"SIMBOLISMO MASÓNICO Y TRADICIÓN CRISTIANA" (Reseña en SYMBOLOS Nº 13-14)
SYMBOLISME MAÇONNIQUE ET TRADITION CHRETIENNE.
Jean Tourniac.
Col. Histoire et Tradition. Dervy-Livres. París, 1982.
Estamos, sin duda, ante uno de los más destacados
estudios que en los últimos tiempos se han realizado sobre la simbólica
masónica, considerada en este caso en cuanto a sus relaciones con el
esoterismo cristiano (donde tan importantes son el componente hermético y
cabalístico), y en el que Guénon veía uno de los orígenes de la Masonería. Si
bien es el primer libro publicado por el autor (su primera edición data de
1965) para nosotros se trata, junto a Tracés de Lumiere, de su obra
cumbre, en la que vertió con más intensidad sus vastos conocimientos sobre el
tema, sin recurrir a la cargante prosa erudita. Todo lo contrario. Este es un
libro que cautiva desde el primer momento, y el lector tiene la impresión
cierta de que nada esencial falta en él, formándose una idea clara y más que
suficiente de lo que dicha tradición es en sí misma.
En este sentido, hemos
de decir que para reforzar algunos de sus argumentos e ideas Tourniac tiene
que acudir necesariamente a la simbólica universal, y desde luego a la obra de
Guénon, que el autor conocía a la perfección. Asimismo, investiga los dos
Testamentos (que tan armoniosamente confluyen en la Masonería) a la luz de
ese conocimiento simbólico, incluyendo también numerosas referencias a la
abundante literatura patrística y la gnosis cristiana medieval, dos de cuyos
máximos representantes son el Maestro Eckhart y Dante, a los que Tourniac
cita constantemente, especialmente al último. Todo ello da al libro una gran
coherencia doctrinal, y lo hace sumamente didáctico.
Interesantes por igual son las tres partes en que se
divide la obra. De la primera destacamos sobre todo los cap. II y III,
enteramente dedicados a algunos aspectos importantes del símbolo y el rito
masónico, vehículos de la cosmogonía y de la gran obra iniciática de la
construcción interior. Para Tourniac el tesoro de la herencia masónica
comprende tres clases de símbolos: los símbolos "figurados" y
geométricos, como los cuadros de logia, decoraciones, joyas, etc. ; los
símbolos "sonoros" y orales, como las palabras de paso, palabras
sagradas, leyendas de los grados, etc.; y por último los símbolos en acción,
que no son otros que los ritos, que consisten esencialmente en
"gestos", o en "signos", según el propio lenguaje
masónico. De gesto también deriva "gesta" y "gestación",
implicando por consiguiente las ideas de búsqueda orientada hacia generación
espiritual, que ha de operarse en quien encarna la energía consciente del
rito (y por tanto del símbolo) y la vive en la integridad de su ser.
"De
esta manera, el rito aparece como un acto creador, o al menos como el retorno
a un gesto o acto creador primordial, arquetipo que manifiesta la
Todapotencia del 'Gran Arquitecto Divino', ordenador del mundo".
Y
añade:
"Si todo es significativo en la Orden Masónica, es necesario
decir que esta afirmación ha de ser tomada literalmente, no sólo en lo que
concierne a todo lo que es 'oído, visto o asentido' en el Templo, sino
incluso para todo aquello que toca a las experiencias y aconteceres de la
vida del 'Masón'. La Logia es, en efecto, el símbolo del mundo, pero el mundo
es un Templo Universal".
Las reflexiones sobre el simbolismo numérico se
centran sobre todo en el septenario, tan importante en la Masonería. Pero
Tourniac lo considera más especialmente teniendo en cuenta los vínculos entre
la simbólica masónica y la liturgia cristiana. El septenario, centro de la
cruz tridimensional, está también constituido por la adición del ternario y
del cuaternario, y es bajo este aspecto que es estudiado aquí, relacionándolo
con el símbolo masónico de la "piedra cúbica en punta"
(identificada con la "piedra filosofal") y con las siete virtudes
cristianas, tres teologales, y cuatro cardinales.
