La Sabiduría como Alimento (Texto, Vídeo y Podcast)
La idea de “comer” y de
“saborear” ligada con la Sabiduría a la que aludíamos en la nota, el video y el podcast anterior en referencia a la Tradición Unánime, tiene su explicación simbólica
en un episodio del Apocalipsis donde Juan Evangelista “come” el libro que le
ofrece el ángel sobre cuya cabeza estaba “el arco iris, y su rostro
era como el sol, y sus piernas como columnas de fuego”:
Fuime hacia el ángel
diciendo que me diese el libro. Él me respondió: ‘Toma y cómelo, y amargará tu
vientre, mas en tu boca será dulce como la miel’. Tomé el libro de mano del
ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce, pero cuando lo
hube comido sentí amargadas mis entrañas. Me dijeron: Es preciso que de nuevo
profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes
numerosos. (Apocalipsis, 10, 9-11).
Este versículo se presta a distintas interpretaciones, todas ellas concordantes entre sí, como ocurre con muchos símbolos, y es evidente que estamos ante un símbolo, o conjunto de símbolos, que revelan elementos de una Enseñanza tradicional que no pertenecen solo al Cristianismo, aunque naturalmente la “forma” de expresarse sea la de este. Gracias precisamente a su alcance universal y metafísico dichas palabras pueden ser trasladadas al núcleo de otras tradiciones, en donde tendrían el mismo significado.
Por
ejemplo, la expresión “toma y cómelo” se refiere claramente a la idea de
trasmisión y recepción, lo cual define a la Tradición como tal, pues no puede
haber transmisión sin recepción y “asimilación” de lo que se recibe, que son
ideas y principios que al “descender” a través de Buddhi (el Intelecto Superior) en la individualidad humana, dan
lugar a la “conciencia del yo”, que la tradición hindú denomina ahankara,
y de donde deriva manas, el pensamiento propiamente humano, para
desembocar finalmente en las envolturas substanciales y opacas de la carne y
del cuerpo. Si este “digiere” los alimentos físicos, el alma “asimila” las
ideas del Mundo inteligible.
Este “encadenamiento”
vertical que vincula entre sí a todos los estados de un ser permite establecer
las analogías y las correspondencias entre dichos estados, conformando
finalmente todos ellos una unidad, la de ese ser mismo considerado en su
totalidad: en cuerpo, alma y espíritu. Esta tríada, que constituye un ser
completo como decimos, se corresponde y es exactamente análoga al Cuerpo, al
Alma y al Espíritu Universal. Así pues, no hay ningún elemento en esa
individualidad que no dependa en un grado u otro de sus principios y arquetipos
universales, sin los cuales no existiría.
Precisamente, Buddhi, el
Intelecto superior, es concebido como un “rayo luminoso” emanado directamente
del Espíritu Universal (Atmâ). Buddhi sería entonces el
vínculo entre el Espíritu y la individualidad humana, y a este respecto René
Guénon señala (en el cap. VII de El Hombre y su devenir según el Vedanta)
que Buddhi no “carece de relaciones con el Logos alejandrino”,
esto es: con el Noûs-Demiurgo, quien “ha creado el mundo entero no
con las manos, sino por la palabra” (es decir por su Logos, Verbo o Intelecto)
como leemos en el Corpus Hermeticum. Entonces, y recordando la cita
del Apocalipsis, lo que le entrega el ángel a Juan, y lo que este “come” o
“asimila” del Libro es precisamente esa Palabra, o Verbo generador, que también
es Luz y Vida.
Pero el ángel dice:
amargará tu vientre, mas
en tu boca será dulce como la miel.
y Juan señala a
continuación:
Tomé el libro de mano del
ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce, pero cuando lo
hube comido sentí amargadas mis entrañas.
El libro es dulce como la
miel en la boca del apóstol porque su voluntad humana se ha hecho una con la
Voluntad del Espíritu, pero al decir a continuación que “sentí amargadas mis
entrañas” Juan nos está advirtiendo que si nuestra voluntad no está en comunión
con la Voluntad del Señor, el libro se volverá amargo en nuestras entrañas.
Es bastante notable esta
advertencia de Juan escrita en el Apocalipsis, el texto que cierra el Antiguo y
el Nuevo Testamento, y en donde se habla del “fin de los tiempos” y del
“descenso” de la Jerusalén Celeste sobre la Tierra y el corazón del hombre,
dando inicio al siguiente Manvantara o ciclo de una nueva
humanidad, acontecimiento no solo humano y terrestre sino cósmico también, y
que Juan describe con las siguiente palabras: “Y habrá un nuevo Cielo y una
nueva Tierra”; tiempos de esperanza los nuestros, pero también de gran
tribulación, en los que incluso muchos de los “elegidos” serán engañados,
mostrándose así una debilidad espiritual en quienes han sido preparados para
ser la simiente del “ciclo futuro”. El apóstol, en su visión profética, nos
advierte de esta realidad, que está sucediendo ahora y sólo hay que tener “ojos
para ver” y “oídos para oír”.
En este sentido, las
entrañas aluden a lo más “entrañable” de lo humano, y que estas se “amarguen”
significa que la voluntad del hombre se ha escindido de la Voluntad divina,
cortándose así los canales por donde manan las aguas superiores hacia los
mundos inferiores, aguas representadas por el arco iris, símbolo de la unión
entre el Cielo y la Tierra. En un versículo de su Evangelio (el 7: 38) Juan nos
da la clave para restablecer nuevamente esa “comunicación”, y narra un episodio
que transcurrió durante la fiesta de los Tabernáculos:
En el último y gran día de
la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior
correrán ríos de agua viva.
