Los "Hombres de Tula".

 

"Sacrificio a Thor". Johan Ludwig Lund.


En “El pudor de la historia”, y después de citar a Esquilo y el cambio cultural que supuso la aparición en escena del segundo actor, Borges habla de la Gesta Danorum (Historia de los Daneses), escrita por Saxo Gramático (o Sajón Gramático) allá por el siglo XII, y de ella escoge el siguiente párrafo:

“A los hombres de Thule (Islandia) les deleita aprender y registrar la historia de todos los pueblos y no tienen por menos glorioso publicar las excelencias ajenas que las propias”.

La actual Islandia fue descubierta por el marino griego Piteas allá por el siglo IV a.C., y si le puso el nombre de Thule fue sin duda alguna en recuerdo de la mítica isla de los “hiperbóreos”, y a la que Apolo regresa cada año por el solsticio de invierno. De hecho Thule es la forma griega de Tula, el primer nombre asignado a la sede de la Tradición primordial.

Saxo Gramático se refiere a hombres como el historiador y poeta islandés Snorri Sturluson, contemporáneo suyo y creador de una de las Eddas donde se recoge la rica mitología germánica y escandinava, y en la que es visible también cierta influencia cristiana, en un caso semejante a lo que ocurrió entre los druidas celtas de Irlanda, de Escocia y de Inglaterra a comienzos de nuestra era. Toda esa mitología se hubiera perdido irremediablemente de no haber sido por hombres que, como Sturluson (y otros contemporáneos suyos, caso de Saemundr el Sabio, un bardo vikingo convertido en sacerdote cristiano), tuvieron la sensibilidad suficiente para darse cuenta del valor de sus antiguas tradiciones, sin las cuales hubiera desaparecido para siempre la identidad espiritual de aquellas culturas que florecieron en las regiones más septentrionales de Europa desde tiempo inmemorial. Además, las culturas escandinavas recibieron una parte importante de la Tradición primordial, legado que quedó inscrito en sus mitos ancestrales, protagonistas de una Cosmogonía perennemente viva que se verá reflejada en las aventuras y hazañas llevadas a cabo por los dioses (los Ases), los titanes o gigantes (los Jotun) y los héroes, habitantes del Mitgard, el mundo de los seres humanos.

Pues bien, en esta cita de Saxo Gramático recogida por el escritor argentino, nosotros hemos visto como una clave cifrada para entender un poco mejor el papel que en toda época han jugado los “hombres de Thule”, o de “Tula”, si por ello entendemos no sólo un lugar geográfico determinado, como lo fue Islandia en un momento dado, sino uno de los nombres que, junto al de “Paradesha” (Paraíso) o al de “Agartha”, ha recibido en distintas épocas el “Centro del Mundo”, sede de la Tradición Primigenia.

Desde luego que Islandia fue un polo cultural durante la Edad Media para todo el mundo escandinavo, y en este sentido es muy posible que fuese uno de los lugares “físicos” y “visibles” donde se manifestó un “centro espiritual” que emanaba del Centro originario. Por eso, como dice Saxo Gramático, sus hombres se deleitaban “en aprender y registrar la historia de todos los pueblos”, refiriéndose claro está a los pueblos de origen nórdico, pero imbuidos como estaban del espíritu de concordia, estamos convencidos de que ellos hubieran recogido también la mitología de cualquier tradición de la Tierra si hubieran tenido la oportunidad de hacerlo. Hacían así honor al nombre de Thule, o Tula, con que fue bautizada su isla, hasta que esta pasó a llamarse Islandia, (Iceland, la “Isla de Hielo”).


Ygdrassil, el Árbol del Mundo de la mitología nórdica

II

Es innegable que ese espíritu de concordia es una característica de los “hombres de Tula” de cualquier época, incluida la nuestra, que son los que reconocen la necesidad de adaptar la Tradición a una nueva condición impuesta por el movimiento cíclico de la Historia. Esto es lo que hizo Pitágoras adaptando la antigua tradición órfica al espíritu de su tiempo.

