FILÓSOFOS Y POETAS HISPANO-HEBREOS EN LOS ORÍGENES DE LA CÁBALA (II). Bajo el Cielo de Sefarad (Texto y Vídeo)
Como hemos dicho, en ese enmarque histórico y geográfico que abriría un nuevo ciclo para los judíos españoles se iba a producir el nacimiento y la eclosión de la Cábala. En este sentido tendremos también muy presente que ese flujo intelectual que se vertió de la España meridional hacia la España del norte, y por supuesto el Languedoc y la Provenza francesas[1], unido al que ya existía en algunas de sus ciudades (por el lado hispano la ya nombrada Zaragoza, León, Burgos, Soria, Tudela, Guadalajara, Barcelona, Gerona, y por la parte francesa Lunel, Narbona, Posquières, etc.), acabaría por crear efectivamente un “clima” lo bastante propicio para un desarrollo de la Tradición esotérica. Para ello fue importante “rehabilitar” la lengua hebrea, que debido al desarraigo que produjo la Diáspora, estuvo muchas veces en peligro de desaparecer o de convertirse en algo residual. Tengamos en cuenta que los judíos tenían necesariamente que hablar e incluso escribir en la lengua de los países donde residían, que en el caso de la Península Ibérica eran el árabe, el latín y las incipientes lenguas romances, como el castellano o el catalán, en esa época casi idéntico al provenzal u occitano.
Por otro lado, los cabalistas de Francia y de España en su gran mayoría
también eran rabinos y estaban integrados en las academias talmúdicas. No eran
extraños tampoco a lo que podríamos llamar los “usos y costumbres” de la
vertiente “exotérica” de su tradición. Lo único que los diferenciaba era la capacidad de profundizar en el conocimiento de los misterios más
sagrados contenidos en el Tanaj, que
son los 24 libros que componen la Biblia judía o Antiguo Testamento. El Tanaj se compone de tres grandes partes:
la Torá escrita, o Pentateuco; los Neviim, o Profetas; y los Ketuvim, o Escritos. Las exégesis y
comentarios sobre esos libros dieron lugar al Talmud, elaborado por las
escuelas rabínicas de Palestina y Babilonia. El Talmud contiene todo el legado
de la sabiduría rabínica, y de él derivan las distintas expresiones que estructuran
la sociedad, la historia y la cultura de este pueblo, manteniéndolo unido en las dificultades. Pero incluye también una
enseñanza de tipo esotérico que sólo era conocida por los “poseedores
del misterio”, es decir por los sabios y maestros que la transmitían a los discípulos más
preparados para recibirla. Tenía por tanto un carácter claramente “iniciático”
por la propia naturaleza teosófica y metafísica de su contenido.
Estos "poseedores del misterio" conformaban la “cadena de la tradición esotérica” (salseleth ha-Qabalah), que se remontaba a la revelación recibida por Moisés y que este transmitió a los profetas. Por tanto ellos eran los depositarios de la “Torá secreta” (Sitré Torá), dividida en Maaseh Bereshit (la “Obra de la Creación”) y Maaseh Merkabá (la “Obra de la Carroza”), basada esta última en las revelaciones del profeta Ezequiel, cuyas enseñanzas se centran en la Triunidad de los principios ontológicos, es decir en los misterios del Mundo Divino, expresados en las tres primeras sefiroth del Árbol de la Vida. Los movimientos cabalísticos que surgen en Francia y España son en cierto modo una “exteriorización” de esa “Torá secreta”, y los motivos que se pueden argüir al respecto son diversos, pero fundamentalmente respondían a razones de tipo cíclico, pero que estaban en consonancia con esa recuperación de la cultura judía iniciada precisamente en la España de los siglos X y XI, culminando en el siglo XIII con la aparición en Castilla del Sefer ha Zohar, el “Libro del Esplendor”.