Esa “creencia” desde luego
nada tiene que ver con la adhesión a un personaje histórico, pues se trata del
propio “Verbo encarnado”, que es al mismo tiempo “el Hijo del Hombre” y el
“Hijo del Dios Vivo”. Esto mismo está implícito en Enmanuel, que es uno de los
nombres que recibe Cristo al nacer y que significa: “Dios en nosotros”. Este
sería el sentido más elevado contenido en la propia idea de Tradición Unánime,
o Tradición Primordial, la cual existe precisamente por una emanación de ese
Principio metafísico, que se “encarna” en lo humano porque en el hombre está
esa posibilidad, dotándole de la trascendencia necesaria para superar la
condición de un estado del ser, para “nacer” en el Espíritu. “El que cree en
mí, como dice la Escritura [o la Tradición revelada], de su interior correrán
ríos de agua viva”.
Esto último evoca aquellas
palabras escritas por el propio Juan en su Evangelio en las que se relata el
episodio del encuentro de Cristo con Nicodemo, que era miembro del Sanedrín y
uno de sus discípulos secretos: “Hay que nacer de arriba”, señalándole a
continuación que
el viento sopla donde
quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Así es todo
aquel que es nacido del Espíritu. (Juan 3, 3-8).
Ese nacimiento en el
Espíritu otorga el “don de lenguas”, que es a lo que se refiere justamente el
último párrafo de la cita que hemos escogido del Apocalipsis:
Me dijeron: Es preciso que
de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes
numerosos.
El “don de lenguas”
caracteriza a quienes, como Juan y otros apóstoles (su hermano Santiago, por
ejemplo), han superado las formas tradicionales y beben de la fuente de la
“eterna juventud”, que es una forma de denominar a la propia Tradición
Primordial, o Tradición Unánime. O dicho de otra manera, que pueden adoptar
cualquiera de esas formas para transmitir la Enseñanza cosmogónica y metafísica
(“dulce como miel en la boca”), cuya esencia se les ha revelado a través de un
intenso trabajo consigo mismos guiados por una Enseñanza emanada del “Corazón
del Mundo”, y que tiene su expresión más preclara en el símbolo sagrado y sus
códigos de conocimiento vehiculados por la “cadena de transmisión iniciática”.
Por eso, a quienes son verdaderos “hermanos en el Espíritu” ninguna de las
lenguas para transmitir dicha Enseñanza les es ajena, pues han penetrado en la
esencia de todas ellas, en esa “santa simiente” de que habla el Zohar y
los textos sapienciales de todas las tradiciones.
En este sentido, el “don
de lenguas” ha de interpretarse también como la capacidad para hacer entender
la Ciencia Sagrada a la mentalidad de los hombres y mujeres hacia los que ella
va dirigida, y en cualquier tiempo y lugar, lo cual es otra de las
características de la Tradición Unánime, pues como en algún momento señaló
Federico González: “la revelación siempre es coetánea con el tiempo”.
No es, pues, la Verdad la
que se ha ocultado a la mirada y al pensamiento de los hombres, sino a la
inversa. La Verdad siempre ha estado ahí, ante nosotros, a veces en las
encrucijadas de los caminos de la vida. Esto es lo que no entendió Poncio
Pilatos, quien tras “lavarse las manos” le pregunta a Jesús el Cristo qué era
la Verdad, ignorando que la tenía enfrente de él; en aquel que con su verbo
daba testimonio de ella y con la que resucitaba a los muertos, y que además
dejó dicho: “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18, 37),
expresión que vale igualmente para la función que ha cumplido y cumple la
Tradición Unánime, o Sabiduría primordial, en el extenso devenir de la
historia humana. Francisco Ariza
Mi QH Francisco no deja de asombrar el hecho de que el Cristianismo exprese de una manera tan contundente los principios de la Tradición, gracias por estas maravillosas entradas. Las iré leyendo y comentando, conforme las vaya "asimilando" como bien lo señala UD, en el texto. Reciba un TAF.'.
ResponderEliminarQH:. José Antonio. Agradezco tu comentario y me alegra que estas entradas sean para ti motivo de meditación. Creo como tu que el Cristianismo sigue conservando los principios de la Tradición. Creo además que no se le puede entender en toda su dimensión sin tener en cuenta la capacidad de síntesis y de "asimilación" (valga también aquí esta palabra) de otras corrientes filosóficas sapienciales y metafísicas tanto de Occidente como de Oriente a lo largo de los diez primeros siglos, lo cual explicaría la eclosión de todo el saber que se expresaría en la Edad Media y el Renacimiento. Un TAF:.
EliminarAsimismo, QH:., y como bien sabes, continúa existiendo un hermetismo cristiano, o esoterismo cristiano, que, en parte, está injertado en algunos altos grados de diferentes Ritos de la Masonería. O sea que el núcleo de esta tradición sigue estando vivo, y podría hablarse de una "Iglesia secreta" que ha pervivido a lo largo del tiempo y como sinónimo de ese mismo esoterismo, si bien este históricamente ha sido muy incomprendido, sobre todo desde el exoterismo religioso, salvo honrosas excepciones. Pero esto es otra cuestión. Un TAF:.
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