Borges y el "Pudor de la Historia". Esquilo y la influencia cultural del segundo actor
Los hechos que cambian el rumbo
de la Historia, o que introducen un nuevo giro en su movimiento, no siempre son
los más conocidos o destacados, sino que muchas veces han permanecido ocultos
hasta que alguien fija su atención en ellos y se le “revela”, por así decir, su
secreto sentido, reconociendo la influencia que tal hecho concreto produjo en
el cambio de paradigma a partir del cual una cultura o civilización desarrolla
otras posibilidades de sí misma.
El hilo sutil de la Historia
escribe su relato interno y verdadero a través de esos hechos, que pueden tener
también su fecha, o sea el momento en que sucedieron (pues ciertamente todo
hecho, o fecho en castellano antiguo, tiene su “fecha”), aunque la inmediatez
del suceso no nos deje ver la impronta que su potencia espiritual dejará en el
tiempo, el cual se encargará de ir actualizándola.
Borges hablaba al respecto del
“pudor de la Historia”, que es el título de uno de los capítulos que componen Otras Inquisiciones. En él señala que la verdadera
Historia es “pudorosa” y sus fechas esenciales pueden permanecer inadvertidas
durante un tiempo indeterminado. Pone el ejemplo del historiador romano Tácito,
que no percibió, aunque la registrara en su obra, la importancia que la
crucifixión de Cristo tuvo para los siglos venideros. Pero Borges se centra
especialmente en dos hechos significativos que describen la naturaleza de ese
pudor. En el primero presta atención al hecho de que el dramaturgo griego
Esquilo elevara de uno a dos el número de los actores, pues originariamente
“un solo actor, el hipócrita,
elevado por el coturno, trajeado de negro o de púrpura y agrandada la cara por
una máscara, compartía la escena con los doce individuos del coro”.
Con el segundo actor, afirma
Borges, entraron en escena el diálogo y las indefinidas posibilidades de la
reacción de unos caracteres o temperamentos sobre otros. Está claro que ese
simple hecho ejercería a partir de entonces una enorme influencia en el
desarrollo de la cultura griega, y posteriormente romana y occidental.
Entendemos con esto que el antiguo orden civilizador helénico, invariable
durante siglos, se veía perfectamente reflejado en el único actor -que
encarnaba en el drama a muchos otros personajes- y en la relación que este
mantenía con los individuos del coro, que originariamente eran doce como señala Borges, número que no es casual
sino que expresa la idea de orden y armonía que, para los griegos, y más concretamente
para los pitagóricos, estaba sintetizada en las doce caras del dodecaedro, un
símbolo geométrico del cosmos.
Recordemos que los números son
ante todo Ideas que moldean el Orden universal, el cual se refleja en las
estructuras simbólicas de una civilización, en este caso la griega, cuyos
sabios supieron interpretar los “signos” de la aparición de un nuevo ciclo
dentro de su mundo, con todo lo que esto trajo aparejado de cambios en esas
estructuras simbólicas y el pensamiento generado por ellas; es decir en las
percepciones que en un momento dado el espíritu que conforma el alma de una
civilización y de los hombres y mujeres que la integran tiene de la Verdad, la Belleza, la
Inteligencia, la Justicia, la Libertad, la Sabiduría...
En este caso concreto, y lejos
de producirse en ella un cambio radical, la civilización griega no se rompe
sino que adopta nuevas formas de expresión de su cultura en consonancia con el
cambio cíclico relevante que, en el momento en que Esquilo escribe sus
tragedias -entre el siglo VI y V a.C.-, se estaba produciendo en la esfera del
pensamiento filosófico y religioso no solo en Grecia, sino en otras partes de
la tierra. Precisamente el Pitagorismo representó también una adaptación de la
antigua tradición órfica, y Esquilo, que pertenecía a la escuela pitagórica
según relata Cicerón en las Tusculanas, también participaría en dicha
adaptación dentro del ámbito de la dramaturgia.
Borges, concediéndose una licencia literaria, dice que nunca sabremos si Esquilo presintió lo significativo del hecho de pasar del uno al dos, o sea de la unidad a la dualidad, y así a la multiplicidad. Desde luego que nunca sabremos si Esquilo fue más o menos consciente de esa decisión, pero en realidad esto no importa demasiado. Fuese como fuese, lo realmente importante es el influjo que una tradición sapiencial, como en este caso es la pitagórica, puede ejercer en el espíritu de quienes estaban destinados a ser los intérpretes en su tiempo de la Inteligencia que gobierna el Cosmos, manifestada en los arquetipos numéricos y sus analogías y correspondencias mutuas. (Continuar este post) Francisco Ariza
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