La Gran Parodia de la Civilización Artificial. (4ª Parte). "El vulgo quiere ser engañado, luego que se le engañe" (René Guénon)
Cuando ya
teníamos prácticamente terminado nuestro artículo, leemos en la prensa[1]
un par de noticias que confirman gran parte de lo que hemos descrito en las
entregas anteriores acerca de una Inteligencia Artificial descontrolada y en manos de una moderna
Plutocracia, con los peligros que esto implica para una sociedad basada en sus
presupuestos. La primera noticia se refiere a la empresa Neuralink, de Elon
Musk, la cual acababa de recibir el visto bueno de la administración
estadounidense:
La administración federal que regula en
Estados Unidos los alimentos y los medicamentos (FDA) dio el visto bueno a que
Neuralink, su forma de implantación de chips en el cerebro de las personas,
inicie el primer ensayo clínico de ese dispositivo experimental en humanos (...). Esta aprobación supone un hito para la compañía, que ha estado
desarrollando un mecanismo del tamaño de una moneda para insertarlo
quirúrgicamente por un robot y capaz de decodificar la actividad cerebral y
vincularla a los ordenadores. El robot, que ha sido llamado R1, tiene la
capacidad de rebanar el cráneo para implantar esa computadora.
El implante
tiene como objetivo que personas con enfermedades neuronales y debilitantes se
comuniquen a través de sus pensamientos gracias a la conexión del cerebro con
el chip. Pero más adelante el periódico “desvela” las verdaderas intenciones
de Elon Musk, lo que él persigue en realidad:
Neuralink tiene ambiciones mucho
mayores. Sus dispositivos persiguen no solo restaurar funciones humanas, sino
mejorarlas, Queremos (señala Musk) superar el rendimiento humano sin
discapacidad con nuestra tecnología [el subrayado es nuestro].
En el mismo
periódico, y en el mismo día, se entrevistaba a la colaboradora de la NASA
Susan Schneider, filósofa e investigadora de la IA, la cual llegaba a mencionar
la posibilidad real de una IA “consciente” que en un futuro no muy lejano
pudiera compartir con los humanos el liderazgo del planeta. Plantear que un
robot pudiera ser “consciente”, es decir tener “alma”, rebasa ya todos los
límites posibles de la estulticia humana, o bien es confundir la consciencia
con lo que sería una “sofisticación” del big-data,
que es la nueva religión (o pseudo-religión) de nuestro tiempo. Esta
investigadora lo dice expresamente, y muy convencida de ello:
A medida que les proporcionas más datos
(a los robots) se vuelven cada vez más sofisticados.
La
consciencia humana participa de la Consciencia universal, es decir de la
Inteligencia divina. ¿Cómo podría entonces una máquina, por muy sofisticada que
sea, participar de ella? Esta investigadora ignora esta realidad, y a lo sumo
confunde la consciencia con la especulación mental llegando a afirmar que
a pesar de que podemos decir que somos
conscientes como seres humanos, no sabemos por qué lo somos. No tenemos una
comprensión filosófica completa. Y no conocemos la respuesta científica en
detalle de por qué somos conscientes. Tenemos teorías, pero no son
incontrovertibles.
La ciencia
(su ciencia) siempre ha de tener la última palabra para verificar o no los
planteamientos sobre la realidad de las cosas. Es la nueva religión, como
decimos, y como tal necesita de adeptos incondicionales que crean ciegamente en
ella, y si no tiene respuestas a las preguntas que se le plantean habrá que
esperar hasta que las obtenga con sus análisis empíricos, lo cual demuestra una
vez más que esa ciencia no puede ir más allá del mundo sensible, desconociendo en suma que,
como decía Federico González en la última entrega de esta serie, la ciencia no
es solo física, pues su grado más alto es la Revelación, o sea que el
conocimiento de lo Sagrado es la mayor experiencia.
