"REFLEXIONES DE UN CRISTIANO SOBRE LA FRANC-MASONERÍA". (Reseña de Francisco Ariza. SYMBOLOS nº 13-14, año 1997)
Mandil, collares y joyas del Grado 18º, Soberano Príncipe Rosa-Cruz
REFLEXIONS
D'UN CHRETIEN SUR LA FRANC-MAÇONNERIE. "L'Arche
vivante des Symboles".
Denys Roman.
Editions Traditionnelles, París 1995. 280 pgs.
Al igual que René Guénon et les Destins de la Franc-maçonnerie (que ya tuvimos ocasión de reseñar) el presente volumen reúne una parte importante de los artículos y
estudios publicados por el autor en diversas revistas masónicas y
tradicionales. Denys Roman pertenece a esa generación de masones que desde los años cuarenta participaron activamente en
dar a conocer la obra de Guénon en el interior mismo de la Masonería,
considerando a dicha obra imprescindible para reorientar, en el sentido
auténticamente tradicional, el estudio y comprensión de sus códigos simbólicos,
patrimonio vivo de un saber primordial directamente ligado con el conocimiento
de la Cosmogonía Perenne. Para Roman la Masonería es, en efecto, el "Arca
viviente de los Símbolos", en donde se encuentra "reintegrado" y
en perfecta armonía todo el tesoro del simbolismo universal, consecuencia
directa de las múltiples herencias tradicionales que ella ha recibido a lo
largo del tiempo, siendo una de las más importantes la de la Tradición
Hermética, que para el autor "constituye la esencia de la Masonería"
(pág. 124), advirtiendo la semejanza entre los nombres de Hermes e Hiram, cuya
raíz, HRM, es la misma. Para nosotros Denys Roman es uno de las más cualificados "masones guenonianos", cuyo catolicismo no interfirió en sus ajustadas y sutiles apreciaciones sobre la iniciación masónica y hermética.
El libro está dividido en tres partes, aunque es en la primera de ellas
donde encontramos once capítulos que van desgranando aspectos fundamentales de
la simbólica masónica, de sus ritos y su historia sagrada, esta última
expresada a través de las leyendas presentes en los distintos grados masónicos,
y que podemos considerar como los vehículos de la transmisión oral en la
Masonería. A esas leyendas pertenecen también los documentos y manuscritos
conocidos como los Old Charges o "Antiguos Deberes", a uno de
los cuales, el Manuscrito Dumfries, Roman dedica interesantísimos
comentarios en el cap. VIII, titulado "Luces sobre la Franc-masonería de
los antiguos días". Dichos manuscritos se refieren a la historia simbólica
de la Masonería, a su genealogía espiritual, encarnada en determinados
personajes (históricos y míticos o semidivinos) que constituyen la auténtica
"cadena áurea" de esta Orden iniciática: Jabel, Jubal, Tubalcaín,
Nemrod, Hermes, Abraham, David, Salomón, Amon, Hiram, Pitágoras, Euclides,
Athelstan, Edwin, Carlos Martel, Naymus Grecus, etc .
Igualmente interesantes
son las explicaciones sobre la longitud del cable-tow, permitiéndonos
ampliar lo que sobre este símbolo de origen operativo ya dijo Guénon en La
Gran Tríada (cap. II, nota 9), y que podríamos resumir diciendo que él
alude directamente a la idea del compromiso o "lazo" iniciático. Para
Roman el cable-tow también trata de una técnica constructiva, que tiene
naturalmente su correspondencia con la construcción espiritual, revelada a
través de "gestos" rituales realizados sobre determinadas partes del
cuerpo, y que recuerdan la ubicación simbólica de los centros sutiles del ser
humano, denominados chakras en la tradición hindú y budista. Lo mismo
podríamos decir de las conclusiones simbólicas que en el mismo capítulo el
autor extrae del Masonry Dissected (la "Masonería Disecada"), uno de los primeros manuales masónicos publicados
en los albores de la Masonería especulativa, pero cuyo origen es con toda
seguridad mucho más antiguo.
