El Feng-Shui, o el Arte de la Geomancia
Robert Fludd, en su Tratado de Geomancia, habla de esta ciencia como la Astrología terrestre, y en verdad así la considera también la tradición china o extremo-oriental, que da a la Geomancia el nombre de Feng-Shui. Ella estudia las energías de la naturaleza en su relación con la Tierra, estando estrechamente vinculada con la Geografía Sagrada. En efecto, las montañas, cavernas, valles, islas, mesetas, ríos, océanos, mares, lagos, cascadas, desiertos, etc., constituyen “símbolos de ideas arquetípicas, o mejor, de 'otras cosas' existentes también en el mundo de lo invisible, de lo espiritual”.[1] Son, además, aspectos de la geografía interior del ser humano, de estados de su alma, jalones de un itinerario espiritual que incluye la búsqueda y posterior vivencia en la "Tierra Celeste", en la "Tierra Mítica" de sus orígenes atemporales, que son contemporáneos de cualquier época histórica, siendo el nexo de unión con esa Tierra, con esa realidad arquetípica y "sobrenatural" en el sentido exacto de la palabra, precisamente la Tradición, cualquiera que esta fuese, pues siempre será una emanación de esa Realidad superior.
En
este sentido, hemos de decir que toda tradición tiene una Imagen prototípica de
la "Tierra Celeste", y muchas veces esa Imagen, que es propiamente la
Cosmogonía, ha sido proyectada incluso en el paisaje y el medio natural (como
fue el caso, entre otros, de la tradición china a través de la práctica de la Geomancia, o del territorio de toda la Inglaterra prehistórica),
cambiando su configuración siempre que fuera necesario para adecuarlos en lo
posible a aquella. Desde esta perspectiva todas las formas que aparecen en el
Cielo y en la Tierra, en la cosmografía y la geografía, constituyen un conjunto
único pero jerarquizado, siendo la segunda, la "réplica" de la
primera, hasta el punto de que, como afirma la Geomancia china, los picos de
las montañas son las estrellas, y los ríos y océanos la Vía Láctea. Baste
recordar en este sentido que entre los egipcios el Nilo representaba también la
Vía Láctea (el Nilo Celeste), lo cual desde luego no es una "manera de
decir" más o menos "metafórica", sino que realmente era así,
como lo es, en otro contexto, que el Camino de Santiago sea igualmente (y ya
desde tiempos precristianos) esa misma Vía Láctea, y que Compostela, donde
culmina ese camino, quiera decir exactamente "Campo de estrellas", o
“Campo de la Estrella”. Si esto no fuera una realidad que puede ser concebida y
vivida por el ser humano en su integridad, no tendría ningún sentido la idea
tradicional de los "Centros espirituales", o de las "Tierras santas".
Por
otro lado, aunque hablemos más en particular de la Geomancia china (feng-shui),
esto no quiere decir que dicha ciencia, o arte, como un aspecto que es de la Geografía
Sagrada, no haya sido practicada en realidad por todas las culturas y
civilizaciones tradicionales, y los ejemplos que podríamos poner son muchos,
como el de la misma civilización egipcia, que consideraba a su país como la imagen
misma del Cielo, y de acuerdo al orden celeste y astronómico establecía las
coordenadas de la construcción de sus viviendas y de sus templos, incluidas las
pirámides, que como es el caso de las tres pirámides de Guiza, están
probablemente alineadas con las tres estrellas centrales de la constelación de
Orión. Incluso recientes investigaciones han concluido que otras pirámides
repartidas por toda la geografía del antiguo Egipto estaban igualmente
alineadas con otras estrellas, lo cual hizo de la tierra egipcia, en efecto,
una imagen de la Cosmografía celeste.
