V.I.T.R.I.O.L. Meditaciones en la Caverna Alquímica (Video al final del escrito)
Los símbolos, y más concretamente los
símbolos iniciáticos, generan un mundo de imágenes que ordenadas por el influjo
de una enseñanza metafísica son auténticos “despertadores de la conciencia”,
pues de algún modo ellos estimulan mecanismos de asociación analógica que
teníamos dormidos y que nos ponen en contacto con las realidades espirituales y
arquetípicas, abriendo así un sendero completamente nuevo en nuestra vida, que
puede ser largo y lleno de dificultades debido sobre todo a que la perspectiva
o concepción que tenemos del mundo está completamente invertida con respecto a lo
que esas realidades son y expresan.
De ahí que en el Hermetismo, y
también en la Masonería, se hable de la necesidad de un “enderezamiento”, o de
una “rectificación”, que es a lo que alude en uno de sus significados el famoso
acróstico alquímico V.I.T.R.I.O.L. (“Visita el Interior de la Tierra y
Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta”). En ocasiones en los textos
herméticos se añaden dos palabras más: “Verdadera Medicina” (quedando
V.I.T.R.I.O.L.V.M.), indicando así que la obtención de la Piedra Oculta”
proporciona la “Verdadera Medicina”, que no es otra que la “Fuente de
Inmortalidad”.
V.I.T.R.I.O.L.V.M. resumen así la búsqueda del Conocimiento, de la Gnosis, simbolizado en esa “Piedra Oculta” que es idéntica a la “Piedra Filosofal”, un nombre que los maestros herméticos y alquimistas de todos los tiempos han dado a la Sabiduría, y que es exactamente lo mismo que la “Piedra Angular” de los antiguos constructores, e incluso que la “Piedra Cúbica en Punta” de la Masonería actual. V.I.T.R.I.O.L.V.M. deviene así un esquema simbólico de la geografía del alma (del atanor interno) a la búsqueda de su unión con el Espíritu.
Esas siglas figuran inscritas en la Cámara masónica llamada con toda propiedad “de Reflexión”, término que indica la acción de “pensar nuevamente”, y esto no está muy lejos de la idea de rectificación y de enderezamiento, pues no se trata de reflexionar sobre cualquier cosa, sino de replantearnos las cuestiones fundamentales que afectan a las necesidades reales de nuestro ser, comenzando por la más apremiante de todas: la de conocer a ese que se mira en el espejo de su propia ignorancia preguntándose “quién soy”.
“Treinta radios convergen en el centro de una rueda, pero es su vacío lo que hace útil al carro”, leemos en el Tao-te-King. Por otro lado, el texto
budista del Dhammapada (“El camino de
la Verdad”) nos recuerda que la profunda insatisfacción de nuestra vida es consecuencia
de la “mente corrupta”, que hace que el hombre esté siempre agitado porque repite
una y mil veces los mismos errores, “como
la rueda sigue a la pezuña del buey”.
Aquí tenemos un ejemplo ilustrativo
de ese “pensar nuevamente”. La “mente corrupta” del texto budista está fija en
la “pezuña del buey” y por eso es incapaz de rectificar o de enderezar nada, y
repite constantemente los mismos errores. Está atrapada, pues como se ha dicho
muchas veces “la mente no puede con la mente”. Necesita otras pautas, otros
modelos con los que el pensamiento pueda tejer relaciones y analogías entre los
distintos planos de la realidad, y advertir así que el mundo sensible es un
símbolo del mundo suprasensible, del mundo de las ideas. La rueda gira porque
hay unos radios que la conectan con su centro, el cual permanece inmóvil
durante ese rotar. Y esta sencilla estructura geométrica explica también la
relación jerárquica que existe entre la manifestación universal y su Principio.