Pero, siendo todo esto válido, sin embargo no deja de ser un punto de vista
histórico, que es insuficiente para conocer de verdad las causas del surgir, o
resurgir, de la Gnosis judía que acabó llamándose simplemente Cábala (Tradición), y que
respondieron sin duda a la intervención de una “entidad espiritual”. Muchos cabalistas
españoles y provenzales se referían a la “revelación de Elías” -el “Espíritu
del Dios Vivo”- para dar a entender que era de este profeta, que subió al cielo
en un carro de fuego sin pasar por la muerte (al igual que Henoch, identificado con Metatrón, el "ángel de la Faz"), de quien
recibían la “inspiración” espiritual.
Nos atreveríamos incluso a decir que la necesidad de “rehabilitar” la
lengua hebrea respondió a un “mandato divino” y no a la simple voluntad humana, que sólo fue el soporte que la hizo efectiva; o dicho de otra manera: esa
voluntad estaba en concordancia con “el espíritu de Elías”, que a veces toma
diversas y extrañas formas de manifestarse, pero que siempre está vinculado a
la idea de conservación y regeneración de la tradición iniciática y esotérica.[2]
Sinagoga de Córdoba
No es entonces de extrañar que surgieran dentro de Sefarad personas y grupos venidos de los diversos campos del saber tanto filosófico, como literario y científico que se centraron en esa labor, en la que participaban por supuesto las escuelas rabínicas, que cobraron una gran relevancia. Una de esas personas era Menahem ibn Saruq, autor de las siguientes palabras:
"He explorado en mi corazón, según la pequeña capacidad
de la inteligencia, para poder presentar con claridad la lengua hebrea de
acuerdo con el contenido esencial de sus fundamentos y la esencia de sus
raíces, aplicando la plomada de la razón y el cordel de medir de la instrucción
para explicar los sentidos de sus especies según leyes regulares, exponer las
clases de significados de acuerdo con sus divisiones, mostrar las acepciones de
la palabra según su significación,
enseñar las letras que forman parte de la raíz y las que tienen función servil
en medio de la palabra y en sus dos extremos, hasta llegar a abarcar plenamente
la lengua hebrea y hacerla inteligible en toda su extensión".
Menahem ben Saruq (que pese a nacer en Tortosa -Tarragona- en el siglo X vivió gran
parte de su vida en Córdoba), formó parte del movimiento que dio nacimiento a la
poesía y la gramática hebrea en al-Ándalus, dando un impulso decisivo al florecimiento de la cultura judía en toda España. Dicho movimiento fue auspiciado por el ya citado Hasday Ibn Saprut (hombre de confianza de Abderramán III), quien hizo secretario suyo a ben Saruq, un puesto de mucha relevancia teniendo en cuenta el papel de hombre de Estado que ocupaba Hasday en la corte omeya de Córdoba. Pero lo que nos interesa subrayar es que ben Saruq elaboró el primer diccionario de raíces hebreas de la Biblia, el Mahberet.
En este punto hemos de hacer una reflexión que nos parece importante para
poder entender las claves internas por las que todos los elementos que componen
una cultura tradicional, y la judía lo fue en esa época qué duda cabe,
conforman las partes armónicas de un todo único, exactamente como si se tratara
de un organismo vivo, que lo es. La gramática es una de esas partes, y esta
cobra evidentemente un papel relevante en una cultura como la judía, la cual,
al igual que el árabe o el sánscrito, ha desarrollado ampliamente la “ciencia
de las letras”, en donde el valor numérico y simbólico de estas es fundamental,
haciendo de ella, de la gramática, un instrumento de conocimiento. Si tuviéramos que buscar un paralelismo con una tradición no occidental, lo
hallaríamos precisamente en el hinduismo, donde la gramática es una de las
“ciencias auxiliares” del Veda, o sea de la Ciencia Sagrada. Dice al respecto
René Guénon en el capítulo VIII de la tercera parte de Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes:
“El vyâkarana
es la gramática, pero que, en lugar de presentarse como un simple conjunto de
reglas que parecen más o menos arbitrarias porque se ignoran sus razones, como
se produce de ordinario en las lenguas occidentales, se basa al contrario sobre
concepciones y clasificaciones que está siempre en relación estrecha con la
significación lógica del lenguaje”.