El cap. II contiene diversas anotaciones sobre La Symbolique Maçonnique,
de Jules Boucher, obra a la que, con algunas reservas, Roman considera útil y
práctica, "donde se estudian la mayor parte de los símbolos, figurados o
sonoros, de la Masonería de los 3 primeros grados". Especialmente
interesantes son los comentarios que nuestro autor realiza sobre el simbolismo
de algunas herramientas masónicas, como la perpendicular (o plomada), el nivel,
el cincel, el mallete, la paleta. Con respecto a esta última, Roman nos
recuerda la singular importancia que tuvo para los masones e
"imagineros" medievales, que con frecuencia representaban al Gran
Arquitecto con la paleta en la mano, siendo así un símbolo de la potencia y del
acto creador del Verbo. La forma zigzagueante y la lámina triangular de la
paleta son el equivalente exacto del rayo o del relámpago, símbolos, a su vez,
de la "iluminación" espiritual.
En efecto, antiguamente este útil,
formaba parte integrante del ritual de iniciación, pues se le consideraba como
el "vehículo" de transmisión de la influencia espiritual, lo que
continuó estando vigente hasta el siglo XVIII, cuando la paleta fue sustituida
por la espada flamígera, otro símbolo del rayo, sustitución que Roman considera
es el resultado de la entrada en la Masonería de las órdenes de caballería, que
acabaron por incorporar muchos de sus símbolos a esta tradición de origen
artesanal.
En el cap. IV "Reflexiones de un cristiano sobre la Masonería"
nos habla del "simbolismo de la Logia de Mesa" y de "las
armonías internas del ritual", basadas en la ciencia de los números y su
simbólica. El autor relata su propia experiencia personal en el "descubrimiento"
de una de esas armonías internas cuando participó en una "tentativa de
'restauración' de los rituales 'escoceses', sobre la cual René Guénon había
mostrado bastante interés". Aunque Roman no lo dice expresamente esas
restauraciones formaban parte de los trabajos de la Logia "La Gran
Tríada", constituida para ese fin, y que a pesar de su corta duración
(debido a la incomprensión que encontró en el seno de su propia Obediencia, la
Gran Logia de Francia) fue muy importante para la historia reciente de la Masonería,
pues creó un precedente para que otras logias buscasen en la misma dirección.
"No es necesario decir que se trataba de una restauración en un sentido
estrictamente tradicional, enfrentándose a las múltiples 'revisiones' que desde
hacía dos siglos se vanagloriaban con el título de 'modernizaciones'. Nuestro
ensayo debía limitarse a los rituales de los tres primeros grados, llamados
grados 'azules' o 'simbólicos' ".
Y pone como ejemplo de esos
"descubrimientos" el número de golpes realizados con el mallete por
los principales oficiales durante el desarrollo de los trabajos en los tres
primeros grados. "Grande fue nuestra sorpresa al encontrar 115 golpes en
el primer grado, 115 en el segundo, y 115 en el tercero. Por lo tanto, el
número total de golpes era de 345, que es el valor numérico del 'nombre divino'
utilizado como 'palabra sagrada' por la antigua Masonería operativa: El
Shaddaï". Pasa posteriormente a detallar algunas de esas armonías
numéricas en los textos sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento (por ejemplo
el número de veces que la palabra "alianza" aparece en la Biblia es
de 33, así como las repeticiones de los números 7, 12 y 24 en el Apocalipsis),
para acabar afirmando con convicción que cuanto más completos, o auténticos,
sean los rituales más evidentes se nos harán esas armonías, ya sean numéricas o
de otro tipo: "Porque todo, en el Templo, debe estar en armonía, como en
el Arca de Noé todos los seres vivían en paz".
Y concluye con esta cita
sobre las Artes liberales extraída de uno de los temas de meditación propuestos
al segundo grado, "el más operativo de todos", según sus palabras:
"En fin, la Música, la más inmaterial de todas las Artes, es la expresión
humana de esta Armonía divina que une los acordes terrestres al canto de las
esferas estrelladas. Es un poderoso medio de ascesis, constantemente asociado
por nuestros antiguos Padres al culto del Gran Arquitecto del Universo, a quien
pedimos la gracia de acceder un día, más allá de la Belleza de los sonidos y la
fuerza de los ritmos, a la suprema Sabiduría del Silencio".
