"RENE GUENON Y EL OCASO DE LA METAFÍSICA" (Reseña en SYMBOLOS Nº 5)



RENE GUENON Y EL OCASO DE LA METAFISICA. 
Francisco García Bazán. 
Obelisco, 1990 Barcelona. 115 págs.

Este libro pretende sumarse a los diversos estudios e investiga­ciones que se vienen realizando desde hace ya un tiempo en torno a la obra de René Guénon, y que se han visto acrecentados desde el centenario del nacimiento de éste, ocurrido en 1986. Sin embargo, en este caso, además de no decir ni aportar nada nuevo, el autor, García Bazán, hace gala de una completa falta de comprensión hacia dicha obra, incomprensión que es paralela a la que demuestra hacia la propia doctrina tradicional. Ciertamen­te poco tendríamos que decir si sólo se tratara de incomprensión pura y simple (lo cual, dicho sea de paso, ya es mucho para alguien que se dice "biógrafo" de Guénon, cuando pretenciosa­mente se refiere a él como "nuestro biografiado"), pero si además de eso se confunden, enredan y se ter­giversan las ideas, el asunto ya es más serio y grave. Y es esto lo que bajo ningún concepto se debe permitir, que alguien utilice la doctrina, y la obra de quien la ha expuesto con tanta coherencia y claridad, para desfigurarla y desvirtuarla hasta convertirla en una caricatura de ella misma. En tal caso, y en honor a la verdad, no queda más remedio que denunciar y desenmascarar tal impostura.

Para empezar, ya el título mismo es un contrasentido, pues ¿có­mo puede hablarse de "ocaso de la metafísica"? Afirmar esto impli­ca, de hecho, situar a los principios universales y a las ideas eternas (que son el dominio de la metafísica) dentro de la corriente del devenir temporal, cuando precisamente esos mis­mos principios e ideas son supra-temporales y supra-cósmicas, es decir que se re­fieren a lo inmanifestado y arquetípico. Todo ocaso indica una decadencia, ¿y cómo puede decaer algo que ni tan siquiera está manifestado? Lo que sí está en ocaso es la com­prensión de la inmensa mayoría de nuestros contemporá­neos hacia esas ideas y principios, de las que no tienen la menor no­ción, lo cual, evi­dentemente, es muy distinto. Y si es esto último lo que el autor quería decir (lo cual en verdad dudamos), ¿por qué no eligió otro título más apropiado y menos ambiguo, evi­tando así enojosas confusiones?

Por otro lado, ridículas y reiteradas expresiones tales como "el tradicionalista de Blois", o "el credo guenoniano de inspiración tradicionalista", demuestran, con un simple ejemplo, que García Bazán ha leído la obra de Guénon de una manera muy superfi­cial y sin profundizar lo más mínimo en ella, pues de lo contrario sabría que éste ha distinguido claramente y en diversas ocasiones entre hombre tradicional y tradicionalista, siendo éste último en palabras del propio Guénon el que "sólo da prueba de una ten­dencia o aspiración hacia la tradición sin contar con ningún conocimiento real de ésta". Huelga decir que éste no es el caso de Guénon, ¿o aca­so cree García Bazán que sí? Y lo del "credo gue­noniano" pertenece al mismo orden de confusiones que "la meta­física guenoniana sedienta de Absoluto" (pag. 83), como si la metafísica, además de "sedienta", pudiera ser de la propiedad de alguien, equívoco éste tantas veces denunciado por el propio Guénon. 

Ha­blar de "metafísica gue­noniana" es como dar a entender que hay otra metafísica no guenoniana, esto es, que habría varias metafí­sicas, siendo cada una de ellas el resultado de los puntos de vista de una determinada individualidad, lo cual es manifiestamente absurdo. Pero no menos cierto es que a semejantes absurdidades conducen afirmaciones como éstas y otras semejantes a ellas de las que tanto abundan en el libro. Por ejemplo, cuando dice algo tan vago y fatuo como "las diversas religiones del cosmos", o tan cursi como "la eternidad, originalidad sin desmedro", o cuando al hablar del bautismo lo denomina "la iniciación religiosa", como si lo iniciático y lo religioso no se correspondieran con dos órdenes de realidad diferentes, lo esotérico y lo exotérico, que si bien son complementarias en cierto sentido, bajo ningún concepto habría que mezclar ni situar al mismo nivel.