Lo que sucede es que las ideas relacionadas
con la Geomancia, en sentido estricto, han llegado hasta nuestros días más
claramente definidas a través de los fragmentos dejados por la tradición china,
reconociendo, eso sí, que los principios que conforman ese arte son exactamente
los mismos que en otros tiempos fueron patrimonio de toda la humanidad. Y desde
luego esos mismos principios también están presentes en la Alquimia occidental,
por tratar esta como hemos dicho anteriormente, de los procesos internos del
ser humano en analogía y correspondencia con los procesos de los tres reinos de
la naturaleza, es decir con la vida de la Tierra, con su Geología (un nombre
también de la Geomancia), y sus ritmos y ciclos, en perfecto acuerdo con los
ritmos y ciclos de los astros.
Dicho esto, debemos señalar que el feng-shui ha sido definido como el arte de adaptar la morada de los vivos y de los muertos a fin de establecer una cooperación y una armonía con las corrientes del soplo cósmico. Este último es el soplo o "hálito vital" que es llamado chi, o k'i, en la Geomancia china (en todo semejante al "soplo de Brahmâ" en el hinduismo y al ruah de la Cábala), que sostiene y ordena la Creación entera mediante el expir y el aspir universal, las dos fases del ritmo cósmico, activa (yang) y pasiva (yin), presente en todas las cosas manifestadas en el Cielo y la Tierra, incluido naturalmente el hombre, el microcosmos, que está ligado a esas dos fases mediante el ritmo acompasado de su respiración y los latidos de su corazón.
Apuntemos,
en este sentido, que feng-shui significa literalmente
"viento-agua", afirmándose que es algo "impalpable como el
viento, e inasible como el agua". Esta definición indica claramente el
carácter sutil de la Geomancia, y a pesar de esa sutilidad (o quizá por ello)
el viento y el agua son los elementos que más inciden en la modificación del
paisaje, o dicho de otra manera: que esos elementos vendrían a ser como los dos
"instrumentos" que modelan las formas de la Tierra en concordancia
con el ritmo y la armonía cósmica (fig. 1). El geomántico debía entender ese
"lenguaje" de la naturaleza, y contribuir con su arte y su ciencia a
perfeccionarlo de acuerdo al modelo cosmogónico revelado por su tradición. Recordemos
que el término feng-shui aparece por
primera en un antiguo texto chino, el Zangshu, o Libro del Entierro
(siglo IV d.C.), donde se dice que:
Chi monta
el feng (viento) y se dispersa, pero se retiene cuando se
encuentra con shui (agua). Los antiguos la recogieron
para evitar su disipación y la guiaron para asegurar su retención. Por eso
se le llamó feng-shui. De acuerdo con las leyes del feng-shui, el
sitio que atrae el agua es óptimo, seguido del sitio que atrapa el viento.
Transpuesto
todo esto al ser humano, es decir al viaje por nuestra geografía interior, el
viento y el agua representan aspectos del chi
celeste, o hálito vital, de naturaleza sutil, y que "actúan" sobre el
alma individual, transformándola. Es decir que el entorno geográfico es concebido
y percibido como una entidad viviente, y la semejanza exterior es una
manifestación de la vida interior. No olvidemos que el origen de ambos
elementos, el viento y el agua, es celeste, y en lo que respecta al viento se
lo vincula con los "mensajeros divinos" (los ángeles y deidades
intermediarias), portadores de la Palabra y del Verbo, los emisarios del
Espíritu, del que se dice en los Evangelios "que sopla donde quiere".
Y en lo que se refiere al agua tiene de forma unánime un sentido ligado con la
catarsis purificadora y regeneradora de la psique, y en el caso de la lluvia, y
del rocío, con el descenso de las influencias espirituales.
Junto al viento y al
agua, y para completar este cuadro, habría que añadir los otros cuatro chi del Cielo: el frío, el calor, la
oscuridad y la luz, que al igual que el viento y el agua, no son únicamente "fenómenos naturales" o atmosféricos, sino expresiones de los "espíritus intermediarios" que se manifiestan corporalmente con esas características, y que por tanto escapan a cualquier explicación "racional". La Geomancia es así una forma de la "Magia Natural", tal y como la han entendido siempre los filósofos herméticos y alquimistas de todos los tiempos.