Según vemos en esta cita, “la plomada de la razón y el cordel de medir de
la instrucción para explicar los sentidos de sus especies según leyes
regulares” de ben Saruq responde perfectamente a esa “significación lógica del
lenguaje” de que habla Guénon, pero entendiendo por lógica también una ciencia
cuyos principios, referidos al orden del “conocimiento razonado y discursivo”
de la individualidad humana, emanan de “los principios de orden metafísico y
universal”, como el propio Guénon señala en el capítulo siguiente (IX) del
mismo libro.
Con todo esto queremos decir que los filólogos y gramáticos judíos de esa
época conocían efectivamente el valor de su lengua como vehículo de
conocimiento, e intuían los múltiples sentidos espirituales que encerraba,
aunque muchos de ellos no lograran traspasar ciertos niveles de comprensión.
Pero esto poco importa cuando de lo que se trata es de disponer de una
herramienta que puede abrir unas vías de investigación a quien la tome como un vehículo de conocimiento cosmogónico y metafísico, pues al fin y al cabo el hebreo es una lengua sagrada. Por eso mismo, como es un vehículo
de conocimiento, había que presentarla “con claridad de acuerdo con el
contenido esencial de sus fundamentos y la esencia de sus raíces”, como señala
ben Saruq, o sea tenía que estar preparada para abarcarla enteramente y
“hacerla inteligible en toda su extensión”. Es evidente que aquí cualquier
“ajuste” o adaptación de la lengua se hace de acuerdo a la tradición, si no
¿qué significa entonces la expresión “el contenido esencial de sus fundamentos
y la esencia de sus raíces” sino la observancia a lo transmitido por los
antepasados?
"A nosotros y a todo el pueblo de Dios nos corresponde estudiar la lengua hebrea, comprenderla e investigarla constantemente, a nosotros, a nuestros hijos, esposas, siervos, para que no se aparte de nuestros labios. Pues a través de ella entenderemos las leyes de la Torá de nuestro Creador, que son la médula de nuestra existencia, nuestra luz y santuario desde el comienzo hasta la eternidad".
Estas palabras, pronunciadas por Saadia, Gaón[3] de Sura (Babilonia), podían haber sido dichas por el propio ben Saruq, o cualquiera de los muchos filósofos y poetas sefarditas que contribuyeron en el renacimiento de su tradición, y dan la medida de lo que significa la lengua – hablada y escrita- para el pueblo hebreo, cuya gnosis concibe y crea el Cosmos bajo la forma de una arquitectura tejida con nombres divinos emanados del Tetragramatón, el Gran Nombre Inefable de Dios. Como dijo el cabalista italiano Menahem Recanati: “Antes de la creación del mundo, existían sólo Dios y su nombre”. Y otro cabalista, José Chiquitilla, nacido en Medinaceli (Soria), dice lo siguiente en Puertas de Luz:
"Sabed que el conjunto de la Torá es algo así como una
explicación y un comentario del Tetragrama YHVH. Y esto es lo que significa en
propiedad la expresión bíblica ‘Torá de Dios’ (...) Toda la Torá es un tejido
de sobrenombres o kinnuyim, y estos
sobrenombres son a su vez un tejido de los diferentes nombres de Dios. Por su
parte, todos estos nombres sagrados dependen del Tetragrama YHVH, con el que
están relacionados. Por esto toda la Torá es, en último término, un tejido
hecho con material sacado del Tetragrama".
Precisamente ese interés renovado por
la lengua hebrea manifestado por los judíos andaluces quizá estuviera influido
en parte por Saadia, quien como veremos más adelante, estableció una
correspondencia epistolar con Hasday ibn Saprut centrada en la comunicación
entre las escuelas rabínicas de al-Ándalus y Babilonia. Saadia Gaón escribió un
comentario al Sefer Yetsirah, que como sabemos es uno de los libros esenciales de
la Cábala junto al Zohar y el Bahir. El Sefer Yetsirah (“Libro de las Formaciones”) es un tratado que versa
sobre el valor cosmogónico y metafísico de las 22 letras hebreas y sus
relaciones con las diez sefiroth del
Árbol de la Vida. Saadía conocía perfectamente la filosofía griega, incluido el
pitagorismo, relevante en este caso por la importancia que daba al número como
origen de todas las cosas, exactamente igual que las letras del alfabeto lo son
para el judaísmo, pues el origen de esas letras está en el “Santo de los
Santos”. Saadia Gaón encuentra en la filosofía platónico-pitagórica elementos
suficientes para establecer semejanzas y afinidades con su propia tradición
judía. Además, este tratado de Saadia fue conocido por los rabinos españoles y
franceses, y posteriormente por los círculos cabalistas de ambos países, e
incluso por la rama hassídica de la Cábala, muy presente en Francia, además de
Alemania y Centro-Europa.