Como decimos, todo el libro está tan repleto de este tipo de con­fusiones e inexactitudes, que sin duda ya serían más que suficientes para no otorgar al autor la más mínima credibilidad en asuntos que tienen relación con la doctrina. Precisamente, es por este motivo que los errores más abultados aparecen cuando da su propia interpretación de las ideas tradicionales, como es el caso del capítulo III, titulado "René Guénon, la gnosis y el gnosticismo". 

Así, en el apartado "La doctrina metafísica", nos preguntamos qué quiere decir el autor con lo siguiente: "Lo infinito, que rechaza no sólo toda finitud, aunque sea inacabada según el número y la cantidad, sino también la simultaneidad o eternidad de los seres infinitos e incluso según la plenitud de su felicidad" (pág. 33). No sabemos de dónde habrá sacado este autor (de Guénon desde luego que no) que el Infinito 'rechace' lo finito o cualquier cosa, y mucho menos "la simultaneidad o eternidad de los seres infinitos", pues esto sería como decir que hay varios infinitos o eternidades que se rechazan mutuamente, lo cual, volvemos a repetir, no se sostiene de ninguna manera. ¿No estará confundiendo eternidad con perennidad e indefini­tud, error éste también advertido por Guénon en numerosas ocasiones? Creemos que efectivamente es así, confirmando la inca­pacidad del autor para ir más allá de ciertos límites, desde luego muy estrechos a juzgar por lo que expone en este libro. 

Y en la misma página, hablando de lo manifestado y lo inmanifes­tado, dice: 

"el No-Ser, fundamento permanente al que oculta el orbe de los arquetipos, no obstante su perfección, la fuerza gene­ratriz del alma del mundo y, con mucha mayor razón el cosmos de la mudanza por ésta generado". 

Aparte de lo enrevesado e ilegible que resulta este párrafo de él se deduce que el No-Ser (lo no-manifestado) es el principio generador del Alma del Mundo, lo cual es completamente falso, ya que es el Ser o la Unidad pri­mordial (el Espíritu del Mundo o principio de la manifestación, idéntico al "motor inmóvil" de Aristóteles y al Logos spermatikos de los filósofos alejandrinos) el que por su irradiación "luminosa" genera el Alma del Mundo, esto es, la fecunda, lo que equivale a la operación del Fiat Lux, por medio de la cual el cosmos u orden universal es extraído del caos de las potencialidades latentes.

Por otro lado, no nos parece muy acertado que digamos utilizar la expresión "fundamento permanente" para referirse al No-Ser, cuando precisamente la palabra 'fundamento' (sinónimo de soporte o sostén) alude al aspecto "substancial" de la manifes­tación, y es claro que el No-Ser, por el mismo hecho de su in-manifestación, no puede ser soporte de nada. Lo que el autor por lo visto ignora es que todas las cualidades y atributos creados proceden del Ser y a él se remiten constantemente, pero asignar un atributo al No-Ser sería condicionarlo o determinarlo de algu­na manera, cuando el No-Ser es absolutamente inefable e incon­dicionado, y nada de lo creado puede, por tanto, definirlo, pues como dice Guénon en Los estados múltiples del ser: 

"…las ideas más universales, siendo las más indeterminadas, no pueden expresar­se, en la medida en que son expresables, más que en términos negativos en su forma", 

o con ex­presiones tales como el vacío y el silencio. En la tradición hindú el Ser y el No-Ser equivalen, res­pectivamente, a Brahma saguna, o Brahma "cualificado" o con atributos, y a Brahma nirguna, o Brahma no-cualificado o sin atri­butos, en el sentido de que está más allá de ellos.