A Pitágoras le debemos casi todo al enseñarnos que el Número es una de las formas de manifestación más sintéticas de las potencias divinas; el Número mismo es un dios, por eso el uno era llamado la Mónada, una de cuyas traducciones es “sin división”, siendo su representación geométrica un punto, al que se le añadió más tarde la circunferencia, conformando el círculo, evidenciando así la idea de totalidad: la mónada era el Uno y el Todo, y como dicen los cabalistas del Sefer Yetsirah: “Más allá del uno, ¿qué puedes contar”.

De la Mónada surge la Díada, es decir el dos, la dualidad (representada por una línea recta). La Díada es un dios con otras cualidades distintas a la Mónada, pero no hay que olvidar que deriva de ella, o sea que es un reflejo que se resuelve a sí mismo a través de un tercer término, el cual constituye una relación armónica entre el uno y el dos, o entre los extremos de esa línea recta, naciendo así el tres, la Tríada, cuya proyección geométrica es el triángulo, siendo así el primer número que puede generar una forma, o sea un arquetipo de la Creación. Como decía en este sentido el filósofo y matemático Teón de Esmirna, los pitagóricos definen la música como la unión de cosas contrarias, o sea como la unidad dentro de la multiplicidad, o como la concordancia de las cosas discordantes.

Por eso se asocia el número tres con la Inteligencia (Binah en el Árbol de la Vida cabalístico). Recordemos que la Tetraktys pitagórica tiene forma triangular, pero ella es el símbolo del Cuaternario (la Tétrada), cuya letra en el alfabeto griego es la “delta”, también con forma triangular, y así se llama precisamente en la Masonería el símbolo más representativo del Gran Arquitecto del Universo: el “Delta Luminoso”.


La Tetraktys

La Tetraktys está constituida por diez puntos, que surgen de la suma de los cuatro primeros números: 1+2+3+4=10. En este sentido, existe una clara correspondencia entre la Tetraktys y el Círculo antes mencionado, pues al punto central hay que sumarle el nueve, que es el número que se corresponde con la circunferencia. O sea que en el Cuaternario está contenida la totalidad de la Vida Universal, que como señalamos ya está incluida, en “principio”, en la Mónada, y su desarrollo está articulado por la Ley de Armonía que Pitágoras veía plasmada en la Tetraktys, pues ella contiene las proporciones numéricas que generan el sistema musical, a imitación de la Música de las Esferas.  Así, el Cosmos no es otra cosa, en principio, que un sonido o verbo cuyas vibraciones armónicas llenan la totalidad del Alma del Mundo, que se reproduce en todas las criaturas vivientes pues las partes siempre imitan al todo en el que están contenidas. Ese sonido primordial es también un “gesto” nacido del Amor del Divino Arquitecto, que estableció el tiempo y el espacio para que toda esa realidad invisible se hiciera concreta y corpórea, completando así la Obra creacional. “En el principio era el Verbo (...) Y el Verbo se hizo carne”.

Como señalamos en la nota anterior, del Pitagorismo surgieron hombres como Sócrates y Platón, que crearon la Filosofía, o sea el “Amor a la Sabiduría” como una manera de alcanzar la Gnosis, el Conocimiento. Platón quizá no inventó el diálogo filosófico, pero sí le dio un orden didáctico como forma de llegar a la síntesis, o sea a la verdad de la cuestión tratada mediante la argumentación y el contraste de las ideas. La formulación de la tríada “tesis-antítesis-síntesis” tan practicada en sus Diálogos no hubiera sido posible sin la enseñanza pitagórica acerca de la naturaleza cualitativa del Número, y no es por casualidad que un pitagórico como Esquilo llevara a la escena teatral ese mismo esquema al introducir al segundo actor, del que derivaría el tercero, y de ahí en más. En cierto modo los diálogos platónicos tienen una “puesta en escena” que recuerda la del teatro, y esto se ve claramente en uno de sus diálogos más famosos: El Banquete. Por otro lado, recordemos que el Timeo comienza con Sócrates mencionando a los cuatro primeros números, referidos precisamente al número de participantes en ese diálogo, el más pitagórico de todos ellos.

La importancia del número ha recorrido la cultura de Occidente hasta nuestros días, lo que sucede es que nosotros, herederos del racionalismo filosófico (que nada tiene que ver con la Filosofía de Platón, pese a que algunos consideren lo contrario) acabamos por negar el espíritu contenido en la letra, es decir su sacralidad, en este caso la del número, y naturalmente lo hemos profanado hasta límites insospechados.