"La yuxtaposición de
la palabra 'teologal' y la palabra 'cardinal' evoca la conjunción del 'Cielo',
o triángulo divino, y la 'Tierra' de forma cuadrada. Al igual que en las
antiguas iniciaciones los 'grandes misterios' sucedían a los 'pequeños
misterios', acabando la realización espiritual integral, también aquí el
triángulo, dominando al cuadrado, completa el septenario, dando acceso al
dominio propiamente sacerdotal".1
Las cuatro virtudes cardinales
están relacionadas con las fiestas litúrgicas correspondientes a las épocas
solsticiales y equinocciales, situadas bajo el patronazgo de los dos San Juan
y los Arcángeles Gabriel y Miguel, respectivamente. A San Juan Bautista
(solsticio de verano) corresponde la virtud de la Templanza; a San Juan
Evangelista (solsticio de invierno) la Prudencia; a Gabriel (equinoccio de
primavera) la Fuerza; y a Miguel (equinoccio de otoño) la Justicia. Estas
correspondencias demuestran hasta qué punto la
"liturgia es
esencialmente la Obra, o el Oficio, del Cosmos vuelto hacia su Principio
Eterno, incluyendo una sacralización del Tiempo correspondiente al estado
humano, conduciendo así al establecimiento de una relación entre las virtudes
cardinales y los cuatro puntos que crucifican el ciclo temporal del
año".
Pero en todo esto ha de verse una lectura alquímica,
pues si como
"dice San Pablo, la carne -o la 'tierra', este cuadrado
estable y 'materializado'- "tiene deseos contrarios a los del
Espíritu", ella no puede servir para vehicular el Espíritu, o para
soportar el Triángulo Superior de la Piedra, sin la 'crucifixión [o
transmutación] de los vicios y las codicias'. Tal es el papel de las cuatro
virtudes cardinales de los dos San Juan y de los dos Arcángeles: 'esforzar'
al cuadrado corporal y anímico. Esta crucifixión 'angular' de la piedra,
'obra al negro', condiciona la necesaria 'separación de lo sutil de lo
espeso', preparando así la realización del 'Templo del Santo Espíritu' ".
Acerca del triángulo superior y de las tres virtudes teologales, Fe,
Esperanza y Caridad, que les corresponde, el autor nos dice que las dos
primeras se sitúan en los dos ángulos de base del mismo. Además, según él, la
Fe y la Esperanza también se relacionan con Gabriel y Miguel, pues "¿no
es la 'Esperanza' la que da la 'Fuerza' en este mundo? ¿Y no es en nombre de
la 'Fe' y de sus consecuencias que se ejercerá la 'Justicia' del
Juicio?". Y más adelante: "¿pero donde hallar el resorte de nuestra
'Fuerza' sino en el hecho de que 'En el Eterno está toda nuestra
Esperanza'?", como se decía en los antiguos rituales masónicos. Por
último, en la sumidad del triángulo, o de la piedra cúbica en punta,
encontramos a la Caridad, "confiada a un Arcángel: Rafael, 'Medicina de
Dios' ".
Rafael, el "noble extranjero" en la historia ejemplar
de Tobías,
"manifestará la caridad divina (...). Porque a quienes buscan
con una 'voluntad firme y un corazón recto', el Eterno les concede siempre un
guía. Y es así que el Amor mismo conduce siempre al Amor infinito, motor
inmóvil por el cual 'todas las cosas se mueven' ".
La segunda parte está dedicada enteramente a los dos
San Juan, cuya simbólica es de una riqueza extraordinaria, y desde luego de
una importancia fundamental para entender aspectos esenciales de la
iniciación masónica en la diversidad de sus grados. La expresión "Logia
de San Juan", como también se denomina al templo masónico desde los
tiempos operativos y medievales (en donde los dos San Juan conservaron los
mismos atributos simbólicos que otrora tenía el dios Jano entre los colegios
artesanales de la antigua Roma), da fe de esa importancia, y sugiere también
un lazo indisoluble entre la Orden masónica y las funciones que dentro del
esoterismo judeo-cristiano desempeñan el Bautista y el Evangelista. Después
de estudiarlos por separado (cap. IV y V), el autor destaca que ambos invitan
respectivamente a la contemplación del
"misterio del 'segundo
nacimiento', ligado a la purificación del agua bautismal, y del 'tercer
nacimiento', alumbrado por el 'Fuego purificador' del Espíritu".
