Sobre la Sacralidad de la Tierra

 



Monte Kata Tjuta (“Muchas cabezas”). Australia.


La tierra no es un cuerpo sin vida sino que contiene un espíritu que es su vida y su alma. Todos los seres creados, comprendidos los minerales, extraen su fuerza del espíritu de la tierra. Este espíritu es vida: nutrido por las estrellas, alimenta a todos los seres vivos que cobija. Por el espíritu recibido de lo alto, la tierra incuba los minerales en su seno como una madre calienta en su vientre al futuro recién nacidoBasilio Valentino

Estas palabras del célebre alquimista sirven de frontispicio al tema que vamos a tratar a continuación. Ellas resumen, además, lo que piensan todas las culturas tradicionales acerca de la Tierra como una matriz donde se genera, gracias a los influjos sutiles emanados de los cuerpos celestes, todo lo que en ella habita y nutre como una Madre, la Mater Genitrix, personificada en las distintas diosas de la Tierra: Rea, Deméter, Gea, Murcia, Coatlicue, Pachamama, etc.

Las leyes de las analogías y las correspondencias simbólicas actúan a todos los niveles: en el mundo físico también. Por eso en la Cosmogonía de muchos pueblos (y también en la Alquimia) se considera que las piedras y metales que se encuentran en el interior de la Tierra sufren el mismo proceso de gestación, crecimiento y maduración que sigue el ser humano en el vientre materno, pero según el modo y carácter de su mundo, en este caso el mundo mineral. Se trata este del plano de las solidificaciones más densas (relacionado por tanto con la energía de tamas) pero al mismo tiempo también es capaz de recoger y albergar en la íntima oscuridad de su seno la luz proveniente de los cuerpos celestes (luz relacionada a su vez con la energía de sattwa), que tras una prolongada "transmutación", y mediante un "matrimonio" con la substancia nutricia terrestre, produce el milagro de la "luz mineral", cristalizada en sus indefinidos matices, texturas, colores y formas. 

Madre Naturaleza. Atalanta Fugiens, Michel Maier, 1618.

Los minerales (y metales) son también criaturas, es decir que expresan y simbolizan a su modo aspectos y cualidades del Ser universal, y también del ser humano, es decir tanto del macrocosmos como del microcosmos, de lo cual nos dan buena cuenta los distintos "lapidarios" que han llegado hasta nosotros a través de la Alquimia medieval y renacentista. Recordemos por ejemplo las correspondencias entre los signos zodiacales y determinadas piedras, las cuales "concentran" las energías y propiedades de dichos signos, como si se trataran de auténticos talismanes.

Otro ejemplo lo tenemos en la relación de magia simpática (en la que se basa la Magia Natural) entre los planetas y los metales, estudiada en profundidad por la Alquimia y la Astrología, o sea por la Tradición Hermética, que considera a estos últimos (los metales) las emanaciones materializadas de las energías sutiles de los planetas (es decir de sus deidades), energías que encuentran también sus correspondencias y analogías con los estados psicológicos y espirituales del ser humano, tal y como nos recita el alquimista Stolcius en estos versos:

He aquí el cuadro/ de los tesoros ocultos de la tierra/ He aquí cómo los astros de los cielos/ están encerrados en el corazón de las montañas/ La tierra contiene/ sus propios planetas/ a quienes los elementos/ ofrecen sus cualidades y potencias/ Si tú albergas alguna duda/ observa atentamente todos los metales/ y el Cielo te ayudará a comprender.

Y lo mismo podemos decir de los otros dos reinos de la naturaleza: el vegetal y el animal, expresión viva también de esa interrelación cósmico-telúrica. Recordemos, en este sentido, la importancia otorgada a determinadas plantas y animales en la cosmovisión de todos los pueblos tradicionales y arcaicos, muchos de los cuales concebían al universo como un inmenso Árbol (el Árbol de la Vida), imagen diáfana del "Eje del Mundo" y cuya copa, tronco y raíces están señalando los tres planos o niveles cósmicos: Cielo, Tierra e Inframundo, o Cielo, Atmósfera y Tierra, comprendiendo esta última el Inframundo. 

También se visualiza como el cuerpo de un animal gigantesco, generalmente una tortuga, pez, serpiente, dragón o lagarto, tal el caso de las culturas precolombinas, como la Maya por ejemplo, en la que se menciona a Itzám Ná, el dios lagarto, como un Demiurgo. Lo mismo podemos decir del "Gran Padre Serpiente" entre los aborígenes australianos, el cual tiene un papel eminente en los ritos de iniciación.


Ungut, la Serpiente Arcoiris. Australia.