Desde luego
no es nuestra intención describir pormenorizadamente toda esa simbólica,[2]
pero sí queremos señalar que este esquema es, con sus características propias,
análogo a los de otras tradiciones, ya que todos ellos reposan sobre un
conjunto de ideas que podemos denominar prototípicas,
o sea derivadas de los principios universales, y que determinan las formas del Cielo y de la Tierra, y por consiguiente del conjunto entero
de la Naturaleza. En el centro del círculo geomántico aparece el "compás
magnético", y en torno a él se van trazando una serie de círculos
concéntricos (de número variable), en cada uno de los cuales se encuentran
diferentes divisiones donde se disponen letras y distintos elementos simbólicos que
sirven al geomántico para determinar las cualidades sutiles y las influencias
que actúan sobre el paisaje o porción de terreno donde se pretende construir,
ya sea un templo, una casa o una tumba.
Esas
influencias están relacionadas con las distintas corrientes magnéticas que
discurren por toda la corteza terrestre, y que hacen que la Tierra, a nivel
físico, esté sujeta a las leyes bipolares (yin-yang) que rigen el Cosmos
en cualquiera de sus manifestaciones. La tarea del geomántico tradicional
consistía en detectar esas corrientes, e interpretar sus influencias sobre los
terrenos por los que pasaban. Dichas corrientes son llamadas por los
geománticos chinos las "sendas del dragón", simbolizadas por el yin y el yang, la corriente negativa y positiva respectivamente, estando
representadas cada una de ellas
por el “tigre blanco” y el “dragón azul”. Las líneas de esta fuerza siguen, en su mayor parte, las crestas montañosas y las series de colinas. El yang, o corriente masculina, toma las rutas más altas, sobre las montañas escarpadas, mientras que el yin, la corriente femenina, fluye principalmente a lo largo de las colinas menos elevadas. La posición más favorable es el punto donde confluyen las dos corrientes. El paisaje que lo rodea debe mostrar las características tanto del yin como del yang (...). Las formas de perfil suave, onduladas, son yin; las rocas puntiagudas y los picos son yang. La mejor comarca es aquella en que el carácter de cada una de las partes está bien definido (...). Primero se trata de encontrar un punto donde el dragón azul confluyese con el tigre blanco, es decir, donde una cadena de colinas bajas se introdujese en una línea de montañas. En un lugar semejante, el poder del pulso del dragón llega a su culminación, sobre todo cuando el panorama es tranquilo y aislado, recogido “como una virgen modesta”. La fuerza benéfica se muestra intensa y activa en esas condiciones. Por el contrario se disipa en terreno abierto, sobre todo cuando es arrastrada por corrientes de agua que siguen la línea recta u otras líneas angulares del paisaje.[3] (fig. 3).
Podría decirse entonces que el lugar donde ambas corrientes celeste y terrestre se conjugan de manera armoniosa es donde se manifiesta el “ángel del paisaje”, o el “genio del lugar”, genius loci. Hemos de precisar que todo lo que pertenece al yang se corresponde con el aspecto celeste o interior de los seres y las cosas, mientras que aquello que pertenece al yin se corresponde con su aspecto terrestre y exterior. Por eso mismo el “dragón azul” representa a las energías celestes, mientras que el “tigre blanco” representa a las energías terrestres (figs. 4-5).
Las
“corrientes del dragón” varían la intensidad de su fuerza según las diferentes
posiciones que los cuerpos celestes, especialmente el Sol, la Luna, los
planetas y ciertas constelaciones, tienen con respecto a la Tierra, ya sea
durante el transcurso del año, es decir según las estaciones, o a lo largo del
día según las horas. A todo esto hay que añadir las influencias que proceden de
las aguas que fluyen por el interior de la tierra, así como de aquellas que
provienen de las fallas geológicas, de las vetas minerales y metalúrgicas y del
propio magma terrestre, es decir del fuego interior del planeta, del mundo
subterráneo, sacado al exterior por los volcanes. Todas esas corrientes,
accidentes y fenómenos naturales propician la fertilidad de los lugares por
donde fluyen, es decir que constituyen la savia que irriga y vivifica el cuerpo
de la Madre Tierra, cumpliendo la misma función que en el cuerpo humano tiene
la corriente sanguínea vehiculada por las venas.
