SÍMBOLOS HERMÉTICOS DEL CAMINO DE SANTIAGO (II parte). El Puente y la Luz que Fecunda
Santiago el Mayor y Juan Evangelista, los Boanergés o “Hijos del Trueno”. Siglo XVI. Museo de Santiago de Compostela
El puente es otro de
los símbolos del Camino, hasta tal punto que varias localidades llevan
incorporadas la palabra puente en su nombre, como es el caso de Puente la Reina
y Ponferrada, ciudad ligada por otro lado a la Orden del Temple. En el Camino
de Santiago los puentes forman parte de su paisaje, y a su indudable sentido
práctico se superpone el sentido simbólico y espiritual. El puente une y
comunica las dos orillas del río de la Vida. Dos realidades, la conocida y la
desconocida, que sin embargo son una sola. El símbolo también es eso: un
vehículo que comunica entre sí el mundo sensible y el mundo suprasensible, o
inteligible. Ya lo dice sin ir más lejos la Tabla de Esmeralda hermética: “lo
de abajo es como lo de arriba y lo de arriba como lo de abajo, para obrar el
milagro de una sola cosa”.
Escudo de Logroño de 1633 donde aparece el puente sobre el Ebro
construido por San Juan de Ortega
Muchos
de los puentes que encontramos por el Camino fueron construidos por Santo
Domingo y su discípulo Juan de Ortega, que vivieron entre los siglos XI y XII,
cuando el románico estaba en su esplendor. Ambos eran pontífices (=
constructores de puentes). Pero además Juan de Ortega era un santo viajero –un
peregrino- que antes de asentarse en el lugar que llevaría su nombre estuvo en
Palestina y otros lugares del Próximo Oriente recibiendo una enseñanza sobre la
arquitectura sagrada que plasmaría posteriormente en las estructuras interiores
de la Iglesia románica de San Juan de Ortega (Burgos), en donde la luz es una
“herramienta” más de la geometría sagrada, contribuyendo en la realización de
la obra arquitectónica, según los planos del Arquitecto del Mundo.
Estos santos no eran
simples místicos devocionales y pasivos, sino hombres de ciencia y arte, y por consiguiente muy conscientes de que la arquitectura debía reproducir la Cosmogonía, la obra
de la Creación realizada directamente por la Mente del Gran Arquitecto.
Hablaban el mismo lenguaje simbólico que las cofradías de constructores y
trabajaban conjuntamente con ellos, como estos trabajaban conjuntamente con los
alquimistas y los filósofos herméticos. A este respecto, en su libro titulado Hermetismo y Masonería (cap. II)
Federico González nos recuerda que:
El
Maestro Constructor lleva su Logia interior a todas partes, él mismo es eso,
una miniatura del Cosmos, diseñada por el Gran Arquitecto del Universo. Pero la
obra está inacabada, se necesita que pula (con Ciencia y Arte) su piedra bruta
tal cual cincela el Creador su Obra.
Una Obra, añadimos, que
podemos realizar con nuestra propia alma, que, como piedra bruta o “materia
prima” alquímica ha de ser pulida en un proceso de rectificación (purificación) que la haga
ser merecedora de recibir al Espíritu, que se reconocerá a través de ella, pues
este es el sentido metafísico de la idea de virginidad y pureza. Antes
mencionamos la arquitectura de la iglesia de San Juan de Ortega, y hay un
“detalle” iconográfico en la misma muy sugerente que se refiere justamente a
esta idea de recepción del Espíritu simbolizada por el “rayo luminoso” de la
luz equinoccial que se proyecta
sobre un capitel donde se representa la escena de la “Anunciación” (25 de Marzo), o sea el
momento en que el arcángel Gabriel “anuncia” a María (como arquetipo iniciático de
la purificación alquímica, según el hermetismo cristiano) la recepción en ella
del principio divino.