A los ojos de la Cosmogonía Perenne, las potencias del mundo invisible (desde los espíritus elementales: gnomos, ondinas, sílfides y salamandras, relacionados respectivamente con la tierra, el agua, el aire y el fuego, hasta los dioses intermediarios y celestes) se revelan al mundo visible a través de los distintos reinos de la Naturaleza, y de esta misma tomada en su totalidad, lo que incluye todo lo que se relaciona con los fenómenos terrestres y atmosféricos, y desde luego al propio Cielo con sus constelaciones (boreales, australes y zodiacales), planetas y estrellas, hecho este que conocían perfectamente nuestros antepasados por estar dotados de una mentalidad simbólica y analógica que los hombres de hoy en día hemos reducido a la mínima expresión, y ciertamente sólo ejercitada al nivel más literal, lo que nos ha conducido al "aislamiento" con respecto al Alma y el Espíritu del Mundo. Todos los planos de la existencia, corporal, anímico y espiritual, si bien están jerarquizados (el espíritu es superior a la psique y ésta es superior al cuerpo) son simultáneos e interactúan entre sí, estando como están comprendidos dentro de un Ser único e indivisible.

De ahí que, como dijimos más arriba, la Tierra, y la Naturaleza en su totalidad, constituyan una "matriz" donde lo de "arriba", lo celeste, los mundos superiores, se concretan en lo de "abajo", en lo terrestre, en los mundos inferiores, que aparecen así como un reflejo invertido de aquellos, como la última emanación de un proceso iniciado en la Unidad primordial, tal y como nos enseña precisamente la Cábala a través de las sefiroth del Árbol de la Vida, en donde ese mundo inferior (llamado Asiyah), la Tierra o la Naturaleza, es el soporte, el fundamento, que nos permite ascender, y retornar, a los mundos superiores. Al hilo de esto, Giordano Bruno afirmaba que debemos

pensar en el sol como en un ente que se halla en el azafrán, en el narciso, en el girasol, en el gallo y el león (…). Lo mismo debemos pensar en relación a cada uno de los dioses y para cada una de las especies agrupadas bajo los diversos géneros del ens, puesto que así como la divinidad desciende en cierto modo por cuanto establece comunicación con la naturaleza, debe tenerse en cuenta que una de las formas de ascender a la divinidad es a través de ésta y así, por mediación de la vida que resplandece en las cosas naturales, nos es posible ascender hasta alcanzar la vida que las preside y gobierna. (Citado por Frances Yates en Giordano Bruno y la Tradición Hermética, cap. XII).

Este carácter sagrado de la Naturaleza nada tiene que ver con el vacuo "naturalismo” tan caro a la new age; tampoco con un hecho estético teñido de "romanticismo", o cosas semejantes, que tan alejadas están de esa otra concepción propia de determinados pueblos "primitivos" todavía vivos, como por ejemplo los aborígenes australianos (pero no solo ellos), que consideran que su templo, que su recinto sagrado, es la propia Naturaleza, o la Tierra sin más, considerada una emanación del "Tiempo del Sueño", nombre dado en esos pueblos al Tiempo mítico, al tiempo virginal de los orígenes de la Creación, donde habitan los seres sagrados y los antepasados, los cuales continúan manifestándose y dejando la huella de su presencia indeleble en determinadas rocas, manantiales de agua, pozos, ríos, cuevas, montes, es decir en las formas del paisaje y la geografía de su territorio, que conserva así un carácter permanente de sacralidad.

Desde esa óptica, desde esa visión del mundo como un hecho nacido del canto y la palabra de los dioses, la revelación del Espíritu está siempre inmanente en el corazón del hombre, que contempla una roca, un árbol o una montaña no como objetos que están "fuera" de él, sino de que cada uno de ellos es la expresión tangible de una energía, de una potencia, de una fuerza, de un numen, que brota de lo más profundo y le revela un aspecto esencial de su ser, de su geografía interior vinculada con la totalidad de la Creación. 

Remitiéndonos a la cosmogonía de los aborígenes australianos, existe en ellos determinados símbolos donde se plasma esa geografía del mundo sutil que evoca el recorrido que hicieron los dioses, seres sobrenaturales y antepasados míticos en el origen del tiempo, recorrido que constituye las sendas que unen entre sí los distintos centros sagrados que surcan todo el territorio. Hablamos concretamente de los tjuringas, objetos sagrados hechos de piedra, metal o madera en donde aparecen grabados por ambas caras una serie de líneas y círculos que reproducen aquellas sendas y los centros de la Geografía Sagrada por donde transitaron y transitan los dioses, y con los que se comunican los hombres por medio de la invocación ritual y la concentración en los diseños geométricos del tjuringa como parte de su iniciación en los misterios, y donde predominan los círculos concéntricos y las líneas sinuosas, las cuales simbolizan al Espíritu de la Tierra, diseños, que como otros modelos simbólicos (caso del Árbol de la Vida cabalístico), también son una guía o mapa del cosmos y del alma humana.

 

Tjuringa australiano

Árbol de la Vida cabalístico y los "32 senderos de la Sabiduría".