Más
adelante, a la pregunta de cuáles son los principales retos éticos del
desarrollo de una IA con consciencia, Susan Schneider señala lo siguiente:
Los que más se han manifestado en estos
debates han sido los que podríamos llamar defensores de los derechos de los robots. Hablan de lo terrible que sería equivocarse y asumir que no son
conscientes cuando sí lo son, porque podrían
sufrir y sentir una serie de emociones (sic). Si en la Tierra hay otro grupo de
individuos altamente inteligentes que son conscientes, estaríamos compartiendo
el liderazgo del planeta. Les estaríamos dando el tipo de derechos que les
damos a los humanos, así que una IA, un voto. La IA puede ser más inteligente
que nosotros en todo tipo de formas. Y son solo tecnologías incipientes. Creo
que dentro de cinco años tendremos una superinteligencia. No veo un límite
estricto en el desarrollo de este tipo de grandes
modelos de lenguaje.
Y ya por
último se le plantea una última cuestión, concerniente a la posibilidad de que
la IA extermine a los humanos:
No tengo la menor idea. En mi centro
acabo de organizar una charla con Eliezer Yudkowsky [un defensor de la “IA
amigable”]. Él está absolutamente convencido de que estamos condenados.
Entendemos la lógica de su razonamiento impecable. Es, definitivamente un
riesgo, y por eso tenemos que crear una IA segura ahora. Hay que tomarse todo
esto muy en serio. Lo extraño es que las empresas de tecnología van tirando
hacia adelante. Imagino que el Gobierno y el Departamento de Defensa de EE.UU.,
China... tienen una capacidad armamentística por la IA en estos momentos.[2]
Con esta
investigadora de la NASA tenemos el ejemplo de una persona que reconoce los
peligros de una IA descontrolada, pero que al mismo tiempo está muy
sugestionada por sus avances, firmemente convencida de que una
superinteligencia electrónica puede llegar a tener consciencia, o mejor dicho
que ya la tiene en sus últimos y más sofisticados modelos actuales, aunque,
como dice, estos son incipientes comparado con lo que será en un futuro no muy
lejano.
Reconocemos
no salir de nuestro asombro ante esa idea absurda de la consciencia “nacida” de
un artilugio electrónico porque, o bien estos científicos y “filósofos”
desconocen lo que es la verdadera consciencia o tienen de ella una idea muy
distorsionada, “paródica” podríamos decir, en concordancia con la “gran
parodia” que representa la civilización cibernética y artificiosa en la que ha
surgido esa mentalidad, o mejor dicho: ha sido esa mentalidad, “sugestionada”
previamente, la que ha provocado la aparición de dicha civilización. Para que
haya consciencia, aunque sea al nivel más elemental, ha de haber un espíritu
que le insufle vida, y evidentemente en una máquina esto es imposible. Se
pueden fabricar máquinas, pero no seres vivientes, porque es el Espíritu el que
falta y el que faltará siempre en esos engendros. A lo sumo puede haber un
“simulacro”, una “copia” o una “falsificación” de consciencia, y esto es
justamente lo que hacen los ingenieros de la IA, los cuales son los primeros en
haber sido “sugestionados” para creer en semejante despropósito.
Por lo
tanto, es sobre todo de sugestión de lo aquí se trata, y esta ha sido
hábilmente llevada a cabo por una corriente negadora de la Tradición
sapiencial, corriente que pese a existir como una posibilidad negativa dentro
de las tradiciones auténticas (de ahí el término de contra-tradición acuñado
por Guénon), emergió con fuerza a finales del Renacimiento sustentada en las
desviaciones doctrinales generadas por el impacto que el racionalismo produjo
en la filosofía y la ciencia, y que tuvo como objetivo principal cortar todo
vínculo con las realidades trascendentes, encerrando no solo al
ser humano en la esfera corporal y psíquica de su individualidad, sino que,
como señala Guénon, una vez reducido a ese ámbito se hizo
necesario desviar la atención (...)
hacia las cosas exteriores y sensibles con el fin de encerrarle (...)