Esta confusión entre el No-Ser y el Ser se repite en varias oca­siones en el libro, como cuando dice que Guénon "ha considera­do la realidad toda como estados diferentes y jerarquizados del No-Ser" (pág. 75-76), siendo evidente que Guénon nunca ha dicho tal cosa, pues toda diferencia y jerarquía entre los estados, seres y mundos que constituyen el conjunto de la manifestación o existencia universal se establecen a partir del Ser por constituir su principio. En los estados de no-manifestación la idea de jerar­quía, o de superior e inferior implícitos en ella, carece de todo sentido.

¿Qué es lo que se desprende de todos estos equívocos? A nuestro entender la evidencia de que el autor no considera para nada al Ser, y en consecuencia a la cosmogonía, cuyo conoci­miento, precisamente, constituye el soporte para acceder a la metafísica. Niega, por tanto, la realización personal, y con ella la labor di­dáctica e iniciática de los símbolos universales, contra lo afirmado unánimemente por todas las tradiciones. De ahí que en otro lugar diga que el 

"conocimiento... se lleva a cabo no por imágenes o representaciones intelectuales, sino por una paulatina o gradual transformación del sujeto que conoce en el objeto conocido, hasta lograrse la Identidad Suprema" (pág. 36). 

Pero, entonces, ¿cómo se efectúa esa "gradual" transformación, sino es mediante la compren­sión profunda de lo revelado por las imá­genes y representaciones simbólicas, es decir, de las energías ordenadoras y principios que a través de ellos se comunican, posibilitando así la identificación del ser que conoce con el cono­cimiento mismo.

Ante tales desatinos y confusiones en el plano de las ideas, nos parece una provocación inaceptable el que pretenda "corre­gir" a Guénon y tacharlo poco menos que de ignorante cuando en ocasiones éste advirtió ciertas desviaciones de determinadas sec­tas gnósticas, como aquellas que atribuían un carácter femeni­no al Espíritu Santo, error surgido, según Guénon, de una "falsa asimilación de la Trinidad ", pues 

"...el carácter femenino así atri­buido al Espíritu Santo no concuerda de ningún modo con el papel, por el contrario esencialmente masculino o 'paternal', que indiscutiblemente es el suyo en la generación de Cristo" (La Gran Tríada, cap. I). 

Pues bien, García Bazán llega a decir que Guénon afirmaba esto porque "se trata de un punto que acaso no conocía a fondo, por eso lo atribuye a desviaciones doctrinales" (pág. 40, n.10), cuando, como estamos viendo, el que realmente ignora y confunde todo es él. Conviene decir que para Guénon las desviaciones doctrinales de ciertas escuelas gnósticas (que florecieron durante los primeros siglos de nuestra era) eran atribuíbles al carácter "sincrético" que adoptaron muchas de sus teorías debido a la mezcla que hicieron de las enseñanzas proce­dentes del esoterismo cristiano y de ideas orientales, éstas últi­mas, dice Guénon, "...probablemente mal comprendidas por los griegos, y revestidas de formas imaginativas que apenas tienen algo que sea compatible con la intelectualidad pura". 

Pero, al mismo tiempo, Guénon reconoció que dentro de esa denomina­ción "genérica de gnosticismo… habría, sin duda, muchas distin­ciones que hacer", y "es posible encontrar cosas más dignas de interés, menos mezcladas de elementos heteróclitos, de un valor mucho menos dudoso y de una significación mucho más segura". Estos son los motivos de que también dijera que la "denomina­ción de gnosticismo es harto vaga y parece, efectivamente, haber sido aplicada indistintamente a cosas muy diferentes" (todas estas citas en "Oriente y Occidente", págs. 197-198). Por todo ello, no vemos dónde está ese supuesto "juicio ambiguo, pero más bien negativo" con respecto al gnosticismo histórico que García Bazán atribuye a Guénon, de ahí que le extrañe que éste citara en algunas de sus obras textos considerados como gnósticos y otor­gándoles un valor tradicional indiscutible, cual es el caso de la Pistis Sofía, siendo éste texto, precisamente, una de esas "distin­ciones" apuntadas por Guénon.

