LOS 'SIETE SABIOS' Y LA CONTINUIDAD CÍCLICA DE LA CIENCIA SAGRADA. Manú y los Siete Rishis hindúes

El dios Vishnu adoptando la forma del pez Matsya-Avatara transportando al Manu Vaivaswata y a los siete Rishis. Matsya Purana, Jaipur, 1890. 



Un tema importante de la cosmología hindú, inseparable del tronco cultural indoeuropeo al que pertenece y que nos permite establecer constantes analogías entre las distintas tradiciones que lo han integrado a lo largo del tiempo (como la griega, la celta, la romana, etc.), es el que hace referencia a los siete rishis, es decir a los siete sabios, “videntes” o “luces” (pues ambas cosas significa rishi), encargados de transmitir  la Sabiduría del Veda de un Manvantara a otro, o sea de un ciclo entero de la humanidad al siguiente, siendo catorce el número de esos Manvantaras, palabra que significa "Era de Manú". 

Pero Manú no es un personaje histórico, sino un arquetipo que encarna el Intelecto divino en relación a la humanidad, a la que otorga la facultad y la luz del pensamiento, o de la mente, como un elemento derivado directamente de ese Intelecto superior. Se trata evidentemente de una "luz refleja", como es la luz de la Luna con respecto a la del Sol, pero es una luz que porta en sí misma, en forma de germen, las propiedades esenciales de la luz original. Es por tanto una luz que "conserva", que "retiene" lo recibido, de ahí el prodigio de la memoria, otra facultad del alma humana, y quizás su nombre en griego (mnemosine) contenga en su etimología a la propia palabra Manú, de la que deriva hombre (manava) y lo humano en general. El actual Manú permanecerá hasta que acabe el ciclo de la humanidad que él rige, lo cual dará lugar a otro Manú y a otra humanidad.


Como decimos, los catorce Manvantaras conforman un Kalpa, el ciclo de un mundo o universo. Un Kalpa es un día de Brahmâ (el dios creador), mientras que una noche es un Pralaya, "disolución" de ese mundo, para dar lugar a otro Kalpa, (o día de Brahmâ), y así indefinidamente conformando todo ese conjunto la "cadena de los mundos", sostenidos por el "hálito" de Atma, el Espíritu.[1] 


Cada Manvantara contiene cuatro yugas o edades, que son ciclos de distinta duración cada uno, y en este sentido los rishi son también los encargados de asegurar que la Ciencia Sagrada se mantenga viva en cada una de dichas edades, ya sea en el tránsito de una a otra como en el interior de la misma edad. Es el caso, por ejemplo, del rishi Vasista, que adaptó el Veda en el Dwapara-yuga (equivalente a la “Edad de bronce” en la doctrina de las edades descrita por Hesíodo) o sea durante el tercero de los cuatro yugas, y anterior por tanto al nuestro, que es el último, llamado Kali-yuga (o “Edad de hierro”) como todos sabemos.  

René Guénon en distintos lugares de su obra, nos recuerda que en la tradición hindú se habla de la “perpetuidad del Veda”, palabra que deriva de la raíz vid, “saber”, y que ha de entenderse exactamente como “la Ciencia por excelencia o el Conocimiento sagrado en su integridad". Esa perpetuidad y su transmisión a lo largo del tiempo reside en la sabiduría de los rishi, los cuales son “hijos de Brahmâ” en su función de Prajapati, o “Señor de los seres producidos”, de ahí que los rishis también se conozcan como los prajapatis, los progenitores espirituales de la humanidad. Por tanto, los rishis, al igual que Manu, no son los "autores" humanos de los Vedas, sino aquellas entidades que "inspiran" a los hombres su contenido a través de la influencia espiritual-intelectual. De ahí que los Vedas no sean de origen humano, sino suprahumano, y su plasmación escrita se debe precisamente a una necesidad de orden cíclico. Como sabemos los Vedas son cuatro, siendo el más antiguo de todos el Rig-Veda.[2] 

El autor hindú Lokamanya Tilak, en su obra Origine Polaire de la Tradition Vedique, señala que los textos védicos se refieren a la "continuidad ininterrumpida de la corriente de sucesión homogénea", que es una manera de expresar la idea de una Ciencia Sagrada que conserva incólume su esencia metafísica durante los períodos de cambio cíclico, ya se trate de los ciclos más grandes o de los más pequeños; en todos los casos, los Vedas no ven alterado su contenido, que es eterno, si bien este encuentra nuevas fórmulas de expresión para adaptarse a dichos cambios, incluidos los provocados por el paso de un Kalpa a otro, que como dijimos es el ciclo más grande de todos. Tilak cita este versículo del Mahabharata:


