dios Eros, que en este mosaico aparece con sus alas características, pero también con un haz de rayos jupiterinos, símbolo de la fecundidad por el Espíritu (fig. 6). 
Fig. 6. Eros portando el rayo de Júpiter
Los temas de este mosaico guardarían seguramente relación con todas esas asimilaciones entre las deidades representadas en él, y que formaban parte de la filosofía estoica (tan arraigada en Hispania), ella misma heredera también del gran legado mitológico, mistérico y filosófico de la Grecia antigua. Las inscripciones en griego y no en latín revelan una influencia oriental en quienes elaboraron el mosaico de Fernán-Núñez, y según esos mismos investigadores responden a un prototipo de los años 330-320 a.C., o sea anteriores a la llegada de Roma a Hispania, dato este que no es baladí, pues demostraría que esa influencia oriental permanecía viva en plena romanización.
Esto nos permite entender un poco mejor el ámbito cultural de los hispano-romanos de la Bética, y en este caso concreto de los que vivían en el entorno de Ulia y en la zona de la Campiña, o sea el imaginario simbólico que les proveía una tradición cultural, la romana, que era heredera insigne de la griega, es decir greco-romana en el sentido amplio del término, y en la que ellos estaban plenamente integrados. Francisco Ariza


Notas

[1] Hemos tenido noticia de este autor gracias al libro antes mencionado El Municipio Romano de Ulia, de Mª Luisa Cortijo Cerezo, donde dicha autora hace un pormenorizado estudio de la historia de la ciudad ibero-romana.

[2] Ver a este respecto el cap. XXI de Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una Aventura Intelectual, de Mª Ángeles Díaz. Ed. Symbolos, 2014.

[3] Es precisamente por ese hecho que Sísifo fue condenado por Júpiter a subir perpetuamente una roca a la cima de la montaña.

[4] “El mito de Europa en los mosaicos hispano-romanos”. G. López Monteagudo y M. P. San Nicolás Pedraz.

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