únicamente en el ámbito corpóreo; este es el punto de partida de toda la
ciencia moderna, que al adoptar continuamente esta dirección, debía hacer de
esta limitación algo cada vez más efectivo. La constitución de las teorías
científicas o filosófico-científicas, valga la expresión, también tuvo que
proceder de forma gradual; de manera que el mecanicismo preparó directamente el
camino del materialismo que, de forma hasta cierto punto irremediable, se iba a
encargar de señalar la completa reducción del horizonte mental al mero ámbito
corpóreo, considerado como la única “realidad” (...). Tras haber cerrado el
mundo corpóreo de la forma más completa posible, era preciso, al mismo tiempo
que se impedía el restablecimiento de toda comunicación con los ámbitos
superiores, abrirlo por abajo con el fin de introducir en él las fuerza
disolventes y destructivas del ámbito sutil inferior; por lo tanto, podríamos
decir que los elementos constitutivos de esta segunda parte o fase a la que
acabamos de aludir son el “desencadenamiento” de tales fuerzas y su puesta en
acción para consumar la desviación de nuestro mundo. (El Reino de la
Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXVIII: “Las etapas de la acción
antitradicional”).
En este libro René Guénon habla extensamente del elemento “sugestionador” de la contra-tradición y el papel tan importante que ese elemento ha desempeñado en la creación de la civilización moderna y la mentalidad que la sostiene, y cuyo corolario es la civilización cibernética, o artificial. Guénon murió hace 73 años, y sin embargo describió perfectamente en esa obra (también en La Crisis del Mundo Moderno) cómo sería la sociedad de nuestro tiempo, que coincidirá con el fin de ciclo del Manvantara actual.
En relación con lo
que estamos diciendo, en uno de los capítulos de este libro, Guénon señala algo
que nos parece significativo en la medida que explicaría como ha podido suceder
que ninguno de los falsos paradigmas (el progreso indefinido, el racionalismo,
el evolucionismo, el pseudoespiritualismo, el igualitarismo, la uniformización
del pensamiento, etc.) sobre los que se ha edificado la mentalidad moderna no
hayan sido cuestionados nunca. Dice Guénon:
Existe
en el propio mundo moderno un secreto mejor guardado que cualquier otro: el de
la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido a la mentalidad actual,
constituyéndola, ‘fabricándola’ podríamos decir, de tal forma que se ve
obligada a negar la existencia, o incluso la posibilidad de aquella [de la
sugestión], lo que es ciertamente el mejor medio, dada su verdaderamente
‘diabólica’ habilidad, para que el secreto nunca llegue a ser descubierto. (El Reino de la Cantidad y los Signos
de los Tiempos, cap. XII: “El odio por el secreto”).
Eso se debe
fundamentalmente al hecho de que esos paradigmas no nacieron de forma natural y
espontánea, sino que han sido efectivamente el resultado de una lenta pero
eficaz labor de sugestión que lógicamente, y debido a su alcance histórico, no
podría haberse hecho de golpe, sino por etapas, hasta alcanzar su objetivo: la
creación de una sociedad completamente desacralizada y con un alto nivel de
infantilización que la hace propensa a la fácil y constante manipulación y
engaño, el cual es aceptado de buena gana pensando que eso es el “progreso”, y
claro cómo va uno a oponerse al progreso, sin preguntarse previamente si en
ocasiones el progreso no sería más bien conservar lo que de más valor ético y
espiritual hay en una sociedad para evitar precisamente su desintegración.[3]
Pero en nuestro tiempo hay como una aceptación generalizada a dejarse engañar,
y a este respecto Guénon nos recuerda el dicho latino Vulgus vult decipi, ergo
decipiatur: “El vulgo quiere ser engañado, luego que se le
engañe".
Esa
sociedad es la nuestra, la más sugestionada de la Historia por los enemigos de
la verdadera espiritualidad. Si no fuese así, no se explicaría cómo se puede
llegar a creer realmente en todas las ilusiones (y “alucinaciones”) proyectadas
por los ingenieros cibernéticos, que prometen la panacea universal, pero que en
el fondo lo que buscan es el dominio absoluto sobre la vida humana, ya sean estos conscientes o no. No podemos
entrar en describir pormenorizadamente las sugestiones engañosas que se derivan
de la IA, en consonancia con el “espíritu” de nuestro tiempo, y que cualquier
persona bien informada reconoce en todas las vertientes de la sociedad actual, ya
sea en la política, la economía, los deportes, la cultura (lo que queda de ella), etc. Lo que
queremos subrayar es que el objetivo real de la IA (junto al “híbrido
hombre-máquina”) es claramente dominar al ser humano una vez ha colonizado
definitivamente su pensamiento, y en consecuencia su “consciencia”.
