EN EL CAMINO
La idea del camino, o del viaje, como imagen simbólica de la
realización interior está presente en todas las culturas desde tiempo
inmemorial. Así lo expresa el Camino de Santiago con los códigos propios de nuestra
cultura. También la estructura cosmogónica del Árbol de la Vida cabalístico se
recorre a través de los “32 senderos de la Sabiduría”, es decir a través de una
geografía sutil, de la cual los lugares y santuarios de la geografía física son
un reflejo, como es el caso también de los Tjuringas
australianos, llamados precisamente “los senderos de lo invisible”. El propio Lao-Tse habla
de ello cuando en el Tao-Te-King
afirma que la vía del Conocimiento es “un camino de mil millas que comienza ante tus
pies”.
Los ejemplos que podríamos poner son muchos, obviamente,
pero todos ellos nos refieren que ese camino se inicia cuando el ser humano ha
sentido la necesidad imperiosa de emprenderlo al preguntarse: “¿quién soy?”,
“¿de dónde vengo?”, “¿adónde voy?”.
Solo cuando entramos en una verdadera “crisis
existencial” al sentirnos perdidos en un mundo sin significado, es cuando podemos
encontrar ese acorde interior capaz de armonizar las notas que andan dispersas
y caóticas por esa “caja-cubo” musical con que a veces se representa el alma
humana. Recordemos que acorde viene del verbo "acordar", y este del
latín acccordare: "ir hacia el
corazón". Encontrar las armonías internas es el camino del corazón, del
centro, anunciado también por Juan el Bautista cuando predicaba en el desierto la
venida del “hombre verdadero”, del Cristo interno, el que también dejó dicho:
“Yo soy el Camino”.
La primera pregunta, ¿quién soy?, sinceramente planteada, es la que nos espolea y nos pone en la dirección correcta para poder encontrar “el camino” y andar por sus senderos. Es la pregunta que continuamente está presente hasta que no se resuelve el problema de nuestra identidad. Podríamos decir que es la pregunta “central”, que vuelve a reiterarse cada vez que creemos ilusoriamente que ya hemos llegado al final del camino, cuando en verdad no estábamos sino en una etapa del mismo, o incluso en sus preliminares.
Ocurre también que a veces hay que deshacer todo el camino andado y empezar de
nuevo, como ocurre en muchos laberintos (por ejemplo el de la catedral de
Chartres), o en el “juego de la oca” (una forma del laberinto), creado por los
antiguos peregrinos del Camino de Santiago como fruto de sus experiencias. Como
en cualquier “viaje” de estas características, el “juego de la oca” está lleno de
peligros, o de pruebas que intentan hacernos desistir en nuestro propósito,
como cuando el jugador llega a una casilla que no solo le impide seguir sino
que le envía nuevamente al comienzo de la “partida” -nunca mejor dicho-, y esto
puede sucederle numerosas veces, como numerosas veces nos hemos perdido y
encontrado a través del “laberinto de nuestras dudas”, en palabras de Federico
González. Parece que no se avanza, pero en realidad no es así, y además esta es
la única manera en que se puede avanzar de verdad en un camino de grandes
contrastes como es la vía iniciática y hermética.
En realidad todo esto forma parte de las “pruebas
purificadoras” que permiten el desarrollo de nuestras cualidades innatas, las
que nacen con nosotros, y que están ocultas y replegadas como un germen, apenas
virtuales, como está la “piedra cúbica” potencialmente oculta en la “piedra
bruta”, y solo la paciencia y la perseverancia del operario puede ir dándole
una forma adecuada a su naturaleza, encontrando no obstante su plenitud y “perfección”
cuando logra transformarse en “piedra cúbica en punta”, equivalente a la
“piedra filosofal”.
Este es el marco teórico, pero ahora hay que actualizarlo, pues una de las trampas en las que puede caerse fácilmente es aparentar que “estamos” en el camino por el hecho de haber aprendido ciertas correspondencias y analogías simbólicas, que las puede “aprender” cualquiera, pero que desde luego son insuficientes y no sirven para nada sino las “acordamos” con nuestra voluntad de ser, o sea que nuestra
“intención sea dirigida de tal suerte que, por las vibraciones armónicas que despierte según la ley de las ‘acciones y reacciones concordantes’, pueda ponerles en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo.” (René Guénon, El Rey del Mundo, cap. VIII).
Lejos de cualquier veleidad egótica, el caminante tiene que “entregarse por entero” a algo que desconoce por completo, que es un Misterio, pero que intuye como lo más cierto y verdadero, y que solo su fe en él lo sostiene en pie sin esperar nada a cambio. Quizás el “secreto de la obra” está precisamente en entregarse a ese Misterio en cuerpo y alma, pues como también se ha dicho “quien quiera salvar su vida la perderá”. (Mateo 16: 25-26).
Un punto de inflexión en el camino es cuando se
“descubre” que lo realmente importante es participar en el “juego” y caminar
sin temor por los senderos de la Sabiduría, como recomienda el profeta Jeremías
(6:16) cuando nos exhorta a ir por el “buen camino”:
“Así
dijo el Señor: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas
antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él”.
Entonces, llegados a ese punto, cuando hemos preguntado una y mil veces por las
“sendas antiguas” y al fin hemos encontrado el “buen camino”, ya no tiene mucho
sentido plantearse ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy?, como no se
lo plantea ese “loco de amor por el Conocimiento” que es el arcano "sin número" del Tarot,
que anda por el mundo dirigiendo su mirada “hacia lo alto” sin preocuparse de
otra cosa que no sea abandonarse en los brazos de la Sabiduría.
“Mirad
las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
(Mateo
6: 25-34).
En realidad, todas las preguntas que nos hagamos, por necesarias que sean en un momento dado, forman parte finalmente del “juego especular de la mente”, pues ni ahora ni nunca hemos dejado de ser lo que somos, en presente, y además siempre venimos del Sí Mismo, y hacia el Sí Mismo vamos, según comprendió Moisés ante la ”zarza ardiente” del Sinaí cuando le fue revelado que: “Yo Soy el que Soy”, también traducido como: “El Ser es el Ser”. Francisco Ariza
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