Observa las
numerosas fuentes de agua y de fuego que brotan de las partes centrales de la
tierra. En un mismo lugar pueden ser observadas tres naturalezas, las del
fuego, el agua y la tierra, que proceden de una misma raíz. De ahí que se haya
creído que la tierra es un almacén de toda la materia, que proporciona la
materia que se necesite y recibe a cambio la substancia desde lo alto. De este
modo el artesano (quiero decir el sol) vincula cielo y tierra, enviando esencia
hacia abajo y alzando materia hacia arriba, atrayéndolo todo hacia el sol y en
torno a él, ofreciendo todo lo suyo a todos, del mismo modo que ofrece su
generosa luz. Pues el sol es aquel cuyas buenas energías alcanzan no sólo el
cielo y el aire, sino también la tierra y hasta las profundidades y abismos más
remotos.[4] (Ver de nuevo fig. 1).
Volviendo al círculo geomántico hemos de decir que él representa a la propia Tierra, que actúa efectivamente como un espejo donde se refleja el mundo celeste. Dicho esquema reposa sobre algunos símbolos principales. En primer lugar debemos considerar el círculo que rodea al compás magnético. Allí encontramos a los ocho trigramas del I-Ching, que surgen de las diferentes combinaciones entre los dos grandes principios cosmogónicos, a saber: el Cielo y la Tierra (equivalentes al Purusha y a la Prakriti hindú, a la Esencia y a la Substancia universales), y a los que hay que añadir seis elementos más: trueno, viento, fuego, océano, agua y montañas. Por otro lado, es bien sabido que de las combinaciones de esos ocho trigramas principales surgen los sesenta y cuatro hexagramas en los que se despliega toda la sabiduría del I-Ching, traducido como "El Libro de las Mutaciones", verdadero tratado metafísico y cosmológico de la tradición china y extremo-oriental en general (figs. 6-7).
Fig. 6. Pa Kua (“Ocho mutaciones”). Cada trigrama que rodea al yin-yang corresponde a una dirección, a un estado o fenómeno de la naturaleza, a un miembro de la familia y a una idea filosófica.
Por
otro lado hemos de considerar al Sol y la Luna como los dos regentes del día y
de la noche. Se reconoce la enorme importancia del primero en cuanto que es el
rey de su sistema, al que vivifica con su luz y calor, pero además, y como
hemos señalado abundantemente a lo largo de estas páginas, el Sol tiene una
relación especial con el Zodíaco, por cuanto que es su paso por cada uno de los
signos (dispuestos alrededor de la eclíptica) lo que permite actualizar las
cualidades de todos y cada uno de ellos y hacer que estas se desplieguen sobre
la Tierra, influyendo en el hombre, en el microcosmos. En cuanto a la Luna,
ella está especialmente vinculada con las 28 constelaciones, o mansiones,
que se encuentran también a lo largo de la eclíptica, y a través de las cuales
nuestro satélite se traslada durante su periodo de 28 días (mes lunar), siendo
así un vehículo por medio del cual las energías de cada constelación se
transmite al ser humano y a cualquier lugar de la Tierra. Añadiremos que
en la mitología taoísta, dichas mansiones están relacionadas con otros tantos
generales o mandatarios celestes.
Esos
influjos son desde luego de orden sutil, como lo son aquellos que provienen de
las siete estrellas de la Osa Mayor, consideradas como las siete rectoras del Cielo.
Esta constelación boreal ha sido muy importante en la tradición china desde
tiempos inmemoriales, empezando porque fue tomada como la "Cumbre del
Cielo" y el "Palacio Central" donde mora la "Gran Unidad",
o el “Emperador Celeste”, simbolizado por la Polar, representando las estrellas
y constelaciones boreales que giran en torno a ella a los diferentes ministros
y funcionarios celestes. La Osa Mayor está representada también por un celemín
(o cuenco) lleno de arroz, y de hecho esta constelación también es llamada
“Celemín” (Teou), que simboliza a su
vez a la “Ciudad de los Sauces”, la imagen por excelencia del Paraíso taoísta,
y residencia de los “inmortales”.[5]
Y así como del emperador terrestre emanan los mandatos que rigen el “Imperio
del Medio” (nombre de la antigua China), del Emperador Celeste (la Polar)
emanan las energías que se transmiten a las siete estrellas de la Osa Mayor, cuya
posición central en el Cielo le permite “dirigir” los movimientos de todas las
constelaciones boreales, incluso a las zodiacales, que son inseparables de las
revoluciones del Sol, la Luna y los cinco planetas, vinculados con los cinco
elementos, “o agentes”, de la naturaleza terrestre, como veremos a continuación.