De ahí
que estén vinculados a los dos solsticios, a las dos columnas de la Logia y a
las dos luminarias, la Luna y el Sol. Además, el Bautista se refiere a la
línea horizontal, al nivel, a lo pasivo y receptivo, y en el bestiario
sagrado le corresponde el gallo, el pájaro vigilante (asociado también al
dios Hermes-Mercurio, "patrón del Gran Arte hermético") que en lo
más profundo de la noche anuncia el despertar de la luz. A su vez, el
Evangelista se relaciona con la vertical ascendente y la plomada.
"Apóstol de la Luz y del Fuego, él está simbolizado por el Aguila",
ave que constituye "uno de los símbolos más utilizados en los 'Altos
Grados' de la Masonería Escocesa", en aquellos precisamente en donde se han
conservado los vestigios de lo que en la antigua Cristiandad medieval se
llamó el Santo Imperio Romano Germánico.
Continuando con la simbólica de los dos San Juan, y
especialmente con el Evangelista, en los cap. VI y VII Tourniac aporta
interesantes ideas sobre algunos aspectos poco conocidos del simbolismo del
"Hijo del Trueno" y del "Hijo de la Viuda", nombres con
los que también se autodenominan los masones.
El título de la tercera y última parte es
enormemente sugestivo: "Arte Real y Arte Espiritual". Es, por otro
lado, la más densa del libro y en donde se agrupan el mayor número de
capítulos. En ellos Tourniac aborda el aspecto Noaquita (por sus referencias a
Noé y sus tres hijos) de la Masonería en relación con el "Arca de
Cristo" (cap. VIII), recordando que dicho aspecto está claramente
definido en dos altos grados masónicos" el "Noaquita o Caballero
Prusiano" para la Masonería escocesa, y el "Royal Ark Mariner"
para el Rito inglés.
En el capítulo que le sigue, y bajo el título "De
la Masonería al Cristianismo", son considerados tres temas principales:
los templos como jalones de la Masonería; los santos protectores de la misma
(los dos San Juan y San Andrés, que recordemos es el patrón de Escocia, país
tenido por una de las cunas de la Masonería actual); y por último la Iglesia
y los templos de Israel, el de Salomón y Zorobabel (modelos de la Logia
masónica), y el "Templo que no es hecho por manos de hombres",
Cristo mismo, considerado en la simbólica constructiva de los masones
medievales como la verdadera "piedra angular".
De los capítulos
sucesivos destacamos especialmente el XI, en donde se aborda extensamente la
figura de Melkitsedeq (que Guénon trató en El Rey del Mundo),
personaje misterioso del que se habla tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Para Tourniac, Melkitsedeq preside en el judeo-cristianismo la
"iniciación sacerdotal", de la que existen vestigios en las
iniciaciones del Arte Real, especialmente en el ritual del "Santo y Real
Arco de Jerusalén", perteneciente a la Masonería del "Royal
Arch". Francisco Ariza
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Esta cita
del autor puede prestarse a cierta confusión, pues parece dar a entender que
el dominio sacerdotal está por encima de la obra de la construcción
cosmogónica (representada en este caso por la "piedra cúbica en
punta"), cuando en realidad pertenece a ella. La Cosmogonía comprende en
su totalidad la Tierra y el Cielo, la Alquimia y la Astrología, es decir a
los Pequeños Misterios, o Misterios Menores (a los que pertenece la Masonería
en todos sus grados), y éstos, según otro simbolismo geométrico, se recorren
en un sentido horizontal (terrestre), y en un sentido vertical (celeste),
pudiendo corresponder el primero a la vía artesanal y guerrera, y el segundo
a la vía sacerdotal. En el simbolismo constructivo, que reproduce las
diferentes etapas del proceso cosmogónico, el recorrido horizontal se realiza
desde la pila bautismal hasta el altar, y a partir de él comienza el ascenso
vertical que finaliza en la cúpula, más allá de la cual se encuentra el
dominio propiamente "supracósmico" o Metafísico, es decir el de los
Grandes Misterios, o Misterios Mayores, en donde por la misma naturaleza
inefable de lo que expresan, toda idea de viaje o de construcción carece por
completo de sentido. #revistasymbolos#bibliotecahermetica |
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