La IA es la
última expresión de esa “magia invertida” de la que nació la ciencia moderna.
Parafraseando a Guénon, y vista la influencia que sus aplicaciones están
teniendo sobre el ser humano, podríamos decir que la IA está directamente
inspirada por la “contra-tradición”, y sería la “marca”, o una de las “marcas”,
por la que podemos reconocer su acción disolvente sobre nuestro mundo. Las
siguientes palabras de Guénon, y con ellas terminamos esta serie, definen la
naturaleza de la “contra-tradición” (y de nuestra “civilización artificial”
como expresión de ella), palabras que parecen haber sido escritas hoy
mismo:
La
acción antitradicional debía apuntar necesariamente a la vez a cambiar la
mentalidad general y a destruir todas las instituciones tradicionales en
Occidente, puesto que es ahí donde se ha ejercido primero y directamente, a la
espera de poder buscar el extenderse después al mundo entero por medio de los
occidentales así preparados para devenir sus instrumentos. Por lo demás, al
haber cambiado la mentalidad, las instituciones, que desde entonces ya no se le
correspondían, debían por eso mismo ser fácilmente destruidas; así pues, es el
trabajo de desviación de la mentalidad el que aparece aquí como verdaderamente
fundamental. (El Reino de la Cantidad y los Signos
de los Tiempos, cap. XXVIII).
Es bastante destacable que, en todo el
conjunto de lo que constituye propiamente la civilización moderna, cualquiera
que sea el punto de vista desde el que se la considere, siempre se haya podido
constatar que todo aparece como cada vez más artificial, desnaturalizado y
falsificado (Ibíd.).
No
obstante, bastaría, nos parece, un poco de lógica para decirse que, si todo ha
devenido así artificial, la mentalidad misma a la que corresponde este estado
de cosas no debe serlo menos que lo demás, que ella también debe ser “fabricada”
y no espontánea; y, desde que se hubiera hecho esta simple reflexión, ya no se
podría dejar de ver cómo se multiplican por todas partes y casi indefinidamente
los indicios concordantes en este sentido; pero es menester creer que es
desgraciadamente muy difícil escapar completamente a las “sugestiones” a las
que el mundo moderno como tal debe su existencia misma y su duración (Ibíd.).
Además, lo falso es forzosamente también lo “artificial”, y, a este respecto, la “contratradición” no podrá dejar de tener también, a pesar de todo, ese carácter “mecánico” que es el de todas las producciones del mundo moderno, del que ella será la última; más exactamente todavía, habrá en ella algo comparable al automatismo de esos “cadáveres psíquicos” de los que ya hemos hablado precedentemente, y, por lo demás, como ellos, estará hecha de “residuos” animados artificial y momentáneamente, lo que explica también que no pueda haber en ella nada duradero; si se puede decir, ese montón de “residuos”, galvanizado por una voluntad “infernal”, es, seguramente, lo que da la idea más clara de algo que ha llegado a los confines mismos de la disolución. (Ibíd., cap. XXXIX, “La gran parodia o la espiritualidad al revés”). Francisco Ariza
[1] La Vanguardia 27-5-2023.
[2] Precisamente, y con respecto a esto último, uno de los “signos” que distinguieron al siglo XX desde sus comienzos, y que no ha decaído con el siglo XXI, sino todo lo contrario, es la “entente” entre la industria y el estamento militar. Esa entendimiento ha sido fundamental para el desarrollo de la ciencia moderna en sus aspectos más destructivos; véase, por poner un solo ejemplo, el “Proyecto Manhattan”, destinado a la creación de las primeras bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente.
[3] El Renacimiento es un buen ejemplo de un período histórico
en donde la idea de progreso consistía justamente en volver la mirada hacia los
modelos culturales de la Antigüedad Clásica.
La Gran Parodia de la Civilización Artificial (1ª Parte). Entre Escila y Caribdis
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