"Los grandes Rishis, a los cuales Swayambhû ("aquel que subsiste por sí mismo") ha dado la potencia, han obtenido gracias al tapas (austeridad) los Vedas y los Itihasas que han desaparecido al final del (precedente) yuga". [3]


También podría decirse del precedente Manvantara o del precedente Kalpa, pues siempre es la energía espiritual emanada de Swayambhû (idéntico al Logos), la que es transmitida a cada uno de los catorce Manús, asegurando así la presencia del Verbo divino a lo largo de todos los Manvantaras. El actual Manú lleva por nombre Vaisvaswata, o "hijo de Vaisvat", que es uno de los doce Adityas o emanaciones del Sol Arquetípico [4]. Se trata por tanto de un principio ligado con el Intelecto divino que "reelabora", de acuerdo a las nuevas condiciones cíclicas, la Ley de Armonía (Dharma) como expresión del Conocimiento metafísico para el ciclo cósmico y humano del cual él es el "Centro", de ahí que también lleve el título de "Rey del Mundo", como nos recuerda René Guénon en su libro del mismo nombre.



II

Pero esa función conservadora y transmisora de la Ciencia Sagrada propia de los rishis no es exclusiva de la tradición hindú, sino que ellos son como un prototipo que se ha repetido a nivel humano en distintas formas tradicionales a lo largo de la Historia, como es el caso de los "siete sabios" de la antigua Grecia, o de los "siete reyes legendarios" de Roma, e incluso de las "siete luces" del simbolismo masónico, denominación que alude a la idea de que una Logia (imagen del Cosmos) no es “justa y perfecta” hasta que ella no está constituida por “siete maestros” poseedores de los secretos del Arte Real. También en las antiguas culturas precolombinas aparecen relatos como el Popol Vuh de los mayas quiché guatemaltecos, en el que se menciona la génesis del mundo y a personajes que transmiten la Tradición ancestral de edad en edad, o de ciclo en ciclo.



La Musa Calíope en el centro de la imagen rodeada de los "siete sabios de Grecia" y Sócrates, que aparece en la parte superior.  Mosaico romano perteneciente al templo de Baalbeck, Líbano. 


En la civilización babilónica, o caldea, hallamos ejemplos similares. Además, esta tradición también ha conservado una parte importante de la doctrina de los ciclos, hasta tal punto que la edad total del Manvantara (64.800 años) se conoce gracias a ella. Por ejemplo, en la llamada “Lista de los Reyes Antediluvianos” aparece el nombre de Sisustro, o Zisustro, que reinó precisamente durante 64.800 años, y que es el equivalente del Manú hindú. La “Lista de los Reyes Antediluvianos” es atribuida al caldeo Beroso, o Berosio (astrónomo y sacerdote del templo de Marduk), y de la que algún día seguramente hablaremos. Beroso vivió en torno al siglo IV a.C. y escribió una “Historia de Babilonia” (Babiloniaka), en la que menciona a los “siete sabios” (o a los “muy inteligentes” como él dice) comunicadores del Conocimiento y la Ciencia Sagrada.

En cierto sentido, también serían análogos a los rishis el patriarca Noé y sus tres hijos Sem, Cam y Jafet (con sus tres esposas), siendo el “arca” que ellos construyen un símbolo del "centro espiritual" donde es conservada la Ciencia Sagrada durante el periodo de tiempo que transcurre entre dos Manvantaras. No en vano, el Arca es un recipiente simbólico similar a la copa y al corazón, en los que se conservan los gérmenes espirituales durante los momentos críticos que señalan el paso de un ciclo a otro de la humanidad. Conviene recordar en este sentido lo que dijimos al comienzo cuando mencionamos a la memoria como una potencia del alma humana que retiene y conserva lo recibido, y esto podría tener relación con la función de la copa y del arca, y si precisamos un poco más deberíamos recordar las palabras que al respecto escribe Platón acerca de la memoria como una 


Disposición del alma capaz de conservar la verdad que hay en ella [5].