 

La concepción sagrada de la geografía, nacida de la íntima convicción de la Tierra como el cuerpo de la Gran Madre Universal, es el motivo principal del por qué en todas las sociedades tradicionales sin excepción cualquier modificación que se hiciera sobre el medio natural hubiera de estar previamente enmarcada por la acción de los ritos apropiados, llevados a cabo por sus sacerdotes, teúrgos, magos y chamanes, y siempre de acuerdo con la voluntad de los dioses y de sus energías intermediarias, entre las que debemos contar las zodiacales y planetarias, es decir las astrales, que son las que impregnan, marcan o signan con su presencia sutil el "alma" de una determinada región o territorio, presencia que el ser humano es capaz de experimentar como un aspecto de sí mismo, ya sea que se manifieste en su dimensión superior e inferior, uránica y telúrica, las que sin embargo conviven en el alma humana, cuyos sentidos internos pueden, en efecto, percibir esa “unión” entre el Cielo y la Tierra en la belleza y la arquitectura sutil subyacente en el paisaje, como podemos observar en la siguiente imagen.

 

Meteora. Grecia. Se puede apreciar la integración armónica entre la arquitectura humana y la arquitectura natural.

Hemos de tener en cuenta, en este sentido, que desde el punto de vista hermético y tradicional entre el hombre y la tierra que este habita existe una relación sutil sustentada en la armonía intrínseca que existe entre todas las cosas, de tal manera que un ser humano también "recibe" como parte de su herencia psíquica y espiritual (ya sea en su nacimiento o no) las influencias sutiles de las deidades presentes en aquella tierra. De aquí entonces la importancia otorgada antiguamente a los ritos de "sacralización" de la tierra, pues gracias a ellos las energías de las deidades invocadas quedaban de alguna manera "fijadas" en el lugar determinado, dándole a este su carácter y su especificidad, siempre en relación con la naturaleza y las cualidades de dichas deidades. Cuando estas eran las celestes, esos ritos ejercían una acción "sobrenatural" sobre el medio geográfico, "transmutándolo" en una dimensión superior y convirtiéndolo verdaderamente en un reflejo directo de su arquetipo: la "Tierra Celeste". Los “centros sagrados”, o los “altos lugares” (en el sentido de elevados espiritualmente) son un ejemplo de lo que estamos diciendo. Como decía el pitagórico Porfirio la Tierra física no es otra cosa que el símbolo de lo que es la Tierra en sí misma. 

Es evidente que hoy en día nos cuesta entender todo esto, entre otras razones porque concebimos al espacio y al tiempo como homogéneos y cuantitativos, ignorando sus aspectos cualitativos, simbólicos y metafísicos, que son precisamente los que conocían las antiguas sociedades tradicionales y que aplicaban, por ejemplo, en los ritos de localización y posterior fundación de las ciudades, de las viviendas y los templos, ritos que derivaban de la utilización de aquello que en el Hermetismo se denomina el arte y ciencia de la Geomancia, y que en otras tradiciones y culturas ha recibido diferentes nombres (el feng-shui entre los taoístas, por ejemplo) pero siempre referidos a las mismas ideas y principios.

Hay otras tradiciones, como la mazdea o zoroástrica que hablan del “Ángel de la Tierra”, pues así como cada planeta está gobernado por una deidad, o sea que es esa deidad en el plano físico y sensible, la Tierra es también la corporeidad de una potencia divina, el cuerpo vivo de un Espíritu que habita en todos los seres que la pueblan, y que se proyecta en el alma de cada uno de ellos como una Imagen primordial, su “ángel propio”, que es también una teofanía, una revelación de lo divino perceptible también en los fenómenos naturales, de ahí que pueda hablarse del “ángel de un paisaje”, o “genio del lugar” (genius loci), al que antes nos hemos referido, y que otorga a dichos fenómenos su entidad sutil, su alma, que se funde con la realidad suprasensible que reflejan.[1]

La tradición mazdea denomina al “Ángel de la Tierra” Spandarmat (Spenta Armaiti), que es el paredro femenino de Ahura Mazda, el Dios supremo. Spandarmat se identifica así con la Sofía, la Sabiduría, y en este sentido guarda relación con la Sekhinah de la Cábala, la presencia o “morada” de lo divino en el hombre, o sea una “corporeidad espiritual”, o un “cuerpo de Luz inteligible” que se puede designar como una “geosofía”, una visión interior mediante la cual la Tierra misma se transfigura en su arquetipo celeste, o sea la “Tierra del Sol”, o la “Tierra Polar”, nombres ambos del Paraíso, del que según los maestros herméticos de todos los tiempos está aún en nuestro mundo, si bien muy oculto en la “caverna del corazón”. Francisco Ariza



Comentarios

  1. Tema apasionante, en la que continuaremos adentrarnos. Barcelona España.. AL'ANDALUZ

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    1. Muchas gracias. Si, es apasionante. De hecho esta es una parte de un trabajo más amplio que iremos actualizando en el blog.

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