DEL DIOS INEFABLE. "Porque lo ignoro, lo adoro". (Texto y Vídeo)


Por mucho que uno medite y escriba sobre estos temas que tienen que ver finalmente con la metafísica, siempre permanece un interrogante en la conciencia que es muy difícil de desentrañar, tal vez porque lo que pretendemos conocer es en verdad incognoscible, lo cual no exime de la realidad del Misterio, de su “presencia” en el centro de todas las cosas y de todos los seres vivientes, desde las más altas jerarquías angélicas hasta los que habitan los mundos más inferiores de la Creación. Pero no podemos definir ni nombrar el Misterio. Él es inefable e inexpresable.

Por eso existen los símbolos sagrados, pues por su propia capacidad de síntesis ellos nos despiertan otros mecanismos de asociación entre las ideas que no puede despertar el discurso racional. Los símbolos nos acercan a la comprensión de lo inefable. Nos llevan hasta un límite desde donde se puede intuir lo que no tiene nombre, porque los contiene a todos. No podemos describir el “Misterio”, pero sabemos que está ahí, guiándonos, como guiaba al pueblo de Israel aquella columna de fuego y humo por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Nicolás de Cusa hablaba de la “Docta Ignorancia” como el más alto grado de Conocimiento, y en una de sus obras hay un diálogo donde uno de los interlocutores pregunta al otro:

“¿A quién adoras?”

“Lo ignoro”.

¿Y cómo puedes adorar lo que ignoras?

“Porque lo ignoro, lo adoro”.

En el fondo es lo mismo que dice la Cábala cuando para referirse al “Misterio de los Misterios” emplea el siguiente interrogante: “¿Quién?” Y sin embargo es gracias a ese Misterio que el “mundo subsiste”, como se dice en el Zohar, el “Libro del Esplendor”.

Y por citar a otra tradición, recordar lo que se afirma en el versículo XI del Tao-te-King: “Treinta rayos convergen en el centro de una rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda”.

La traducción de esta verdad metafísica a nivel ontológico y cosmológico es precisamente la idea del “Motor Inmóvil”. Esta es también la definición del Ser universal, o sea de Dios en cuanto principio de la Creación, por eso también se ha afirmado que “mientras Dios piensa el mundo, este se hace”, o sea que en Dios el acto de pensar y de crear es simultáneo, es lo mismo. 

Y esto es así porque Dios, la Unidad, no está en el tiempo. Nosotros sí estamos en el tiempo, por eso el pensamiento es antes que el acto. Hay un “espacio temporal”, y un “tiempo espacial” porque la Creación es un rito, un gesto, o movimiento que se resuelve en el aspir y el expir universal. En Dios no hay separación alguna entre su Ser y su Hacer, puesto que en él no existe el tiempo y el espacio, ni otro que no sea Él, que Es ahora, o un “presente reiterado” en palabras de Federico González, que recordamos con cierta frecuencia porque proyecta en nuestra mente una idea-fuerza de gran poder evocador.



El Principio de la Creación es simultáneamente trascendente e inmanente con respecto a ella. El Ser está en el centro de la danza cósmica y simultáneamente en cada uno de los puntos de la periferia. Por eso, en algunas tradiciones, como la hindú, se habla del “Señor de los seres producidos” (Prajapati), y en este sentido está presente en cada uno de esos seres como su “motor interno” (así se dice expresamente), ya que por Él todo existe, pero al mismo tiempo Él en Sí mismo permanece Inmutable y sin cambio alguno (inmóvil), y entonces su nombre es Atmâ, el Sí Mismo trascendente No está afectado por nada ni por nadie, o sea que “no existe”, si por existencia entendemos depender de un principio que no sea Él Mismo, como dice René Guénon en El Simbolismo de la Cruz.

Y también San Agustín en sus Confesiones (VII, 11 y XI, 4):

“Contemplé esas cosas que están debajo de Ti, y vi que ni son ni no son. Tienen una existencia porque vienen de Ti, y sin embargo no tienen existencia porque no son lo que Tú eres. Pues solo ‘es’ esta realidad que permanece inmutable”.

Igualmente, la frase de Ibn Arabí que alguien nos recordaba hace poco: "Nada se manifiesta en Él y por Él que no sea Dios", que expresa la concepción misma de la Suprema Identidad. Pero para nosotros, que habitamos este valle de lágrimas, tenemos que ir poco a poco buscando la salida de nuestro laberinto mental y vital, pues como los prisioneros de la caverna de Platón no podemos de pronto “ver la Luz del Sol” sin cegarnos. Francisco Ariza

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