Pero aún va más lejos en sus impertinencias cuando a raíz de una alusión que hace Guénon en Los estados múltiples del ser acer­ca de los términos "Abismo" y "Silencio" utilizados por ciertas escuelas del gnosticismo alejandrino para designar aspectos del No-Ser, dice (pág. 46) que éste 

"no llega a explicar la especifici­dad del sentido gnóstico, porque, evidentemente no tenía seguri­dad". 

Como si fuera posible explicar esa supuesta "especificidad", cuando en realidad esos términos gnósticos aluden a principios universales, y que, por consiguien­te, están muy alejados de cualquier sentido 'específico', que siem­pre caracteriza a una especie o género, esto es, a lo individual. 

Está claro que García Bazán se inventa unas contradicciones y lagunas doctrinales en Guénon que, evidentemente, no existen sino en su mente. Y para colmo, en sus conclusiones a este capí­tulo, afirma imperturbable que 

"la posición no definida con pre­cisión por Guénon… obedece a un prejuicio personal sobre el gnosticismo nacida de una experiencia de juventud frustrada en relación con él, después de su paso por la Iglesia Gnóstica fun­dada por Jules Doinel" (pág.48). 

Esto es increíble. Decir que en Guénon prevalecen prejuicios de tipo personal sobre cualquier cosa que él haya escrito, testimonia un absoluto desconocimiento de su obra y de su función tradicional, además de sugerir de una manera velada la posibilidad de que en otras cuestiones Guénon también estuviera condicionado por prejuicios personales, con lo cual su indiscutible autoridad en asuntos de doctrina quedaría mermada. ¿No será esto último lo que persigue García Bazán? De ser así, debemos pensar que ese desconocimiento va acompa­ñado también de una buena dosis de mala fe, cuyo objetivo principal consistiría en acabar negando esa misma autoridad.

Nuestra impresión viene corroborada por el reproche que le lanza —al final del capítulo IV titulado "René Guénon y la Iglesia Gnóstica"— por la "postura paradójica" (ya hemos visto que esa postura sólo existe en su imaginación) que éste mantiene "ante el gnosticismo histórico", porque, continúa, 

"nuestro autor (Gué­non) rechaza en varias oportunidades el gnosticismo como vía esotérica, pero considera sus obras y motivos como tradiciona­les". 

Quisiéramos saber qué de extraño y de paradójico hay en ello cuando el caso del auténtico gnosticismo histórico es seme­jante al de otras escuelas y organizaciones esotéricas e iniciáticas ya desaparecidas como tales, y que, por el hecho mismo de su desaparición, no pueden ya servir para vehicular la transmisión de la influencia espiritual. Pero al mismo tiempo, dicha desapa­rición no impide de ninguna manera que las enseñanzas más o menos completas que nos han llegado de dichas escuelas (ense­ñanzas transmitidas fundamentalmente a través de sus símbolos y documentos escritos) continúen siendo válidas, pues al fin y al cabo todas ellas son expresiones de la Gnosis Perenne o Tradi­ción Unánime. 

Es esto lo que Guénon pensaba al respecto, pero aun así este autor insiste en que "los conocimientos que Guénon poseía del gnosticismo eran insuficientes", para añadir a conti­nuación que "Una mejor información lo hubiera tornado más benévolo". 

"Así y todo —continúa— hubiera sostenido la posición de incertidumbre, pues lo que claramente (las cursivas son nuestras) apoya la aparente ambigüedad de Guénon (aquí dice 'aparente' cuando con anterioridad afirmaba sin más esa ambigüedad) en relación con el gnosticismo era su seguridad indudable de que como vía iniciática se ofrecía al Occidente moderno como una solución impracticable." 

