Apuntes sobre la Tradición Cristiana
1. Un hecho importante que justifica que el Cristianismo fuese en sus orígenes una tradición puramente esotérica e iniciática, y con un simbolismo tendente a los misterios de la Metafísica, es la identificación de Cristo con Melquisedeq, rey de Justicia y de Paz; ese personaje misterioso que aparece varias veces en la Biblia y que según San Pablo es “sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene ni comienzo ni fin de su vida, sino que es hecho semejante al Hijo de Dios; este Melquisedec permanece sacerdote a perpetuidad” (Hebreos 7: 3). Melquisedeq es idéntico al Manu hindú, una manera de denominar la Luz de la Inteligencia divina en esa tradición. Melquisedec tiene como dios a El-Elyon, al “Dios Altísimo”, equivalente a Emmanuel, que es uno de los nombres que recibe Cristo al nacer, y que significa “Dios en nosotros”, o “Dios con nosotros”. Fijémonos que en la palabra Enmanuel está presente Manu: Em-manu-el.
2. Existe un paralelismo evidente entre el comienzo del Génesis y el comienzo del Evangelio de San Juan. Pero así como el relato del Génesis se refiere a la creación del mundo, o del Cosmos, a partir del Fiat Lux, proferido por el Espíritu de Dios (“y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”), el relato de San Juan se refiere a una creación del “hombre interior” a partir de la encarnación de la Palabra o Verbo, que es esa misma Luz, pues tanto una como otra emanan del Intelecto divino, o sea del Pensamiento de Dios.
3. Todas estas palabras y expresiones no son simples afirmaciones “dogmáticas”, o en cualquier caso tienen varias lecturas, la más alta de las cuales permite ver en Cristo al “Hombre Universal”, una expresión que se encuentra en varias tradiciones: es el Adam Kadmón de la Cábala hebrea, el El-Insânul-kâmil del esoterismo islámico, el Wang o “Rey-pontífice” del Taoísmo, el Prajapati hindú (el “Señor de los seres producidos”), y sin ir más lejos el propio Gran Arquitecto del Universo de la Masonería. Fijémonos que el símbolo, o uno de los símbolos del Hombre Universal, es la Estrella de David o Sello de Salomón, cuyos dos triángulos entrelazados representan la unión del macrocosmos y del microcosmos, o sea de Dios y del hombre, y esa “doble naturaleza” (divina y humana) es la que está encarnada precisamente en Cristo, llamado “Hijo de Dios”, pero también “Hijo del Hombre”.
4. La cuestión principal es que con el Cristianismo el Verbo, el Pensamiento y la Palabra “descendieron” en un vientre de mujer no por el deseo de hombre, ni por la sangre, sino directamente del Espíritu del Dios Vivo, como dice San Juan al comienzo de su Evangelio. Por eso la exclamación de María: ¡“Hágase en mí según tu Palabra”! En algunos Evangelios apócrifos se dice que María fue fecundada por el Verbo a través de sus oídos, o sea en su silencio interior, pues el silencio aquí equivale al vacío de la copa, o sea del alma, que necesita estar vacía para ser llenada. Es lo que dice uno de los caballeros del Grial: “No supe que mi alma estaba vacía hasta que fue colmada”. Hay toda una simbólica que relaciona la copa con la matriz, el corazón y la caverna. René Guénon tiene varios capítulos seguidos que habla de esta simbólica tan importante en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
5. Palabra en hebreo se dice Dabar, que también se traduce como “cosa” con lo cual la palabra y la cosa, o el ser, por ella designada, son exactamente lo mismo. Los cabalistas ven aquí, señalada por la lengua sagrada, la identidad esencial entre la Palabra divina y la Creación (considerada como un todo y con cada una de sus partes constitutivas) a que ella da lugar en cuanto se expresa. También nos advierten que la criatura (el efecto manifestado) no está separada de su Ser Arquetípico (de su causa misteriosa y oculta), pues es de él de donde extrae toda su realidad. En consecuencia, el Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra, o sea que la Palabra vehicula el Pensamiento, como el símbolo vehicula la idea-fuerza que porta en su interior. No hay separación entre la expresión, o sea el símbolo, y lo expresado por él. El Pensamiento es el Intelecto divino, el Noûs-Dios de que hablaban los neoplatónicos y hermetistas alejandrinos. Como señala de nuevo a este respecto René Guénon en otro capítulo de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada ("El Verbo y el Símbolo") "con relación a nosotros ese Intelecto se manifiesta y se expresa por la Creación, que es obra del Verbo, y por eso el mundo es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo". Como se dice en los Salmos (XIX, 2): “Los Cielos narran la Gloria de Dios”. Recordar asimismo la identidad entre Dabar y Debir, que era el nombre que recibía el “Santo de los Santos”, el lugar más sagrado del Templo de Jerusalén y relacionado precisamente con la “Gloria de la Shekinah” y el “rocío de luz” de las influencias espirituales.
6. ¿Cómo no ver en la pasión, muerte y resurrección de Cristo tres momentos fundamentales de los Misterios de la iniciación, que ciertamente también están en todas las tradiciones sapienciales, incluida la Masonería, en la que no por casualidad el Maestro Hiram vive su propia pasión, muerte y resurrección a través del nuevo Maestro?
7. Puede ser que la Iglesia exterior, o exotérica, haya asumido hasta tal punto la “forma”, o la "letra", que se encuentre ya completamente “petrificada”, o sea sin ese "Espíritu vivificador" que es precisamente lo esencial de la doctrina cristiana, como la de cualquier tradición por otro lado. Pero la Iglesia exotérica, especialmente desde finales de la Edad Media hasta hoy, ha sido expuesta demasiado a “este mundo”, gobernado por el “príncipe de la Mentira”. Cristo lavó los pies de sus discípulos antes de la Última Cena pues era lo único que tenían sucio por su contacto con lo más inferior. El “lavamiento de pies” no deja de ser en el fondo una parábola más que nos advierte del peligro de ese contacto continuado con esas “serpientes y raza de víboras" (Mateo 23:33), expresión con la que Jesús quiso referirse a la generación de su tiempo, y por extensión a las de los "últimos tiempos", que son los nuestros también.
8. Sin embargo, continúa existiendo la Iglesia Interior, o “Iglesia Secreta” como también se la conoce, cuyo jefe es Juan Evangelista, el “discípulo bien amado” que reposó su cabeza sobre el corazón de Cristo durante la Última Cena. En este contexto cobra sentido el diálogo entre Jesús y Pedro en el que ambos hablan de Juan, y en el fondo de la permanencia viva y no petrificada de la Iglesia Interior, o esoterismo cristiano, hasta los tiempos de la Segunda Venida, o Parusía. He aquí el diálogo entre Cristo y Pedro, recogido justamente por Juan 21: 20-22:
“Entonces Pedro, al verlo [a Juan], dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme. Por eso el dicho se propagó entre los hermanos que aquel discípulo no moriría; pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué?” Francisco Ariza
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