Además,
en su movimiento diario en torno de la estrella Polar, la Osa Mayor rige los
cuatro orientes celestes, determinando también las cuatro estaciones del tiempo
gracias a las distintas posiciones de su cola, que al comienzo de cada estación
se dirige a un punto cardinal diferente. Observada lógicamente desde el
hemisferio norte de la Tierra, si cuando al llegar la noche la cola de la Osa
Mayor apunta hacia el Este, esto quiere decir que es Primavera en todo ese hemisferio;
y cuando apunta hacia el Sur es que llegó el Verano; y si es al Oeste se entra
en el Otoño; y si lo es al Norte en el Invierno (figs. 8-9-10).
Esa
comunicación entre el Cielo y la Tierra se produce gracias al “Canal Central”,
o sea al “Eje del Mundo”, que se refleja igualmente en la columna vertebral del
ser humano, que comunica los “dos polos” corporales, situados en la base de la
columna vertebral y en la sumidad de la misma, y por donde circula el aliento
de la respiración, o sea el "hálito vital", chi, al que
nos referimos en páginas anteriores (fig. 11).
Se expresa así, una vez más, la perfecta armonía entre el Cielo y la Tierra,
entre el macrocosmos y el microcosmos. Es por eso que en los textos taoístas se
dice que en su movimiento la Osa Mayor "hace girar la manifestación
entera", desplegando, gracias a las alternancias e interrelaciones entre
el yin y el yang, entre el principio femenino y el masculino,
todas las posibilidades contenidas en dicha manifestación, o sea en los “diez
mil seres”, que es el nombre que la tradición extremo-oriental da a la
Existencia universal.
No
menos importantes en cuanto a las analogías y correspondencias existentes entre
los distintos planos que componen y hacen posible la Armonía del Mundo son las
influencias procedentes de cada uno de los cinco planetas: Júpiter, Marte,
Saturno, Venus y Mercurio, que a su vez están en correspondencia con los cinco
elementos o "agentes naturales", respectivamente: madera (Júpiter),
fuego (Marte), tierra (Saturno), metal (Venus) y agua (Mercurio), los cuales
actúan directamente sobre los cuerpos físicos, modificándolos a través del
ciclo de las coagulaciones y las disoluciones. Por lo tanto, el juego de
armonías y desarmonías, condensaciones y disipaciones, que tanto a nivel físico
como sutil entretejen entre sí las energías planetarias se traslada a la tierra
por intermedio de esos cinco elementos, de sus intercambios y permutaciones
incesantes. Diremos que pese al número y a ciertas coincidencias en la
terminología, a estos agentes naturales no hay que confundirlos con los cinco
elementos clásicos: éter, fuego, aire, agua y tierra, empezando por el hecho de
que éstos no tienen una correspondencia directa con los cinco planetas, como sí
ocurre con los elementos que trata la Geomancia china.
La madera y el agua son compatibles, como lo son Júpiter y Mercurio, pero no el metal y el fuego, es decir Venus y Marte, que sí son compatibles respectivamente con Saturno, la tierra, y Júpiter, la madera, puesto que esta última alimenta el fuego, etc. Asimismo el orden de sucesión que aquí se da de los planetas (Júpiter, Marte, Saturno, Venus y Mercurio) tiene que ver precisamente con su orden de producción o de coagulación: la madera produce el fuego, el fuego produce la tierra, la tierra produce el metal, el metal produce el agua y el agua produce la madera, y así sucesivamente, generando el ciclo vital de la naturaleza, que también incluye un orden en cuanto a sus disoluciones, puesto que el metal destruye la madera, la madera destruye, o en este caso absorbe, la tierra, la tierra absorbe el agua, el agua destruye el fuego y el fuego destruye el metal (fig. 12).
