SÍMBOLOS HERMÉTICOS DEL CAMINO DE SANTIAGO (III parte). La Venera del Peregrino y el Mercurio de los Filósofos


La venera

Debemos recordar que el mito compostelano de Santiago apóstol es una “historia verdadera” en tanto que se constituye como un arquetipo de la iniciación en el conocimiento del Cosmos, o del Mundo Intermediario, que desde el punto de vista del Hermetismo comprende tanto los misterios terrestres como los celestes, concebidos ambos como “viajes” o “peregrinajes”, los primeros por el alma inferior (Yetsirah en la Cábala) y sus purificaciones alquímicas, y los segundos por el alma superior (Beriah), donde el viajero va accediendo a estancias de su conciencia cada vez más transparentes y diáfanas, como la luz de las estrellas en el “sutilísimo éter”.

Continuando con nuestro recorrido por algunos de los símbolos herméticos presentes en el Camino de Santiago, y tras habernos centrado en las dos entregas anteriores fundamentalmente en el crismón, el viaje como iniciación, el puente, la luz fecundadora y Santiago como “hijo del trueno”, hemos de considerar ahora el que seguramente es el símbolo más conocido de todos: nos referimos a la venera (vieira en gallego), o concha de peregrino, cuyo nombre procede de Venus, la diosa del amor y la belleza, nacida precisamente de una concha y del esperma (espuma) de Urano caído en el mar tras la emasculación de Saturno. Por eso mismo, la venera tiene también varios sentidos ligados todos ellos a la idea de generación, tanto física, como psíquica y espiritual. En tanto que asimilada al órgano sexual femenino, ella es también el recipiente de la Diosa Madre que acoge los efluvios del Dios del Cielo.

Nada es por casualidad en la Ciencia Simbólica. Si la venera es el símbolo del órgano sexual femenino, también lo es de la Diosa que encarna el arquetipo de la Feminidad, que es el arquetipo del Amor por lo más alto. De ahí que si se ha hecho de la venera el símbolo del Camino es porque en ella, de algún modo, está sintetizada la idea de la fecundación del alma humana, que atrae hacia sí el descenso del Intelecto divino (el Espíritu). Asimismo, que esa fecundidad es posible en la medida misma en que el peregrino vive su proceso como un intenso amor al Conocimiento velado tras las formas manifestadas, que se le presentan como un misterio a desentrañar inherente a la misma Creación. Si bien el amor es hijo del Conocimiento, como afirmaba Leonardo da Vinci, no conocemos sino lo que amamos, y esto en todos los niveles, desde el amor sensible hasta el amor a la Dama Sapiencia, pasando por todos los grados, o estados, generados por la conjunción de dos energías que siendo análogas se atraen entre sí.

Precisamente las cualidades de la venera, como símbolo iniciático, se desprenden de ese primer significado, cuya fuente es el mito clásico, que la tradición cristiana heredó y asimiló en su momento como tantos otros. La Virgen Madre (incluida su función como Theotokos, la Santa Sofía como “Madre de Dios”) no se entendería sin ese mito precristiano, que los padres bizantinos impregnados de neoplatonismo y de las doctrinas gnósticas, acabaron de incrustar en el corpus doctrinal de la nueva tradición, nacida bajo un signo zodiacal (Piscis) relacionado con las “aguas”, cuya simbólica juega un papel importante en el mito de Santiago apóstol, como estamos viendo a lo largo de este estudio.

Todo esto no está desligado, sino que forma parte del mismo conjunto simbólico, de esa otra idea que hace de la venera un crisol alquímico, o sea que en ella se “acrisolan” o se “depuran” los “metales imperfectos” (símbolos de los egos y los enemigos internos que se oponen al Conocimiento). Por eso mismo las veneras también fueron llamadas “benditeras” pues contenían el “agua de bendecir”. Se vislumbra así el nacimiento de la Estrella interior, o sea la aparición de la luz espiritual en el horizonte de la conciencia humana. 



Dos imágenes de la venera en el sombrero de Santiago peregrino. En la de abajo evoca la forma de una estrella. 
No es extraño que a la venera se la asocie con la estrella, y tiene sentido que aquella aparezca muchas veces en el sombrero que el peregrino porta sobre su cabeza (análoga a la bóveda celeste), es decir en el lugar más elevado de su cuerpo. Esa asociación con la estrella es visible también en el hecho de que los surcos de la venera semejan los rayos (o radios) emitidos por un cuerpo luminoso.[1]

De hecho, el nombre de “mérelle”, como también se conoce a la venera en el argot alquímico de los antiguos peregrinos y constructores, significa “madre de la luz”, con todas las connotaciones simbólicas que esta expresión tiene, y que remite nuevamente a Venus como arquetipo de la Diosa nacida del Cielo (Urano), y “madre de los iniciados” en la Gnosis. Es notoria aquí la asimilación con la propia Virgen cristiana, que tiene igualmente esa misma denominación dentro del esoterismo y del hermetismo cristiano.