El Arca de la Alianza. Tapices de Oncala (Soria) sobre un diseño de Rubens, 1625
Asimismo, ciertos filósofos y poetas de Andalucía y el resto de la Península Ibérica (como Ibn Paquda, Ibn Gabirol, Abraham ibn Ezra, Judá ha Levi, Samuel ibn Nagrella, Abraham bar Hiyya, etc.), interpretaron los textos bíblicos bajo un enfoque claramente neoplatónico, distinto, pero en el fondo complementario, al de muchos talmudistas y rabinos. Sus exégesis y comentarios están penetrados de sus propias experiencias vitales y del modelo ofrecido por los antiguos profetas y sabios judíos que redactaron el Tanaj, y especialmente la parte de los “Escritos” (Ketuvin), entre los que se encuentran los Salmos, los Proverbios, Job, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. Precisamente Samuel ibn Nagrella (nacido en Mérida, pero educado en Córdoba, llegando a ser finalmente el jefe de la comunidad judía de Granada), compuso varias obras poéticas con títulos tales como Nuevos Salmos, Nuevos Proverbios, y Nuevo Eclesiastés. Asimismo en el Himno de la Creación de Judá ha- Levi, se leen versos que evocan los Salmos de David, el rey poeta:
"¡Dios mío! ¿Con qué te compararé, / si semejanza no hay en ti? / ¿Con qué te asimilaré, / si
toda forma es estampa de tu sello? / Enaltecido estás sobre toda
potencia, / y te sublimaste por encima de todo pensamiento. / ¿La
palabra de quién te ha contenido? / ¿Y la lengua de quién te ha
comprendido? / ¿Acaso habrá corazón que te haya alcanzado / y ojo
que te haya divisado?"
Como decíamos en algunos de estos poetas y filósofos es notoria la
influencia del neoplatonismo, y es esta una clave que nos permite asegurar que
sus obras fueron leídas por algunos de los cabalistas provenzales tras
ser traducidas del árabe al hebreo gracias a los filólogos y talmudistas
judeo-andaluces que se asentaron allí tras la llegada de los almorávides y
almohades a al-Ándalus. Este es el caso del también granadino Judá Ibn Tibbon, establecido en Lunel junto con otros miembros de su familia. Él traduce dos obras de Ibn Paquda Los Deberes de los Corazones y Los Deberes de la Conciencia. Esta
última obra también la traduciría José Qimhi, miembro de otra familia andaluza emigrados a la Provenza.
Otras obras, en este caso de Ibn Gabirol, fueron traducidas también por Ibn
Tibbon: Libro de Selección de Perlas
y La corrección de los caracteres del
alma, este último traducido especialmente para el cabalista Ascher ben
Meschullan, maestro de Abraham ben David de Posquières. De Judá ha-Levi tradujo el Kuzari, que trata sobre el pueblo de los
Jazaros, de los que hablaremos un poco más adelante. Otro miembro de la familia Tibbon, Samuel (nacido ya en Lunel y que residió
en Arles, Béziers y Marsella), tradujo la Guía
de Perplejos de Maimónides, con el cual mantuvo correspondencia mientras
estaba traduciendo esta obra cumbre del filósofo cordobés. Tradujo además otras
obras de Maimónides, como Carta al Yemen,
Semonah peraqim (que versa del alma y
la ética), y el Tratado de la
resurrección.