II
La Cámara de Reflexión simboliza la tierra, y más concretamente el “interior” de la tierra, o sea la caverna o la cripta, lugar subterráneo pero no tenebroso, pues siempre hay una pequeña luz que nunca llega a apagarse. Es la luz de nuestro espíritu que alumbra en la “noche oscura del alma”. Dentro de nuestra geografía interior, esa cámara, o caverna alquímica es un “lugar” en el que descendemos numerosas veces a lo largo de nuestro proceso de autoconocimiento, pues es allí, en la oquedad de su penumbra, donde nos vamos despojando de todas las “riquezas” que “relucen con brillo engañoso”, y que hemos ido atesorando a lo largo de toda nuestra vida. ¿Cómo no oír durante el descenso a la caverna esas voces internas que nos recuerdan que es más “fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”? (Mateo 19: 23-30).
Thomas Vaughan, Hamburgo, 1693.
Ese despojamiento de los metales
impuros es la paulatina liberación de todos los nudos psicológicos que nos
mantienen atados al mundo profano (profanum
= “fuera del Templo”), impidiendo realizar ese estado de “simplicidad”
imprescindible para que pueda nacer el “hombre nuevo” del que también hablan
los Evangelios. Decimos “atados” y no unidos, pues lo profano en realidad es
una perspectiva sobre las cosas que está completamente desenfocada. Vivimos en un
mundo de apariencias y de equívocos consentidos que han acabado por crear una espesa
malla en la que hemos sido atrapados como el insecto en la red de la araña, red
que es justamente un símbolo del laberinto de la mente. Debemos desligarnos de
esas ataduras, y en esto consiste la “separación” de lo sagrado y lo profano,
separación que implica de hecho una “disolución”, una muerte, que siempre va
seguida de una “coagulación”, o sea del nacimiento a otro estado de conciencia.
Recordemos en este punto que Vitriol era un ácido sulfúrico usado antiguamente para limpiar la suciedad que se adhería a los metales, y aquí hemos de realizar las correspondientes transposiciones simbólicas entre esos “metales” y los estados de conciencia, representados también por los siete planetas y sus energías sutiles. La “rectificación” tiene que ver entonces con la “purificación. El Vitriol es por tanto un “veneno”, y ya sabemos que en la Alquimia la ciencia de los venenos es lo mismo que la ciencia de los remedios. Es interesante reparar en que las siete letras del acróstico VITRIOL se corresponde con los siete planetas y por tanto con los estados de conciencia y con los metales que los simbolizan. Esto aclara un poco más este complejo simbolismo, y nos permite entender que el trabajo de la regeneración espiritual se realiza en el Mundo Intermediario, que abarca tanto el Alma inferior como el Alma Superior.
En realidad la Piedra Oculta puede
ser cualquiera de esos metales, y el hecho de que en el orden jerárquico del
mundo mineral y astral sea el Oro y el Sol quienes mejor la representan por su
incorruptibilidad y luminosidad, esto no significa que ese mismo Oro y ese
mismo Sol no estén potencialmente en cada uno de los restantes metales por viles
y herrumbrosos que nos parezcan, pues como ha dicho Federico González en varias
ocasiones: “Cualquier metal [léase también cualquier ser humano] llevado a su
perfección se convierte en Oro.”
Venimos a este mundo a través de un
útero, y para salir de él hemos de ingresar en otro útero (regressus ad uterum),
solo que este no es físico sino espiritual. No está “fuera” sino “dentro”, en
lo más interior y profundo, por eso es tan difícil de encontrar, obcecados como
estamos en vivir en la periferia siguiendo “la pezuña del buey”. Pero en el
útero solo se puede entrar como semilla, como germen, que simboliza ese estado
de “simplicidad” al que nos hemos referido. Pero esa semilla ha de “morir” para
permitir que toda su potencialidad crezca y renazca como una “nueva planta”,
que es lo que significa la palabra “neófito”, el “nuevo nacido” en el Espíritu.
“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto / El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. (Juan 12: 24-25). Francisco Ariza
https://www.franciscoariza.com/
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