Por
otro lado, la tierra (Saturno) está en el
medio o en el centro cuando a estas fuerzas
naturales se las hace corresponder con la cruz de los puntos cardinales y las
estaciones del tiempo, en donde la madera (Júpiter) se vincula con el este y la
primavera, el fuego (Marte) con el sur y el verano, el metal (Venus) con el
oeste y el otoño, el agua (Mercurio) con el norte y el invierno, y finalmente
la tierra (Saturno) con el centro, posición que en este caso está queriendo
señalar el papel de fundamento y estabilidad que tiene la Tierra, como
principio cosmogónico, en la tradición china (en realidad en todas las tradiciones), y que se simboliza con el cubo,
precisamente la forma geométrica que mejor sugiere esa idea de fundamento y
estabilidad.
De
acuerdo con las analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, los cinco
elementos, planetas y puntos cardinales tienen también sus correspondencias con
el ser humano, tanto corporal como espiritualmente. Corporalmente tenemos a las
cinco vísceras principales: hígado, corazón, bazo, pulmones y riñones, que se
corresponden con Júpiter, Marte, Saturno,[6]
Venus y Mercurio; y espiritualmente a las cinco "grandes virtudes",
respectivamente: bondad, espíritu ritual, santidad, equidad y sabiduría.[7]
En este sentido, si nos fijamos bien estas mismas "virtudes"
asignadas a cada uno de los planetas se corresponden exactamente con las que
reciben en el Hermetismo y la Astrología occidental.
Un
aspecto también importante desde el punto de vista de la Geomancia (y de la Geografía
Sagrada) es el hecho de que los planetas y las energías que estos representan
están en relación con las formas de las montañas, y más concretamente con sus
cumbres, de tal manera que las montañas que tienen sus cimas quebradas están
bajo la influencia de Júpiter (fig. 13);
aquellas otras que son muy altas y con picos y laderas escarpados se sitúan
bajo el influjo de Marte (fig. 14); las que pertenecen a Saturno presentan sus cimas
aplanadas (fig. 15), mientras que las de Venus
son también muy altas y con las cumbres redondeadas (fig. 16), y finalmente aquellas que
están presididas por Mercurio son bajas y tienen su cima en forma de cúpula,
como es el caso del monte Tabor, en Israel (fig. 17), donde tuvo lugar el episodio de la “transfiguración” de Jesús.
Por
lo tanto, y siguiendo las reglas del feng-shui, la montaña que presenta
características jupiterinas (cima quebrada) ha de estar junto a otra que
presenta a su vez características mercuriales (cima con forma de cúpula), pues
entre ambas se armonizan y complementan, como lo hacen la madera y el agua
según hemos visto anteriormente, ya que la primera es alimentada por la
segunda. Otro tanto puede decirse de una montaña con características de Marte (cima
escarpada), que conjugará con otra cuya cumbre presenta características
saturninas (cima aplanada), ya que el fuego produce la tierra (al convertir
todo en ceniza), elemento este último que también está en armonía con una cima
venusina (alta y redondeada), puesto que como vimos la tierra genera el metal
en sus entrañas. Se puede dar la circunstancia, como de hecho se da, de que
existan de forma natural dos cimas juntas que no se adecuen a estos principios,
y en este caso la solución vendría por modificar la cima de una de ellas para
que ambas se armonizaran, buscando siempre que el paisaje terrestre concuerde
con el paisaje celeste. Como consecuencia de esa práctica, podría decirse
entonces que una gran parte de la fisonomía topográfica y orográfica de la
China actual ha sido modelada por los geománticos a lo largo de los siglos, lo
que explicaría la sugestiva y serena belleza de muchas zonas de ese inmenso
país.