No sabemos si todos los cabalistas de la Provenza tuvieron acceso a estos
libros de los filósofos y poetas sefarditas. Pero a juzgar por lo que dice a
este respecto Gerschom Scholem[4]
es muy probable que así fuera, pues según este autor las mentes de los que
componían aquellos círculos cabalísticos estaban abiertas a las tendencias
filosóficas de su época. Incluso llega a decir que Judá ibn Tibbon trabajó en
este círculo, motivo por el cual se entiende que tradujera todas estas obras
que hemos citado.
Pero los cabalistas, los hombres de la “sabiduría interior”, descubren
nuevos aspectos en el Tanaj y el
Talmud que los filólogos y los rabinos más apegados a la letra, es decir al
sentido literal o alegórico (pesat),
no pueden advertir. Las palabras y las letras en tanto que símbolos son
“puertas” que permiten al cabalista penetrar en el mundo secreto de la
Divinidad. A este respecto se ha dicho que la frase con que se inician en el Zohar las interpretaciones y comentarios
de Rabí Simeón bar Yochai: “rabí Simeón abrió
el versículo...”, son una clara alusión a esa idea de “desvelamiento” del
sentido anagógico y metafísico (resez)
incluido en los textos sagrados. Ese “abrió” designa evidentemente la idea de
una “apertura” a otro ámbito distinto, sagrado y metafísico por definición, y
ello partiendo muchas veces incluso del sentido literal contenido en esos
mismos textos. Por eso mismo no hay conflicto entre el punto de vista más
apegado a la letra (lo exotérico) y el punto de vista que se adentra en las
profundidades del Pensamiento del “Antiguo de los Días”.
Se dice también en el Zohar que
“en cada palabra brillan muchas luces”. En este sentido, los cabalistas
encontraron infinitos aspectos y sentidos encerrados u ocultos en las letras y
las palabras, que son ante todo símbolos que manifiestan constantemente la voz
de la Sabiduría Perenne, en y con los distintos acentos del lenguaje humano. Es
precisamente su valor eminentemente simbólico el que confiere a dicho lenguaje
toda la fuerza para “transformar” ese primer sentido, pues como ha sido dicho
“todo lenguaje encierra un metalenguaje”, algo que va “más allá” de unos
límites, u horizonte intelectual, que, de repente, como un rayo luminoso,
concibe efectivamente la posibilidad de una “apertura” hacia la realidad de
“otro mundo”, el mundo de la certezas interiores. Francisco Ariza
Primera Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/04/filosofos-y-poetas-hebreo-andaluces-en.html
Segunda Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/05/filosofos-y-poetas-hebreo-andaluces-en.html
Tercera Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/05/filosofos-y-poetas-hebreo-andaluces-en_13.html
Cuarta Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/05/la-influencia-de-maimonides-en-abraham.html
[1] En realidad
ese flujo se extendería por toda Europa, especialmente en países donde la
presencia de la cultura judía era importante: Italia, norte de Francia,
Alemania e Inglaterra. Asimismo por el norte de África y Egipto.
[2] Recordemos que esta entidad espiritual se encuentra en la Alquimia bajo el nombre de "Elías Artista". Federico González habla de ella en estos términos en el capítulo I de Hermetismo y Masonería: "tanto Elías como Henoch, no están muertos, sino que han sido arrebatados por un carro de fuego y aún viven como ya lo hemos dicho: es decir que la enseñanza de Hermes-Henoch y Elías, su influencia espiritual y su poder regenerativo, está tan intacta hoy como cuando fue revelada, en el comienzo del tiempo, por lo que esta energía-fuerza puede ser encontrada por aquel que la busque, pues es perenne, siempre presente y se muestra a los que la solicitan mediante duros y exigentísimos trabajos y pruebas iniciáticas que siempre se sufren y se reconocen en la soledad".
[3] El término
Gaón aludía a los jefes espirituales que presidían las grandes academias de la
comunidad judía en el territorio de Babilonia, concretamente en Sura y
Pumbedita. En esas academias se impartían las enseñanzas de la Torá y el
Talmud, fundamentalmente.
[4] Desarrollo histórico e ideas básicas de la
Cábala, cap. II
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