Ya hemos visto las razones de por qué eso era así. El párrafo siguiente merece ser leído con atención: 

"Pasados los años, René Guénon encontró el medio de iniciación que buscaba, pero dejó flotando en la atmósfera de los espíritus realmente inquietos por la sabiduría metafísica la pregunta fundamental: ¿En qué espacio desconocido brillan los indicios del sendero que conduce a la realización metafísica? Sin tal recuperación Occidente seguirá siendo el ocaso de la humani­dad"

Realmente considerar así las cosas raya en el desprecio puro y simple hacia la obra de Guénon, pues lo que expresa este párrafo es que dicha obra ha servido para bien poca cosa, ya que esos "espíritus inquietos" no han podido encontrar en ella ningún indicio de realización metafísica. Y de ahí a afirmar que la culpa de que esa recuperación no sea posible la tiene Guénon por no haber admitido el gnosticismo como vía esotérica para nuestro tiempo, sólo hay un paso.

En el capítulo V —"René Guénon y la Masonería"— se evidencia nuevamente la tendencia del autor hacia la tergiver­sación y la falsedad. Así, al referirse a la masonería dice de ella que 

"...no puede colaborar, a causa de sus condiciones precarias, a que el sujeto iniciado desate su acción íntima y alcance la iniciación real o el proceso y posterior plenitud en el nivel individual, logro del estado primordial que corona los 'pequeños misterios' y torna apta a la conciencia para el ingreso en los 'grandes misterios', que son ya más que individuales" (pág. 65). 

En primer lugar, afirmar que la masonería "no puede colaborar" en la realización espiri­tual del individuo es como negar a ésta cualquier valor, cuando hay que distinguir netamente lo que es la masonería como institución tradicional (con sus ritos y símbolos iniciáticos heredados de forma regular y legítima, y por consi­guiente perfectamente válidos para efectuar el proceso de Cono­cimiento) de los comportamientos y tendencias hacia lo profano que puedan mostrar algunas o muchas de las logias actuales. Esta solapada aversión hacia la masonería la manifiesta el autor también hacia el cristianismo, en el que sólo ve su aspecto más exterior, aunque hable de esoterismo cristiano, pero sin entender de qué se trata en realidad. Y en cuanto a que los "grandes mis­terios" son más que individuales (esto es, supra-individuales e incondicionados), ciertamente es así, pero, por ello mismo la consciencia no puede optar a ellos, pues como dice Guénon en Los estados múltiples… (cap. XVI): 

"La consciencia, incluso en su forma más general y sin restringirla a su forma específicamente humana, no es más que un modo con­tingente y específico de conocimiento bajo ciertas condiciones, una propiedad inherente al ser considerado en ciertos estados de manifestación; con ma­yor razón no podría hablarse de ella en ningún grado para los estados incondicionados, es decir, para todo lo que sobrepasa al Ser, puesto que ni siquiera es aplicable a todo el Ser". 

Parafra­seando lo que el propio Guénon dice en otro lugar, a esos esta­dos, que constituyen la realización metafísica, no se accede por "grados" como sucede con la realización ontológica ni por el aná­lisis, sino mediante la síntesis que proporciona la pura intuición intelectual.

Desde luego, tendríamos muchas más objeciones que hacer sobre lo vertido en este libro, pues podemos asegurar que pocas páginas hay en él cuyos contenidos, en parte o totalmente, no merezcan una descalificación, excepto, naturalmente, las trans­cripciones literales que toma de Guénon y de otros autores tradi­cionales. De García Bazán, de sus conclusiones e interpretaciones, prácticamente sólo salen confusiones y una sospechosa reinci­dencia en la contradicción, lo que nos hace pensar que estamos ante una de esas personas de las que el mismo Guénon decía que, ya sea de manera consciente o inconsciente, sus acciones sólo sirven a la subversión anti y contra-tradicional. Francisco Ariza

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