Como vemos, la venera sería un símbolo que reúne el agua y la luz (o el fuego como origen de la luz), de tal manera que expresa la idea de un “agua ígnea”, o un “fuego acuoso”, denominación que se da al “Mercurio doble”, o “Mercurio animado”, así llamado puesto que, como señala René Guénon (La Gran Tríada cap. XII), el Mercurio animado:

siente la acción del Azufre, que ‘vigoriza’ esta doble naturaleza y la hace pasar de la potencia al acto”.

Significa, por tanto, la unión del principio activo (azufre, espíritu) y el principio pasivo (mercurio, alma), lo que da lugar al andrógino primordial. Pero el “Mercurio animado” es el resultado de una serie de operaciones previas que los alquimistas con su lenguaje simbólico han descrito como un combate feroz entre el león y el águila, es decir entre lo “fijo” y lo “volátil", hasta que los dos no se fundan en una sola entidad, conformando así el Mercurio animado o doble. Es sobre este Mercurio (que no es otro que el “Mercurio filosofal”) sobre el que se proyecta el Azufre, palabra que no olvidemos procede del griego Zeión, divino.


Basilio Valentino. Azogue, o el Mercurio de los Filósofos

Precisamente, el alquimista Dom Pernety, en su diccionario Mytho-Hermétique, identifica a este “Mercurio doble” con el Mercurio “dos veces nacido”, expresión que evidentemente está relacionada con la idea de la regeneración psíquica, necesaria para que el Azufre divino “fije” de manera permanente esa naturaleza regenerada y propicie el matrimonio andrógino, lo cual supone la recuperación del verdadero estado humano anterior a la “caída” o “expulsión” del Paraíso. El peregrino ha llegado al fin de su viaje, que consistía precisamente en alcanzar ese estado interior y central.
Es lo que está señalando justamente la imagen de abajo, en la que aparece Santiago no ya con el sombrero de peregrino, sino que este ha desaparecido junto con la venera, y en su lugar aparece una luz aureolada que evoca precisamente la figura de una estrella con un parecido muy evidente con la venera, como si efectivamente hubiera habido una transformación de esta última en su Arquetipo Universal.


El apóstol Santiago en el altar mayor de la catedral de Compostela
Pero alcanzar ese estado no significa el fin de la iniciación, sino que con él se abre la posibilidad de un “tercer nacimiento” en el mundo del Espíritu, el cual viene precedido de una “segunda muerte iniciática” vivida como un “pasaje” o superación del ámbito humano y cósmico. O sea que estamos hablando de un nacimiento supracósmico y metafísico, que en lenguaje cristiano se corresponde con la resurrección de Cristo. A este respecto René Guénon señala lo siguiente:

Conviene agregar que este ‘tercer nacimiento’ será representado más bien como una ‘resurrección’ que como un nacimiento ordinario, porque aquí ya no se trata de un comienzo en el mismo sentido que cuando la iniciación primera; las posibilidades ya desarrolladas, y adquiridas de una vez por todas, deberán volver a encontrarse después de este paso, pero ‘transformadas’, de una manera análoga a aquella en la que el ‘cuerpo glorioso’ o ‘cuerpo de resurrección’ representa la ‘transformación’ de las posibilidades humanas, más allá de las condiciones limitativas que definen el modo de existencia de la individualidad como tal”. (Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXVI, “De la Muerte Iniciática”). (Continuará). Francisco Ariza


1ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/06/simbolos-hermeticos-del-camino-de_29.html

2ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de_14.html

3ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de.html

4ª Partehttps://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de_25.html



[1] Esos surcos son en número de catorce, y esto nos lleva a otra reflexión en torno a este simbolismo, y es el hecho del parecido que la venera guarda con la mano humana, cuyos dedos no dejan de tener un parecido con los rayos. En este sentido, y a título de curiosidad al menos, las 14 falanges de los dedos de la mano quizá guarden alguna relación con los 14 surcos de la venera. Y en relación con la venera como “benditera”, recordemos que también existe la expresión “mano de bendecir” (como vehículo del descenso de las “influencias espirituales”), muy presente en la tradición cristiana (la “mano de Dios”), e incluso en el Judaísmo (la “mano de Miriam”) y el Islam, donde se habla de la “mano de Fátima” con el mismo significado.  

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