JASÓN Y LOS ARGONAUTAS. Mitos de la Grecia Arcaica (Tercer Episodio)



Construcción de la nave Argo. Relieve de terracota, s. I d.C. British Museum.
Atenea interviene con su sabiduría y ciencia en la construcción de la nave Argo, cuyo nombre significa “veloz”, como lo es el rayo y la luz, de ahí su relación con la “blancura”. De hecho, la palabra griega Argus tiene la misma significación etimológica que el latín argentum, plata, o sea el color blanco. No es de extrañar entonces que el constructor de la nave se llamase también Argos, el cual aparece a la derecha de la imagen trabajando en la proa con sus herramientas, junto a Atenea y el propio Jasón. Argos es también la ciudad de donde parte la nave, que en sí misma es la imagen de un centro espiritual que, en este caso, se “mueve” por las procelosas aguas del mundo inferior. Con ella Jasón y los Argonautas se dirigirán a la Cólquida en busca del Vellocino de Oro, recalando en distintos lugares significativos de la geografía griega y mediterránea, como la isla de Samotracia, por ejemplo, donde reciben las iniciaciones mistéricas y los conocimientos necesarios para arribar a su destino.
La madera que se empleó para la construcción de la nave procedía de los pinos del monte Pelión, donde habitaba el divino Quirón, el médico de los centauros, quien crió a Jasón y a otros héroes. Fue precisamente Quirón quien le puso el nombre a Jasón, que quiere decir "el que aporta salud", refiriéndose sobre todo a la salud espiritual. No en vano él era el jefe de los Argonautas, y el escogido para conducirlos a la Cólquida. Pero el mástil del barco, es decir su eje, procedía de un roble del bosque sagrado de Dodona (roble que aparece asimismo en la imagen), cuyo oráculo -consagrado a Zeus y el más antiguo de Grecia según Heródoto- se comunicaba a través de las hojas movidas por el viento y el vuelo de ciertas aves. Por eso se dice que la nave poseía el don del habla, es decir del sonido articulado que manifestaba las secretas armonías del Cielo y de la Tierra, es decir del Cosmos en su totalidad.
Esa relación con los vientos, lo aéreo y la luz hacen de Argo una especie de “arca” sonora y luminosa donde se reproducen dichas armonías. Es significativo en este sentido que fuese el caparazón de una tortuga el que presidiese la proa de la nave, ya que de él se hicieron las primeras liras con las que los poetas y vates transmitían la sabiduría ancestral.
Argo es, pues, una nave cuyas velas son propulsadas por el soplo de los dioses, que así se comunicaban permanentemente con su tripulación, entre la que se encontraba lo más granado de la generación heroica de su tiempo, empezando por Jasón y Heracles, a los que hay que añadir Orfeo y los gemelos Cástor y Pólux, y así hasta cincuenta, un número significativo dentro de la tradición griega. Bajo esa guía y protección los Argonautas emprenden su aventura hacia los “mares simultáneos” del Conocimiento, una aventura no exenta sin embargo de peligros que ponen a prueba su temple, valor y grado de compromiso con los dioses olímpicos, que no entregan la ambrosía, o alimento de inmortalidad, sin el sacrificio – o “hacer sagrado”- de la individualidad. Francisco Ariza


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