En el cap. V, "A propósito de las repeticiones rituálicas", Roman
abunda en esta idea de las armonías internas del ritual masónico, en las que
también intervienen las estructuras de las formas geométricas (inseparables del
número) que surgen en el caso concreto que estudia el autor, del trabajo
conjunto que entre sí llevan a cabo los tres principales oficiales durante la
apertura y clausura de la Logia:
"Por el 'descenso' de la orden, el
Venerable [que está en el Oriente] mira al Primer Vigilante que está en el
Occidente, posteriormente el Primer Vigilante mira al Segundo, que está al
Mediodía; en fin, el Segundo Vigilante mira a los Aprendices que están en el
Norte. Como se puede observar (...) la 'conducción' de la palabra del 'Maestro
en cargo' describe sobre la Logia un trazado que visto desde el lugar del
Venerable es el del 'cuatro de cifra' del que ha escrito René Guénon que es un
signo de la Maestría".
La segunda parte trata sobre todo de algunos personajes que tuvieron una
influencia en el desarrollo de la Masonería durante los siglos XVIII y XIX,
como Anderson, Cagliostro, José de Maistre, Willermoz y el siniestro Leo Taxil,
que tanto daño causó con sus patrañas y falsedades a la Masonería de finales
del siglo pasado. Retomando lo que al respecto dijo Guénon en varias ocasiones,
Roman analiza con todo detalle lo que se ha dado en llamar el "affaire
Taxil", y las repercusiones que éste tuvo en el deterioro (que ya se venía
produciendo al menos desde un siglo y medio antes) de las relaciones entre la
Iglesia y la Masonería, así como en la idea completamente negativa que sobre
esta última acabó formándose la sociedad europea de la época. Aunque este individuo
acabara retractándose de sus difamaciones, el daño ya estaba hecho, pues las
repercusiones de aquel "affaire" todavía persisten en el inconsciente
colectivo, por lo que se ha de concluir que todo ello se debió a un
"plan" inspirado por aquellos que Guénon llamó los "agentes de
la contra-iniciación", ya fuesen éstos conscientes o inconscientes, y cuyo
objetivo principal es el de eliminar todo rastro de la tradición en cualquiera
de sus formas, sustituyéndola por una parodia grotesca de la misma.
De la tercera parte destacamos especialmente el cap. XXII y último, en
donde Roman examina "a la claridad del simbolismo" los cinco
'encuentros' de Pedro y Juan que se anuncian en el Nuevo Testamento (Juan,
XIII, 21-28; Juan, XVIII, 15-25; Juan, XX,
1-9; Juan, XXI, 15-24, y Actas de los Apóstoles,
III, 1-10 ). Pedro y Juan siempre se han considerados como los
representantes respectivos del exoterismo y del esoterismo cristiano, o como
también se ha dicho de la "Iglesia exterior" y de la "Iglesia
interior", cuyas relaciones no siempre han sido armoniosas, debido
fundamentalmente a la incomprensión que de tanto en tanto la primera ha
mostrado sobre la segunda. Para Roman, como para otros autores masónicos de
espíritu tradicional, el esoterismo cristiano, o más exactamente
hermético-cristiano, acabó por absorberse en la Masonería, y de ello dan
testimonio numerosos símbolos presentes en distintos grados masónicos, como en
el de Rosa–Cruz por ejemplo, y de hecho la logia es llamada, desde mucho antes
del nacimiento de la Masonería especulativa, la "Logia de San Juan".
De dichos encuentros Roman extrae algunas
" 'enseñanzas prácticas' para
uso de las organizaciones iniciáticas occidentales (y sobre todo de las
obediencias masónicas), y más especialmente de los dignatarios que han recibido
la pesada tarea de dirigirlas. Atenta vigilancia de la acción insidiosa, pero a
veces terriblemente eficaz, que ejercen los agentes del 'adversario' que han
sabido infiltrarse en los rangos de la iniciación auténtica; paciencia a toda prueba
con respecto a las autoridades exotéricas regulares, a pesar de sus
incomprensiones, de sus injusticias y a veces también de sus calumnias; en fin,
negarse absolutamente a ceder a la 'tentación' de implicar a la Masonería en
cualquier actividad de orden social o político".
Y concluye:
"Aquellos que conocen bien la obra de Guénon saben que tales
recomendaciones nunca han sido de una necesidad tan acuciante como en nuestros
días". Francisco Ariza
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