Hermes en el Codex Regius, perteneciente a los Eddas.

III

También los “hombres de Tula” (y digo ‘hombres’ en el sentido genérico de humanidad, y que incluye naturalmente a la mujer) de nuestro tiempo se deleitan aprendiendo y registrando la esencia de las culturas que continúan manteniendo viva la memoria y el espíritu de la Tradición Primigenia, y de todas las ramas que han brotado de su tronco, conformando la Unidad trascendente de todas las tradiciones. Incluso mantener viva la memoria de aquellas que ya no existen pero que sí han dejado su huella en el código genético de la especie humana, hasta tal punto que los hombres y mujeres de hoy día podemos considerarnos herederos de todas ellas. La voz de la Sabiduría Perenne se manifiesta con tonos y matices distintos, pero en el núcleo de todas las tradiciones esa voz permanece inalterable; en realidad es esa misma voz la que, resonando en nuestro interior, puede “ligar” todos esos tonos y matices a la unidad de su Origen común.

Los “hombres de Tula” son muy conscientes de que en estos tiempos donde imperan el “pensamiento líquido” y la “pos verdad” (¿nos hemos percatado de lo que realmente quieren decir estas dos expresiones?) su labor, por modesta que sea, está encaminada a mantener viva la llama de la Sabiduría, lo cual comporta necesariamente una didáctica, una enseñanza, que tiene como eje la Doctrina metafísica, pero interpretada de tal modo que se adecue a nuestro tiempo para hacérnosla comprensiva. Las obras de René Guénon, de Federico González, de Ananda Coomaraswamy, y la influencia que ellas han ejercido y siguen ejerciendo en numerosas personas que han “oído en su interior la voz del Noûs”, son en este sentido paradigmáticas, pues como se ha dicho:

“Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor”. (Lucas 12, 11-13).

Es evidente que estando en la culminación de un gran ciclo, la “luz” que resplandece de esa “lámpara” es más necesaria que nunca. Pero más adelante el evangelista también recoge estas otras palabras de Cristo:

“Entre tanto se fue juntando la muchedumbre por millares, hasta el punto de pisarse unos a otros, y comenzó Él a decir a sus discípulos: Ante todo guardaos del fermento de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por esto, todo lo que decís en las tinieblas, será oído en la luz, y lo que habléis al oído en vuestros aposentos, será pregonado desde los tejados”. (Lucas 12, 1-3).

Frente a la hipocresía de los fariseos y sus falsedades, Cristo insta a sus discípulos a proclamar sus enseñanzas desde los tejados, o sea desde lo “más alto”, enseñanzas que ellos “oyeron” en sus “aposentos interiores”. Y que no se preocupen de lo que tengan que decir, porque el Espíritu “os enseñará en aquella hora lo que habéis de decir”. (Lucas 12, 12).

Conservar la memoria y el espíritu de la Tradición implica combatir al que la niega, la manipula o la malversa. Un combate que ha de hacerse con las armas que proveen las Ideas, y con ellas ir a las causas del “error” y la “desviación”, mostrando así las maniobras de los “hipócritas” y los “falsos profetas” de nuestro tiempo, expertos en “mezclar” lo verdadero con lo falso, y a quienes por ello mismo les está vedado el ámbito auténticamente espiritual.

La Doctrina metafísica es la coraza teórica necesaria para que el conocimiento de los principios que ella vehicula se imponga como un eje vertebrador y ordenador de nuestro pensamiento, hasta que dichos principios se “actualicen” en nosotros, y es innegable que el “diálogo” en el sentido platónico ayuda enormemente a ello. Los “hombres de Tula” expresan las ideas mediante la síntesis y no a través de su análisis pormenorizado, fomentando con ello lo que los budistas llaman las trampas del “demonio de la dialéctica”, o sea una exageración de la facultad mental que no busca la “causa de las cosas”, cuyo conocimiento es el que conduce a la felicidad, en palabras de Virgilio. Los “hombres de Tula” nada tienen que ver con los ‘sofistas’, el reverso negativo del verdadero filósofo, el “amante de la Sabiduría”. Francisco Ariza


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