En
este sentido, quizá la denominación de "Celeste Imperio" dada al
territorio de la antigua China tenga relación también con esa adecuación del
paisaje terrestre a la armonía del Cielo. En cualquier caso ese territorio
estaba sintetizado simbólicamente en el Ming-Tang (literalmente
"Templo de la Luz", fig. 18), donde el
emperador realizaba importantes ritos relacionados con el mantenimiento del
orden cósmico y del orden terrestre. El Ming-Tang era, al igual que
dicho territorio, de forma cuadrada, y su división en nueve salas (con una de
ellas en el centro, de tal manera que semejaba el "cuadrado mágico de
Saturno") equivalía exactamente a las nueve provincias en que estaba
dividida entonces la China (fig. 19). Se da la
particularidad de que aunque estuviera dividido en nueve salas, en realidad el Ming-Tang
tenía doce aberturas al exterior: tres por cada uno de sus cuatro lados,
de tal manera
que, mientras que las salas del medio de los lados tenían tan sólo una
abertura, las salas en ángulo tenían dos cada una, y estas doce aberturas
correspondían a los doce meses del año.[8]
El emperador se desplazaba por las salas del templo como si lo hiciera por las nueve provincias de su imperio, ya que al ser ambos de forma cuadrada les permitían estar perfectamente orientadas según las cuatro regiones del mundo, y también según las cuatro estaciones: las salas (o provincias) del lado de Oriente a la Primavera; las del Sur al Verano; las del Oeste al Otoño y las del Norte al Invierno.[9] Así pues, aunque la forma del Ming-Tang, como la del territorio de China, fuese cuadrada (como la Tierra), hemos de tener en cuenta que por su relación con las doce estaciones, y en consecuencia con los doce signos del Zodíaco, también conservaba implícitamente una forma circular (como el Cielo), constituyendo ambos por tanto una Imagen del Mundo. En este sentido hemos de recordar que el Ming-Tang era cuadrado por su base y redondo por su techo, sostenido por ocho columnas que describen un octógono, equivalente simbólicamente al Mundo Intermediario, o al Hombre, al estar situado efectivamente entre el cuadrado (Tierra) y el círculo (Cielo). Francisco Ariza
I Sobre la Sacralidad de la Tierra
II El Feng-Shui, o el Arte de la Geomancia
[1] Ver Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Módulo III, acápite 63, “Geomancia”.
[2] Ver a este respecto el libro de Ernest J. Eitel: Feng-Shui. La ciencia del paisaje sagrado en la antigua china.
[3] John Michell,
Nueva visión sobre la Atlántida, cap.
II.
[4] Corpus Hermeticum, XVI, 4.
[5] Ver René Guénon, La Gran Tríada, cap. XXV. También Pierre Grison: La Lumière et le Boisseau (“La Luz y el Celemín”), cap. V. Este autor señala que para los antiguos chinos la Polar se identificaba con una de las estrellas de la Osa Mayor y no con la actual estrella alfa de la Osa Menor. Seguramente esto hace referencia a un ciclo histórico anterior, cuando el eje de la Precesión de los Equinoccios apuntaba, o se acercaba, a una de las estrellas de la Osa Mayor.
[6] Queremos
añadir que la correspondencia entre Saturno y el bazo concuerda perfectamente
con lo que nos dice la Alquimia, que ve efectivamente una identidad sutil entre
el planeta y el órgano corporal, sede del humor melancólico, humor
eminentemente saturnino y que en la simbólica iniciática expresa un estado del
alma que es el anuncio de profundos cambios internos.
[7] Para otras
correspondencias y más detalles al respecto ver la obra de Marcel Granet Le
Pensée Chinoise, cap. I de la tercera parte.
[8] Ver René
Guénon, La Gran Tríada, cap. XVI.
[9] De hecho, el
emperador se desplazaba cada cinco años por todo el territorio. Siguiendo el
orden de sucesión marcado por las distintas posiciones de la Osa Mayor, el
emperador regulaba su desplazamiento de tal forma que se encontraba en el Este
cuando llegaba el equinoccio de Primavera, en el Sur durante el solsticio de
Verano, en el Oeste durante el equinoccio de Otoño, y en el Norte en pleno
solsticio de Invierno.
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