Precisamente el "pasaje" entre dos Manvantaras es lo que está representando el grabado que preside este escrito, en el que se puede observar al Manú Vaisvaswata y a los siete rishis subidos en una barca, o arca, conducida por el Matsya-Avatara, primera encarnación en forma de pez del dios Vishnu en el actual Manvantara. Se puede apreciar que el arca atraviesa un "océano tenebroso", ejemplificando ese período de oscuridad que sobreviene entre dos grandes ciclos, o entre dos cambios de estado si nos referimos a la realización espiritual. En este sentido, es muy significativo que en la proa del arca aparezca el busto de Ganesha, el dios con cabeza de elefante, considerado el "Señor del Conocimiento", lo cual encaja perfectamente con la función esencial del arca como recipiente de la Ciencia Sagrada. [6]


Pero en el caso del Arca de Noé, ese pasaje de un ciclo a otro acontece dentro del presente Manvantara, y más concretamente entre el ciclo anterior y posterior al Diluvio, cataclismo geológico ocurrido hace unos 12.000 años coincidiendo con la desaparición de la isla-continente Atlántida, y con ella de su civilización. El Diluvio  quedó grabado en la memoria de muchos pueblos de la Tierra, y así lo han atestiguado a través de sus mitos, como el que se relata en la leyenda de Gilgamesh entre los sumerios y babilonios. Tras el Diluvio, los hijos de Noé fueron engendradores de naciones y culturas, transmitiendo a estas la Sabiduría del ciclo anterior, y por lo tanto permitiendo su "continuidad ininterrumpida" en el tiempo.

Pero como señalamos anteriormente los rishis, y sus semejantes en otras civilizaciones, no son personajes “históricos”, sino entidades divinas cuyas energías espirituales sí pueden ser encarnadas por hombres de carne y hueso que desempeñan su función a nivel humano, y en este sentido se conocen en la India dinastías o linajes de sabios brahmanes (astrónomo-astrólogos, matemáticos y redactores muchos de ellos de los himnos védicos) que llevan el nombre de los distintos rishis, que tampoco son siete en sentido estricto, pues dicho número es un prototipo que está en relación con el cumplimiento de la obra cosmogónica, es decir con su perfeccionamiento, lo cual se expresa a través de varios símbolos. 

La cruz tridimensional es uno de esos símbolos, cuyos seis radios equivalen a los seis días de la Creación, más el séptimo, que sería el centro mismo de esa cruz. Pero por encima de cualquier otro, el símbolo que ha representado a los siete rishis (al menos durante gran parte del Manvantara) no es otro que el conformado por las siete estrellas de la constelación de la Osa Mayor, a la que nos referiremos en la próxima entrega en relación con ellos y sus respectivos nombres, legados por la Tradición. Francisco Ariza


Notas
[1] Y para decirlo todo, la disolución de esa cadena indefinida de mundos, incluidos los dioses que han participado de la gestación, conservación y destrucción periódica de dichos mundos, constituye un Mahapralaya, la “Gran Disolución”, o absorción de toda la Manifestación Universal en el seno del No Ser, o del Dios Oculto. Podríamos decir que todas las posibilidades de manifestación han regresado a lo Inmanifestado, lo cual no quiere decir que hayan dejado de ser posibilidades de manifestación como tales, sino que simplemente se han absorbido en su Origen Increado.

[2] Que sean cuatro los Vedas quizás guarda relación con el significado simbólico de este número, ligado con la idea de "plenitud" y de "estabilidad", las dos cualidades que se encuentran en el Dharma, la Ley cósmica. Recordemos que cuatro es también el número de los Evangelios cristianos.


[3] Los Ithihasas son distintos, aunque complementarios, a los Vedas, y están constituidos por los textos sagrados que relatan las historias míticas y las grandes epopeyas del hinduismo, como el Mahabharata, el Ramayana y los Puranas.


[4] Los doce Adityas están relacionados con los doce signos del Zodiaco, y pueden ser considerados igualmente como emanaciones del Sol espiritual, desempeñando un papel muy importante en el desarrollo cíclico de las posibilidades contenidas en el Ser Universal. 


[5] Recogido del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, de Federico González.

[6] Añadiremos que existe una equivalencia entre Ganesha y Thot-Hermes, y también con el dios romano Jano, equivalencia que en este caso es incluso etimológica. Todos ellos presiden los misterios de la iniciación  y la virtud transmutadora y transformadora que estos imprimen en el alma humana, lo cual incluye una muerte y un renacimiento, análogos a la muerte de un ciclo y el nacimiento a otro.



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