Capitel de la Anunciación. San Juan de Ortega
Fragmento del capitel de la Anunciación
Se da la circunstancia
de que este es el único capitel historiado de San Juan de Ortega, lo cual hace
pensar que todo el templo fue construido para mostrar a través de esa imagen
simbólica el misterio de la influencia espiritual y la receptividad de la
misma. El escultor supo reflejar muy bien ese “momento” en los rostros de los
protagonistas, que “reciben la luz” con los ojos cerrados y en actitud de
recogimiento absoluto. La luz del sol físico simboliza la del Sol espiritual,
que es una luz que “preña” el alma, lo cual en lenguaje alquímico podría
traducirse por la acción del Azufre (principio divino, activo) sobre el
Mercurio (principio anímico, pasivo), surgiendo de esa “fusión” el Mercurio
Filosofal, o Mercurio de los Sabios, que recordemos era un nombre que recibía
el propio Santiago.
El
Espíritu está siempre presente, y es la toma de conciencia de esa realidad en
lo que consiste el “despertar” iniciático, que está simbolizado por esos otros rostros
que al contrario de los anteriores tienen sus ojos totalmente abiertos y con
miradas que revelan la intensidad luminosa y envolvente del Espíritu.
Iglesia de San Bartolomé. Logroño
Por
otro lado, y en cierto modo relacionado con esto último, es bastante
significativo que el nombre de Jaca, que primitivamente era donde comenzaba el
Camino de Santiago en la parte española, lo encontremos también en Jacques
(Saint-Jacques en francés, o Sant-Iago).[1] O
sea que el comienzo y el final del Camino tienen el mismo nombre, y esto
también está relacionado con el símbolo de la Rueda, pues siendo un círculo su
comienzo y su fin coinciden, y cuyo centro está en nuestro interior, de lo que
resulta que en realidad el peregrino nunca ha “salido” de sí mismo en su viaje
por la rueda del mundo.
Los
viajeros constructores, conscientes de este hecho asombroso, saben que su viaje
no es sólo horizontal, sino que sobre todo es vertical y en torno al Eje del
Mundo, y su destino ya está en ellos, sin necesidad de ir a buscarlo a ninguna
otra parte que no sea en el centro de sí mismos: Regnum Dei intra vos est. Como sabemos, Compostela quiere decir
“Campo de Estrellas”, o “Campo de la Estrella”, una imagen de la Ciudad Celeste
que “desciende” perennemente sobre la Tierra y el corazón del ser humano. A
este respecto retomamos las palabras de Federico:
la vida y andanzas de los hermetistas, casi
todos grandes viajeros, cuyas aventuras en busca de la Ciudad del Cielo y su
reflejo en la Tierra, y las múltiples peripecias de su camino, constituyen las
historias más ricas y extraordinarias a las que los contemporáneos puedan tener
acceso, dada la extravagancia y la inagotable creatividad y gala intelectual de
que hacen alarde, sin contar la genialidad explícita de los medios de que se
valen y el caudal de desarrollo de posibilidades, que abarca todos los campos
de la Ciencia y el Arte para desembocar siempre en el Conocimiento.
(Hermetismo y Masonería, cap, I)
Dentro
de la tradición cristiana Santiago Apóstol es, junto con Juan Evangelista, el
“hijo del Trueno” (Boanergés), y esto lo liga con la Palabra o Verbo
espermático que anuncia la venida del Noûs,
del Intelecto Divino, en el interior del ser humano. Como señala nuevamente
Federico González:
es el Noûs del hombre el que se revela a sí
mismo”, y que “la única mediación es
la de la Inteligencia que ilumina esta relación establecida desde siempre,
posibilidad que todo hombre porta en sí. (Ibíd.)
Santiago
y Juan Evangelista (y ciertamente Hermes Trismegisto, el “Tres Veces Grande”
por su Sabiduría), tienen el don otorgado por el Verbo de comunicar una
influencia espiritual que nos pone efectivamente “en el camino” hacia el
encuentro con nuestra “estrella interior”, o “polo celeste”, pero experimentado
en el ínterin la pasión y muerte de la individualidad como una forma del amor y
la entrega al Conocimiento, que necesariamente preceden a la “sublimación” de
la misma en los estados superiores, antes de la entrega definitiva al Padre, al
Dios Desconocido (Continuará). Francisco Ariza
Ver 2ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de_14.html
Ver 3ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de.html
Ver 4ª Parte: https://franciscoariza.blogspot.com/2019/07/simbolos-hermeticos-del-camino-de_25.html
[1] Los
“Jacques” eran aquellos constructores pertenecientes al Compañerazgo originarios de la zona pirenaica francesa contigua con la de Jaca y su comarca.
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